Blog


Telésfora Verón, se llamaba la jovencita que en infinitas ocasiones, en 1820, le contó a su familia acerca de las apariciones de la Virgen en la soledad del monte, pero nadie le creyó, es más, todos consideraban que estaba loca. Una noche, los vecinos de Huachana decidieron comprobar los dichos de la niña. Se reunieron en el lugar de las extrañas apariciones y esperaron al abrigo de una fogata. Al amanecer, y entre las llamas, María los sorprendió con su figura. Desde aquel entonces, la imagen es venerada en este rincón impenetrable y polvoriento de la provincia, a 80 km al oeste de Campo.

La noche se presentaba perfecta para asistir al encuentro de siempre. El brillo sin igual de millones de estrellas y el imperturbable cielo azulado eran sus mejores aliados. Una vez más, salió en silencio de su humilde hogar y se perdió en la espesura del monte, que a esa altura ya se había convertido en su mejor amigo. Llegó al lugar sagrado y esperó el celestial encuentro de siempre. Pasaron unos instantes, y el milagro volvió a iluminar la oscuridad del bosque impenetrable, y trajo sosiego a su alma.

Alucinada, observó la imagen divina por eternos segundos y regresó con urgencia a su pequeña casa. Los enérgicos latidos de su corazón le habían quitado la voz, pero no el poder de asombro. La familia reunida en la mesa la miró (otra vez) con desaire y  con  ganas  de  no escucharla, justo  en el momento en  el que recuperó   su palabra. La he visto de nuevo… juro que la he visto de nuevo”,anunció enfáticamente, pero ninguno de los comensales quitó su mirada de lo que ofrecían los platos servidos. Un silencio aterrador y la indiferencia colectiva fue su única respuesta. Por enésima vez en su vida, clavó su mirada al piso de tierra y girando 180 grados, encaró por la precaria puerta de lienzo para no regresar nunca más. Si, la niña cansada de que la tomaran por loca por lo que decía y afirmaba, se introdujo en la espesura del monte santiagueño para no volver jamás a su hogar. Pero esta decisión de la joven Telésfora no pasó inadvertida  para todos los miembros de la familia Verón, mucho menos para su hermano Juan Cruz, quien logró convencer a los vecinos y a sus propios parientes de que valía la pena llegar hasta el lugar de las apariciones para comprobar, o desechar finalmente, lo que la niña les venía anunciando.

Una noche, donde Félix Taboada a cargo del destacamento policial de Huachana, reunió a los lugareños y caminaron hasta el preciso lugar donde Telésfora afirmaba que aparecía una imagen divina. Instalados en la zona marcada, junto a un árbol, hicieron vigilia toda la noche. Pasaron algunas horas y el  frío comenzó a adormecer  las ansiedades.  Para mitigar la helada soledad del monte, prendieron una enorme fogata,  a  la que se abrazaron con  fuerza para soportar hasta el amanecer.   

Y, precisamente, cuando el sol anunciaba su arribo al cielo santiagueño, el milagro se produjo. En medio de enormes llamas que ardían en todo su esplendor, una imagen celestial enmudeció al monte y a todos sus habitantes. Era la Virgen María, la que tantas veces se le apareció a la niña, a quien nunca le habían dado crédito y habían dejado partir para  siempre. Todavía   asombrados  y  sorprendidos  por   lo  que sus  ojos aptaban, los testigos de aquella divina  aparición  apagaron las llamas y comenzaron, sin saberlo, a forjar la historia  de la Virgen de Huachana.  Con el humo anunciando el final de la fogata, Juan Cruz Verón, hermano de la niña que vio por primera vez a María, trasladó la pequeña imagen hasta su humilde hogar, donde por muchos años miles de devotos llegaron a venerar a la Virgen.    Así, cada 31 de julio, comenzaron a llegar a la casa de los Verón peregrinos que conocieron la buena nueva. Con el paso de los años, la cantidad de fieles que llegaban a este lugar se fue incrementando fuertemente. 

Hoy, con las celebraciones a cargo del Obispado de Añatuya, casi 100.000 peregrinos de Salta, Tucumán, norte de Santiago del Estero, Jujuy, Santa Fe, Chaco, Buenos Aires y de Bolivia llegan cada año a Huachana a rendir culto a la Virgen, al lugar donde María eligió para anunciar su amor por todos los hombres.

(http://www.santuariodehuachana.org/historia.html)

 

 

 

 

 

Martes 22 de julio de 2014 | Publicado en edición impresa

 

 

 

Por Miguel Ángel De Marco|Para LA NACION

 

Se han cumplido 150 años de la inauguración del antiguo Congreso de la Nación, cuyo recinto de sesiones se halla a pocos pasos de la Casa de Gobierno, dentro de lo que fue el Banco Hipotecario Nacional, hoy Administración Federal de Ingresos Públicos. La piqueta se detuvo allí cuando, en 1942, fue demolida la sede del Parlamento para dar paso a la nueva e imponente construcción. En la actualidad, ese lugar "sagrado", como lo definió el entonces presidente de la Cámara de Diputados Ángel Sastre durante la última reunión realizada el 15 de diciembre de 1905, se halla bajo la custodia de la Academia Nacional de la Historia, abierto a quienes quieran visitarlo.

Una de las primeras preocupaciones de Bartolomé Mitre al hacerse cargo del Poder Ejecutivo tras la batalla de Pavón fue convocar a elecciones de senadores y diputados para constituir el Congreso. Las provincias enviaron a sus hombres más destacados, que se reunieron por primera vez en el ámbito de la Sala de Representantes de la provincia de Buenos Aires el 24 de mayo de 1862. Al día siguiente, Mitre dejó formalmente inauguradas las deliberaciones.

El recinto y las demás dependencias eran compartidos por los legisladores de la Nación y de la provincia, que debían turnarse para deliberar. De ahí que el 18 de octubre del mismo año, seis días después de asumir la presidencia, Mitre presentara ante el Senado un proyecto de ley para que se lo autorizara a invertir "hasta cincuenta mil pesos fuertes" con el fin de conseguir "un local adecuado para las deliberaciones del Congreso Nacional". Ambas cámaras dieron su consentimiento con rapidez y el Poder Ejecutivo contrató al arquitecto Jonás Larguía para que trazara los planos y dirigiera los trabajos del nuevo edificio.

El 12 de marzo de 1863 fue aprobado el presupuesto con la indicación de "proceder inmediatamente a la construcción de la obra con arreglo a él". De inmediato, el joven profesional cordobés y sus colaboradores se abocaron a sus tareas, que duraron poco más de un año, por lo que la bella y sobria casa ubicada en la calle de la Victoria, frente a la Plaza de Mayo, estuvo en condiciones de abrir sus puertas a principios de mayo de 1864. Poseía una fachada de tres arcos con puertas de trabajadas rejas, un frontis clásico y trazos coloniales en las ventanas y en los cuerpos laterales.

Exactamente dos meses más tarde, el presidente Mitre procedió a inaugurar el Congreso. Aquel 12 de mayo, "un inmenso pueblo" ocupó, según La Nación Argentina, la barra y "las plazas adyacentes". Al día siguiente, diputados y senadores, alternándose para deliberar, comenzaron sus tareas en la nueva casa. Las carencias eran tales que aquel Congreso apenas contaba con unos pocos libros, algunas resmas de papel y contadas plumas y frascos de tinta. Faltas de espacio, por las propias características del edificio, las comisiones sesionaban, alternándose, en cuartos apenas provistos de mesas y sillas. El frío mordía agudamente en invierno y el calor agobiaba en verano. Como en la primera Corte Suprema de Justicia Nacional integrada hacía poco, los senadores y diputados trabajaban envueltos en sobretodos y capas o combatían el calor estival con el agua fresca que les alcanzaban los escasos ordenanzas.

Las dietas eran magras. Los legisladores residentes en Buenos Aires subsistían con dificultad, excepto los pocos que poseían fortuna. Pero los representantes del interior soportaban verdaderos sacrificios. No pocos vivían durante el período de sesiones en hoteles, donde a veces compartían las habitaciones con otros colegas, o arrendaban casas dividiendo los gastos entre varios. Apenas un puñado traía a sus familias, arrancadas de la vida sencilla y patriarcal de las provincias para incorporarlas al creciente bullicio de la ciudad porteña. La comida no siempre era abundante y, mientras prolongaban en sus moradas el trabajo de las comisiones, engañaban el estómago cebando hasta el cansancio el mate compañero.

Hombres graduados en las universidades, soldados y ciudadanos formados en la dura escuela de la emigración, que se habían visto obligados a tomar las armas y desempeñar los más diversos oficios para garantizar su subsistencia, interpelaron con fundamentos irrefutables a los ministros, cumplieron con los deberes inherentes a su cargo y dictaron, a lo largo de cinco décadas, leyes memorables que fundamentaron el desarrollo argentino.

Al comenzar las sesiones de 1906, el Congreso comenzó a deliberar en su sede actual. Mármoles y bronces, bellas esculturas y notables cuadros reflejaban el tránsito de la patria pobre de los días de la Organización Nacional a la patria opulenta que habían hecho posible las leyes previsoras y los sacrificios personales de quienes, por encima de sus compromisos políticos y conveniencias individuales, privilegiaron el bien de la República.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El tema de los afrodescendientes en Argentina, y en Córdoba en particular, ha venido suscitando cada vez más interrogantes en el público local, en especial con relación a su destino final. El presente trabajo se ha propuesto, elaborar una serie de respuestas a ésta y otras cuestiones ligadas a este sector: los afrocordobeses, tal vez el menos estudiado de los grupos sociales en Córdoba. Esta raíz afro, tiene su origen en el profundo mestizaje de la población americana generado en la época colonial, producto del encuentro- conquista, de los europeos con las comunidades amerindias y los esclavos africanos que la trata negrera introdujo en América durante más de tres siglos. Como ha sido señalado por varios investigadores, el tardío siglo XVIII había sido testigo del notable incremento de los grupos mestizos en Córdoba, las llamadas castas. En 1816 el capitán sueco Jean Granner de viaje por las Provincias Unidas escribió al respecto: “En Córdoba, el color de los habitantes comienza a oscurecerse visiblemente y el número de mulatos y mestizos aumenta a medida que se penetra en el interior. (...) En Córdoba, donde ha habido siempre un gran número de gallegos y de negros, la pronunciación es arrastrada y lánguida”. [i]

Corroborando las afirmaciones del viajero el censo de 1813 nos indica que en la ciudad de Córdoba las castas sumaban alrededor de un 60% de la población urbana entre esclavos, libres y libertos.[ii] El elevado porcentaje de castas guardaba relación con otros contextos urbanos de las Provincias Unidas, como el caso de la ciudad de Buenos Aires, en donde las castas alcanzaban en 1810 un 29,5 %, y un 26% de la población para 1838.[iii] En Córdoba, hacia 1840 el censo provincial determinó que el porcentaje de castas seguía siendo considerable, cercano al 60 % de la población de la ciudad, y algo menor en el interior provincial.4

La clasificación de época denominaba a los sujetos de castas como pardos, mulatos, zambos, cuarterones; lo cual nos lleva a preguntarnos sobre el componente africano en las castas. Existe en el presente un consenso entre los investigadores que estudiaron la problemática de estas clasificaciones socio-étnicas; la mayoría de ellos coincide en que las denominadas castas (exceptuando los africanos y aborígenes nativos) eran mestizos con probables ancestros africanos, es decir afromestizos o afroamericanos. Según se desprende de los censos y empadronamientos que comienzan a realizarse a fines del siglo XVIII, los llamados pardos eran los más numerosos en Córdoba. En este caso, la palabra claramente hacia referencia a personas de ascendencia africana pues en los documentos en que aparece está siempre acompañada de la aclaración “libre” o “esclavo”, con lo cual es casi obvio que pardo era un eufemismo usado por mulato5. Emiliano Endrek señala que el término pardo había terminado por englobar a la mayoría de los sujetos de castas debido a la complejidad del mestizaje.6

El espacio urbano americano fue un ámbito específico de desarrollo de la población afroamericana debido a que parte de la historia de la esclavitud atlántica fue vivenciada en paisajes urbanos y semi-urbanos. En ellos, millares de esclavos africanos y afroamericanos se mestizaban con otros personajes de la cultura y el universo productivo americano. Como resultado de este profundo mestizaje:“Buenos Aires, Caracas, Charleston, Nueva Orleans, Nueva York, La Habana, Recife, Río de Janeiro, Bahía, entre tantas otras, constituirían sociedades esclavistas en el nuevo mundo entre los siglos XVI y XIX. Los esclavos se volverían figuras centrales en el mundo del trabajo, inventarían territorios, redefinirían identidades”.7

Córdoba compartía con estas ciudades americanas el contar con un número significativo de afrodescendientes o afromestizos en su población. El investigador norteamericano Robert Turkovic, quien ha estudiado las relaciones raciales en Córdoba durante la primera mitad del siglo XIX, señala: “Por mucho tiempo negros e indios nunca comprendieron la mayoría de la población cordobesa, el tardío siglo XVIII y el temprano siglo XIX señalaron el incremento del mestizaje y el rápido incremento en el número de pardos libres.”8

En cuanto a la producción historiográfica sobre la temática, es importante señalar que, a partir de los trabajos innovadores de George Reid Andrews y de Marta Goldberg, el estudio de los afrodescendientes en Argentina se vio renovado por una gran cantidad de artículos y textos de suma relevancia para la Historia Social. No obstante, existía desde antes una producción historiográfica que abordó la problemática del negro en el país, con preferencia centrada en Buenos Aires y la región del litoral. Más recientemente en el tiempo, comenzaron a producirse trabajos sobre los afrodescendientes en el ámbito del norte y noroeste argentino. De estos trabajos se desprende que la presencia de afromestizos abarcaba a todo un ámbito regional: La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero y otras provincias del interior. En particular para este trabajo es importante señalar que según investigaciones recientes la región de los Llanos de La Rioja colindante con las sierras de Córdoba, contaba con un gran contingente poblacional afromestizo. Ariel de la Fuente, en su trabajo sobre las montoneras de La Rioja, escribió:   “Es posible que muchos de estos labradores, por lo general fueran migrantes (o sus descendientes) de las provincias vecinas, que se establecieron en los Llanos a fines del siglo XVIII. Según evidencia de fines del siglo XVIII, este grupo estaba formado principalmente por ex esclavos y mulatos.9

Algo similar sucedía en Catamarca, donde los trabajos de Florencia Guzmán han aportado elementos para la visibilización de los afromestizos en aquella jurisdicción.10 Para la provincia de Santiago del Estero, un reciente trabajo de José Luis Grosso nos señala la presencia de un gran ámbito étnico-cultural en el cual la presencia de población afromestiza era muy importante:“La construcción de la Nación Argentina, hegemonizada por las élites de hacendados y comerciantes de Buenos Aires, consistió en la erradicación de los trazos étnicos coloniales, (...) Los indios, los negros y sus mezclas, sectores mayoritarios de la Mesopotamia santiagueña, en el Norte del país, fueron borrados del mapa social”.11

 Si los afroargentinos eran tan numerosos en la época colonial, si estaban presentes en muchas ciudades e incluso en Córdoba, ¿qué fue de ellos? ¿Adónde fueron? ¿Cómo es que desaparecieron, si es que realmente desaparecieron? Estas preguntas intentaron ser respondidas en la presente investigación sobre los afrodescendientes en Córdoba.

A la hora de explicar la supuesta desaparición de los afroargentinos, y también de los afrocordobeses, se han señalado distintas hipótesis. En primer lugar, se dice que los negros fueron eliminados en las sucesivas guerras de la independencia, las guerras civiles y  en la Guerra del Paraguay. En segundo lugar se afirma que el fin de la trata de esclavos habría contribuido a la declinación de su número. Otro argumento hace referencia al mestizaje o mezcla étnica con los inmigrantes europeos que llegaron al país, produciendo el blanqueamiento de la población argentina. Las epidemias de cólera que sufrió el país en este período les habrían asestado el golpe final. Pero como lo ha demostrado la obra de George Andrews para Buenos Aires, muchas de estas hipótesis se desmoronan a la hora de comprobarlas en los documentos de la época. Un detallado análisis de archivos, periódicos, relatos de contemporáneos de la época y otras fuentes primarias, nos indica que tal desaparición no era del todo cierta que aún había comunidades afromestizas en Córdoba durante la segunda mitad del siglo XIX. Como elementos subalternos de esa sociedad, su existencia nos es revelada en expedientes de crímenes, transacciones comerciales, libros de matrimonios, de bautismos y defunciones; comentarios, referencias y anécdotas de viajeros.

Cuando se aborda esta temática surgen inevitablemente problemas de tipo teórico-metodológico, en particular sobre el alcance, la pertinencia y objetividad de las categorías socio-étnicas utilizadas durante los períodos colonial e independiente. El investigador Hernán Otero ha advertido sobre el carácter arbitrario y subjetivo de estas categorías. Según Otero, lejos de reflejar una identidad étnica objetiva estas categorías son construcciones simbólicas de carácter cultural y dinámico.12 Entonces surge la pregunta: ¿qué entendemos por la categoría pardo o aquellas que hacen referencia a población blanca? En el caso de este trabajo, entiendo y asumo la idea de que estas clasificaciones referían a características étnicas de los sujetos pero también eran construcciones sociales debido a que un cierto poder económico, simbólico o social podía diferenciar a un individuo de color y permitirle ser incluido en los estratos dominantes de aquella sociedad. Por otra parte, los sectores dominantes de la sociedad que alardeaban de una supuesta pureza étnica tenían plena conciencia del aporte africano al mestizaje operado en la población, como lo señala esta afirmación de un cordobés del siglo XIX: “No importa que sean blancos, rubios y de perfiles correctos como manifestación de raza, nosotros les llamamos “mulatos” porque el padre o la madre, la abuela o el tío fueron gente del servicio en otra hora (...)”.13

La supuesta desaparición de los afrocordobeses y los afroargentinos podría ser un proceso único y particular en esta región del continente sudamericano excepto que desapariciones análogas de población afrodescendiente se han verificado en todas las repúblicas hispanoamericanas. En su libro The African experience in Spanish America, la investigadora Leslie Rout señala: “varias naciones hispanoamericanas han rehabilitado al indio como símbolo mítico de la resistencia contra la agresión colonial y neocolonial, no hay ningún deseo de agregar otro grupo a esta categoría, o de bucear en la cuestión de las contribuciones culturales africanas”.14

Como vemos, existió un proceso general de invisibilización de la población afrodescendiente en Hispanoamérica al momento de la construcción de las naciones modernas. En nuestro país los dirigentes del proceso modernizador,  profundamente elitista y racista, apostaban al reemplazo o extinción de la población mestiza nativa por ser los sujetos que encarnaban el atraso y la barbarie. Domingo Faustino Sarmiento, uno de los ideólogos, voceros y ejecutores del proyecto modernizador tenía bien en claro quienes formaban parte de la sociedad deseada y quienes no; y lo señalaba constantemente: “Somos gente decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues no ha de verse en nuestra Cámara (se refiere al Congreso) ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota”.15

El marco espacial en que se desarrolló la investigación abarcó a la ciudad de Córdoba y su hinterland rural pues en los departamentos conocidos como Anejos Sud y Norte se encontraban la mayoría de las ex estancias jesuíticas (Alta Gracia, Jesús María, Caroya y Santa Catalina) las cuales poseían grandes núcleos de población esclava afromestiza. Además en las distintas regiones, pueblos y localidades cordobesas se ha podido encontrar los testimonios tangibles de la presencia afro en Córdoba.

El marco temporal está delimitado entre los años 1830 y 1880, década en la cual comienza a llegar lentamente a Córdoba la influencia de la inmigración europea. Hasta ese momento esta influencia era marginal, lejos de la proporción que el fenómeno adquiría en Rosario o Buenos Aires.  Una cuestión fundamental a la hora de realizar esta investigación es la del trabajo humano y la situación social de los afrocordobeses, tanto esclavos (un mínimo de la población) como libres y libertos. Debido a la disponibilidad de fuentes, el trabajo ha sido dividido en aquellos aspectos en los cuales se ha podido encontrar información pertinente. En el capítulo 1 analizo el contexto socioeconómico de la ciudad y la incidencia de los afrocordobeses en el sistema productivo. En particular la situación de la producción agropecuaria, el servicio doméstico y el artesanado, por ser núcleos más o menos homogéneos en los cuales he podido rastrear la presencia del grupo social estudiado.

En el capítulo 2, se analiza la situación legal y social de los afrocordobeses, los cambios y permanencias, los espacios de asentamiento y sociabilidad. En el capítulo 3 se aborda la participación de las castas afromestizas en las actividades militares. Por último, en el capítulo 4 se trabajan comparativamente los distintos censos del período y se aporta información alternativa para entender cómo se fue operando el proceso de blanqueamiento de la sociedad cordobesa.

En síntesis, este trabajo aborda los aspectos más relevantes relacionados a la posición de los afrodescendientes en la sociedad cordobesa de mediados del siglo XIX: su inserción en el sistema productivo, su estatus jurídico, su participación en los ejércitos y milicias, para luego encarar el tema de su “desaparición” a través del mestizaje y la “invisibilización” sufrida a manos de los constructores de la Argentina liberal. Siguiendo este trayecto, realiza una pormenorizada investigación, basada en el rico material que proveen los censos de población y los expedientes de los juzgados de crimen, integrantes ambos del importantísimo acerbo documental con que cuenta el Archivo Histórico de Córdoba. A través de todo ello vamos descubriendo la importancia numérica de los afrodescendientes dentro de la población de la ciudad, cuál era su ubicación geográfica, sus ocupaciones más extendidas en la ciudad y en la campaña, la compleja relación con los propietarios y patrones y con el mismo estado, garante de la continuidad de esta relación de dominación, así como las contradicciones que trajo la necesidad de obtener tropas para las guerras de la independencia, primero, e inmediatamente después para las guerras civiles. Finalmente el abandono de los criterios de clasificación racial de la población no se produce como consecuencia de su superación, sino por el deseo de ocultar una realidad que no concuerda con las aspiraciones de “europeización” de los dirigentes e intelectuales de la época de Sarmiento.

 

 



[i] Córdoba, Ciudad y Provincia, según relatos de viajeros y otros testimonios, Selección y advertencia del profesor Carlos Segreti, Junta Provincial de Historia de Córdoba, Córdoba, 1973. p. 248.

[ii] Endrek, Emiliano, El Mestizaje en Córdoba. Siglo XVIII y principios del XIX. Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1966, p. 17

[iii] Andrews, George Reid, Los Afroargentinos de Buenos Aires, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1989, p. 81.

4 Celton, Dora, Censo de la ciudad de Córdoba del año 1840. Estudio demográfico. Tesis de Licenciatura. UNC. Córdoba, 1971, p. 11.

5 Andrews, George, Ibid, p. 16. Ver también Turkovic, Robert:  Race relations in the Córdoba Province (1800-1853), Winsconsin, 1981. Tesis de Doctorado,  traducción del autor.

6 Endrek, Ibid, p.51.

7 Farias, Santos y otros, Cidades Negras. Africanos, crioulos e espacos urbanos no Brasil esclavista do século XIX. Editorial Alameda, Sao Paulo, 2006,  p. 7, traducción del autor.

8 Turkovic, Robert, op. cit., p. 326.

9  De la Fuente, Ariel, Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras en la provincia de La Rioja durante el proceso de formación del Estado Nacional Argentino (1853-1870), Prometeo, Buenos Aires, 2007, p. 94. Ver también Guzmán, Florencia, “Los mulatos-mestizos en la jurisdicción riojana a fines del siglo XVIII: el caso de Los Llanos”, en Temas de Asia y África N° 2. p. 71-107. Buenos Aires, 1993.

10Guzmán, María Florencia, “Familia, matrimonio y mestizaje en el Valle de Catamarca (l760-l810). El caso de los indios, mestizos y castas”. Tesis de Doctorado, Universidad Nacional de La Plata, 2002.

11 Grosso, José Luis, Indios muertos, negros invisibles: hegemonía, identidad y añoranza, Encuentro Grupo Editor, Córdoba, 2008, p. 243.

12 Otero, Hernán, “Estadística censal y construcción de la nación. El caso argentino, 1869-1914”, enBoletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Nº 16 y  17. Buenos Aires, 1998.

13 Eizaguirre, José, “Córdoba. Primera serie de cartas sobre la vida y costumbres del interior”, Córdoba, Bruno y Cía., 1898, p. 95.

14 Citado en Andrews, op.cit., p. 12. Ver también: Mörner, Magnus, Race and Class in Latin America, Nueva York, 1970, pp. 214-215.

15 Citado en: Adamovsky, Ezequiel, Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2009, p. 35.

User Login