Discusion Historiografica

Por qué nace el español

 

 

 (fuente: http://www.vallenajerilla.com/berceo/alvar/porquenaceelespanol.htm )

 

Introducción

 

Asociamos a la Rioja con el nacimiento del español, motivación que tiene un valor simbólico y, por tanto, digno y respetable, siempre y cuando no la desvirtuemos con ingenuos entusiasmos o la creamos cierta como un teorema matemático. En la historia lingüística las cosas son de otro modo que en la biología y los entusiasmos -tan grandes y aún mayores que los de las gentes sencillas- nos vienen de unos resultados que inferimos tras poner cada cosa en su sitio. No podemos dudar que las glosas llamadas emilianenses están ahí y que Gonzalo de Berceo sigue siendo «el primer poeta español de nombre conocido». Hechos irrecusables, pero ¿qué significa la Rioja en ese códice venerable? ¿Por qué es como es Gonzalo de Berceo? Y aquí empieza nuestro cavilar en busca de las razones que den respuesta a las preguntas. El ascético caminar -sin embargo- nos hace entender las cosas y en la comprensión nacen unas emociones que, por razonadas, se nos ahondan más que el patriotismo terruñero. Si repasamos la bibliografía riojana de estos últimos años, nos sorprenderá lo mucho que se ha hecho en lingüística, en historia, en crítica literaria: acaso lleguemos a sentirnos abrumados. Pero estos beneméritos estudios son de lingüística, de historia, de crítica literaria y ahora tentamos el propósito de coordinar los pasos dispersos para encontrar un sentido cabal a tantas piececillas como tenemos sueltas. De lograrlo, tal vez hayamos sabido explicar lo que tantos sabios necesitaron hacer como exigencias previas de nuestro trabajo. Veremos entonces que hubo una vida religiosa que alcanzó un florecimiento increíble, que informó un arte, que creó una literatura, pero que estuvo amparada por las decisiones de unos reyes, que el gobierno de los monarcas exigió nuevas relaciones políticas y sociales, que -a Dios gracias- intuyeron que el aire se purifica cuando la luz entra por los ventanales abiertos. Por ello un reino fuerte permite estudiar a los sabios, trabajar a los menestrales y rezar a los monjes. Al ver cómo todo esto se da de consuno en la Rioja, tal vez haya que invertir las premisas con que todos hemos formulado nuestros planteamientos: región de paso, sí, pero más cuando Sancho Garcés o Sancho el Mayor aseguraron la vida en las ciudades o impusieron su autoridad para que los caminos se transitaran en paz. Estas son unas primeras conclusiones, pero anticiparlas no me exime de explicar por qué he llegado a ellas.

 

Los límites y los pueblos

 

Desde los tiempos más antiguos se ve la Rioja como tierra en la que se encuentran pueblos muy distintos y la situación prerromana condicionó mil avatares que duran todavía. Pero lo que me interesa en este momento es hacerme cargo de un hecho que nos va a afectar de modo directo: hubo una vida cenobítica que no desapareció con la invasión árabe, y que, incluso, tuvo un notable florecimiento, pero el desarrollo de la actividad religiosa y, sobre todo, el nacimiento de nuevos focos culturales, se vincula con la reconquista de Sancho Garcés I y con la decisión de Sancho el Mayor de desviar la vía francígena. Porque Castilla nace tardíamente como consecuencia de la Reconquista; más aún, su nombre, es consecuencia de un hecho lingüístico bien sabido: el paso de un apelativo (castella región de castillos) a nombre propio, Castilla. Porque antes de que Castilla fuera Castilla sus tierras tenían otro nombre; bien lo sabía el anónimo de la Crónica Najerense: las «Bardulias que nunc uocitatur Castilla», fueron repobladas por Alfonso I de León y por ellas andaba Ramiro I cuando lo tuvo que heredar. Y en este instante nos asalta algo que no podemos olvidar: la expansión leonesa, que no renunciará fácilmente a la Rioja, extremo de una Castilla que dejó ecos, bien sabidos, en el poema de Fernán González, pero que se habían convertido en tópico literario. En el Vocabulario de Correas pueden leerse estos versillos:

 

 

Harto era Castilla

 

 

 

de chico rincón,

 

 

 

cuando Amaya era cabeza

 

 

 

y Fitero era el mojón.

 

 

 

 

Que el poemilla venía de lejos se atestigua por una cita de la Vida de Santo Domingo de Silos.

 

 

El reï don Fernando, que mandaba León,

 

 

 

Burgos con la Castiella, Castro e Carrión,

 

 

 

era de los sus regnos Montes d'Oca mojón.

 

 


 

 

Ese Fitero era un límite donde se juntan Castilla y Navarra. Lugar de encuentros y de disputas hasta que en 1373, Enrique II de Castilla y Carlos II de Navarra aceptaron el arbitraje de Guido de Bolonia, y la ciudad quedó por Navarra, aunque la leyenda sirviera para bautizar el Mojón de Los Tres Reyes, donde -al parecer- sobre un tambor comieron los reyes de Aragón, Navarra y Castilla y cada uno estaba sentado en tierra de su propio reino.

Se nos plantea un primer problema, el de limitar qué entendemos por Rioja, porque las dos zonas que hoy vemos tan claramente y que tan claramente se inclinaron hacia un reino u otro, no son todo lo que la historia llamó Rioja.

Los límites históricos de la región eran mayores (en Burgos hasta Belorado; en Soria, por Ágreda) y a ella perteneció en la división provincial de 1821 parte de la Rioja Alavesa, que se desglosó en 1833. Si traigo esto a colación es porque nos va a hacer falta si hablamos de códices y dialectología. Cuando Manuel Díaz, en un libro magistral, intentó enmarcar las tierras de la Rioja allá por el siglo IX, tuvo que reconocer cuán imprecisos eran los límites y, desde su parcela de investigador, tuvo que «entender por Rioja las tierras del Ebro desde Miranda al Este de Logroño, río Ebro abajo, hasta Calahorra, desde la Sierra de Cantabria a los Cameros y de los Montes de Oca a la zona al sur de Estella». Recíprocamente, un concepto tan preciso como pueda sernos Navarra, tenía unos perfiles a los que faltó un deslinde como el que nosotros tenemos hoy bien caracterizado:  «Hasta 1158, por lo menos, el topónimo Navarra designó exclusivamente a un pequeño territorio de la cuenca media del río Arga, y parte del Cidacos, teniendo como poblaciones más importantes, Artajona, Larraga, Miranda de Arga y Olite. Navarra a finales del siglo XI no comprende a Peralta, Lumbier, Punicastro, Salazar, Echauri, Funes, Huarte, Aoiz, Navascues y Sangüesa». Es decir, amplios territorios eran objeto de continuo litigio entre los monarcas y de intercambio entre las gentes de esas fronteras. Tardó mucho en que llamaran Rioja al reino de Nájera o a la ciudad de Logroño o a las dos orillas del Ebro a su paso por la región y de hecho los reyes navarros o los castellanos se consideraban de Nájera, pero no aducían para nada la parcela de su territorio que bañaba el río Oja. Así, por 1067, Sancho el de Peñalén se titula «rex gerens regnum Pampilome et Naiale» y en los documentos de Valvanera hay numerosas referencias al imperio real: así Alfonso VI es «rex in Legione et in Castella et in Nagera». Esta inseguridad se proyecta también en la historia cultural y, resultado de ella, en la lingüística. Desde un punto de vista codicológico, Navarra es un mundo difuso que se relacionará con el sur de Francia, y sobre ello volveré, pues afectará a la concepción jurídica de la franquicia, a las relaciones literarias y tendrá también que ver en esa fluctuación secular de la Rioja hacia Castilla-León o hacia Navarra-Aragón. Y es que Nájera que tuvo que ser asimilada, constituyó un reino independiente durante muchos años, porque era tierra reconquistada: los documentos hablan de su antiguo nombre («cepit supradictam Naieram que ab antiguo Trictio uocabatur») y, con todas las reservas con que aduzcamos un documento falsificado, hemos de reconocer que en el siglo XI había el recuerdo de la restauración de la ciudad. No cabe mejor testimonio que ese cambio de nombre: perdido el antiguo en la memoria del pueblo, se aceptó el arabismo, que era uno más entre los muchos arabismos de la región.

Nos importa en este momento saber si hubo continuidad latina en las tierras de la Rioja, pues de ello depende el carácter de la cultura que irradiaron los centros locales y, cuando Ordoño I (muere el 866) se dirige contra los vascones, la reconquista significa la incorporación del valle del Ebro a la vida de los cristianos y un nuevo sesgo para la historia.




 

La vida religiosa: continuidad y revolución

 

No poseemos una cronología ininterrumpida, pero sí unos datos que nos pueden servir de seguros asideros. La historia de la España cristiana es la voluntad de mantener sus fidelidades: a su cristianismo y a su tradición histórica. Dicho con otras palabras, la oposición a lo que las invasiones significaban. Y esto durante siglos y siglos, cuanto más en los años que el horror del milenario pudiera amagar con la inminencia del juicio final. El siglo X es un siglo decisivo: las empresas que inició Ordoño I se consuman, pues tras la rota de Valdejunquera (920), los reyes cristianos lograron cumplido desquite: en 922, Sancho Garcés I de Navarra ganó Viguera y Ordoño II de León, Nájera. Pero esto no es sino el nacimiento a una nueva realidad, conforme religiosamente y dentro de unas continuas desazones políticas. Cierto que la vida de la fe poco debería resentirse con ello por más que antes de la reconquista hubiera habido comunidades cristianas en la región que nos ocupa.

Estudios de muy diversa índole han señalado el mozarabismo de estas tierras. Lógicamente hemos de pensar en una tradición cristiana ininterrumpida, de la que hablan los restos arqueológicos y los cenobios anteriores a la reconquista, habla también ese éxodo de mozárabes de Al-Andalus trayendo sus preciados códices. Pero ¿a dónde los llevarían de no haber quién los recibiera? Y esos códices están o estuvieron en tierras riojanas. Me permito una breve detención en lo que significó el monasterio de San Millán de la Cogolla, pues es a él a quien orientaré mis pasos tanto en busca de precisiones lingüísticas como literarias. Hay un códice fechado el año 933 en el que se hermanan dos tendencias contrapuestas: la mozárabe y la castellana. El escriba Jimeno copió este manuscrito en el que «tanto la letra, como sobre todo las iniciales y las capitales de los títulos dejan entrever rasgos mozárabes, con elementos castellanos típicos muy marcados, revelándonos unas conexiones del primer taller de escritura emilianense con los otros monasterios de región burgalesa, así como el impacto de numerosos códices de la librería reunida al tiempo de la fundación». El testimonio nos resulta precioso por cuanto implícitamente nos lleva a esos años «de la fundación» o, a lo menos, de los documentos conservados que, en el cartulario del monasterio, comienzan en el 759, fecha anterior a las ocupaciones leonesa y navarra y que conviene con la lápida de Arnedillo (869), las iglesias de Santa Coloma, de San Esteban de Viguera, la pajera de Albelda, etc.

Era necesario este excurso sobre el mozarabismo para que pudiéramos entender otros acontecimientos de ese siglo X en el que nos hemos instaurado. El día 1.º de diciembre del año 921 un documento del Cartulario de Albelda nos cuenta cómo unos monjes eligen a Pedro como abad y le rinden obediencia. La nómina trae 122 nombres de los cuales deben ser vascos Azenar, Enego/Enneconis, Galindo, Garsea, Velasco y acaso Ozandus/Oxando. Creo que esto es importante: los antropónimos vascos son muy escasos, y aun ellos de los que se extendieron por los dominios románicos, con lo que acaso hubiera que atenuar su significado, pero se infiere de ese repertorio algo que es fundamental: hubo unos hombres latinos y germánicos que duraron en la Rioja, incluso cuando la islamización se había impuesto oficialmente, y el sentido de una tradición romana y visigótica estaba viva antes de que Sancho Garcés I hubiera conquistado definitivamente la región (920-922) y esos monjes, tanto en el monasterio de Cárdenas, son el testimonio de una continuidad cultural que desaparecerá con la llegada de Sancho Garcés I: el rey pamplonés llevó a Nájera su corte, donde hizo la primera acuñación navarra que conocemos y sustituyó la onomástica antigua por otra nueva: desapareció el 50 % de los nombres latinos y germánicos del documento del año 921 y la proliferación de vasquismos onomásticos, que he estudiado en otra ocasión, es posterior a esa fecha y habrá que considerarla como resultado de la conquista pamplonesa, por más que esas gentes fueran absorbidas después por la población románica que se estableció en la Rioja.




 

El problema de las glosas

 

Todo este largo caminar tenía una arribada lingüística. Porque continuidad latina o repoblación, mozarabismo o vasquización repercuten sobre la vida cultural de la región, que era muy intensa, según venimos señalando. Más aún, los libros se encuentran aducidos en los momentos más fríamente enunciativos, que fueran pocos y de contenido limitado a escasos temas, no es razón para que no tuvieran un hondo significado según veremos y aún habría que recordar algo harto significativo: en el siglo XIII el desarrollo bibliográfico era muy importante y no exclusivamente de temas religiosos, sino que un autor de erudición tan grande como Alfonso el Sabio pide en préstamo diversos libros a los cenobios riojanos. En 1270 tomó del cabildo de San Martín de Albelda un libro de cánones, las Etimologías de San Isidoro, las Colaciones de Juan Casiano y un Lucano; de Santa María de Nájera, Donato, Estacio, un Catálogo de los Reyes Godos, el Libro Juzgo, la Consolación y los Predicamentos de Boecio, un libro de justicia, Prudencio, las Bucólicas yGeórgicas, las Epístolas de Ovidio, la Historia de los Reyes de Isidro el Menor, Liber Illustrum virorum, Preciano y algunos comentarios alSueño de Escipión de Cicerón. No es este el momento de decir qué significaba poseer esos libros historiales y tan selectos poetas, pero ya es bastante lo que ese albarán nos dice: se sabía cuán ricas eran las bibliotecas riojanas en el siglo XIII y a ellas tenía que recurrir quien era paradigma del saber. Y tampoco seria ligereza pensar que en ese siglo XIII, en San Millán, leyó y aprendió Gonzalo de Berceo. Pero no adelantemos nuestros pasos: en el Cartulario del Monasterio podemos rastrear numerosas referencias que vienen al caso. En el año 864, el conde don Diego hace una importante donación al monasterio de San Felices de Oca y en ella, junto a cálices de plata, casullas de seda, rebaños de ovejas, hatos caballares o vacadas, figura una manda de treinta y ocho libros; tres años más tarde, el abad Guisando y sus hermanos de religión fundan la iglesia de San Juan de Orbañanos y la dotan de mil predios rústicos, pero además conceden a la iglesia una colección de libros, «id est antiphonario, missale, comnico, ordinum orationum, ymnorum, psalterium, canticorum, precum, passionum» y regalos semejantes se documentan en el 872, el 997, el 1001. Si pasamos a otras colecciones, encontramos idénticas generosidades y lo que es más hermoso, en 1125, se nos cuenta cómo el llamado Libro de las Homilías de la catedral de Calahorra se empezó a escribir cuatro años antes y no pocos clérigos de la sede prestaron su auxilio. A ellos se les inmortalizó en unos versos que comienzan así:

 

 

Huius factores libri sunt hii seniores

 

 

 

Sedis honorate, Calagurrimis edificate.

 

 

 

Patrum Mascussi scribi prius ordine iussit,

 

 

 

Qui dedit expensas large, pelles quoque tensas,

 

 

 

In quibus illorum sunt gesta notata uirorum,

 

 

 

Qui coluere Deum Christique insigne tropheum,

 

 

 

Quod credunt eque, Patriarche, Christicoleque.

 

 

 


 

Nada de extraño tiene que en ambientes como estos, que se continúan a lo largo de siglos, hubiera aprendices que necesitaran traducir, cuando el latín les resultaba difícil. Esta explicación la más sencilla, es la experiencia que hemos repetido todos a lo largo de centurias y centurias, en mil lugares distintos. El neófito no dispone fácilmente de un diccionario, tan imperfecto como queramos, pero no está al alcance de todos, ni se puede perder el tiempo en buscar en aquel inhábil sistema de alfabetización, y, lo de siempre, una equivalencia interlineada, una llamada al margen, unos numeritos que deshacen el hipérbaton. La torpeza, un día se convirtió en un hecho milagroso: gracias a esa ignorancia se anotaron las primeras palabras de una lengua. Porque aquel hombre que tan torpe estaba en sus latines, puso al acabar las lecturas las primeras palabras del español: «conoajutorio de nuestro dueno, dueno Christo, dueno salbatore, qual dueno get ena honore equal dueno tienet ela mandatjione cono Patre, cono Spiritu Sancto, enos sieculos delosieculos. Facanos Deus omnipotens tal serbitjo fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen».

*** 

He dicho español porque hay un sincretismo lingüístico que no es riojano, ni siquiera castellano: rasgos locales (cono, enos) se enlazan con otros navarro-aragoneses (get, honor femenino) y con otros vascos, como las glosas 31 y 42. Este primer vagido de nuestra lengua tenía un sentido integrador y no pueblerino: a mitad del siglo X, aquel clérigo de latines tan poco ilustres había pulsado unas cuerdas que aún nos estremecen. Ya no merece la pena señalar qué era el cenobio de San Millán en el siglo X. Sí quiero comentar algo que aún no he dicho y que enhebra la línea de mi discurso: el siglo X significa la restauración de Nájera, con cuanto política y culturalmente trae consigo; significa la pérdida de numerosísimos antropónimos latinos que desaparecen con la llegada del vascón Sancho Garcés I y lo que de ello inferimos, y significa que ese romance incipiente va a contar cada vez más. Y aún silencio hechos literarios como la épica que se denuncia en la Nota emilianense. Dos siglos después las cosas habían llegado a tal extremo que el papa Celestino III faculta al obispo de Calahorra para que pueda absolver a los que han maltratado a los clérigos en las guerras civiles y, como los tales no saben latín, permanecen excomulgados por no poderse dirigir a la sede apostólica.

 

Otros pocos años más tarde y Gonzalo de Berceo nos repetirá mil veces que escribe román paladino para remediar las necesidades de quienes no saben latín: será el final de la evolución que empezó, documentalmente, en el siglo X y que junto a los términos clásicos anotará otros más vulgares, sin salir del propio latín (partitiones por divisiones, verecundia por pudor, etc.).

El manuscrito que nos ha conservado estas glosas es el n.º 60 de San Millán y se conserva en la Academia de la Historia. Manuel Díaz en una valiosísima aportación ha señalado no pocas novedades para su estudio: se trata de dos códices distintos, salidos de un mismo escriptorio y probablemente copiados por la misma mano, la del presbítero Nuño. Tal vez fuera trasladado en el siglo IX a algún cenobio pirenaico y de allí pasaría a San Millán a finales del siglo X. Fue probablemente en San Millán, donde se le añadieron las glosas. Es lógico que no acertemos de manera inequívoca con la localización exacta del manuscrito o la geografía precisa de las glosas: quisiéramos el acta notarial del nacimiento de nuestra lengua y sólo podemos aducir conjeturas. Nos esforzamos en lo que es razonable y deseamos una confirmación objetiva. Ya es bastante ese conjunto de indicios y el que no se ha significado bastante: las anotaciones en vasco. El lector del códice sería religioso -no simplemente clérigo- sabía un latín menos exquisito que el que trataba de aprender, hablaba un romance en el que incrustaba rasgos navarroaragoneses, sabía vasco, si es que no lo hablaba habitualmente. Todo esto nos lleva a la Rioja por cuanto he tratado de ir exponiendo y por la adscripción del manuscrito al cenobio de San Millán ya en el siglo X. Si no tuviéramos estas certezas podríamos hablar de alguna otra región próxima, como Navarra, donde, en 1076, se pusieron unas curiosísimas glosas trilingües a un documento de San Miguel in Excelsis (Huarte-Araquil): el escriba separa el habla de los rústicos (vasco) de la «nuestra» (latina), pero una mano coetánea interlinea en romance, como si reviviera el espíritu del escriba emilianense que al clásico precipitemur, apostilla con guec ajutuezdugu y lo hace equivaler a non kaigamus (glosa 42). Nos quedamos con la integración que significa ese manuscrito 60: integración lingüística, integración -también - cultural en lo que el códice nos manifiesta. Integración cumplida en tierras de la Rioja con elementos de la policroma Hispánica.



          El Camino de Santiago

 

Aunque documentos conservados en la Rioja nos hablan de peregrinos en tierras burgalesas de Villarcayo y aunque conozcamos la atracción que ejercía el sepulcro de San Millán, sólo el camino de Santiago significó una nueva realidad para la Rioja. La Crónica Najerense cuenta cómo Sancho el Mayor desplazó la vía de peregrinaciones hacia las riberas del Ebro.

Las causas que motivaron el cambio del itinerario no deben extrañarnos: el reino engrandecía su expansión política, ampliaba sus posibilidades económicas y aseguraba unas fronteras militares.

Pero si hubo una voluntad regia que servía a estos ideales materiales, a remolque de ellos se produjo un sustancial cambio cultural: hubo que atraer gentes de tierras lejanas, se modificó la liturgia tradicional, penetraron los aires de Europa con mil motivos diferentes y todo ello repercutió sobre la historia cultural de la región, no porque antes no se hubieran sentido tales influjos, sino, precisamente, gracias a ellos. Ahora las relaciones no sólo se ennoblecían en unos cuantos monasterios, sino que en las calles de las ciudades o a la vera de los caminos se oían nuevas voces que traían nuevas ideas. Hubo que construir ciudades, aposentar a las gentes que itineraban, acondicionar los caminos. La historia, con la decisión de Sancho III cobra un nuevo sesgo: en el siglo X los monasterios castellanos y riojanos tenían una estrecha vinculación, pero el influjo renovador viene luego, en los siglos XI y XII, y tanto en la historia codicológica como en la literaria.

No merece la pena insistir en lo que es harto sabido: Alfonso VI manifiesta un talante europeo que cohonestaba con los deseos terrenos y espirituales de la orden de Cluny. Es esto lo que ahora me interesa. Los monjes imponen el rito latino y eliminan el llamado mozárabe. Las cosas fueron complicadas y de ellas he tenido que ocuparme, pero no dejan de ser curiosos algunos paralelismos: el arzobispo de Auch preside el Concilio que restaura la sede jacetana y entre los nueve obispos asistentes figuraba el de Calahorra; consecuencia de la asamblea fue el establecimiento del rito latino, que se inauguró con una misa en San Juan de la Peña (22 de marzo de 1071), por más que el pueblo no manifestara gran entusiasmo, según quedó constancia en Zurita; tenemos testimonios de la implantación del rito en Castilla y el juicio de Dios que se celebró en Burgos, y que tanto escandalizó al gran historiador aragonés. Pero, al fin, las cosas quedaron claras: «Iste Aldefonsus [VI] sub era M.ª C.ª XVII [1079] dedit monasterium Naiarum cluniacensibus monachis»; años después, el legado apostólico escribía al papa Adriano IV una carta de valor singular, gracias a ella sabemos los caminos y suasiones que se utilizaron para convencer a los reacios y las decisiones violentas cuando no se avenían a razones.

 

Franceses y francos

 

Si parece lógico pensar que el nuevo trazado del camín romíu (1030) atrajo a comunidades francesas (la anexión de Santa María de Nájera al Cluny en 1079 sería un motivo más que significativo) y estas comunidades determinaron una mejora de los conocimientos del latín, se estaba trabajando para un afrancesamiento de la región, tanto por lo que tiene que ver con las gentes llanas que eran atraídas como por los clérigos que establecerían unos nexos muy fuertes con el movimiento unificador del Cluny y que se proyectaría también sobre el pueblo menudo con la implantación del rito latino. Ahora bien, la atracción que pudieran sentir las gentes de Francia no sería sólo por un señuelo aventurero (la peregrinación) o cultural (la comunidad de doctrina) sino que pronto tuvo que contar con una fuerte llamada que forzaba al arraigo: me refiero a los privilegios económicos con que se atraía a los nuevos pobladores. Entra aquí un nuevo motivo de discusión que paso a considerar.

Libertas o ingenuitas eran designaciones de sendas condiciones sociales. El hombre libre tenía un Status libertatis que le permitía el ejercicio de sus derechos, mientras que el ingenuo estaba limitado por las cargas que debía levantar. Por eso, en multitud de ocasiones, se habla de cualquier concesión hecha libre e ingenua, pero tales adjetivos no son sino los atributos de cada una de esas condiciones sociales que, a veces, irán acompañadas de las expresiones que se estiman necesarias para la comprensión del texto. Así en un documento del Cart. SMC, fechado el año 959 se lee: «damus ad Sanctum Emilianum sine ullo fuero malo, ut líberos et ingenuos ab omni servicio regali velseniores serviant vobis per omne seculum». Pero a partir del año 1095 un nuevo concepto aparece en la terminología jurídica, el de franco. Naturalmente, no puede desligarse de la necesidad real de poblar las tierras por las que discurre el camino de Santiago. Pero esto merece mayor detención.

Logroño era, desde su primera documentación en 926, una explotación agrícola, que en 1054 ya se había convertido en un núcleo ciudadano dentro de la honor regalis. Pero el cambio

fue la consecuencia de la desviación del trazado de la calzada de Santiago hecha por Sancho el Mayor que trocó la pequeña aldea en una etapa importante del camino, la del paso del Ebro,

en la época en la que el rejuvenecimiento de Europa impulsaba el desplazamiento de caballeros, peregrinos, mercaderes y aventureros por las vías del continentes.

He aquí cómo se cohonestaban esos dos principios: la honra del reino en sus ciudades bien pobladas y el asentamiento estable de gentes que aseguraran el buen resultado de estos deseos, y con él, una creciente prosperidad de la hacienda real. Así, pues, Logroño alcanzará esos fines, si supera la condición social de villanos, que sus habitantes tienen, liberándolos de «la opresión servil», y si logra atraer a gentes que están libres de tales gravaciones. Para ello se aspiró a que vinieran a la puebla hombres extraños a la tierra a la que se daba un estatuto ventajoso; fueron franceses como próximos al territorio e interesados por las peregrinaciones a Santiago. Entonces se estableció la fórmula jurídica de la franquitas o unión del aspecto positivo de la libertas y del negativo de la ingenuitas. El Fuero de Logroño es muy claro en las distinciones, no siempre tenidas en cuenta, ni siquiera tras el luminoso estudio de Ramos y Loscertales; en el preámbulo del texto se dice que se da el fuero para aquellas gentes que vengan a poblar «tam de francigenis quam etiam de ispanis, uel ex quibuscumque gentibus». Es decir, «franceses (=de Francia)»; «españoles (= de Hispania)» o gentes venidas de cualquier otro sitio. El adjetivo francigenis era conocido en la edad media como «francés» o como ajeno a la tierra. Cuando en el Fuero de Logroño se habla de francos, la palabra no quiere decir «francés» (para eso está francigenus) sino «hombre dotado de un determinado status social(liber + ingenuus)».

Los francos gentes con status franquitae originariamente fueron franceses, pero lógicamente los españoles quisieron alcanzar ese privilegio y el fuero de Logroño permite ver cómo se cambia el estatuto social de los primitivos villanos en el más beneficioso de lafranquita, con lo que pasaron a ser pobladores tanto los que vivían en Logroño como los que después vinieron a establecerse.

Estamos llegando a un punto final, siquiera sea momentáneo: la presencia francesa está signada por la voluntad real, sea trayendo a la Rioja el camino de Santiago, sea asentando unos clérigos franceses, sea protegiendo intercambios de ambos tipos o atrayendo a gentes de Galorromania que, estableciéndose de manera permanente, sirvieron a esos ideales de la monarquía castellana.

La voluntad real acertó en cuanto aquí nos ocupa, y Logroño -bien conocida ya- se convierte en un punto de referencia dentro de la poesía trovadoresca. Paulet de Marsella (...1262-1268...) fijará dos hitos para hablar de la superficie de España, justamente ambos están en el camino de Santiago y uno es Logroño.


         En torno a Berceo

 La Rioja se vinculó al mundo de los trovadores por algo más que esta referencia. La famosa
 familia de los Haro, que dejó no pocos ecos en algunos poetas provenzales, tuvo que ver con la región, pues don Diego López de Haro fue señor de Rioja y de Nájera. Pero hemos llegado al siglo XIII y la presencia francesa la vamos sintiendo de una u otra forma: gentes innominadas y frailes entendidos nos han hecho ver cómo el camino de Santiago había determinado algunas relaciones, o la riqueza de una gran familia. Pero no nos basta con esto. Quiero entender cómo la influencia francesa no es ajena a otros hechos culturales con los que puede enlazarse.

Ya en el siglo X el monasterio de Nájera recibía saberes de Galorromania y hasta Albelda llegó una épica francesa de carácter legendario, que motivó la ya famosa nota emilianense, incluida en un códice que encierra un complejo mundo cultural. Pero, después de que el camino de Santiago fuera desviado, resultaría trivial seguir hablando de estas influencias si no tuviéramos motivos de relevancia que nos llevan hacia la literatura en lengua vulgar. Con lo que nuestra mirada abarca un amplio campo de cultura que tiene que ver con el menester del traductor. De este modo se amplió el significado de los franceses, más allá -o más acá- de los códices y de los fueros; ayudaron a crear una lengua apta para quehaceres empeñados y orientaron el quehacer de algún grandísimo poeta. Tendremos que centrarnos en San Millán, floreciente y arruinado según los tiempos, pero lleno de vida tras la impronta que marcó Sancho el Mayor. Más aún, si se ha dicho que sus copistas constituían un taller especializado, la misma especialización tendremos que reconocerle un siglo o dos más tarde.

La Vida de Santa María Egipciaca es un poema francés: se escribió en el siglo XII y fue traducido en los albores del siglo XIII y tras rechazar hipótesis no razonables llegué a la conclusión de que nuestra historia «procedía de alguno de los famosos cenobios riojanos» que florecían en aquel momento. Estamos ante un pequeño problema que va a alcanzar una proyección singularísima porque va a enlazarse con esta tradición cultural que viene floreciendo en la región desde el siglo X, que ha permitido que la fe de bautismo de nuestra lengua se extendiera en San Millán, que allí -nacionalmente unidos- estuvieron castellanos, navarro-aragoneses y vascos. Pero, y las cosas se nos van enlazando, aquel rey vascón que fue Sancho el Mayor hizo pasar por Logroño el camino de Santiago y esto motivó una nueva concepción jurídica para atraer a los extranjeros y para dignificar a los nacionales, pero -y además- los franceses nos integraron en el movimiento europeísta que marca el Cluny y ahora, en este final de los procesos, nos encontramos -otra vez la Rioja- con la primera poesía culta española.

Y es que no existen problemas pequeños, si de cultura se trata: el más insignificante motivo puede agigantarse en las manos que saben elaborarlo. Y como los monasterios del siglo X con su floración codicológica, en el XI con el camino de Santiago, en el XII con las secuelas del derecho de francos (establecido en 1095), en el XIII con las referencias de los trovadores provenzales y, ahora, con la explicación de algo singular: Gonzalo de Berceo no es un hecho aislado, florece en San Millán porque allí hay una gran tradición culta: gracias a ella podría el poeta traducir fidelísimamente un manuscrito latino bien semejante al Thot de Copenhague, inspirarse en otros para contar las vidas de los santos regionales.

Pero no es por esto por lo que aduzco la Vida de Santa María Egipciaca y Gonzalo de Berceo. En la segunda mitad del siglo X había en San Millán un manuscrito en el que se copiaban las vidas de seis santas (Catalina, Melania, Castísima, Egeria, Pelagia y María Egipciaca), pero esta literatura culta se enriqueció con otra en lengua vulgar cuyos testimonios nos llegan hasta hoy: el texto francés de la vida de Santa María Egipciaca tuvo que ser conocido, como muy tarde, en el paso del siglo XII al XIII, y, gracias a la enorme fidelidad del traductor castellano, he podido reconstruir un diccionario español-francés, hecho singularísimo en cualquier tradición cultural, sorprendente a comienzos del siglo XIII, y algo que resulta probatorio para mi tesis: Gonzalo de Berceo había leído la versión castellana de aquel original anglo-normando y, en el Sacrificio de la Misa, aparece la constancia de ello, pero -a su vez- Gonzalo de Berceo no era sino un eslabón intermedio: el Libro de la Infancia y Muerte de Jesús, a pesar de su anisosilabismo e independencia con respecto a una fuentes concretas, incorpora a su relato varios versos de los Loores de Nuestra Señora.

Ya es mucho haber conocido un texto francés que estaría en San Millán y que sirvió de punto de partida a un desarrollo literario que duró más de medio siglo. Pero tras estas verdades subyacen otras: los textos sobre María Egipciaca y la infancia y muerte de Jesús están copiados, junto al libro de Apolonio en el manuscrito III - K - 4 de la Biblioteca escurialense. Ninguno es aragonés, sino castellano, ¿por qué se copiaron juntos? ¿No procederán de un mismo monasterio? Pero no basta con ello. Berceo y el libro de Apolonio son coetáneos, y para expresarse utilizan dos recursos revolucionarios: la lengua vulgar y la cuaderna vía. Estamos en el camino de saber cómo llegó el Arte de «sílabas contadas» a la Península, y, al parecer, no poco tendría que ver el influjo francés en la Rioja. Sabemos, sí, que el metro procede de Francia, pero los indicios van apuntando a lugares muy precisos. Los mismos que dieron cobijo al poema hagiográfico y que sirvieron de punto de partida para otras representaciones gráficas. Pues la hipótesis del riojanismo de esta literatura ha dejado de serlo, convertida ahora en certeza. Pero hay más: al estudiar las representaciones de Santa María Egipciaca, he encontrado no pocas, y en tiempos diferentes, tanto en monasterios como en catedrales de la región; aparece en algún topónimo y lo que es más sorprendente -o, si se prefiere, mas lógico- su irradiación hacia tierras burgalesas. Pero hagamos un breve, y necesario, inciso.

A partir del siglo XI, «el mecanismo glosístico se desarrolla especialmente en la región de Burgos-Rioja» y hay otra multitud de conexiones entre Castilla y nuestra región. Pero lo que interesa es señalar -si ello no fuera redundante- las estrechas relaciones entre los focos culturales de esas tierras tan cercanas. Pero, en busca de unos apoyos, aún añadiré más: de la Biblia de Valvanera, desdichadamente desaparecida, se sacaron copias, una de las cuales fue a parar a Oña y aún parece que sirvió de modelo a otras de Calahorra (siglo XII) y San Millán (siglos XII y XIII). Si aduzco estos dos motivos es porque uno, el vinculado con Oña, me va a servir de inmediato, y otro, el temporal, nos lleva de la mano de la cronología hasta los días de Berceo. Porque todo esto tiene que ver con la traducción española de la Vie de Sainte Marie l'Egiptienne; migró del monasterio riojano donde se tradujo y llegó a San Salvador de Oña. Allí se perpetuó en un fresco que nos resulta de singular valor: se cubrió de yeso y ahora, al restaurar el templo, han salido esas pinturas del siglo XIV. Lo que resulta admirable es que el pintor no seguía la Leyenda dorada de Jacobo de Vorágine, sino el relato castellano en verso, como creo haber probado. Y estaríamos con otro cabo que anudar a nuestro ovillo: la vía de peregrinaciones trajo monjes y atrajo gentes. Vamos teniendo unos hitos: Sancho el Mayor en el siglo XI, Alfonso VI en 1074 (entrega de Nájera al Cluny) y en 1095 (fuero de Logroño) han marcado una impronta decisiva: florece un vulgar latín, pero también las lenguas vulgares son capaces de crear cultura y se cumple ese prodigio de traducir al rayar el siglo XIII y con fidelidad admirable, un poema francés del siglo anterior. Después, Berceo en esa gran encrucijada de Europa que es el camino de Santiago: textos latinos, conocimiento romance. Pero nada ha significado ruptura: paso a paso hemos ido andando nuestra senda y, al irradiar el texto poético sobre las pinturas de Oña en el siglo XIV, cerramos nuestra peregrinación.


        Conclusiones

 

Las conmemoraciones oficiales sirven para despertar recuerdos dormidos. Pero pueden desvirtuar la verdad con su reclamo y con la obligación de dar precisiones. Nosotros no necesitamos de ello; más aún, sabemos de su incierta verdad. Y es lo que debemos decir desde esa objetividad que pretendemos.

Bien poco hace sonaron todas las alharacas: el milenario de nuestra lengua. Pero una lengua no nace como un ser biológico; se taja el cordón umbilical y tenemos un ser nuevo. La lengua empieza siglos y siglos atrás, se elabora poco a poco, crece, puede manifestarse, pero ni siquiera entonces es una criatura distinta, pues seguirá recibiendo influjos que siguen conformándola. Pero no importa: la lengua no se lleva al registro civil para que haya constancia de su ser. No sabemos dónde nació (¿son los serments de Strasbourg?, ¿las glosas emilianenses), ¿la carta de Monte Casino?), ni cuándo (la primera documentación no es el quejido de la criatura alumbrada). Insisto, no importa: tenemos unos datos de referencia y a ellos estamos aduciendo. Un día dudoso, en un lugar incierto, de un ignorado escriba se produjo el milagro. Y todos los indicios nos llevan a una región en la que se mantuvo la tradición visigótica, en la que se intentó reconstruir el pasado anterior «como ideal eclesiástico más que político». Esto, que es cierto, asegura una continuidad que vino a servir a fines culturales: preparación de los útiles para escribir, técnica codicológica, arte de las miniaturas, tipos de letra, etc. Nada se improvisa ni nace de la nada: ahí estaban los frailes riojanos en relación con el arte de los mozárabes o sus conexiones con las regiones peninsulares del Norte y su conocimiento de Europa. Este fue el mantillo en el que se abrieron otras flores, porque la Rioja -mil veces llamada tierra de transición- recibía los bienes que con los demás se compartían, que el saber es de todos y los cabildeos lugareños no llegan a ninguna parte. Y así empezaron los prodigios, no tanto por lo que transitó, sino por lo que se afincó. Hombres que hicieron pueblos sobre «fuego muerto» y que dieron vida a Nájera, con lo que la vida no se interrumpía y la reconquista de Sancho Garcés nos enseña algo muy cierto: los vascones influyeron y desplazaron a la tradición hispano-latina y visigótica que se había transmitido hasta el siglo X. Y aquí tenemos un momento clave: sobre un códice pirenaico un estudiante riojano pone unas glosas. Estamos en un cenobio con tradición latina, y aquel estudiante que develó el gran misterio tenía dos registros de lengua: uno culto, con el que tropezaba, y otro vulgar, que le servía para aclarar dificultades. Pero aquel hombre tenía, también, una lengua familiar, en la que hablaba, y esa lengua tenía rasgos castellanos y navarro-aragoneses. Además, se ayudaba del vasco. Lo dijo hermosamente Dámaso Alonso: había nacido una lengua para hablar con Dios y, si bajamos al mundo de las contingencias, esa lengua era el español. Por la incorporación unificadora de todos los elementos románicos y no románicos en el doble registro latino.

Pero la reconquista necesita defender sus tierras para que no vuelvan a ser perdidas, y aumentar su producción y fijar a sus hombres. No podemos desligar esto de lo que acabo de escribir. Tras la bajada de los reyes pamploneses, otro rey vascón desvía el camino de Santiago y otro da carácter legal a los que se llamaron fueros de francos. De nuevo Europa: porque si los benedictinos del siglo X europeizaron, los cluniacenses del XI luchan por la unidad de la cristiandad y aquí se cumple el destino de Occidente: nueva latinización y el aire de Europa que entre a raudales. Surge así un cultismo flagrante y un ennoblecimiento del arte popular. No es contradicción, sino integración: riojano es el primer poema hagiográfico de nuestra lengua, pero no es posible una hagiografía sin cultura, y se da en una región, si no en el mismo monasterio, donde se inventarán supercherías eruditas como los votos de San Millán de las que acaso no se vio libre algún gran nombre de nuestra literatura. Pero si las glosas fueron el primer tanteo lexicográfico en romance, la vida de Santa María Egipciaca permitió hacer el primer glosario bilingüe que conocemos de dos lenguas vulgares. Y, como a finales del siglo X, ahora, al empezar el XIII, gracias a la tradición cultural que no se interrumpe y que sigue creando manaderos de saberes. Hasta llegar a Berceo: el poeta más latinizante de nuestra historia literaria y, por otra parte, creador de una lengua poética en romance al servicio de quienes, por no saber latín, se creían incultos. Todo es coherente y lógico: la tradición europea (latinizante y culta) era apoyada por el rey para servir a su propio reino. Pero ese mismo rey, se amparará en la lengua vulgar para contar con unos vasallos que se identificarán con él gracias al instrumento lingüístico que los une.

Todo esto se cumplió con la precisión de las piezas movidas sobre un tablero de ajedrez. Las cosas fueron así, y en la Rioja, porque todo se había preparado para que el destino, fatal, se cumpliera. Los vaivenes políticos una vez llevaron hacia Navarra, y se escribieron las glosas emilianenses; otras llevaron a Castilla, y vino la europeización que hizo posible la obra de Gonzalo de Berceo. No solitaria, sino ineluctable por cuanto ya sabemos. El destino se había cumplido: en aquel rincón encontramos el lógico testimonio de la lengua española porque todo ayudó para que así fuera. En aquel rincón escribe el primer poeta español porque todo ayudó para que así fuera. Ni en un caso ni en otro dados caídos al azar, sino resultado de una partida sabiamente dispuesta. Ni las glosas ni Berceo son, cronológicamente, los primeros. Las glosas y Berceo son algo más: el testimonio de un destino que tenía que cumplirse.

 

 

 

 

 

 

Hernán Cortés, un político maquiavélico

 

 

“Hernán Cortés fue un político maquiavélico”

 

 

Entrevista al historiador británico  John H. Elliot

 

Quizá no haya mejor lugar para evocar la figura de Hernán Cortés que la biblioteca de la Casa de América esta tarde soleada y ventosa de Madrid. Una luz de oro viejo ilumina libros y maderas oscuras. Y probablemente nadie mejor para hacerlo que John H. Elliott (Inglaterra, 1930), el gran historiador del imperio español que inauguró el conquistador de México.

“Hablar de conquistadores no es muy políticamente correcto en el siglo XXI y por eso es tan importante conocer su contexto histórico para recuperar la figura de un hombre a caballo entre la Edad Media y la Moderna y entender sus preocupaciones e intereses en un momento de fusión de la corona de Castilla con la de Aragón y de enfrentamiento con el mundo musulmán”, afirma Elliot como prólogo a la entrevista.

Bajo esa mirada, continúa: “Cortés era mucho más culto y más interesante que los demás conquistadores. Fue un político extraordinariamente maquiavélico y también un empresario muy ambicioso, incluso más allá de sus capacidades”.

En su opinión, el bagaje cultural con el que el conquistador llegó a América es decisivo para su éxito en el nuevo mundo: “Había estudiado algo de latín en Salamanca, pero sobre todo había asimilado la legislación de las Siete Partidas. Sin conocer el derecho a fondo era capaz de sacarle brillo a algunas citas y utilizarlas en el momento justo. Era un hombre de una enorme intuición práctica. También había leído a Julio César, como demuestra en sus Cartas de Relación, que son en realidad un manifiesto político en su propia defensa ante el emperador Carlos V”.

Su éxito, como explica el historiador en Imperios del mundo atlántico: España y Gran Bretaña en América, 1492-1830, hizo que se convirtiera en un modelo para los colonizadores británicos. Aprender del enemigo fue esencial para estos en un primer momento hasta que las condiciones naturales y demográficas de la costa este de los actuales Estados Unidos hizo imposible, entre otros factores, aplicar las políticas de los españoles. “Los británicos buscaban información para acercarse a pueblos desconocidos, para saber cómo establecer una colonia, cómo comportarse en un mundo tan extraño”. Al final tomaron otro rumbo, pero como admite Elliott entre bromas, podría decirse que el propio John Smith fue el inglés “más castizo”.

Elliott no comparte las conjeturas, más o menos exaltadas, en boga últimamente que convierten a Cortés en una especie de héroe moderno y visionario, pero sí reconoce que tenía “una visión del futuro de la Nueva España, de crear una nueva sociedad mediante matrimonios con la nobleza indígena, y la intención de conservar algo de la civilización destruida. Incluso tuvo una intuición global con sus expediciones al Pacífico”.

El historiador también subraya la incógnita de qué hubiera pasado con Moctezuma. “Su futuro no se veía nada claro. El imperio azteca era frágil y se encontraba en un momento precario con hambrunas y rebeliones constantes de los pueblos sometidos”.

Después de Cortés, el imperio español en América se mantuvo durante tres siglos, “financiándose bastante bien”, y su historia no ha perdido poder de fascinación. Dos características, destaca Elliott, están en la base del interés moderno: “La novedad que representa la colonización española por su política de ocupación del espacio americano, algo que no hicieron otros imperios y que es probablemente consecuencia de la Reconquista, y la incorporación de nuevas sociedades a una monarquía compuesta. Un ideal de diversidad dentro de la unidad en una monarquía global aún vigente”.

La invasión napoleónica de la Península acabaría de golpe con todo eso. La crisis de legitimidad para gobernar el imperio supondría su desplome e inevitable fragmentación “pese a la mucha lealtad hacia la corona española que había en los movimientos de independencia americanos”.

Lo demás ya es historia de las nuevas naciones, pero ¿qué queda por investigar, qué episodios permanecen aún en la oscuridad? “Habría que saber más sobre los virreyes más importantes y sobre los burócratas del imperio, cómo influyó en su toma decisiones el impacto de América y el volver a Madrid para formar parte de la élite”. Al fin y al cabo, administraban por primera vez un mundo globalizado.

 

Entrevista a Enzo Traverzo

Entrevista

Enzo Traverso: "La sociedad hoy no genera utopías, y los intelectuales son el espejo de esa impotencia"

El historiador alerta sobre la necesidad de imponer la autonomía crítica de las ideas sobre la autoridad mediática de los expertos, y de elevar la voz por el crecimiento global de la desigualdad

Por Astrid Pikielny  | Para LA NACION Domingo 07 de septiembre de 2014 | Publicado en edición impresa

 

Atrás parece haber quedado el rol estelar que los intelectuales cumplieron a lo largo de la historia y, en particular, durante el siglo XX. Inmersos en sociedades sin utopías ni perspectivas de futuro, los intelectuales deben hoy repensar su rol y hacer audible su voz en un espacio público dominado por expertos y especialistas que refuerzan el orden establecido en lugar de cuestionarlo; por figuras mediáticas sin una obra que los respalde y cuya "autoridad" pública ha sido artificialmente construida en estudios de televisión, e intelectuales que dedican esfuerzos a mirar el pasado, en lugar de debatir alternativas de futuro.

Así lo plantea Enzo Traverso en ¿Qué fue de los intelectuales? (Siglo XXI), un libro que analiza el rol del intelectual a lo largo de la historia y alerta sobre una trampa peligrosa: que el intelectual abdique de la autonomía crítica y la imaginación utópica, se llame a silencio y renuncie a la toma de posición sobre los problemas y las encrucijadas que atraviesan a las sociedades contemporáneas en un mundo global.

"Hay muchos motivos para levantar la voz y, frente a la globalización, el principal es el crecimiento impresionante y traumático de la desigualdad", sostiene, enfático. "Estamos viviendo la refeudalización del planeta. Esto amenaza la libertad, la democracia y la noción misma de ciudadanía. La defensa del principio de igualdad me parece una causa central."

Y sobre aquellos intelectuales seducidos por un proyecto político, el historiador advierte sobre la tentación de convertirse en propagandista del gobierno de turno: "Se planteó en el pasado con respecto a Cuba, se plantea hoy con respecto a Venezuela y se plantea también con el peronismo en su versión kirchnerista".

Italiano de nacimiento, graduado en la Universidad de Génova, Traverso se doctoró en la Ehess en París y durante 20 años ejerció la docencia en Francia. Hoy, lo hace en la Universidad Cornell (Estados Unidos) y es uno de los más importantes historiadores de las ideas del siglo XX.

-En la historia hubo distintas definiciones de la figura del intelectual. ¿Cuál elegiría hoy?

-Ciertamente, hay varias definiciones de "intelectual" como figura social y muchas de ellas hoy tienen pertinencia. Si se trata de sugerir una definición general, para mí el intelectual es un hombre o una mujer que produce ideas, que trabaja con su pluma o computadora, que produce conocimientos, que puede crear también -un escritor, un artista- y que al mismo tiempo toma una posición en el espacio público con respecto a los problemas del conjunto de la sociedad, en el mundo global. Lo que hace de Einstein un intelectual no es la creación de la teoría de la relatividad, sino el hecho de que después de la Primera Guerra Mundial tomó posición sobre el fascismo, la guerra y la paz, y sobre las relaciones internacionales.

-O sea, requiere autonomía crítica, perspectiva universalista y capacidad de denuncia.

-Sí, el intelectual debe tomar posición, aunque también se pueda discutir sobre las posiciones que toma. No todos los intelectuales tienen esa autonomía crítica y eso es un problema fundamental que se plantea en la historia de los intelectuales del siglo XX. Uno de los peligros que históricamente afecta la figura del intelectual es la caída, la limitación o la abdicación de su autonomía crítica.

-Hoy se suele llamar "intelectuales" a profesionales de la academia, profesores universitarios e investigadores. ¿Hay un abuso del término "intelectual"?

-El problema no es tanto el abuso, sino que hay que ser consciente del papel del intelectual y del hecho de que el intelectual representa hoy una capa mucho más grande que antes. Al final del siglo XIX, los intelectuales eran una pequeña porción en la sociedad, que tenía el monopolio de la palabra y de la escritura, y el espacio público estaba estructurado en torno a esa pequeña capa de privilegiados. Hoy ser un universitario, un investigador significa hacer cualquier trabajo y no implica pertenecer a una elite. El abuso puede darse en la medida en que hoy el universo mediático produce "intelectuales" y hay mucha gente que es respetada, que tiene una palabra muy escuchada y cuya autoridad es artificialmente construida por la televisión. Y no estoy seguro de que podamos llamarlos "intelectuales".

-¿Por ejemplo?

-Un ejemplo en Francia es Bernard Henri-Levy. Es la típica figura construida por los medios de comunicación cuya obra es un apéndice de su papel público como figura mediática. La industria cultural es la reificación del espacio público, y en ese espacio se crean nuevas figuras que son productos del mercado y del capitalismo neoliberal en el campo de la cultura. Y eso es distinto de los escritores, investigadores, artistas y científicos que produjeron una obra y que además explotaron su autoridad y su influencia para tomar una palabra en el espacio público. Es el caso del escritor Mario Vargas Llosa, a quien admiro mucho como escritor, aunque políticamente tengo discrepancias de él. Si él es escuchado cuando toma posiciones sobre un conjunto de problemas políticos y sociales es porque es una autoridad que está arraigada en su obra.

-Los medios de comunicación e Internet han modificado las formas de circulación y de debate de ideas. ¿Qué destrezas nuevas le exigen a un intelectual?

-Hay una actitud conservadora y muy estéril en quienes rechazan el uso de los medios de comunicación, como muchos intelectuales en la década del 60 o 70 con respecto a la televisión. Pero otra cosa muy distinta es plegarse y postrarse completamente a las reglas, las pautas y los mecanismos de funcionamiento de los medios. Es decir, tener dos segundos en televisión para expresar una idea. Aceptar este tipo de restricciones implica la destrucción del pensamiento. Pero si yo tengo que decir algo sobre lo que está ocurriendo en Palestina o sobre las relaciones entre la Argentina y los bancos, utilizar los medios es fundamental.

-¿Cree que en el debate público el "experto" y el especialista han ganado terreno y visibilidad, en detrimento del lugar que anteriormente ocupaba el intelectual?

-Creo que sí. Eso es una tendencia general. Los sistemas de poder son muy complejos y se necesitan competencias técnicas. La universidad se reformó y se reorganizó para formar técnicos y especialistas capaces de articular los mecanismos del poder. La especialización es inevitable en el complejo mundo de hoy. No pretendo hacer un alegato en contra de los saberes específicos y las especializaciones. Sería una batalla retrógrada y perdida desde el principio. Hay expertos que tienen competencias que la gente común no tiene y esas figuras son fundamentales. El problema es que esas figuras no tienen, en la mayoría de los casos, ninguna autonomía de pensamiento crítico. Juegan dentro del horizonte social y político de nuestro orden y eso es un problema que está vinculado a lo que yo llamo el "eclipse de las utopías".

-¿En qué sentido?

-En un mundo sin utopías, en el cual el sistema económico-social, la democracia liberal, la sociedad de mercado y el capitalismo aparecen como algo natural, finalmente no se puede sino actuar como parte de ese mecanismo. Hoy falta una visión utópica que los intelectuales tenían a lo largo del siglo XX. Esa figura del intelectual como crítico del poder me parece que es muy débil hoy y su voz es inaudible.

-¿Qué sucede cuando un intelectual deviene funcionario público? ¿Es posible mantener la mirada crítica o necesariamente se transforma en publicista o propagandista?

-Es una tentación muy fuerte: que un intelectual que tiene una visión del mundo quiera actuar y para lograrlo establezca un vínculo orgánico con el poder, con un partido político o un movimiento. Ése es el problema de la ceguera que afectó a muchos y que se planteó en el pasado con respecto a Cuba, se plantea hoy con respecto a la Venezuela de Chávez y también con el peronismo en la forma kirchnerista. Algunos intelectuales que comparten las posiciones de los Kirchner con respecto a los derechos humanos cayeron en la trampa peligrosa de volverse intelectuales orgánicos del kirchnerismo. No quiero meterme en el debate argentino, porque miro al país desde la distancia, pero una cosa es apoyar una determinada posición del Gobierno, y otra distinta es volverse propagandista de un gobierno. Ésa es una abdicación del papel crítico del intelectual.

-¿En que medida la gravitación que antes tenían los intelectuales la tienen hoy los economistas?

-Los economistas han ganado lugar porque en el mundo de hoy la política está aplastada por la economía. En el caso de la Unión Europea, por ejemplo, quienes deciden la política económica de Francia, Italia y Alemania son el Banco Central Europeo, el FMI, el Banco Mundial. Y los economistas no pueden tener pensamiento crítico en la medida en que la mayoría de los que toman posición públicamente en los diarios financieros son quienes tienen vinculaciones orgánicas con el mundo financiero. Ésa es una realidad tanto en Alemania como en EE.UU., Brasil y la Argentina. Entonces, se transforman en intelectuales orgánicos en el sentido gramsciano. Gramsci define a los intelectuales como una capa social cuyo papel es elaborar una visión del mundo vinculada a una clase social. Esa definición en muchos aspectos todavía sigue vigente. Los economistas son los intelectuales por excelencia del capitalismo financiero en el mundo neoliberal: intervienen en los debates públicos como expertos y si vemos los sueldos que muchos de ellos obtienen de los bancos u organismos que asesoran, son mucho más altos que el que reciben como investigadores o universitarios.

-Hoy, el intelectual parece más dedicado a extraer las lecciones del pasado y a pensar el presente que a debatir alternativas de futuro. ¿Cree que hay un déficit de debates sobre el futuro?

-Cuando yo hablo del eclipse de las utopías no lo entiendo como una limitación específica de los intelectuales. Los intelectuales son los que formulan un imaginario colectivo y visiones que para existir tienen que estar arraigadas y empujadas por la sociedad. El problema es que la sociedad misma hoy no mira al futuro, no genera utopías, y los intelectuales son el espejo de esta impotencia. Entonces, no se puede pedir a los intelectuales que "sobrepasen" los límites de su época. Ésa es la contradicción fundamental del mundo de hoy: es una temporalidad de aceleración permanente con un horizonte cerrado, sin proyección al futuro y sin ninguna estructura prognóstica. Y eso explica también la obsesión por la memoria.

-¿Porque una sociedad que no mira al futuro no tiene otra opción que mirar al pasado?

-Exacto, una sociedad que no tiene futuro está "casi obligada" a mirar al pasado y esa mirada muchas veces toma un rasgo apologético: "Hay que sacar lecciones del pasado para confirmar que el presente es un orden sin alternativas posibles porque las revoluciones fracasaron, crearon monstruos totalitarios, hubo fascismos y dictaduras y, entonces, hay que aceptar el orden de hoy como un orden sin alternativas", sostiene esa sociedad. Esa falta de imaginación utópica es terrible. Hay ejemplos: la falta de alternativas y horizonte de futuro de las revoluciones árabes fue llenada por los fundamentalistas. O los movimientos de "los indignados", que tienen una idea muy clara de qué es lo que no les gusta del mundo de hoy, pero que no tienen la capacidad de formular una alternativa.

-Pero caídos los socialismos reales y fracasadas las revoluciones, ¿a qué asociar hoy la utopía?

-Ésa es la gran cuestión. Las utopías de hoy son distopías: aparecen las visiones catastróficas del mundo, reforzadas también por la industria cultural.

-¿Cuáles son los motivos por los que los intelectuales hoy deberían levantar la voz?

-Hay muchos motivos y, frente a la globalización, el principal es el crecimiento impresionante y traumático de la desigualdad. Estamos viviendo la refeudalización del planeta. Esto amenaza la libertad, la democracia y la noción misma de ciudadanía. En un mundo en el cual la riqueza y la pobreza se desarrollan en formas extremas e incontrolables, no se puede hablar más de democracia, de una comunidad internacional o de un espacio público compartido. Desde un punto de vista social, el mundo esta volviendo al Antiguo Régimen, a pesar de que este proceso tome rasgos posmodernos, con una aristocracia financiera en lugar de la nobleza terrateniente. La defensa del principio de igualdad me parece una causa central, como ya fue en el siglo XVIII para los filósofos de la Ilustración.

MANO A MANO OBSESIONADO POR LAS VIOLENCIAS DEL SIGLO XX

Bastó con convenir coordenadas en el ciberespacio para concretar un encuentro virtual con Enzo Traverso a través de Skype. Es que este italiano, que vivió y trabajó por más de un cuarto de siglo en Francia, desde hace dos años está instalado en Estados Unidos, donde se desempeña como profesor de humanidades en la Universidad Cornell. Italiano de nacimiento, francés por adopción y ciudadano del mundo, Traverso habla un castellano perfecto, idioma en el que se realizó la entrevista. Sus campos de investigación, cuenta, son la historia intelectual europea y la historia del pensamiento político, trabajadas a través del "prisma judío": el papel de los judíos en todos los movimientos de vanguardia, de la literatura a la teoría crítica, del psicoanálisis al marxismo. De esa manera, afirma, pudo acercarse a la historia de las violencias del siglo XX: de las guerras a los genocidios. Entre sus libros se incluyen La violencia nazi. Una genealogía europea (2003); Los judíos y Alemania. Ensayo sobre la simbiosis judío-alemana (2005); El pasado. Instrucciones de uso. Historia, memoria, política (2007) y La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX (2012).

Un futuro posible, según Traverso. ¿Cuál podría ser el rol de los intelectuales de cara a los actuales conflictos en el mundo?

Hoy el silencio de los intelectuales frente a estas crisis es "ensordecedor". Es lamentable que la masacre de Gaza haya tenido lugar frente a la indiferencia general. En el pasado, los intelectuales jugaron un papel fundamental para sensibilizar y movilizar la opinión internacional en contra de guerras, conflictos y opresiones. Basta pensar en la guerra civil española, en la guerra de Vietnam o a la denuncia de las dictaduras militares en Chile y Argentina. Es verdad que en aquellas épocas las causas que defendían los intelectuales eran más claras; el mundo estaba dividido y no era difícil elegir su parte: contra el fascismo, contra el imperialismo, para la liberación de los pueblos, en defensa de la democracia. Hoy el mundo parece más complejo y confuso. No es fácil tomar posición con respecto a Siria o Libia. Y denunciar la masacre de los palestinos implica también criticar a Hamas y su modelo de sociedad. Pero eso no justifica el silencio. Para alertar a la opinión y promover una reflexión en el espacio público, los intelectuales tendrían que estar un paso adelante. Hoy parecen estar un paso atrás.

La Revolución Mexicana

Las revoluciones antiimperialistas; su carácter nacional y clasista.- La Revolución Mexicana.[1]

Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo.[2]

El objetivo de destruir las relaciones de producción, esclavistas y feudales y sustituirlas por otras, superiores, venía quedando pendiente. La revolución por la independencia, encabezada por Hidalgo y Morelos, que como Lombardo lo analiza desde el punto de vista marxista, fue sobre todo, una guerra de clases antiesclavista y antifeudal, logró independizar políticamente a México, pero no alcanzó sus objetivos más trascendentes, de transformación profunda, económica y social. Por eso, porque el desarrollo de las fuerzas productivas no se correspondía con el arcaico modo de producción, estalló la lucha casi de inmediato, de nueva cuenta, y tomó la forma de un conflicto entre liberales y conservadores, y que no tuvo las causas superficiales que le han esgrimido los historiadores no marxistas. Triunfaron los liberales. Se formularon las Leyes de Reforma, que abrieron paso al posible destrabamiento de las fuerzas productiva, pero poco después, al instaurarse la dictadura de Porfirio Díaz, se truncó otra vez el proceso revolucionario que se venía desplegando. Así llegó el pueblo mexicano a los umbrales del siglo XX y a los momentos en que aparecía en el mundo el fenómeno del imperialismo, dentro de un modo de producción complejo, semiesclavista, semifeudal, con fuertes supervivencias del modo comunal de producción.

...luego del surgimiento del imperialismo de manera inevitable tendrían que aparecer las luchas antiimperialistas, de liberación nacional...

…luego del surgimiento del imperialismo de manera inevitable tendrían que aparecer las luchas antiimperialistas, de liberación nacional…

Porque, en efecto, el imperialismo, por cuanto se refiere al definitivo reemplazo del capitalismo de libre cambio en Europa, como Lenin lo escribió, ocurrió “… precisamente a principios del siglo XX”. El genio de la Revolución de Octubre citó enseguida la crisis económica de 1900-1903, como el momento en que “los cárteles se convierten en una de las bases de toda la vida económica”, con lo cual “el capitalismo se ha transformado en imperialismo.”[3] Ahora bien, recién rebasada la primera mitad del siglo XIX, y con más fuerza en su último tercio, los capitales imperialistas de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, sobre todo, ya se habían lanzado a capturar los mercados de los países cuyo rezago en el desarrollo de sus fuerzas productivas los convirtió en presas fáciles para sus propósitos de despojo.

Siendo ambos, capitalistas, es antimarxista pretender equiparar a los países imperialistas con los dependientes.

Lo cierto es que desde la aparición del fenómeno del imperialismo hasta nuestros días, el mundo capitalista se divide en dos: un conjunto de potencias capitalistas –a las que en lenguaje común, se les llama países “capitalistas desarrollados”– y otro conjunto, mucho mayor por su número y población, de países también capitalistas, pero subordinados. Aunque ambos son capitalistas, las formas en que se expresa el capitalismo en unos y otros contiene diferencias abismales que se reflejan en las relaciones de producción, en la conformación de las clases sociales y en múltiples aspectos estructurales y sobre-estructurales, por lo es criticable, por antimarxista y subjetivista, pretender equipararlos cuando se examinan los objetivos inmediatos y mediatos de la lucha revolucionaria, así como la estrategia y la táctica.

La Revolución Mexicana, la primera revolución antiimperialista, de liberación nacional en el mundo...

La Revolución Mexicana, la primera revolución antiimperialista, de liberación nacional en el mundo…

Por las contradicciones que se generan entre ambos conjuntos de países, y las relaciones clasistas que entrañan, se puede afirmar que luego del surgimiento del imperialismo de manera inevitable tendrían que aparecer las luchas de liberación nacional –luchas esencialmente antiimperialistas– por parte de los pueblos sometidos, de las cuales la Revolución Mexicana de 1910 fue la primera en el mundo.

Al momento en que Inglaterra y Estados Unidos, entre los primeros, alcanzaron la etapa de la exportación de capitales, México quedó como receptor y víctima, por tanto, del saqueo imperialista. La base económica de nuestra dependencia fue el rezago de nuestras fuerzas productivas acumulado durante los trescientos años de coloniaje, desde que la invasión española sojuzgó a los pueblos indígenas y, con ello, impidió que el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas siguiera el curso descubierto por Marx. En vez de eso, desde fuera y por la fuerza les impuso un doble modo de producción esclavista y feudal, sujeto además a múltiples trabas para su ulterior desarrollo. Luego, en los inicios del último tercio del siglo XIX, cuando los liberales, encabezados por Juárez, recién emergieron victoriosos sobre los conservadores, abrieron los cauces para el desenvolvimiento económico, con las Leyes de Reforma. Pero la irrupción de los capitales imperialistas lo impidió, como lo analiza el Maestro Lombardo:

La irrupción externa impidió que el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas siguiera el curso descubierto por Marx...

La irrupción externa impidió que el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas siguiera el curso descubierto por Marx…

“Cuando finalmente el liberalismo triunfa, se desarrollan las fuerzas productivas, aumenta la producción económica, las relaciones de producción comienzan a cambiar, los pueblos se liberan de la esclavitud, el feudalismo servil empieza a encontrar modalidades que atenúan la explotación humana, el Estado tiene más posibilidades de desarrollo. Pero aparece un personaje en nuestro drama histórico.

“Ese personaje que no nos ha soltado desde entonces, y qué daños irreparables nos ha creado, nos ha producido. Este personaje es la inversión de los capitales extranjeros y su intervención en la vida interna de nuestro país, influyendo en su vida política y también en sus vínculos internacionales”[4]

Desde el punto de vista marxista, la Revolución Mexicana no podría tener un carácter socialista.

Por el momento histórico en que se produce, por los rasgos del modo de producción que predominaba en México y por las clases sociales que conformaban su sociedad, la Revolución Mexicana no podía tener un carácter socialista...

Por el momento histórico en que se produce, por los rasgos del modo de producción que predominaba en México y por las clases sociales que conformaban su sociedad, la Revolución Mexicana no podía tener un carácter socialista…

Por el momento histórico en que se produce, y por los peculiares rasgos del modo de producción que predominaba en México y las clases sociales que conformaban su sociedad, como lo examina Lombardo, con riguroso apego al pensamiento marxista, Revolución Mexicana no podía tener un carácter socialista:

“Era evidente que la Revolución de 1910… no podía llegar al socialismo en aquél tiempo; no existía la clase obrera, no existía inclusive la burguesía nacional como una fuerza determinante; no existían las condiciones materiales objetivas ni subjetivas para un movimiento de esta trascendencia.”[5]

Pretender, a posteriori, que lo hubiese sido si tal o cual facción hubiese superado a otra, o si hubiesen sucedido tales o cuales hechos concretos u otros hubiesen dejado de ocurrir, como a veces especulan algunas personas, significa incurrir en el subjetivismo, que es absurdo por cuanto prescinde de realidad; además, implica, ignorar un principio fundamental del marxismo, según el cual

“ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua”[6]

Ya que es imposible que las fuerzas productivas del modo capitalista desarrollen todo su potencial cuando ni siquiera ha surgido este sistema como dominante respecto de otros modos de producción previos, precapitalistas, en una sociedad en concreto.

La Revolución Mexicana fue consecuencia... de la intervención del imperialismo extranjero en la vida doméstica de México ...

La Revolución Mexicana fue consecuencia… de la intervención del imperialismo extranjero en la vida doméstica de México …

En efecto, el desarrollo de las fuerzas productivas, en nuestro caso –como ya hemos visto–, no era el de una sociedad capitalista, cuyas contradicciones internas, al agudizarse, abran la puerta a la transición revolucionaria al socialismo, sino de una sociedad esclavista y simultáneamente feudal, esto es, precapitalista. Sus contradicciones internas tenían ese carácter, y lo necesario para destrabar las fuerzas productivas era demoler esas relaciones sociales, esclavistas y feudales. Consecuentemente, nuestra revolución se planteó la destrucción del latifundio, llevar adelante una profunda Reforma Agraria y lograr la industrialización del país, destrabando de esa manera las fuerzas productivas. La revolución tuvo un carácter democrático-burgués, pero en nuestro caso había contradicciones de origen externo, además de las internas, que no existieron en el caso de la Revolución Francesa, ni las otras revoluciones democrático burguesas previas, las contradicciones que se dan entre el imperialismo y el país receptor de sus capitales, es decir, el país dependiente, saqueado por aquél. Se trató de un ingrediente nuevo, distinto de los que engendraron las revoluciones burguesas clásicas.

El imperialismo, obstáculo gigantesco para el desarrollo de las fuerzas productivas de los países dependientes.

El despojo que se realiza por medio de las inversiones extranjeras y el envío al exterior de las utilidades, junto con muchas otras riquezas naturales de la nación, viene a ser, en los tiempos del imperialismo, un obstáculo gigantesco para el desarrollo de las fuerzas productivas propias. Por eso, hacía falta una revolución de carácter antiimperialista, de liberación nacional, como denominó Lombardo a la nuestra, estallada en 1910 y culminada jurídicamente en 1917.[7] Por eso el ideólogo marxista la definió con precisión como “una revolución democrático-burguesa y antiimperialista”. Este último rasgo la distingue de las revoluciones democrático burguesas, como la Revolución Francesa, que se produjeron antes de la aparición del imperialismo sobre la faz de la Tierra, porque la nuestra tenía que fijarse también el objetivo de liberar al país de la dependencia respecto del imperialismo, y lograr que México fuera para los mexicanos. Lombardo Toledano lo dice así:

“La Revolución Mexicana fue una revolución demo­crática, antifeudal, y antiimperialista. Técnicamente calificada, fue una revolución democrático-burguesa; pero a diferencia de las revoluciones de ese género realizadas en Europa y en la América del Norte durante los siglos XVIII y XIX, la nuestra se produjo en un país semicolonial, al lado de la potencia capitalista más grande de la historia y en el periodo del imperialismo, cuya primera gran contienda entre sus integrantes fue la guerra mundial de 1914-1918, por un nuevo reparto de los países atrasados de Asia y África, y de zonas de influencia en los diversos con­tinentes de la Tierra.”[8]

Y cuando habla de sus múltiples y complejas causas, el pensador y dirigente de la clase trabajadora y el pueblo explica:

“La Revolución iniciada en 1910 fue consecuencia del régimen económico establecido por la monarquía española desde el siglo XVI, y modificado sólo en sus aspectos secundarios, durante noventa años del México independiente. Fue consecuencia también de la supervivencia de las formas esclavistas y feudales de la vida social. Y fue consecuencia, así mismo, de la intervención del imperialismo extranjero en la vida doméstica de México a partir de la segunda mitad del siglo XIX.”[9]

...es natural que la Revolución Mexicana tuviera un carácter profundamente transformador de la realidad, tanto como podía serlo en aquel momento histórico concreto del mundo y de México y de acuerdo con el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de nuestra sociedad...

…es natural que la Revolución Mexicana tuviera un carácter profundamente transformador de la realidad, tanto como podía serlo en aquel momento histórico concreto del mundo y de México y de acuerdo con el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de nuestra sociedad…

Habiendo sido, como se dijo, una revolución antiesclavista y antifeudal, y al mismo tiempo una revolución antiimperialista, de liberación nacional, es natural que la Revolución Mexicana tuviera un carácter profundamente transformador de la realidad, tanto como podía serlo en aquel momento histórico concreto del mundo y de México y de acuerdo con el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de nuestra sociedad.

Criticarla, desde una perspectiva aparentemente marxista, como hacen algunos autores desde el ámbito de la academia, o algunos actores de la lucha política, acusándola de no haber sido una verdadera revolución por no haber tenido el carácter de socialista, significa ignorar el A, B, C del materialismo histórico, es decir, las ideas básicas del marxismo sobre el desarrollo de los modos de producción y su estrecha relación con la base económica de la sociedad; de las transiciones entre unas y otras etapas de la historia y de las luchas revolucionarias de las clases oprimidas como motor de la historia.

Pensador riguroso, hizo importantes aportes a la concepción marxista del desarrollo de la historia...

Pensador riguroso, hizo importantes aportes a la concepción marxista del desarrollo de la historia…

Porque a partir de la aparición y expansión del imperialismo, la lucha de clases tuvo una forma más de expresión, antes desconocida: la lucha de la clase trabajadora de los países penetrados por el capital imperialista –lucha que en este caso no debe librar sola, sino con múltiples aliados de otras clases y capas de la sociedad– contra esos capitalistas externos, en su calidad de propietarios de medios de producción y cambio –y por tanto directamente explotadores de los trabajadores—pero también en su calidad de saqueadores de la nación en su conjunto. Por esta razón, Lombardo planteó certeramente en la Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, como ya dijimos, que, en nuestro caso, “la Revolución, además de ser una Revolución que conviene al proletariado, es una Revolución que conviene al resto de la nación mexicana”.[10]

Considero pertinente enfatizar que para múltiples sectores de la población, que son víctimas del imperialismo, la lucha contra éste solamente entraña una lucha nacional por la liberación; pero para los trabajadores es eso mismo y, además, una forma muy aguda de la lucha de clases, puesto que los capitales imperialistas son doblemente explotadores de todos aquellos que viven de su trabajo personal. E implica una forma especialmente compleja de relación entre la clase trabajadora y la burguesía nacional, porque una franja de ésta tiende a aliarse con el capital imperialista y, por tanto, es enemiga frontal de la clase trabajadora, pero otra franja, victimada por el imperialismo, tiende a confrontarlo –aunque lo haga con debilidad y vacilaciones—, y no por eso deja de explotar a los trabajadores. La clase trabajadora debe combatir a esta franja de la burguesía, en tanto que es su enemiga de clase, pero al mismo tiempo, debe formar alianzas transitorias con ella para enfrentar al imperialismo que toma la calidad de enemigo común de ambas clases sociales, y a la vez, de principal enemigo de los trabajadores.

Esta complejidad de la lucha de clases en los países penetrados por los capitales imperialistas resulta de difícil comprensión para quienes apenas se asoman a los aspectos más elementales y generales de la ideología de la clase obrera; y a quienes conciben lo revolucionario con la repetición de citas, de manera suelta, fuera de contexto, y la copia al carbón de las acciones concretas que la clase trabajadora emprendió en la Rusia de los zares o en otras partes, cuya realidad era diferente. A eso obedecen muchas de las divergencias entre Lombardo y el lombardismo, por una parte, y sus críticos y fustigadores “de izquierda”, por la otra.

[1] Séptimo fragmento de mi investigación titulada “Lombardo y sus ideas. Su influjo en la vida política y social de México en los siglos XX y XXI”. Próximamente aparecerá publicada por el Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales “Vicente Lombardo Toledano”.[2] Maestro en Ciencia Política por la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigador de tiempo completo. Coordinador de Investigación del Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales “Vicente Lombardo Toledano”.[3] V. I. Lenin. “El imperialismo, fase superior del capitalismo.” Obras Escogidas, Progreso, Moscú. 1961. Disponible en  http://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe3/lenin-obras-1-3.pdf.[4] Vicente Lombardo Toledano. “Las tesis fundamentales de las constituciones de México”. Serie de conferencias que dictó en la Universidad de Guanajuato, en el año de 1966. Disponible en Escritos acerca de las Constituciones de México Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales VLT, 2 tomos.[5] Vicente Lombardo Toledano. “La línea estratégica del PPS: no ponerse al margen ni aislarse de la vida nacional. Discurso pronunciado en la cena de año nuevo del PPS, el 7 de enero de 1967, publicada por la revista Política fechada el 1 de enero del mismo año. Pág. XXXIII.[6] Karl Marx, Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm[7] Vicente Lombardo Toledano, “La Revolución Mexicana cumple su destino de liberación nacional”, El Popular, 17 de julio de 1938.  Disponible en CEFPSVLT, OHC, 1938.[8] Vicente Lombardo Toledano,  Carta a la juventud sobre la Revolución Mexicana, su origen, desarrollo y Consecuencias, 1960, pág. 20. Disponible en CEFPSVLT, OHC, 1960.[9] Ibidem.[10] Vicente Lombardo Toledano. Mesa redonda de los marxistas mexicanos. CEFPSVLT, México. 1982, pág. 58.
 

 

NOAM CHOMSKY: EL TRABAJO ACADÉMICO, EL ASALTO NEOLIBERAL A LAS UNIVERSIDADES Y CÓMO DEBERÍA SER LA EDUCACIÓN

Sobre la contratación temporal de profesores y la desaparición de la carrera académica

 

Eso es parte del modelo de negocio. Es lo mismo que la contratación de temporales en la industria o lo que los de Wall Mart llaman “asociados”, empleados sin derechos sociales ni cobertura sanitaria o de desempleo, a fin de reducir costes laborales e incrementar el servilismo laboral. Cuando las universidades se convierten en empresas, como ha venido ocurriendo harto sistemáticamente durante la última generación como parte de un asalto neoliberal general a la población, su modelo de negocio entraña que lo que importa es la línea de base. Los propietarios efectivos son los fiduciarios (o la legislatura, en el caso de las universidades públicas de los estados federados), y lo que quieren mantener los costos bajos y asegurarse de que el personal laboral es dócil y obediente. Y en substancia, la formas de hacer eso son los temporales. Así como la contratación de trabajadores temporales se ha disparado en el período neoliberal, en la universidad estamos asistiendo al mismo fenómeno. La idea es dividir a la sociedad en dos grupos. A uno de los grupos se le llama a veces “plutonomía” (un palabro usado por Citibank cuando hacía publicidad entre sus inversores sobre la mejor forma de invertir fondos), el sector en la cúspide de una riqueza global pero concentrada sobre todo en sitios como los EEUU. El otro grupo, el resto de la población, es un “precariado”, gentes que viven una existencia precaria.

Esa idea asoma de vez en cuando de forma abierta. Así, por ejemplo, cuando Alan Greenspan testificó ante el Congreso en 1997 sobre las maravillas de la economía estaba dirigiendo, dijo redondamente que una de las bases de su éxito económico era que estaba imponiendo lo que él mismo llamó “una mayor inseguridad en los trabajadores”. Si los trabajadores están más inseguros, eso es muy “sano” para la sociedad, porque si los trabajadores están inseguros, no exigirán aumentos salariales, no irán a la huelga, no reclamarán derechos sociales: servirán a sus amos tan donosa como pasivamente. Y eso es óptimo para la salud económica de las grandes empresas. En su día, a todo el mundo le pareció muy razonable el comentario de Greenspan, a juzgar por la falta de reacciones y los aplausos registrados. Bueno, pues transfieran eso a las universidades: ¿cómo conseguir una mayor “inseguridad” de los trabajadores? Esencialmente, no garantizándoles el empleo, manteniendo a la gente pendiente de un hilo que puede cortarse en cualquier momento, de manera que mejor que estén con la boca cerrada, acepten salarios ínfimos y hagan su trabajo; y si por ventura se les permite servir bajo tan miserables condiciones durante un año más, que se den con un canto en los dientes y no pidan más. Esa es la manera como se consiguen sociedades eficientes y sanas desde el punto de vista de las empresas. Y en la medida en que las universidades avanzan por la vía de un modelo de negocio empresarial, la precariedad es exactamente lo que se impone. Y más que veremos en lo venidero.

Ese es un aspecto, pero otros aspectos que resultan también harto familiares en la industria privada: señaladamente, el aumento de estratos administrativos y burocráticos. Si tienes que controlar la gente, tienes que disponer de una fuerza administrativa que lo haga. Así, en la industria norteamericana más que en cualquier otra parte, se acumula estrato ad administrativo tras estrato administrativo: una suerte de despilfarro económico, pero útil para el control y la dominación. Y lo mismo vale para las universidades. En los pasados 30 0 40 años se ha registrado un aumento drástico en la proporción del personal administrativo en relación el profesorado y los estudiantes de las facultades: profesorado y estudiantes han mantenido la proporción entre ellos, pero la proporción de administrativos se ha disparado. Un conocido sociólogo, Benjamin Ginsberg, ha escrito un muy buen libro titulado The Fall of the Faculty: The Rise of the All Administrative University and Matters (Oxford University Press, 2011), en el que se describe con detalle el estilo empresarial de administración y niveles burocráticos multiplicados. Ni que decir tiene, con administradores profesionales más que bien pagados: los decanos, por ejemplo, que antes solían miembros de la facultad que dejaban la labor docente para servir como gestores con la idea de reintegrarse a la facultad al cabo de unos años. Ahora son todos profesionales, que tienen que contratar a vicedecanos, secretarios, etc., etc., toda la proliferación de estructura que va con los administradores. Todo eso es otro aspecto del modelo empresarial.

Pero servirse de trabajo barato –y vulnerable— es una práctica de negocio que se remonta a los inicios mismos de la empresa privada, y los sindicatos nacieron respondiendo a eso. En las universidades, trabajo barato, vulnerable, significa ayudantes y estudiantes graduados. Los estudiantes graduados son todavía más vulnerables, huelga decirlo, La idea es transferir la instrucción a trabajadores precarios, lo que mejora la disciplina y el control, pero también permite la transferencia de fondos a otros fines muy distintos de la educación. Los costos, claro está, los pagan los estudiantes y las gentes que se ven arrastradas a esos puestos de trabajo vulnerables. Pero es un rasgo típico de una sociedad dirigida por la mentalidad empresarial transferir los costos a la gente. Los economistas cooperan tácitamente en eso. Así, por ejemplo, imaginen que descubren un error en su cuenta corriente y llaman al banco para tratar de enmendarlo. Bueno, ya saben ustedes lo que pasa. Usted les llama por teléfono, y le sale un contestador automático con un mensaje grabado que le dice: “Le queremos mucho, y ahí tiene un menú”. Tal vez le menú ofrecido contiene lo que usted busca, tal vez no. Si acierta a elegir la opción ofrecida correcta, lo que escucha a continuación es una musiquita, y de rato en rato una voz que le dice: “Por favor, no se retire, estamos encantados de servirle”, y así por el estilo. Al final, transcurrido un buen tiempo, una voz humana a la que poder plantearle una breve cuestión. A eso los economistas le llaman “eficiencia”. Con medidas económicas, ese sistema reduce los costos laborales del banco; huelga decir que le carga los costos a usted, y esos costos han de multiplicarse por el número de usuarios, que puede ser enorme: pero eso no cuenta como coste en el cálculo económico. Y si miran ustedes cómo funciona la sociedad, encuentran eso por doquiera. Del mismo modo, la universidad impone costos a los estudiantes y a un personal docente que, además e tenerlo apartado de la carrera académica, se le mantiene en una condición que garantiza un porvenir sin seguridad. Todo eso resulta perfectamente natural en los modelos de negocio empresariales. Es nefasto para la educación, pero su objetivo no es la educación.

En efecto, si echamos una mirada más retrospectiva, la cosa se revela más profunda todavía. Cuando todo esto empezó, a comienzos de los 70, suscitaba mucha preocupación en todo el espectro político establecido el activismo de los 60, comúnmente conocidos como “la época de los líos”. Fue una “época de líos” porque el país se estaba civilizando [con las luchas por los derechos civiles], y eso siempre es peligroso. La gente se estaba politizando y se comprometía con la conquista de derechos para los grupos llamados “de intereses especiales”: las mujeres, los trabajadores, los campesinos, los jóvenes, los viejos, etc. Eso llevó a una grave reacción, conducida de forma prácticamente abierta. En el lado de la izquierda liberal del establishment, tenemos un libro llamado The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission, compilado por Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki (New York University Press, 1975) y patrocinado por la Comisión Trilateral una organización de liberales internacionalistas. Casi toda la administración Carter se reclutó entre sus filas. Estaban preocupados por lo que ellos llamaban la “crisis de la democracia” y que no dimanaba de otra cosa del exceso de democracia. En los 60 la población –los “intereses especiales” mencionados— presionaba para conquistar derechos dentro de la arena política, lo que se traducía en demasiada presión sobre el Estado: no podía ser. Había un interés especial que dejaban de lado, y es a saber: el del sector granempresarial; porque sus intereses coinciden con el “interés nacional”. Se supone que el sector graempresarial controla al Estado, de modo que no hay ni que hablar de sus intereses. Pero los “intereses especiales” causaban problemas, y estos caballeros llegaron a la conclusión de que “tenemos que tener más moderación en la democracia”: el público tenía que volver a ser pasivo y regresar a la apatía. De particular preocupación les resultaban las escuelas y las universidades, que, decían, no cumplían bien su tarea de “adoctrinar a los jóvenes” convenientemente: el activismo estudiantil –el movimiento de derechos civiles, el movimiento antibelicista, el movimiento feminista, los movimientos ambientalistas— probaba que los jóvenes no estaban correctamente adoctrinados.

Bien, ¿cómo adoctrinar a los jóvenes? Hay más de una forma. Una forma es cargarlos con deudas desesperadamente pesadas para sufragar sus estudios. La deuda es una trampa, especialmente la deuda estudiantil, que es enorme, mucho más grande que el volumen de deuda acumulada en las tarjetas de crédito. Es una trampa para el resto de su vida porque las leyes están diseñadas para que no puedan salir de ella. Si, digamos, una empresa incurre en demasiada deuda, puede declararse en quiebra. Pero si los estudiantes suspenden pagos, nunca podrán conseguir una tarjeta de la seguridad social. Es una técnica de disciplinamiento. No digo yo que eso se hiciera así con tal propósito, pero desde luego tiene ese efecto. Y resulta harto difícil de defender en términos económicos. Miren ustedes un poco lo que pasa por el mundo: la educación superior es en casi todas partes gratuita. En los países con los mejores niveles educativos, Finlandia (que anda en cabeza), pongamos por caso, la educación superior es pública y gratuita. Y en un país rico y exitoso como Alemania es pública y gratuita. En México, un país pobre que, sin embargo, tiene niveles de educación muy decentes si atendemos a las dificultades económicas a las que se enfrenta, es pública y gratuita. Pero miren lo que pasa en los EEUU: si nos remontamos a los 40 y los 50, la educación superior se acercaba mucho a la gratuidad. La Ley GI ofreció educación superior gratuita a una gran cantidad de gente que jamás habría podido acceder a la universidad. Fue muy bueno para ellos y fue muy bueno para la economía y para la sociedad; fue parte de las causas que explican la elevada tasa de crecimiento económico. Incluso en las entidades privadas, la educación llegó a ser prácticamente gratuita. Yo, por ejemplo: entré en la facultad en 1945, en una universidad de la Ivy League, la Universidad de Pensilvania, y la matrícula costaba 100 dólares. Eso serían unos 800 dólares de hoy. Y era muy fácil acceder a una beca, de modo que podías vivir en casa, trabajar e ir a la facultad, sin que te costara nada. Lo que ahora ocurre es ultrajante. Tengo nietos en la universidad que tienen que pagar la matrícula y trabajar, y es casi imposible. Para los estudiantes, eso es una técnica disciplinaria.

Y otra técnica de adoctrinamiento es cortar el contacto de los estudiantes con el personal docente: clases grandes, profesores temporales que, sobrecargados de tareas, apenas pueden vivir con un salario de ayudantes. Y puesto que no tienes seguridad en el puesto de trabajo, no puedes construir una carrera, no puedes irte a otro sitio y conseguir más. Todas esas son técnicas de disciplinamiento, de adoctrinamiento y de control. Y es muy similar a lo que uno espera que ocurra en una fábrica, en la que los trabajadores fabriles han de ser disciplinados, han de ser obedientes; y se supone que no deben desempeñar ningún papel en, digamos, la organización de la producción o en la determinación del funcionamiento de la planta de trabajo: eso es cosa de los ejecutivos. Esto se transfiere ahora a las universidades. Y yo creo que nadie que tenga algo de experiencia en la empresa privada y en la industria debería sorprenderse; así trabajan.

Sobre cómo debería ser la educación superior

Para empezar, deberíamos desechar toda idea de que alguna vez hubo una “edad de oro”. Las cosas eran distintas, y en ciertos sentidos, mejores en el pasado, pero distaban mucho de ser perfectas. Las universidades tradicionales eran, por ejemplo, extremadamente jerárquicas, con muy poca participación democrática en la toma de decisiones. Una parte del activismo de los 60 consistió en el intento de democratizar las universidades, de incorporar, digamos, a representantes estudiantiles a las juntas de facultad, de animar al personal no docente a participar. Esos esfuerzos se hicieron por iniciativa de los estudiantes, y no dejaron de tener cierto éxito. La mayoría de universidades disfrutan ahora de algún grado de participación estudiantil en las decisiones de las facultades. Y yo creo que ese es el tipo de cosas que deberíamos ahora seguir promoviendo: una institución democrática en la que la gente que está en la institución, cualquiera que sea (profesores ordinarios, estudiantes, personal no docente) participan en la determinación de la naturaleza de la institución y de su funcionamiento; y lo mismo vale para las fábricas.

No son estas ideas de izquierda radical, por cierto. Proceden directamente del liberalismo clásico. Si leéis, por ejemplo, a John Stuart Mill, una figura capital de la tradición liberal clásica, verán que daba por descontado que los puestos de trabajo tenían que ser gestionados y controlados por la gente que trabajaba en ellos: eso es libertad y democracia (véase, por ejemplo, John Stuart Mill, Principles of Polítical Economy, book 4, ch.7). Vemos las mismas ideas en los EEUU. En los Caballeros del Trabajo, pongamos por caso: uno de los objetivos declaradis de esta organización era “instituir organizaciones cooperativas que tiendan a superar el sistema salarial introduciendo un sistema industrial cooperativo” (véase la "Founding Ceremony" para las nuevas asociaciones locales). O piénsese en alguien como John Dewey, un filósofo social de la corriente principal del siglo XX, quien no sólo abogó por una educación encaminada a la independencia creativa, sino también por el control obrero en la industria, lo que él llamaba “democracia industrial”. Decía que hasta tanto las instituciones cruciales de la sociedad –producción, comercio, transporte, medios de comunicación— no estén bajo control democrático, la “política [será] la sombra proyectada en el conjunto de la sociedad por la gran empresa” (John Dewey, [1931]). Esta idea es casi elemental, y echa raíces profundas en la historia norteamericana y en el liberalismo clásico; debería constituir una suerte de segunda naturaleza de la gente, y debería valer igualmente para las universidades. Hay ciertas decisiones en una universidad donde no puedes querer transparencia democrática porque tienes que preservar la privacidad estudiantil, pongamos por caso, y hay varios tipos de asuntos sensibles, pero en el grueso de la actividad universitaria normal no hay razón para no considerar la participación directa como algo, no ya legítimo, sino útil. En mi departamento, por ejemplo, hemos tenido durante 40 años representantes estudiantiles que proporcionaban una valiosa ayuda con su participación en las reuniones de departamento.

Sobre la “gobernanza compartida” y el control obrero

La universidad es probablemente la institución social que más se acerca en nuestra sociedad al control obrero democrático. Dentro de un departamento, por ejemplo, es bastante normal que al menos para los profesores ordinarios tenga capacidad para determinar una parte substancial de las tareas que conforman su trabajo: qué van a enseñar, cuando van a dar las clases, cuál será el programa. Y el grueso de las decisiones sobre el trabajo efectuado en la facultad caen en buena medida bajo el control del profesorado ordinario. Ahora, ni que decir tiene, hay un nivel administrativo superior al que no puedes ni eludir ni controlar. La facultad puede recomendar a alguien para ser profesor titular, pongamos por caso, y estrellarse contra el criterio de los decanos o del rector, o incluso de los patronos o de los legisladores. No es que ocurra muy a menudo, pero puede ocurrir y ocurre. Y eso es parte de la estructura de fondo que, aun cuando siempre ha existido, era un problema menor en los tiempos en que la administración salía elegida por la facultad y era en principio revocable por la facultad. En un sistema representativo, necesitas tener a alguien haciendo labores administrativas, pero tiene que poder ser revocable, sometido como está a la autoridad de las gentes a las que administra. Eso es cada vez menos verdad. Hay más y más administradores profesionales, estrato sobre estrato, con más y más posiciones cada vez más remotas del control de las facultades. Me referí antes a The Fall of the Faculty de Benjamin Ginsberg, un libro que entra en un montón de detalles sobre el funcionamiento de varias universidades a las que sometió a puntilloso escrutinio: Johns Hopkins, Cornell y muchas otras.

El profesorado universitario ha venido siendo más y más reducido a la categoría de trabajadores temporales a los que se asegura una precaria existencia sin acceso a la carrera académica. Tengo conocidos que son, en efecto, lectores permanente; no han logrado el estatus de profesores ordinarios; tienen que concursar cada año para poder ser contratados otra vez. No deberían ocurrir estas cosas, no deberíamos permitirlo. Y en el caso de los ayudantes, la cosa se ha institucionalizado: no se les permite ser miembros del aparato de toma de decisiones y se les excluye de la seguridad en el puesto de trabajo, lo que no sirve sino para amplificar el problema. Yo creo que el personal no docente debería ser integrado también en la toma de decisiones, porque también forman parte de la universidad. Así que hay un montón que hacer, pero creo que se puede entender fácilmente por qué se desarrollan esas tendencias. Son parte de la imposición del modelo de negocios en todos y cada uno de los aspectos de la vida. Esa es la ideología neoliberal bajo la que el grueso del mundo ha estado viviendo en los últimos 40 años. Es muy dañina para la gente, y ha habido resistencias a ella. Y es digno de mención el que al menos dos partes del mundo han logrado en cierta medida escapar de ella: el Este asiático, que nunca la aceptó realmente, y la América del Sur de los últimos 15 años.

Sobre la pretendida necesidad de “flexibilidad”

“Flexibilidad” es una palabra muy familiar para los trabajadores industriales. Parte de la llamada “reforma laboral” consiste en hacer más “flexible” el trabajo, en facilitar la contratación y el despido de la gente. También esto es un modo de asegurar la maximización del beneficio y el control. Se supone que la “flexibilidad” es una buena cosa, igual que la “mayor inseguridad de los trabajadores”. Dejando ahora de lado la industria, para la que vale lo mismo, en las universidades eso carece de toda justificación. Pongamos un caso en el que se registra submatriculación en algún sitio. No es un gran problema. Una de mis hijas enseña en una universidad; la otra noche me llamó y me contó que su carga lectiva cambiaba porque uno de los cursos ofrecidos había registrado menos matrículas de las previstas. De acuerdo, el mundo no se acabará, se limitaron a reestructurar el plan docente: enseñas otro curso, o una sección extra, o algo por el estilo. No hay que echar a la gente o hacer inseguro su puesto de trabajo a causa de la variación del número de matriculados en los cursos. Hay mil formas de ajustarse a esa variación. La idea de que el trabajo debe someterse a las condiciones de la “flexibilidad” no es sino otra técnica corriente de control y dominación. ¿Por qué no hablan de despedir a los administradores si no hay nada para ellos este semestre? O a los patronos: ¿para qué sirven? La situación es la misma para los altos ejecutivos de la industria; si el trabajo tiene que ser flexible, ¿por qué no la gestión ejecutiva? El grueso de los altos ejecutivos son harto inútiles y aun dañinos, así que ¡librémonos de ellos! Y así indefinidamente. Sólo para comentar noticias de estos últimos días, pongamos el caso de Jamie Dimon, el presidente del consejo de administración del banco JP Morgan Chase: acaba de recibir un sustancias incremento de sus emolumentos, casi el doble de su paga habitual, en agradecimiento por haber salvado al banco de las acusaciones penales que habrían mandado a la cárcel a sus altos ejecutivos: todo quedó en multas por un monto de 20 mil millones de dólares por actividades delictivas probadas. Bien, podemos imaginar que librar de alguien así podría ser útil para la economía. Pero no se habla de eso cuando se habla de ”reforma laboral”. Se habla de gente trabajadora que tiene que sufrir, y tiene que sufrir por inseguridad, por no saber de donde sacarán el pan mañana: así se les disciplina y se les hace obedientes para que no cuestionen nada ni exijan sus derechos. Esa es la forma de operar de los sistemas tiránicos. Y el mundo de los negocios es un sistema tiránico. Cuando se impone a las universidades, te das cuenta de que refleja las mismas ideas. No debería ser un secreto.

Sobre el propósito de la educación

Se trata de debates que se retrotraen a la Ilustración, cuando se plantearon realmente las cuestiones de la educación superior y de la educación de masas, no sólo la educación para el clero y la aristocracia. Y hubo básicamente dos modelos en discusión en los siglos XVIII y XIX. Se discutieron con energía harto evocativa. Una imagen de la educación era la de un vaso que se llena, digamos, de agua. Es lo que ahora llamamos “enseñar para el examen”: viertes agua en el vaso y luego el vaso devuelve el agua. Pero es un vaso bastante agujereado, como todos hemos tenido ocasión de experimentar en la escuela: memorizas algo en lo que no tienes mucho interés para poder pasar un examen, y al cabo de una semana has olvidado de qué iba el curso. El modelo de vaso ahora se llama “ningún niño a la zaga”, “enseñar para el examen”, “carrera a la cumbre”, y cosas por el estilo en las distintas universidades. Los pensadores de la Ilustración se opusieron a ese modelo.

El otro modelo se describía como lanzar una cuerda por la que el estudiante pueda ir progresando a su manera y por propia iniciativa, tal vez sacudiendo la cuerda, tal vez decidiendo ir a otro sitio, tal vez planteando cuestiones. Lanzar la cuerda significa imponer cierto tipo de estructura. Así, un programa educativo, cualquiera que sea, un curso de física o de algo, no funciona como funciona cualquier otra cosa; tiene cierta estructura. Pero su objetivo consiste en que el estudiante adquiera la capacidad para inquirir, para crear, para innovar, para desafiar: eso es la educación. Un físico mundialmente célebre cuando, en sus cursos para primero de carrera, se le preguntaba “¿qué parte del programa cubriremos este semestre?”, contestaba: “no importa lo que cubramos, lo que importa es lo que descubráis vosotros”. Tenéis que ganar la capacidad y la autoconfianza en esta asignatura para desafiar y crear e innovar, y así aprenderéis; así haréis vuestro el material y seguir adelante. No es cosa de acumular una serie fijada de hechos que luego podáis soltar por escrito en un examen para olvidarlos al día siguiente.

Son dos modelos radicalmente distintos de educación. El ideal de la Ilustración era el segundo, y yo creo que el ideal al que deberíamos aspirar. En eso consiste la educación de verdad, desde el jardín de infancia hasta la universidad. Lo cierto es que hay programas de ese tipo para los jardines de infancia, y bastante buenos.

Sobre el amor a la docencia

Queremos, desde luego, gente, profesores y estudiantes, comprometidos en actividades que resulten satisfactorias, disfrutables, actividades que sean desafíos, que resulten apasionantes. Yo no creo que eso sea tan difícil. Hasta los niños pequeños son creativos, inquisitivos, quieren saber cosas, quieren entenderlas, y a no ser que te saquen eso a la fuerza de la cabeza, el anhelo perdura de por vida. Si tienes oportunidades para desarrollar esos compromisos y preocuparte por esas cosas, son las más satisfactorias de la vida. Y eso vale lo mismo para el investigador en física que para el carpintero; toenes que intentar crear algo valioso, lidiar con problemas difíciles y resolverlos. Yo creo que que eso es lo que hace del trabajo el tipo de actividad que quieres hacer; y la haces aun cuando no estés obligado a hacerla. En una universidad que funcione razonablemente, encontrarás gente que trabaja todo el tiempo porque les gusta lo que hacen; es lo que quieren hacer; se les ha dado la oportunidad, tienen los recursos, se les ha animado a ser libres e independientes y creativos: ¿qué mejor que eso? Y eso también puede hacerse en cualquier nivel.

Vale la pena reflexionar un poco sobre algunos de los programas educativos imaginativos y creativos que se desarrollan en los distintos niveles. Así, por ejemplo, el otro día alguien me contaba de un programa que usa en las facultades, un programa de ciencia en el que se plantea a los estudiantes una interesante cuestión: “¿Cómo puede ser que un mosquito vuela bajo la lluvia?” Difícil cuestión, cuando se piensa un poco en ella. Si algo impactara en un ser humano con la fuerza de una gota de agua que alcanza a un mosquito, lo abatiría inmediatamente. ¿Cómo puede, pues, el mosquito evitar el aplastamiento inmediato? ¿Cómo puede seguir volando? Si quieres seguir dándole vueltas a este asunto –dificilísimo asunto—, tienes que hacer incursiones en las matemáticas, en la física y en la biología y plantearte cuestiones lo suficientemente difíciles como para verlas como un desafío que despierta la necesidad de responderlas.

Eso es lo que debería ser la educación en todos los niveles, desde el jardín de infancia. Hay programas para jardines de infancia en los que se da a cada niño, por ejemplo, una colección de pequeñas piezas: guijarros, conchas, semillas y cosas por el estilo. Se propone entonces a la clase la tarea de descubrir cuáles son las semillas. Empieza con lo que llaman una “conferencia científica”: los nenes hablan entre sí y tratan de imaginarse cuáles son semillas. Y, claro, hay algún maestro que orienta, pero la idea es dejar que los niños vayan pensando. Luego de un rato, intentan varios experimentos tendentes a averiguar cuáles son las semillas. Se le da a cada niño una lupa y, con ayuda del maestro, rompe una semilla y mira dentro y encuentra el embrión que hace crecer a la semilla. Esos niños aprenden realmente algo: no sólo algo sobre las semillas y sobre lo que las hace crecer; también aprenden algo sobre los procesos de descubrimiento. Aprenden a gozar con el descubrimiento y la creación, y eso es lo que te permitirá comportarte de manera independiente fuera del aula, fuera del curso.

Lo mismo vale para toda la educación, hasta la universidad. En un seminario universitario razonable, no esperas que los estudiantes tomen apuntes literales y repitan todo lo que tu digas; lo que esperas es que te digan si te equivocas, o que vengan con nuevas ideas desafiantes, que abran caminos que no habían sido pensados antes. Eso es lo que es la educación en todos los niveles. No consiste en instilar información en la cabeza de alguien que luego la recitará, sino que consiste en capacitar a la gente para que lleguen a ser personas creativas e independientes y puedan encontrar gusto en el descubrimiento y la creación y la creatividad a cualquier nivel o en cualesquiera dominios a los que les lleven sus intereses.

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Eso es como plantearse la tarea de justificar ante el propietario de esclavos que nadie debería ser esclavo. Estáis aquí en un nivel de la indagación moral en el que resulta harto difícil encontrar respuestas. Somos seres humanos con derechos humanos. Es bueno para el individuo, es bueno para la sociedad y hasta es bueno para la economía en sentido estrecho el que la gente sea creativa e independiente y libre. Todo el mundo sale ganando de que la gente sea capaz de participar, de controlar sus destinos, de trabajar con otros: puede que eso no maximice los beneficios ni la dominación, pero ¿por qué tendríamos que preocuparnos de esos valores?

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Ya sabéis mejor que yo lo que hay que hacer, el tipo de problemas a los que os enfrentáis. Seguid adelante y haced lo que tengáis que hacer. No os dejéis intimidar, no os amedrentéis, y reconoced que el futuro puede estar en nuestras manos si queremos que lo esté.

Lo que sigue es la traducción castellana de una transcripción editada en inglés de un conjunto de observaciones realizadas por Noam Chomsky vía Skype el pasado 4 de febrero para una reunión de afiliados y simpatizantes del sindicato universitario asociado a la Unión de Trabajadores del Acero en Pittsburgh, PA. Las manifestaciones del profesor Chomsky se produjeron en respuesta a preguntas de  Robin Clarke, Adam Davis, David Hoinski, Maria Somma, Robin J. Sowards, Matthew Ussia y Joshua Zelesnick. La transcripción escrita de las respuestas orales la realizó Robin J. Sowards y la edición y redacción corrió a cargo del propio  Noam Chomsky 

 

(fuente: Sociolosgos.com)

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