Varios


Telésfora Verón, se llamaba la jovencita que en infinitas ocasiones, en 1820, le contó a su familia acerca de las apariciones de la Virgen en la soledad del monte, pero nadie le creyó, es más, todos consideraban que estaba loca. Una noche, los vecinos de Huachana decidieron comprobar los dichos de la niña. Se reunieron en el lugar de las extrañas apariciones y esperaron al abrigo de una fogata. Al amanecer, y entre las llamas, María los sorprendió con su figura. Desde aquel entonces, la imagen es venerada en este rincón impenetrable y polvoriento de la provincia, a 80 km al oeste de Campo.

La noche se presentaba perfecta para asistir al encuentro de siempre. El brillo sin igual de millones de estrellas y el imperturbable cielo azulado eran sus mejores aliados. Una vez más, salió en silencio de su humilde hogar y se perdió en la espesura del monte, que a esa altura ya se había convertido en su mejor amigo. Llegó al lugar sagrado y esperó el celestial encuentro de siempre. Pasaron unos instantes, y el milagro volvió a iluminar la oscuridad del bosque impenetrable, y trajo sosiego a su alma.

Alucinada, observó la imagen divina por eternos segundos y regresó con urgencia a su pequeña casa. Los enérgicos latidos de su corazón le habían quitado la voz, pero no el poder de asombro. La familia reunida en la mesa la miró (otra vez) con desaire y  con  ganas  de  no escucharla, justo  en el momento en  el que recuperó   su palabra. La he visto de nuevo… juro que la he visto de nuevo”,anunció enfáticamente, pero ninguno de los comensales quitó su mirada de lo que ofrecían los platos servidos. Un silencio aterrador y la indiferencia colectiva fue su única respuesta. Por enésima vez en su vida, clavó su mirada al piso de tierra y girando 180 grados, encaró por la precaria puerta de lienzo para no regresar nunca más. Si, la niña cansada de que la tomaran por loca por lo que decía y afirmaba, se introdujo en la espesura del monte santiagueño para no volver jamás a su hogar. Pero esta decisión de la joven Telésfora no pasó inadvertida  para todos los miembros de la familia Verón, mucho menos para su hermano Juan Cruz, quien logró convencer a los vecinos y a sus propios parientes de que valía la pena llegar hasta el lugar de las apariciones para comprobar, o desechar finalmente, lo que la niña les venía anunciando.

Una noche, donde Félix Taboada a cargo del destacamento policial de Huachana, reunió a los lugareños y caminaron hasta el preciso lugar donde Telésfora afirmaba que aparecía una imagen divina. Instalados en la zona marcada, junto a un árbol, hicieron vigilia toda la noche. Pasaron algunas horas y el  frío comenzó a adormecer  las ansiedades.  Para mitigar la helada soledad del monte, prendieron una enorme fogata,  a  la que se abrazaron con  fuerza para soportar hasta el amanecer.   

Y, precisamente, cuando el sol anunciaba su arribo al cielo santiagueño, el milagro se produjo. En medio de enormes llamas que ardían en todo su esplendor, una imagen celestial enmudeció al monte y a todos sus habitantes. Era la Virgen María, la que tantas veces se le apareció a la niña, a quien nunca le habían dado crédito y habían dejado partir para  siempre. Todavía   asombrados  y  sorprendidos  por   lo  que sus  ojos aptaban, los testigos de aquella divina  aparición  apagaron las llamas y comenzaron, sin saberlo, a forjar la historia  de la Virgen de Huachana.  Con el humo anunciando el final de la fogata, Juan Cruz Verón, hermano de la niña que vio por primera vez a María, trasladó la pequeña imagen hasta su humilde hogar, donde por muchos años miles de devotos llegaron a venerar a la Virgen.    Así, cada 31 de julio, comenzaron a llegar a la casa de los Verón peregrinos que conocieron la buena nueva. Con el paso de los años, la cantidad de fieles que llegaban a este lugar se fue incrementando fuertemente. 

Hoy, con las celebraciones a cargo del Obispado de Añatuya, casi 100.000 peregrinos de Salta, Tucumán, norte de Santiago del Estero, Jujuy, Santa Fe, Chaco, Buenos Aires y de Bolivia llegan cada año a Huachana a rendir culto a la Virgen, al lugar donde María eligió para anunciar su amor por todos los hombres.

(http://www.santuariodehuachana.org/historia.html)

 

 

 

 

 

Martes 22 de julio de 2014 | Publicado en edición impresa

 

 

 

Por Miguel Ángel De Marco|Para LA NACION

 

Se han cumplido 150 años de la inauguración del antiguo Congreso de la Nación, cuyo recinto de sesiones se halla a pocos pasos de la Casa de Gobierno, dentro de lo que fue el Banco Hipotecario Nacional, hoy Administración Federal de Ingresos Públicos. La piqueta se detuvo allí cuando, en 1942, fue demolida la sede del Parlamento para dar paso a la nueva e imponente construcción. En la actualidad, ese lugar "sagrado", como lo definió el entonces presidente de la Cámara de Diputados Ángel Sastre durante la última reunión realizada el 15 de diciembre de 1905, se halla bajo la custodia de la Academia Nacional de la Historia, abierto a quienes quieran visitarlo.

Una de las primeras preocupaciones de Bartolomé Mitre al hacerse cargo del Poder Ejecutivo tras la batalla de Pavón fue convocar a elecciones de senadores y diputados para constituir el Congreso. Las provincias enviaron a sus hombres más destacados, que se reunieron por primera vez en el ámbito de la Sala de Representantes de la provincia de Buenos Aires el 24 de mayo de 1862. Al día siguiente, Mitre dejó formalmente inauguradas las deliberaciones.

El recinto y las demás dependencias eran compartidos por los legisladores de la Nación y de la provincia, que debían turnarse para deliberar. De ahí que el 18 de octubre del mismo año, seis días después de asumir la presidencia, Mitre presentara ante el Senado un proyecto de ley para que se lo autorizara a invertir "hasta cincuenta mil pesos fuertes" con el fin de conseguir "un local adecuado para las deliberaciones del Congreso Nacional". Ambas cámaras dieron su consentimiento con rapidez y el Poder Ejecutivo contrató al arquitecto Jonás Larguía para que trazara los planos y dirigiera los trabajos del nuevo edificio.

El 12 de marzo de 1863 fue aprobado el presupuesto con la indicación de "proceder inmediatamente a la construcción de la obra con arreglo a él". De inmediato, el joven profesional cordobés y sus colaboradores se abocaron a sus tareas, que duraron poco más de un año, por lo que la bella y sobria casa ubicada en la calle de la Victoria, frente a la Plaza de Mayo, estuvo en condiciones de abrir sus puertas a principios de mayo de 1864. Poseía una fachada de tres arcos con puertas de trabajadas rejas, un frontis clásico y trazos coloniales en las ventanas y en los cuerpos laterales.

Exactamente dos meses más tarde, el presidente Mitre procedió a inaugurar el Congreso. Aquel 12 de mayo, "un inmenso pueblo" ocupó, según La Nación Argentina, la barra y "las plazas adyacentes". Al día siguiente, diputados y senadores, alternándose para deliberar, comenzaron sus tareas en la nueva casa. Las carencias eran tales que aquel Congreso apenas contaba con unos pocos libros, algunas resmas de papel y contadas plumas y frascos de tinta. Faltas de espacio, por las propias características del edificio, las comisiones sesionaban, alternándose, en cuartos apenas provistos de mesas y sillas. El frío mordía agudamente en invierno y el calor agobiaba en verano. Como en la primera Corte Suprema de Justicia Nacional integrada hacía poco, los senadores y diputados trabajaban envueltos en sobretodos y capas o combatían el calor estival con el agua fresca que les alcanzaban los escasos ordenanzas.

Las dietas eran magras. Los legisladores residentes en Buenos Aires subsistían con dificultad, excepto los pocos que poseían fortuna. Pero los representantes del interior soportaban verdaderos sacrificios. No pocos vivían durante el período de sesiones en hoteles, donde a veces compartían las habitaciones con otros colegas, o arrendaban casas dividiendo los gastos entre varios. Apenas un puñado traía a sus familias, arrancadas de la vida sencilla y patriarcal de las provincias para incorporarlas al creciente bullicio de la ciudad porteña. La comida no siempre era abundante y, mientras prolongaban en sus moradas el trabajo de las comisiones, engañaban el estómago cebando hasta el cansancio el mate compañero.

Hombres graduados en las universidades, soldados y ciudadanos formados en la dura escuela de la emigración, que se habían visto obligados a tomar las armas y desempeñar los más diversos oficios para garantizar su subsistencia, interpelaron con fundamentos irrefutables a los ministros, cumplieron con los deberes inherentes a su cargo y dictaron, a lo largo de cinco décadas, leyes memorables que fundamentaron el desarrollo argentino.

Al comenzar las sesiones de 1906, el Congreso comenzó a deliberar en su sede actual. Mármoles y bronces, bellas esculturas y notables cuadros reflejaban el tránsito de la patria pobre de los días de la Organización Nacional a la patria opulenta que habían hecho posible las leyes previsoras y los sacrificios personales de quienes, por encima de sus compromisos políticos y conveniencias individuales, privilegiaron el bien de la República.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El tema de los afrodescendientes en Argentina, y en Córdoba en particular, ha venido suscitando cada vez más interrogantes en el público local, en especial con relación a su destino final. El presente trabajo se ha propuesto, elaborar una serie de respuestas a ésta y otras cuestiones ligadas a este sector: los afrocordobeses, tal vez el menos estudiado de los grupos sociales en Córdoba. Esta raíz afro, tiene su origen en el profundo mestizaje de la población americana generado en la época colonial, producto del encuentro- conquista, de los europeos con las comunidades amerindias y los esclavos africanos que la trata negrera introdujo en América durante más de tres siglos. Como ha sido señalado por varios investigadores, el tardío siglo XVIII había sido testigo del notable incremento de los grupos mestizos en Córdoba, las llamadas castas. En 1816 el capitán sueco Jean Granner de viaje por las Provincias Unidas escribió al respecto: “En Córdoba, el color de los habitantes comienza a oscurecerse visiblemente y el número de mulatos y mestizos aumenta a medida que se penetra en el interior. (...) En Córdoba, donde ha habido siempre un gran número de gallegos y de negros, la pronunciación es arrastrada y lánguida”. [i]

Corroborando las afirmaciones del viajero el censo de 1813 nos indica que en la ciudad de Córdoba las castas sumaban alrededor de un 60% de la población urbana entre esclavos, libres y libertos.[ii] El elevado porcentaje de castas guardaba relación con otros contextos urbanos de las Provincias Unidas, como el caso de la ciudad de Buenos Aires, en donde las castas alcanzaban en 1810 un 29,5 %, y un 26% de la población para 1838.[iii] En Córdoba, hacia 1840 el censo provincial determinó que el porcentaje de castas seguía siendo considerable, cercano al 60 % de la población de la ciudad, y algo menor en el interior provincial.4

La clasificación de época denominaba a los sujetos de castas como pardos, mulatos, zambos, cuarterones; lo cual nos lleva a preguntarnos sobre el componente africano en las castas. Existe en el presente un consenso entre los investigadores que estudiaron la problemática de estas clasificaciones socio-étnicas; la mayoría de ellos coincide en que las denominadas castas (exceptuando los africanos y aborígenes nativos) eran mestizos con probables ancestros africanos, es decir afromestizos o afroamericanos. Según se desprende de los censos y empadronamientos que comienzan a realizarse a fines del siglo XVIII, los llamados pardos eran los más numerosos en Córdoba. En este caso, la palabra claramente hacia referencia a personas de ascendencia africana pues en los documentos en que aparece está siempre acompañada de la aclaración “libre” o “esclavo”, con lo cual es casi obvio que pardo era un eufemismo usado por mulato5. Emiliano Endrek señala que el término pardo había terminado por englobar a la mayoría de los sujetos de castas debido a la complejidad del mestizaje.6

El espacio urbano americano fue un ámbito específico de desarrollo de la población afroamericana debido a que parte de la historia de la esclavitud atlántica fue vivenciada en paisajes urbanos y semi-urbanos. En ellos, millares de esclavos africanos y afroamericanos se mestizaban con otros personajes de la cultura y el universo productivo americano. Como resultado de este profundo mestizaje:“Buenos Aires, Caracas, Charleston, Nueva Orleans, Nueva York, La Habana, Recife, Río de Janeiro, Bahía, entre tantas otras, constituirían sociedades esclavistas en el nuevo mundo entre los siglos XVI y XIX. Los esclavos se volverían figuras centrales en el mundo del trabajo, inventarían territorios, redefinirían identidades”.7

Córdoba compartía con estas ciudades americanas el contar con un número significativo de afrodescendientes o afromestizos en su población. El investigador norteamericano Robert Turkovic, quien ha estudiado las relaciones raciales en Córdoba durante la primera mitad del siglo XIX, señala: “Por mucho tiempo negros e indios nunca comprendieron la mayoría de la población cordobesa, el tardío siglo XVIII y el temprano siglo XIX señalaron el incremento del mestizaje y el rápido incremento en el número de pardos libres.”8

En cuanto a la producción historiográfica sobre la temática, es importante señalar que, a partir de los trabajos innovadores de George Reid Andrews y de Marta Goldberg, el estudio de los afrodescendientes en Argentina se vio renovado por una gran cantidad de artículos y textos de suma relevancia para la Historia Social. No obstante, existía desde antes una producción historiográfica que abordó la problemática del negro en el país, con preferencia centrada en Buenos Aires y la región del litoral. Más recientemente en el tiempo, comenzaron a producirse trabajos sobre los afrodescendientes en el ámbito del norte y noroeste argentino. De estos trabajos se desprende que la presencia de afromestizos abarcaba a todo un ámbito regional: La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero y otras provincias del interior. En particular para este trabajo es importante señalar que según investigaciones recientes la región de los Llanos de La Rioja colindante con las sierras de Córdoba, contaba con un gran contingente poblacional afromestizo. Ariel de la Fuente, en su trabajo sobre las montoneras de La Rioja, escribió:   “Es posible que muchos de estos labradores, por lo general fueran migrantes (o sus descendientes) de las provincias vecinas, que se establecieron en los Llanos a fines del siglo XVIII. Según evidencia de fines del siglo XVIII, este grupo estaba formado principalmente por ex esclavos y mulatos.9

Algo similar sucedía en Catamarca, donde los trabajos de Florencia Guzmán han aportado elementos para la visibilización de los afromestizos en aquella jurisdicción.10 Para la provincia de Santiago del Estero, un reciente trabajo de José Luis Grosso nos señala la presencia de un gran ámbito étnico-cultural en el cual la presencia de población afromestiza era muy importante:“La construcción de la Nación Argentina, hegemonizada por las élites de hacendados y comerciantes de Buenos Aires, consistió en la erradicación de los trazos étnicos coloniales, (...) Los indios, los negros y sus mezclas, sectores mayoritarios de la Mesopotamia santiagueña, en el Norte del país, fueron borrados del mapa social”.11

 Si los afroargentinos eran tan numerosos en la época colonial, si estaban presentes en muchas ciudades e incluso en Córdoba, ¿qué fue de ellos? ¿Adónde fueron? ¿Cómo es que desaparecieron, si es que realmente desaparecieron? Estas preguntas intentaron ser respondidas en la presente investigación sobre los afrodescendientes en Córdoba.

A la hora de explicar la supuesta desaparición de los afroargentinos, y también de los afrocordobeses, se han señalado distintas hipótesis. En primer lugar, se dice que los negros fueron eliminados en las sucesivas guerras de la independencia, las guerras civiles y  en la Guerra del Paraguay. En segundo lugar se afirma que el fin de la trata de esclavos habría contribuido a la declinación de su número. Otro argumento hace referencia al mestizaje o mezcla étnica con los inmigrantes europeos que llegaron al país, produciendo el blanqueamiento de la población argentina. Las epidemias de cólera que sufrió el país en este período les habrían asestado el golpe final. Pero como lo ha demostrado la obra de George Andrews para Buenos Aires, muchas de estas hipótesis se desmoronan a la hora de comprobarlas en los documentos de la época. Un detallado análisis de archivos, periódicos, relatos de contemporáneos de la época y otras fuentes primarias, nos indica que tal desaparición no era del todo cierta que aún había comunidades afromestizas en Córdoba durante la segunda mitad del siglo XIX. Como elementos subalternos de esa sociedad, su existencia nos es revelada en expedientes de crímenes, transacciones comerciales, libros de matrimonios, de bautismos y defunciones; comentarios, referencias y anécdotas de viajeros.

Cuando se aborda esta temática surgen inevitablemente problemas de tipo teórico-metodológico, en particular sobre el alcance, la pertinencia y objetividad de las categorías socio-étnicas utilizadas durante los períodos colonial e independiente. El investigador Hernán Otero ha advertido sobre el carácter arbitrario y subjetivo de estas categorías. Según Otero, lejos de reflejar una identidad étnica objetiva estas categorías son construcciones simbólicas de carácter cultural y dinámico.12 Entonces surge la pregunta: ¿qué entendemos por la categoría pardo o aquellas que hacen referencia a población blanca? En el caso de este trabajo, entiendo y asumo la idea de que estas clasificaciones referían a características étnicas de los sujetos pero también eran construcciones sociales debido a que un cierto poder económico, simbólico o social podía diferenciar a un individuo de color y permitirle ser incluido en los estratos dominantes de aquella sociedad. Por otra parte, los sectores dominantes de la sociedad que alardeaban de una supuesta pureza étnica tenían plena conciencia del aporte africano al mestizaje operado en la población, como lo señala esta afirmación de un cordobés del siglo XIX: “No importa que sean blancos, rubios y de perfiles correctos como manifestación de raza, nosotros les llamamos “mulatos” porque el padre o la madre, la abuela o el tío fueron gente del servicio en otra hora (...)”.13

La supuesta desaparición de los afrocordobeses y los afroargentinos podría ser un proceso único y particular en esta región del continente sudamericano excepto que desapariciones análogas de población afrodescendiente se han verificado en todas las repúblicas hispanoamericanas. En su libro The African experience in Spanish America, la investigadora Leslie Rout señala: “varias naciones hispanoamericanas han rehabilitado al indio como símbolo mítico de la resistencia contra la agresión colonial y neocolonial, no hay ningún deseo de agregar otro grupo a esta categoría, o de bucear en la cuestión de las contribuciones culturales africanas”.14

Como vemos, existió un proceso general de invisibilización de la población afrodescendiente en Hispanoamérica al momento de la construcción de las naciones modernas. En nuestro país los dirigentes del proceso modernizador,  profundamente elitista y racista, apostaban al reemplazo o extinción de la población mestiza nativa por ser los sujetos que encarnaban el atraso y la barbarie. Domingo Faustino Sarmiento, uno de los ideólogos, voceros y ejecutores del proyecto modernizador tenía bien en claro quienes formaban parte de la sociedad deseada y quienes no; y lo señalaba constantemente: “Somos gente decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues no ha de verse en nuestra Cámara (se refiere al Congreso) ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota”.15

El marco espacial en que se desarrolló la investigación abarcó a la ciudad de Córdoba y su hinterland rural pues en los departamentos conocidos como Anejos Sud y Norte se encontraban la mayoría de las ex estancias jesuíticas (Alta Gracia, Jesús María, Caroya y Santa Catalina) las cuales poseían grandes núcleos de población esclava afromestiza. Además en las distintas regiones, pueblos y localidades cordobesas se ha podido encontrar los testimonios tangibles de la presencia afro en Córdoba.

El marco temporal está delimitado entre los años 1830 y 1880, década en la cual comienza a llegar lentamente a Córdoba la influencia de la inmigración europea. Hasta ese momento esta influencia era marginal, lejos de la proporción que el fenómeno adquiría en Rosario o Buenos Aires.  Una cuestión fundamental a la hora de realizar esta investigación es la del trabajo humano y la situación social de los afrocordobeses, tanto esclavos (un mínimo de la población) como libres y libertos. Debido a la disponibilidad de fuentes, el trabajo ha sido dividido en aquellos aspectos en los cuales se ha podido encontrar información pertinente. En el capítulo 1 analizo el contexto socioeconómico de la ciudad y la incidencia de los afrocordobeses en el sistema productivo. En particular la situación de la producción agropecuaria, el servicio doméstico y el artesanado, por ser núcleos más o menos homogéneos en los cuales he podido rastrear la presencia del grupo social estudiado.

En el capítulo 2, se analiza la situación legal y social de los afrocordobeses, los cambios y permanencias, los espacios de asentamiento y sociabilidad. En el capítulo 3 se aborda la participación de las castas afromestizas en las actividades militares. Por último, en el capítulo 4 se trabajan comparativamente los distintos censos del período y se aporta información alternativa para entender cómo se fue operando el proceso de blanqueamiento de la sociedad cordobesa.

En síntesis, este trabajo aborda los aspectos más relevantes relacionados a la posición de los afrodescendientes en la sociedad cordobesa de mediados del siglo XIX: su inserción en el sistema productivo, su estatus jurídico, su participación en los ejércitos y milicias, para luego encarar el tema de su “desaparición” a través del mestizaje y la “invisibilización” sufrida a manos de los constructores de la Argentina liberal. Siguiendo este trayecto, realiza una pormenorizada investigación, basada en el rico material que proveen los censos de población y los expedientes de los juzgados de crimen, integrantes ambos del importantísimo acerbo documental con que cuenta el Archivo Histórico de Córdoba. A través de todo ello vamos descubriendo la importancia numérica de los afrodescendientes dentro de la población de la ciudad, cuál era su ubicación geográfica, sus ocupaciones más extendidas en la ciudad y en la campaña, la compleja relación con los propietarios y patrones y con el mismo estado, garante de la continuidad de esta relación de dominación, así como las contradicciones que trajo la necesidad de obtener tropas para las guerras de la independencia, primero, e inmediatamente después para las guerras civiles. Finalmente el abandono de los criterios de clasificación racial de la población no se produce como consecuencia de su superación, sino por el deseo de ocultar una realidad que no concuerda con las aspiraciones de “europeización” de los dirigentes e intelectuales de la época de Sarmiento.

 

 



[i] Córdoba, Ciudad y Provincia, según relatos de viajeros y otros testimonios, Selección y advertencia del profesor Carlos Segreti, Junta Provincial de Historia de Córdoba, Córdoba, 1973. p. 248.

[ii] Endrek, Emiliano, El Mestizaje en Córdoba. Siglo XVIII y principios del XIX. Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1966, p. 17

[iii] Andrews, George Reid, Los Afroargentinos de Buenos Aires, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1989, p. 81.

4 Celton, Dora, Censo de la ciudad de Córdoba del año 1840. Estudio demográfico. Tesis de Licenciatura. UNC. Córdoba, 1971, p. 11.

5 Andrews, George, Ibid, p. 16. Ver también Turkovic, Robert:  Race relations in the Córdoba Province (1800-1853), Winsconsin, 1981. Tesis de Doctorado,  traducción del autor.

6 Endrek, Ibid, p.51.

7 Farias, Santos y otros, Cidades Negras. Africanos, crioulos e espacos urbanos no Brasil esclavista do século XIX. Editorial Alameda, Sao Paulo, 2006,  p. 7, traducción del autor.

8 Turkovic, Robert, op. cit., p. 326.

9  De la Fuente, Ariel, Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras en la provincia de La Rioja durante el proceso de formación del Estado Nacional Argentino (1853-1870), Prometeo, Buenos Aires, 2007, p. 94. Ver también Guzmán, Florencia, “Los mulatos-mestizos en la jurisdicción riojana a fines del siglo XVIII: el caso de Los Llanos”, en Temas de Asia y África N° 2. p. 71-107. Buenos Aires, 1993.

10Guzmán, María Florencia, “Familia, matrimonio y mestizaje en el Valle de Catamarca (l760-l810). El caso de los indios, mestizos y castas”. Tesis de Doctorado, Universidad Nacional de La Plata, 2002.

11 Grosso, José Luis, Indios muertos, negros invisibles: hegemonía, identidad y añoranza, Encuentro Grupo Editor, Córdoba, 2008, p. 243.

12 Otero, Hernán, “Estadística censal y construcción de la nación. El caso argentino, 1869-1914”, enBoletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Nº 16 y  17. Buenos Aires, 1998.

13 Eizaguirre, José, “Córdoba. Primera serie de cartas sobre la vida y costumbres del interior”, Córdoba, Bruno y Cía., 1898, p. 95.

14 Citado en Andrews, op.cit., p. 12. Ver también: Mörner, Magnus, Race and Class in Latin America, Nueva York, 1970, pp. 214-215.

15 Citado en: Adamovsky, Ezequiel, Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2009, p. 35.

 

Reseña-Marco Safenreiter (FCH-UNCPBA)1 

 

Nueva dinastía, nuevas políticas

New dynasty, new policies

 

Josep, Juan Vidal y Martínez Ruiz, Enrique. Política interior y exterior de los Borbones. Historia de España XII. Historia Moderna. Ediciones ISTMO, 2001. Madrid, España. ISBN: 84-7090-410-8. 412 páginas.

 

 

Este libro, publicado en el 2001 por Josep Juan Vidal y Enrique Martínez Ruiz, surge como resultado de una extensa investigación de ambos especialistas en Historia Moderna. En su presentación, realizan un recorrido por la España del siglo XVIII, atendiendo a sus gobernantes, políticas, estrategias, acciones y reacciones propias y de las potencias vecinas, tanto las aliadas como las enemigas. Para la elaboración de este proyecto, se utilizaron fuentes editas e inéditas, lo que resalta la minuciosa labor realizada por los autores.

El libro se estructura en dos secciones: “Los reinados de Felipe y Fernando VI” de autoría de Vidal y “Los reinados de Carlos III y Carlos IV” correspondiente a Martínez Ruiz, además de un “Prologo” que resume cada sección.

En la primera parte, encontramos un análisis exhaustivo de los reinados de Felipe V, el corto reinado de Luis I y, por último, el mandato de Fernando VI. En ella, si bien el análisis es minucioso durante todo el recorrido, se le da mayor relevancia al primer cuarto de siglo. Claro está, que es allí cuando se manifiestan los acontecimientos más trascendentales de los primeros 50 años.

El lector hallará pasajes muy interesantes: “La instauración de una nueva dinastía” relata brevemente los últimos años de Carlos II en el trono de España, se analiza su testamento, muerte y las primeras maniobras de los aspirantes a la sucesión. A continuación, “La guerra de Sucesión a la corona de España. Un conflicto internacional” y “La guerra de Sucesión a la corona de España como contienda civil. Filipistas y australitas. La España dividida”,son de vital importancia en esta primera sección. Ambos muestran con detalle las distintas maniobras, alianzas y tratados como Utrecht, Rastadt, Baden, los cuales fueron determinantes para las relaciones internacionales posteriores a la Guerra de Sucesión.

Más adelante, se desarrollan los pasajes “Consecuencias políticas de la contienda en el seno de la Monarquía”y “La evolución de los equipos de gobierno durante los reinados de Felipe V y Fernando VI”. El primero de ellos, trata temas relevantes como la Nueva Planta de Aragón, una serie de decretos declarados por Felipe V de España en 1707 y en 1711, que terminaron con la identidad política individual del reino de Aragón; la reforma en la administración central, junto con la administración territorial; los inicios del regalismo borbónico y las reformas en el ejército y la marina. Por último, Vidal repasa y analiza las nuevas reformas en la Hacienda, logrando un sistema más eficaz que el existente en la centuria pasada.

En el segundo pasaje mencionado, el autor relata cómo fue la tutela francesa, a través de Luis XIV, en los años posteriores a la Guerra de Sucesión e intervención de franceses e italianos, influenciando a los soberanos en la década de 1720. También hace referencia a Ripperdá; repasa las vertiginosas carreras de Patiño, Campillo y Ensenada, hombres que marcaron el rumbo de España durante casi tres décadas, ocupando de forma unipersonal las distintas carteleras.

Los últimos dos títulos de esta primera parte, “Las relaciones Iglesia-Estado. Los concordatos de 1737 y 1753” y “La política exterior de los primeros Borbones”, son analizados de forma más general. El primero, versa sobre la ruptura de la corona española con la Iglesia en 1709, cuando Felipe V expulsó de la corte de Madrid al nuncio papal. Fue recién en 1717 que se acercaron nuevamente la curia romana y la corona española, sellando el “concordato de 1717”.

En “La política exterior de los primeros Borbones”, examina las medidas tomadas en materia de política exterior. Aquí, el autor detalla cómo España pasó del aislacionismo a tejer un nuevo sistema de alianzas y conflictos a partir de Utrecht, la crisis de los sistemas de Viena y Hannover y los Pactos de Familia. Finaliza el pasaje mencionando la posición neutralista y pacífica tomada por Fernando V.

La segunda sección, titulada “Los reinados de Carlos III y Carlos IV”, a cargo de Martínez Ruiz, comienza con un resumen de ambos reinados.

En el primer reinado, “Carlos III (1759-1788)”, relata el ascenso político del heredero a la corona española.

Más tarde, analiza la Guerra de los Siete Años y los Pactos de Familia. En aquella, España en un primer momento actuó como mediadora. Ante el fallido ofrecimiento de paz de Carlos a Inglaterra, España se alineó con Francia en 1761, a través del Tercer Pacto de Familia, declarando a Inglaterra enemiga común. En 1763, se firma la Paz de París, que refleja la victoria de Inglaterra y Prusia.

Posteriormente, Martínez menciona lo ocurrido en los motines contra Esquilache, donde medidas como la disminución del precio de bienes producidos por la nobleza, sumado a la resistencia de algunos sectores a la modernización y al hambre que sufría buena parte de la sociedad, generaron disconformidad social en todos los sectores.

Los episodios finalizaron con el destierro de Esquilache, junto con la expulsión de los Jesuitas. Según el autor, los motines fueron utilizados por la corona y sus ministros para resolver dos cuestiones. La primera, es justamente la expulsión de la Compañía de Jesús de España y sus colonias, concretada en 1767, acusados de participar e incentivar a parte de la sociedad a levantarse contra aquel gobierno. En realidad, Carlos III veía que aquella sería un obstáculo para su proyecto político. Posteriormente se confiscaron los bienes de la compañía, tarea encomendada a Aranda. Por su parte, la segunda cuestión fue la implantación de un nuevo “orden policial” para resolver el problema de la inseguridad.

A continuación, se detallan las políticas desarrolladas para repoblar lugares “vacíos” como Andalucía, que generaban la queja de viajeros por la peligrosidad de los caminos. Para tal fin, llegaron alemanes, franceses y catalanes.

Martínez describe la situación de España luego de 1766, cuando comenzaron los conflictos entre conservadores y reformistas. Las mayores disputas se observan en el aspecto educativo, pues allí se definiría que tipo de instrucción brindarían las universidades. Las modificaciones tardaron mucho tiempo en hacerse notar. Las razones del retraso hay que buscarlas en la falta de dinero para implementarlas y en los lentos cambios en la mentalidad. La reforma militar es otro de los temas analizados en esta sección. La Guerra de los Siete Años, mostró a España su debilidad militar. Como consecuencia, Carlos III reforzó la idea de una modernización en esta área, tanto en el ejército como en las milicias. El autor muestra las diferentes posturas que se expusieron en relación a la implementación de las milicias. El primero en declararse en contra de ellas fue Aranda, quien vio en los milicianos hombres inexpertos e indisciplinados. De otro lado, se ubica Floridablanca, a favor de las mismas, las cuales vendrían a llenar el vacío de seguridad en las provincias de la metrópoli, mientras el reforzamiento naval y del ejército profesional ayudaría a las plazas ultramarinas.

La sección continúa con un breve relato del comienzo de la “era Floridablanca”. Luego se analiza como España enfrentó la independencia de los Estados Unidos, y su posición frente a la misma, pues por un lado, ésta debilitaría a Inglaterra, pero por el otro habría un nuevo Estado libre cerca de las posesiones españolas. También menciona los cambios realizados por Floridablanca. Al final del pasaje realiza un repaso sobre la muerte de Carlos III y el reajuste ministerial.

“Carlos IV (1788-1808)” es el último pasaje de esta sección (y del libro). Comienza relatando la vida y obra del sucesor a la corona hasta la llegada al trono de Carlos IV. El único personaje que sobreviviría al cambio de trono sería Floridablanca, por decisión de Carlos III.

La revolución francesa es otro hito que se remarca y haciéndose hincapié en la reacción del ministro citado. Su caída fue maniobra de la oposición cortesana madrileña y los revolucionarios franceses. El periodo de Aranda frente a la Secretaría de Despacho es analizado a partir de la desarticulación de lo realizado por Floridablanca y la flexibilización frente a Francia.

La caída de Aranda da inicio al estudio de la crisis del imperio en los ámbitos económico y diplomático, síntomas de una realidad inocultable. La forma de resolver estos problemas estuvo vinculada a la llamada “desamortización de Godoy”, afectando mayormente a los bienes eclesiásticos.

Martínez puntualiza en la Guerra de los Pirineos, haciendo hincapié en cómo se fueron dando las relaciones entre España y Francia revolucionaria hasta 1793, cuando esta última declaró la guerra al imperio español por querer salvaguardar a Luis XVI. También analiza la paz de Basilea, el crecimiento naval de Gran Bretaña, y el Tratado de San Ildefonso, donde España y Francia declararían la guerra a Inglaterra. Además, se da cuenta de la labor llevada a cabo por España (ya bajo influencia napoleónica) en Portugal, y Trafalgar para mostrar que el ejército y la armada estaban en una profunda crisis.

Se narra brevemente el Tratado de Fontainebleau y las primeras oposiciones formales en contra de Godoy. Luego de la invasión a Portugal, las preocupaciones por Francia siguieron creciendo. Las cortes se trasladaron a Aranjuez por precaución; al mismo tiempo, se produce “el motín de Aranjuez”. Consecuencia de este fue la renuncia de aquel y la abdicación de Carlos IV, en su hijo, ahora Fernando VII.

Seguidamente, el autor dedica unas líneas a cada uno de los personajes relevantes de esta etapa final, dando a conocer como terminaron sus vidas.

Las últimas páginas son dedicadas a la bibliografía utilizada en cada una de las etapas y reinados expuestos en el libro, proveyendo al interesado un orden de lectura según el tema que le sea de interés.

Como comentario final, vale recomendar este libro a todo aquel que quiera conocer un periodo sumamente interesante de la historia española, ya sea que lo lea desde una visión académica o no, pues es perfectamente accesible a todo tipo de público.

 

1 Profesor en Historia por la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires y Maestrando en Ciencias Sociales en la misma universidad.

Orestes Di Lullo afirma que la Fiesta del Señor Hallado, se celebra en Villa Jiménes, Departamento Río Hondo, donde se ha erigido una hermosa capilla en 1892 por empeñosa gestión del cura Don Antenor Bravo. La leyenda dice que un vecino de Ovejeros encontró al santo entre las sierras. Llevado a su domicilio, el cura de Sotelos se encargó de darle albergue en la capilla de esa localidad. Pero por dos veces se huyó el Señor Hallado de Sotelos hasta que, cansado, resolvió llevarlo a Santiago, en viaje para dicha ciudad "quedó a hacer noche" en Villa Jiménez, de donde no pudo ya moverlo.

Antaño, era muy grande la devoción que se tenía al Santo. Los hombres bajábanse de los caballos para saludar la capilla. Y para las fiestas, que se celebraban antes de Corpus -hoy se realizan en mayo- venía gente de Tucumán y Santiago que amanecía velando al Señor. Eran de ver aquellas romerías de peregrinos alrrededor de la iglesia, durante la novena del Hallado y que se alargaba nueve noches más para cumploir con la Virgen de Monserrat.

La profesora Vagliati cuenta que “La primera capilla que se hace en Villa Jiménez tiene un motivo y ese es porque allí se encontró un relicario de plata bañado en oro, que en la parte central tiene la pasión de cristo en relieve. Recién en el año 1797 se erige la capilla la hacen los Jesuitas quienes eran de origen genovés y conservan el nombre del Señor Hallado, como se la conoce en la actualidad. Esas imágenes son tan antiguas como las del Amo Jesús,  La Dolorosa, el Jesús Yaciente y San José. Son tan antiguas incluso los altares tallados en madera  que se ha declarado monumento provincial por Ley 6734 el 17 de Mayo del 2005 de modo que esa Iglesia ahora es Patrimonio Cultural de la Provincia.

Como llegó este Jesús a la Iglesia? No sabemos, posiblemente de España no porque en barco era muy pesado para traerlo. Pudo haber sido del Alto Perú o bien se hizo en ese lugar  como las otras imágenes bajo la supervisión de los Jesuitas. La madera que se ha utilizado no podemos saber pero es muy pesada y tiene muchos detalles. Esta figura es la primera  y posible última vez que la podamos tener en la Ciudad, por eso invito a las Escuelas a que lo vengan a visitar, realmente es precioso para verlo, es invalorable su valor histórico”. (ríohondonews)

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