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Entrevista a Enzo Traverzo

Entrevista

Enzo Traverso: "La sociedad hoy no genera utopías, y los intelectuales son el espejo de esa impotencia"

El historiador alerta sobre la necesidad de imponer la autonomía crítica de las ideas sobre la autoridad mediática de los expertos, y de elevar la voz por el crecimiento global de la desigualdad

Por Astrid Pikielny  | Para LA NACION Domingo 07 de septiembre de 2014 | Publicado en edición impresa

 

Atrás parece haber quedado el rol estelar que los intelectuales cumplieron a lo largo de la historia y, en particular, durante el siglo XX. Inmersos en sociedades sin utopías ni perspectivas de futuro, los intelectuales deben hoy repensar su rol y hacer audible su voz en un espacio público dominado por expertos y especialistas que refuerzan el orden establecido en lugar de cuestionarlo; por figuras mediáticas sin una obra que los respalde y cuya "autoridad" pública ha sido artificialmente construida en estudios de televisión, e intelectuales que dedican esfuerzos a mirar el pasado, en lugar de debatir alternativas de futuro.

Así lo plantea Enzo Traverso en ¿Qué fue de los intelectuales? (Siglo XXI), un libro que analiza el rol del intelectual a lo largo de la historia y alerta sobre una trampa peligrosa: que el intelectual abdique de la autonomía crítica y la imaginación utópica, se llame a silencio y renuncie a la toma de posición sobre los problemas y las encrucijadas que atraviesan a las sociedades contemporáneas en un mundo global.

"Hay muchos motivos para levantar la voz y, frente a la globalización, el principal es el crecimiento impresionante y traumático de la desigualdad", sostiene, enfático. "Estamos viviendo la refeudalización del planeta. Esto amenaza la libertad, la democracia y la noción misma de ciudadanía. La defensa del principio de igualdad me parece una causa central."

Y sobre aquellos intelectuales seducidos por un proyecto político, el historiador advierte sobre la tentación de convertirse en propagandista del gobierno de turno: "Se planteó en el pasado con respecto a Cuba, se plantea hoy con respecto a Venezuela y se plantea también con el peronismo en su versión kirchnerista".

Italiano de nacimiento, graduado en la Universidad de Génova, Traverso se doctoró en la Ehess en París y durante 20 años ejerció la docencia en Francia. Hoy, lo hace en la Universidad Cornell (Estados Unidos) y es uno de los más importantes historiadores de las ideas del siglo XX.

-En la historia hubo distintas definiciones de la figura del intelectual. ¿Cuál elegiría hoy?

-Ciertamente, hay varias definiciones de "intelectual" como figura social y muchas de ellas hoy tienen pertinencia. Si se trata de sugerir una definición general, para mí el intelectual es un hombre o una mujer que produce ideas, que trabaja con su pluma o computadora, que produce conocimientos, que puede crear también -un escritor, un artista- y que al mismo tiempo toma una posición en el espacio público con respecto a los problemas del conjunto de la sociedad, en el mundo global. Lo que hace de Einstein un intelectual no es la creación de la teoría de la relatividad, sino el hecho de que después de la Primera Guerra Mundial tomó posición sobre el fascismo, la guerra y la paz, y sobre las relaciones internacionales.

-O sea, requiere autonomía crítica, perspectiva universalista y capacidad de denuncia.

-Sí, el intelectual debe tomar posición, aunque también se pueda discutir sobre las posiciones que toma. No todos los intelectuales tienen esa autonomía crítica y eso es un problema fundamental que se plantea en la historia de los intelectuales del siglo XX. Uno de los peligros que históricamente afecta la figura del intelectual es la caída, la limitación o la abdicación de su autonomía crítica.

-Hoy se suele llamar "intelectuales" a profesionales de la academia, profesores universitarios e investigadores. ¿Hay un abuso del término "intelectual"?

-El problema no es tanto el abuso, sino que hay que ser consciente del papel del intelectual y del hecho de que el intelectual representa hoy una capa mucho más grande que antes. Al final del siglo XIX, los intelectuales eran una pequeña porción en la sociedad, que tenía el monopolio de la palabra y de la escritura, y el espacio público estaba estructurado en torno a esa pequeña capa de privilegiados. Hoy ser un universitario, un investigador significa hacer cualquier trabajo y no implica pertenecer a una elite. El abuso puede darse en la medida en que hoy el universo mediático produce "intelectuales" y hay mucha gente que es respetada, que tiene una palabra muy escuchada y cuya autoridad es artificialmente construida por la televisión. Y no estoy seguro de que podamos llamarlos "intelectuales".

-¿Por ejemplo?

-Un ejemplo en Francia es Bernard Henri-Levy. Es la típica figura construida por los medios de comunicación cuya obra es un apéndice de su papel público como figura mediática. La industria cultural es la reificación del espacio público, y en ese espacio se crean nuevas figuras que son productos del mercado y del capitalismo neoliberal en el campo de la cultura. Y eso es distinto de los escritores, investigadores, artistas y científicos que produjeron una obra y que además explotaron su autoridad y su influencia para tomar una palabra en el espacio público. Es el caso del escritor Mario Vargas Llosa, a quien admiro mucho como escritor, aunque políticamente tengo discrepancias de él. Si él es escuchado cuando toma posiciones sobre un conjunto de problemas políticos y sociales es porque es una autoridad que está arraigada en su obra.

-Los medios de comunicación e Internet han modificado las formas de circulación y de debate de ideas. ¿Qué destrezas nuevas le exigen a un intelectual?

-Hay una actitud conservadora y muy estéril en quienes rechazan el uso de los medios de comunicación, como muchos intelectuales en la década del 60 o 70 con respecto a la televisión. Pero otra cosa muy distinta es plegarse y postrarse completamente a las reglas, las pautas y los mecanismos de funcionamiento de los medios. Es decir, tener dos segundos en televisión para expresar una idea. Aceptar este tipo de restricciones implica la destrucción del pensamiento. Pero si yo tengo que decir algo sobre lo que está ocurriendo en Palestina o sobre las relaciones entre la Argentina y los bancos, utilizar los medios es fundamental.

-¿Cree que en el debate público el "experto" y el especialista han ganado terreno y visibilidad, en detrimento del lugar que anteriormente ocupaba el intelectual?

-Creo que sí. Eso es una tendencia general. Los sistemas de poder son muy complejos y se necesitan competencias técnicas. La universidad se reformó y se reorganizó para formar técnicos y especialistas capaces de articular los mecanismos del poder. La especialización es inevitable en el complejo mundo de hoy. No pretendo hacer un alegato en contra de los saberes específicos y las especializaciones. Sería una batalla retrógrada y perdida desde el principio. Hay expertos que tienen competencias que la gente común no tiene y esas figuras son fundamentales. El problema es que esas figuras no tienen, en la mayoría de los casos, ninguna autonomía de pensamiento crítico. Juegan dentro del horizonte social y político de nuestro orden y eso es un problema que está vinculado a lo que yo llamo el "eclipse de las utopías".

-¿En qué sentido?

-En un mundo sin utopías, en el cual el sistema económico-social, la democracia liberal, la sociedad de mercado y el capitalismo aparecen como algo natural, finalmente no se puede sino actuar como parte de ese mecanismo. Hoy falta una visión utópica que los intelectuales tenían a lo largo del siglo XX. Esa figura del intelectual como crítico del poder me parece que es muy débil hoy y su voz es inaudible.

-¿Qué sucede cuando un intelectual deviene funcionario público? ¿Es posible mantener la mirada crítica o necesariamente se transforma en publicista o propagandista?

-Es una tentación muy fuerte: que un intelectual que tiene una visión del mundo quiera actuar y para lograrlo establezca un vínculo orgánico con el poder, con un partido político o un movimiento. Ése es el problema de la ceguera que afectó a muchos y que se planteó en el pasado con respecto a Cuba, se plantea hoy con respecto a la Venezuela de Chávez y también con el peronismo en la forma kirchnerista. Algunos intelectuales que comparten las posiciones de los Kirchner con respecto a los derechos humanos cayeron en la trampa peligrosa de volverse intelectuales orgánicos del kirchnerismo. No quiero meterme en el debate argentino, porque miro al país desde la distancia, pero una cosa es apoyar una determinada posición del Gobierno, y otra distinta es volverse propagandista de un gobierno. Ésa es una abdicación del papel crítico del intelectual.

-¿En que medida la gravitación que antes tenían los intelectuales la tienen hoy los economistas?

-Los economistas han ganado lugar porque en el mundo de hoy la política está aplastada por la economía. En el caso de la Unión Europea, por ejemplo, quienes deciden la política económica de Francia, Italia y Alemania son el Banco Central Europeo, el FMI, el Banco Mundial. Y los economistas no pueden tener pensamiento crítico en la medida en que la mayoría de los que toman posición públicamente en los diarios financieros son quienes tienen vinculaciones orgánicas con el mundo financiero. Ésa es una realidad tanto en Alemania como en EE.UU., Brasil y la Argentina. Entonces, se transforman en intelectuales orgánicos en el sentido gramsciano. Gramsci define a los intelectuales como una capa social cuyo papel es elaborar una visión del mundo vinculada a una clase social. Esa definición en muchos aspectos todavía sigue vigente. Los economistas son los intelectuales por excelencia del capitalismo financiero en el mundo neoliberal: intervienen en los debates públicos como expertos y si vemos los sueldos que muchos de ellos obtienen de los bancos u organismos que asesoran, son mucho más altos que el que reciben como investigadores o universitarios.

-Hoy, el intelectual parece más dedicado a extraer las lecciones del pasado y a pensar el presente que a debatir alternativas de futuro. ¿Cree que hay un déficit de debates sobre el futuro?

-Cuando yo hablo del eclipse de las utopías no lo entiendo como una limitación específica de los intelectuales. Los intelectuales son los que formulan un imaginario colectivo y visiones que para existir tienen que estar arraigadas y empujadas por la sociedad. El problema es que la sociedad misma hoy no mira al futuro, no genera utopías, y los intelectuales son el espejo de esta impotencia. Entonces, no se puede pedir a los intelectuales que "sobrepasen" los límites de su época. Ésa es la contradicción fundamental del mundo de hoy: es una temporalidad de aceleración permanente con un horizonte cerrado, sin proyección al futuro y sin ninguna estructura prognóstica. Y eso explica también la obsesión por la memoria.

-¿Porque una sociedad que no mira al futuro no tiene otra opción que mirar al pasado?

-Exacto, una sociedad que no tiene futuro está "casi obligada" a mirar al pasado y esa mirada muchas veces toma un rasgo apologético: "Hay que sacar lecciones del pasado para confirmar que el presente es un orden sin alternativas posibles porque las revoluciones fracasaron, crearon monstruos totalitarios, hubo fascismos y dictaduras y, entonces, hay que aceptar el orden de hoy como un orden sin alternativas", sostiene esa sociedad. Esa falta de imaginación utópica es terrible. Hay ejemplos: la falta de alternativas y horizonte de futuro de las revoluciones árabes fue llenada por los fundamentalistas. O los movimientos de "los indignados", que tienen una idea muy clara de qué es lo que no les gusta del mundo de hoy, pero que no tienen la capacidad de formular una alternativa.

-Pero caídos los socialismos reales y fracasadas las revoluciones, ¿a qué asociar hoy la utopía?

-Ésa es la gran cuestión. Las utopías de hoy son distopías: aparecen las visiones catastróficas del mundo, reforzadas también por la industria cultural.

-¿Cuáles son los motivos por los que los intelectuales hoy deberían levantar la voz?

-Hay muchos motivos y, frente a la globalización, el principal es el crecimiento impresionante y traumático de la desigualdad. Estamos viviendo la refeudalización del planeta. Esto amenaza la libertad, la democracia y la noción misma de ciudadanía. En un mundo en el cual la riqueza y la pobreza se desarrollan en formas extremas e incontrolables, no se puede hablar más de democracia, de una comunidad internacional o de un espacio público compartido. Desde un punto de vista social, el mundo esta volviendo al Antiguo Régimen, a pesar de que este proceso tome rasgos posmodernos, con una aristocracia financiera en lugar de la nobleza terrateniente. La defensa del principio de igualdad me parece una causa central, como ya fue en el siglo XVIII para los filósofos de la Ilustración.

MANO A MANO OBSESIONADO POR LAS VIOLENCIAS DEL SIGLO XX

Bastó con convenir coordenadas en el ciberespacio para concretar un encuentro virtual con Enzo Traverso a través de Skype. Es que este italiano, que vivió y trabajó por más de un cuarto de siglo en Francia, desde hace dos años está instalado en Estados Unidos, donde se desempeña como profesor de humanidades en la Universidad Cornell. Italiano de nacimiento, francés por adopción y ciudadano del mundo, Traverso habla un castellano perfecto, idioma en el que se realizó la entrevista. Sus campos de investigación, cuenta, son la historia intelectual europea y la historia del pensamiento político, trabajadas a través del "prisma judío": el papel de los judíos en todos los movimientos de vanguardia, de la literatura a la teoría crítica, del psicoanálisis al marxismo. De esa manera, afirma, pudo acercarse a la historia de las violencias del siglo XX: de las guerras a los genocidios. Entre sus libros se incluyen La violencia nazi. Una genealogía europea (2003); Los judíos y Alemania. Ensayo sobre la simbiosis judío-alemana (2005); El pasado. Instrucciones de uso. Historia, memoria, política (2007) y La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX (2012).

Un futuro posible, según Traverso. ¿Cuál podría ser el rol de los intelectuales de cara a los actuales conflictos en el mundo?

Hoy el silencio de los intelectuales frente a estas crisis es "ensordecedor". Es lamentable que la masacre de Gaza haya tenido lugar frente a la indiferencia general. En el pasado, los intelectuales jugaron un papel fundamental para sensibilizar y movilizar la opinión internacional en contra de guerras, conflictos y opresiones. Basta pensar en la guerra civil española, en la guerra de Vietnam o a la denuncia de las dictaduras militares en Chile y Argentina. Es verdad que en aquellas épocas las causas que defendían los intelectuales eran más claras; el mundo estaba dividido y no era difícil elegir su parte: contra el fascismo, contra el imperialismo, para la liberación de los pueblos, en defensa de la democracia. Hoy el mundo parece más complejo y confuso. No es fácil tomar posición con respecto a Siria o Libia. Y denunciar la masacre de los palestinos implica también criticar a Hamas y su modelo de sociedad. Pero eso no justifica el silencio. Para alertar a la opinión y promover una reflexión en el espacio público, los intelectuales tendrían que estar un paso adelante. Hoy parecen estar un paso atrás.

Daniel Schávelzon*

 

Europa y América Latina han formado, desde que la primera descubrió a la segunda, un duo conflictivo. América Latina ha tejido una historia simbiótica de dependencia, con el beneplácito europeo, que hasta el día de hoy sólo ha sufrido muy leves modificaciones. En la arquitectura se vivió idéntica situación: del otro lado del océano se gestaron los grandes modelos formales y funcionales que caracterizaron permanentemente nuestra arquitectura, y también allí mandamos nuestros edificios, para que los admirara el “viejo mundo”. Los pabellones que los países de nuestro continente erigieron en la gran exposición universal de París, muestran precisamente lo que éramos y lo que aspirábamos ser.

No es necesario hablar demasiado de esa exposición: simplemente con tener en cuenta la Torre Eiffel, símbolo central del acontecimiento, y la gran Sala de Máquinas, construida por Dutert, se tiene la pauta de su alcance y envergadura. Europa jugaba su prestigio; la gran industria del capitalismo central se mostraba en todo su esplendor, y América Latina no podía estar ausente, aunque, lógicamente, con sus limitaciones. Sin competir, sin lucirse demasiado, sin pretensiones grandilocuentes: somos un continente marginado, y eso se hizo evidente con lo que expusimos. Medianos edificios que albergaron muestras de materias primas y algunas curiosidades. Nada de arte, nada de tecnología. Eso estaba reservado para Estados Unidos, Francia, Inglaterra y los otros grandes del mundo.

Prácticamente todos los países latinoamericanos expusieron algo, en pabellones o vitrinas, agrupados cerca de los pilares de la Torre Eiffel y dispersos aquí y allá, sin un orden demasiado claro, en contraposición con los países europeos que se ubicaron a la orilla del Sena. Pero los jardines estuvieron bien ornamentados, y en los sitios de descanso ondearon banderas multicolores.

Quisiera destacar alguno de los pabellones por sus particularidades constructivas o decorativas. Los tres edificios que en aquel momento recibieron los mayores elogios fueron los de Argentina, Brasil y México, seguidos de los de Nicaragua, Chile y Venezuela. En tercer lugar, según la crítica del momento, estuvieron Ecuador, Bolivia, Guatemala y Uruguay. Los demás países, Paraguay, Costa Rica, Perú, El Salvador y Santo Domingo pasaron prácticamente desapercibidos. Honduras y Haiti sólo estuvieron representados por sendos escaparates o vitrinas con productos típicos de sus diferentes regiones. Recordemos que, salvo una excepción (México) todos los pabellones fueron construidos por arquitectos franceses.

El pabellón argentino fue obra de dos arquitectos de prestigio: Ballu y Chancel, y colaboraron con ellos doce artistas y un escultor para el trabajo de las fachadas y las decoraciones. No sólo fue el más importante en cuanto a costo y dimensiones, sino también el más aceptado por el gusto finisecular de la Exposición. Construido en hierro, con grandes paños de vidrios emplomados y coloreados, mosaicos policromos e importantes grupos escultóricos, presentaba la novedad de estar recubierto exteriormente por novecientas lámparas eléctricas, que al encenderse por las noches daban un aspecto único al edificio americano. De porte majestuoso, se levantaba airoso sobre un basamento con escaleras al frente, sobre las que el gigantesco pórtico de acceso remarcaba el eje de simetría del conjunto. Su interior constaba de dos pisos; los balcones del piso superior se proyectaban hacia el exterior, dándole movimiento a la fachada principal. Los grupos de esculturas ejecutados por Hughes, Barrais y Roll fueron magníficos, a tal grado que cuando el edificio se trasladó a Buenos Aires, fueron lo único que se conservó, y se los puede ver aún en diferentes sitios de la ciudad (1). Las dimensiones de su planta fueron de 65 metros por 16, con una altura de 30 metros y cinco cúpulas en la cubierta. En su interior se exhibieron los llamados frutos del país: carne congelada, mármoles, cueros y pieles, maderas, hierro y otros minerales, vinos, maíz, lino y trigo. Y algo más que causó estupor: ¡un cuadro comparativo del crecimiento poblacional de la ciudad de La Plata, fundada en 1882, y que para 1889 contaba con 50.000 habitantes!

 

 

Pabellón Argentino

Pabellón Argentino

El segundo gran edificio que mucho llamó la atención fue el de Brasil. François Dervy, en aquel entonces, lo describió así:

“Un pabellón bastante importante, pero desprovisto de todo estilo nacional. Construido por M. Dauvergne, arquitecto parisiense, tiene, si se quiere, cierta conexión con el antiguo estilo español. Es un cuerno de edificio con anchas ventanas rodeadas de azulejos, flanqueado de proas y estatuas que figuran los ríos del Brasil; dominado a la izquierda por una torre cuadrada muy alta que remata en una linterna y terminado a la derecha en un globo terráqueo, emblema oficial del Imperio” (2).

Al igual que en otros casos fue muy alabado el jardín que lo rodeaba, que quizás fuera lo mejor del pabellón. Hay que tener en mente que en Europa, la jardinería decimonónica era todo un arte. Dijo Dervy: “El pabellón brasileño está rodeado de un jardín lleno de flores exquisitas, con lindas grutas alfombradas de plantas exóticas , y la estufa más preciosa del mundo, orgullosa de sus palmeras, plátanos gigantescos y vistosas orquídeas”. Todo esto estuvo complementado con un estanque caldeado para que pudieran crecer en él plantas acuáticas tropicales (3), y que estaba cubierto por un invernadero de hierro y vidrio. En total fueron 400 metros cuadrados de construcción, más otros 800 de jardín.

Pabellón de Brasil

 

El pabellón más importante para la historia de la arquitectura de América Latina fue el de México. En su momento llamó la atención por sus rasgos “prehispánicos”, pero hoy se lo entiende como el mayor exponente de una corriente neoprehispánica que quiso rescatar y reutilizar los modelos formales del pasado para construir una verdadera arquitectura nacionalista. El intento fue importante y no se trató de un hecho aislado, puesto que formó parte de todo un movimiento mexicano que caracterizó los años de 1880 a 1910 (4).

El edificio constaba de un gran grupo central, formado por un alto basamento con su escalinata central, un pórtico sostenido por atlantes, una gran cornisa y la ornamentación que al igual que todo el pabellón, estaba basada en fragmentos de arquitecturas precolombinas. Dos alas laterales con ventanas altas completaban la construcción, que encerraba dos pisos por dentro con un gran patio central. En medio de dicho patio, una escalera doble permitía la circulación entre ambos pisos. Fue proyectado y construido por Antonio Peñafiel (5) y Antonio M. Anza, ambos interesados desde hacía tiempo en la arqueología. Habían resultado ganadores de un sonado concurso al cual se presentaron numerosos proyectos dentro de esa corriente estilística (6).

En realidad, al ver las fotografías existentes de este gran pabellón, vemos que la intención de reconstruir la arquitectura del pasado fracasó. En realidad se trató de un intento de hacer arquitectura nacional, pero para una élite. Fueron los proyectistas iluminados, quienes viendo más allá del presente, quisieron jugar un rol de ideólogos sociales, planteando las formas que debería tener un arte (porque todo esto se extendió a la pintura, la escultura, el teatro y la literatura) que representara de verdad a México (7).

Pabellón de México

Pabellón de México

 

Luego de describir estos llamativos pabellones, que representaban a los tres países más fuertes de América Latina, quisiera referirme a uno pequeño, pero que al igual que el de México, significó una búsqueda interesante y quizás más valiosa que la de otros edificios más imponentes o lujosos: se trata del pabellón de Ecuador. Ubicada junto al pilar sur de la Torre Eiffel, lo que le confería un aspecto de pigmea, se levantó una construcción sólida, casi cúbica, con una gran puerta central y pequeñas aberturas verticales estilizadas. Se buscaba reproducir un antiguo templo inca, lo cual no se logró, pero de todas formas significó una experiencia valiosa para la época. Realizada por el arquitecto M. Chédanne, en lo que se dio en llamar “style hieroglyphique”, fue de muy marcado eclecticismo. Tenía sobre la puerta una copia del tablero superior de la Puerta de Tiahuanaco (Bolivia), un relieve bajo la cornisa característico de Chan-Chan (Perú), y frente a la fachada seis “sillas manteñas” (Ecuador). Estas sillas, reproducidas a partir de esas tipicas esculturas prehispánicas de la provincia costeña de Manabí, fueron lo único verdaderamente ecuatoriano y original. Los remates del techo, en forma de almenas, fueron realmente fruto de la frondosa imaginación del arquitecto que hizo el proyecto (8).

Este pequeño edificio significó un aporte interesante de nuestro continente a ese monumento al eclecticismo que fue en su conjunto, toda la exposición. Quizá fue menos vistoso, aunque arquitectónicamente más interesante, que el pabellón que Ecuador hizo construir para la siguiente exposición en París en el año 1900 (9). En su interior hubo una nota simpática: algún ecuatoriano patriota, disgustado por el aspecto de miniatura del pabellón de su país, escribió en la pared: “la ciudad de Quito, situada a 3000 metros de altura, es diez veces más alta que la Torre Eiffel”.

Pabellón de Ecuador.

Pabellón de Ecuador.

El edificio que Chile construyó fue, en cambio, de gran envergadura, pero fue duramente criticado por la poca cantidad de objetos expuestos en su interior. Construido en acero y hormigón armado, estaba decorado con grandes ventanales, vistosos mosaicos policromados, banderas y balcones. Desde sus inicios se lo construyó pensando en trasladarlo a Santiago, para que formara parte de la Quinta Normal como museo. Como caso raro, se expusieron libros y cuadros, además de productos tradicionales. Al edificio se lo definió como un “bátiment rustique” (10).

 

Pabellón de Chile

La muestra de Bolivia fue instalada en una construcción llamativa pero totalmente provisional, realizada en madera y yeso, pintada de vivos colores y decorada con vistosas cornisas, torres y ornamentos de escayola. Al frente, un pequeño pórtico sostenido por columnas salomónicas daban el toque “colonial”. Por detrás, la salida tenía la forma del tunel de una mina de plata. En el interior, lo que más llamó la atención fue la escalera, también realizada con columnas barrocas de madera, todo ello obra del arquitecto francés P. Fouquian.

Pabellón de Bolivia

Pabellón de Bolivia

Otra construcción de tamaño mediano fue la de Venezuela, realizada en una mezcla de neocolonial abarrocado, con algún rasgo francés y detalles de otros varios estilos, totalmente pintada de blanco en el exterior y con una planta de 450 metros cuadrados. Alexander Georget la describió así:

Los Estados Unidos de Venezuela han instalado sus productos en un bonito pabellón barroco de estilo Luis XV, que descuella por su deslumbradora blancura entre 1as construcciones solidas y multicolores que lo rodean. Sin duda para romper esta unidad de coloración su arquitecto, Monsieur Paulin, ha levantado una pequeña galería con los colores nacionales, amarillo, encarnado y azul, adosada a su pabellón y en la cual se han colocado minerales de oro del Estado de Yuruary, en donde seis compañías explotan los terreno auríferos. De estas compañías las más rica son las tituladas del “Callao” y del “Callao bis”; un diagrama dorado, pirámide deslumbradora, figura su producción de 1871 a 1888 o sea 120 millones de francos.Muy cerca de allí, varios cráneos humanos de diferentes tipos de las tribus indias de las orillas del Orinoco guarnecen los escaparates de una salita estrecha, en la que se ve también un modelo de necrópolis neo-colombiana, un sarcófago de corteza, armas, pagaya o remos de indios guahibos, y hasta una corona de uñas de jaguar.

El centro del pabellón, con sus hamacas colgadas, es agradable de ver. Allí, junto a cacaos y cafés, hay maderas magníficas, azúcar de caña que parece exquisita, un plano en relieve del puerto de la Guaira, y dominándolo todo un modelo de la estatua erigida a Bolivar en el campo de batalla de Boyacá (11).

Pabellón de Venezuela

Pabellón de Venezuela

El pabellón de Nicaragua, realizado por Monsieur Sauvestre fue casi totalmente hecho de madera, con unos extraños techos cupuliformes rodeados de balaustradas y una escalera exterior que reproduce, a escala, la del castillo de Blois. El de Guatemala en cambio, diseñado por el arquitecto francés Gridaine, es un chalet mucho más sobrio y en el cual, el trabajo de carpintería se destaca por su calidad. El de Paraguay llamó la atención por estar formado de tres estructuras independientes pero unidas entre sí, superpuestas y fácilmente desarmables, y un alto mirador adosado a un lado. Su exhibición de trabajos de ñanduty causó estupor entre las damas europeas. Fue construido por Monsieur Moreau. El pabellón de Perú fue obra de René Sergent, que ya era famoso en América Latina.

Los demás pabellones, esto es, los de Uruguay, Costa Rica, Santo Domingo y El Salvador fueron obras pequeñas, casitas en su mayoría con tejas o balcones, Honduras y Haití sólo presentaron muestras en vidrieras a los lados del camino de entrada a la sección de los países extranjeros. El de El Salvador, construido por Monsieur Lequeux tuvo su llamativo toque exótico, donde no faltó lo morisco, lo colonial y los jeroglíficos mayas, todo ello en una planta de 104 metros cuadrados

Pabellón de Guatemala

Pabellón de Nicaragua

Pabellón de Nicaragua

 

Al margen de las exhibiciones oficiales de los países ya citados, Francia realizó, a través de su máximo arquitecto Charles Garnier -quien entre otras cosas había construido la Opera de París- , una muestra de casas históricas. Basándose en el libro de Eugène Viollet-le-Duc, Histoire de l’ habitation humaine, se hicieron réplicas de cada una de las viviendas de los pueblos antiguos del mundo. Infaltables fueron las casas mayas, aztecas e incas (12).

Es interesante observar que el conocimiento que los arquitectos e historiadores de la época tenían sobre las antigüedades americanas era reducido, y a veces incluso confuso. La casa azteca tenía un techo maya, y la casa maya un techo irreconocible. Es evidente que Garnier se basó en algunos libros disponibles en Francia en ese momento, como los de Désiré Charnay, Viollet-le-Duc, la Comisión Científica Francesa, el Conde Waldeck o John Lloyd Stephens, para sacar de todos ellos un potpourri en el cual campea gloriosa la fantasía. Un caso similar al de los pabellones de Ecador y México, de los que ya se habló.

De todas formas es notable que se hayan hecho viviendas, porque hasta ese entonces lo habitual era darle importancia solamente a las pirámides, templos y palacios, dejando de lado a la casa indígena. Aunque estas no fueron fiel reflejo de las reales, por lo menos evidencian una buena intención y nos ubican en la realidad de la visión del mundo prehispánico que imperaba en Europa durante el siglo XIX(13).

Pabellones de casas Incas y Mayas

Pabellones de casas Incas y Mayas

 

*Artículo publicado en la revista DANA, Documentos de Arquitectura Nacional y Americana, número 18, correspondiente al mes de diciembre de 1984, pps. 65 a 70, del Instituto Argentino de Investigaciones en Historia de la Arquitectura, ISSN 0326-8640, Resistencia (provincia de Chaco), República Argentina.

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NOTAS

(1) Federico Ortiz y otros, La arquitectura del liberalismo en la Argentina, Sudamericana, Bueno Aires, 1968.
(2) Francois Derby, “Brasil”, Revista de la Exposición Internacional de París, Montaner y Simon, Barcelona, 1889.
(3) Idem, pág. 521.
(4) Daniel Schávelzon (coordinador), La polémica del arte nacional en México (antología), en prensa Fondo de Cultura Económica, México, 1983. En esta antología se incluyeron las descripciones de la época de este pabellón y las críticas postriores.
(5) Antonio Peñafiel, Explicación del edificio mexicano para la Exposición Internacional de París, México, 1889. Peñafiel fue un médico prestigiado que escribió gran cantidad de libros y artículos sobre arqueología mexicana durante el cambio de siglo.
(6) Manuel F. Alvarez, Las ruinas de Mitla y la arquitectura nacional, México, 1900.
(7) Ver nota 4.
(8) Daniel Schávelzon, Arquitectura y arqueología del Ecuador prehispánico, UNAM, México, 1981.
(9) Daniel Schávelzon, “El Pabellón de Ecuador en la Exposición Internacional de París 1900″, DANA No 11, pp. 57-58, Resistencia, 1981.
(10) Guide Illustrée de l’ Exposition Universelle de 1889, L. Danel, Paris, 1889; cita pág. 128.
(11) Alexander Georget, “Los pabellones de los nuevos mundos”, Revista de la Exposición Internacional de París, Montaner y Simón, Barcelona 1889, pags. 513-520.
(12) Eugéne Viollet-le-Duc, Histoire de l’ habitation humain depuis les temps préshistoriques jusqu´ a nos jours, Hetzel et Cie., Paris, 1884.
(13) Daniel Schávelzon, ”Viollet-le-Duc and the European vision of Maya archaeology during the XIX th. Century”

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(http://www.danielschavelzon.com.ar/?p=1032 )

La Revolución Mexicana

Las revoluciones antiimperialistas; su carácter nacional y clasista.- La Revolución Mexicana.[1]

Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo.[2]

El objetivo de destruir las relaciones de producción, esclavistas y feudales y sustituirlas por otras, superiores, venía quedando pendiente. La revolución por la independencia, encabezada por Hidalgo y Morelos, que como Lombardo lo analiza desde el punto de vista marxista, fue sobre todo, una guerra de clases antiesclavista y antifeudal, logró independizar políticamente a México, pero no alcanzó sus objetivos más trascendentes, de transformación profunda, económica y social. Por eso, porque el desarrollo de las fuerzas productivas no se correspondía con el arcaico modo de producción, estalló la lucha casi de inmediato, de nueva cuenta, y tomó la forma de un conflicto entre liberales y conservadores, y que no tuvo las causas superficiales que le han esgrimido los historiadores no marxistas. Triunfaron los liberales. Se formularon las Leyes de Reforma, que abrieron paso al posible destrabamiento de las fuerzas productiva, pero poco después, al instaurarse la dictadura de Porfirio Díaz, se truncó otra vez el proceso revolucionario que se venía desplegando. Así llegó el pueblo mexicano a los umbrales del siglo XX y a los momentos en que aparecía en el mundo el fenómeno del imperialismo, dentro de un modo de producción complejo, semiesclavista, semifeudal, con fuertes supervivencias del modo comunal de producción.

...luego del surgimiento del imperialismo de manera inevitable tendrían que aparecer las luchas antiimperialistas, de liberación nacional...

…luego del surgimiento del imperialismo de manera inevitable tendrían que aparecer las luchas antiimperialistas, de liberación nacional…

Porque, en efecto, el imperialismo, por cuanto se refiere al definitivo reemplazo del capitalismo de libre cambio en Europa, como Lenin lo escribió, ocurrió “… precisamente a principios del siglo XX”. El genio de la Revolución de Octubre citó enseguida la crisis económica de 1900-1903, como el momento en que “los cárteles se convierten en una de las bases de toda la vida económica”, con lo cual “el capitalismo se ha transformado en imperialismo.”[3] Ahora bien, recién rebasada la primera mitad del siglo XIX, y con más fuerza en su último tercio, los capitales imperialistas de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, sobre todo, ya se habían lanzado a capturar los mercados de los países cuyo rezago en el desarrollo de sus fuerzas productivas los convirtió en presas fáciles para sus propósitos de despojo.

Siendo ambos, capitalistas, es antimarxista pretender equiparar a los países imperialistas con los dependientes.

Lo cierto es que desde la aparición del fenómeno del imperialismo hasta nuestros días, el mundo capitalista se divide en dos: un conjunto de potencias capitalistas –a las que en lenguaje común, se les llama países “capitalistas desarrollados”– y otro conjunto, mucho mayor por su número y población, de países también capitalistas, pero subordinados. Aunque ambos son capitalistas, las formas en que se expresa el capitalismo en unos y otros contiene diferencias abismales que se reflejan en las relaciones de producción, en la conformación de las clases sociales y en múltiples aspectos estructurales y sobre-estructurales, por lo es criticable, por antimarxista y subjetivista, pretender equipararlos cuando se examinan los objetivos inmediatos y mediatos de la lucha revolucionaria, así como la estrategia y la táctica.

La Revolución Mexicana, la primera revolución antiimperialista, de liberación nacional en el mundo...

La Revolución Mexicana, la primera revolución antiimperialista, de liberación nacional en el mundo…

Por las contradicciones que se generan entre ambos conjuntos de países, y las relaciones clasistas que entrañan, se puede afirmar que luego del surgimiento del imperialismo de manera inevitable tendrían que aparecer las luchas de liberación nacional –luchas esencialmente antiimperialistas– por parte de los pueblos sometidos, de las cuales la Revolución Mexicana de 1910 fue la primera en el mundo.

Al momento en que Inglaterra y Estados Unidos, entre los primeros, alcanzaron la etapa de la exportación de capitales, México quedó como receptor y víctima, por tanto, del saqueo imperialista. La base económica de nuestra dependencia fue el rezago de nuestras fuerzas productivas acumulado durante los trescientos años de coloniaje, desde que la invasión española sojuzgó a los pueblos indígenas y, con ello, impidió que el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas siguiera el curso descubierto por Marx. En vez de eso, desde fuera y por la fuerza les impuso un doble modo de producción esclavista y feudal, sujeto además a múltiples trabas para su ulterior desarrollo. Luego, en los inicios del último tercio del siglo XIX, cuando los liberales, encabezados por Juárez, recién emergieron victoriosos sobre los conservadores, abrieron los cauces para el desenvolvimiento económico, con las Leyes de Reforma. Pero la irrupción de los capitales imperialistas lo impidió, como lo analiza el Maestro Lombardo:

La irrupción externa impidió que el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas siguiera el curso descubierto por Marx...

La irrupción externa impidió que el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas siguiera el curso descubierto por Marx…

“Cuando finalmente el liberalismo triunfa, se desarrollan las fuerzas productivas, aumenta la producción económica, las relaciones de producción comienzan a cambiar, los pueblos se liberan de la esclavitud, el feudalismo servil empieza a encontrar modalidades que atenúan la explotación humana, el Estado tiene más posibilidades de desarrollo. Pero aparece un personaje en nuestro drama histórico.

“Ese personaje que no nos ha soltado desde entonces, y qué daños irreparables nos ha creado, nos ha producido. Este personaje es la inversión de los capitales extranjeros y su intervención en la vida interna de nuestro país, influyendo en su vida política y también en sus vínculos internacionales”[4]

Desde el punto de vista marxista, la Revolución Mexicana no podría tener un carácter socialista.

Por el momento histórico en que se produce, por los rasgos del modo de producción que predominaba en México y por las clases sociales que conformaban su sociedad, la Revolución Mexicana no podía tener un carácter socialista...

Por el momento histórico en que se produce, por los rasgos del modo de producción que predominaba en México y por las clases sociales que conformaban su sociedad, la Revolución Mexicana no podía tener un carácter socialista…

Por el momento histórico en que se produce, y por los peculiares rasgos del modo de producción que predominaba en México y las clases sociales que conformaban su sociedad, como lo examina Lombardo, con riguroso apego al pensamiento marxista, Revolución Mexicana no podía tener un carácter socialista:

“Era evidente que la Revolución de 1910… no podía llegar al socialismo en aquél tiempo; no existía la clase obrera, no existía inclusive la burguesía nacional como una fuerza determinante; no existían las condiciones materiales objetivas ni subjetivas para un movimiento de esta trascendencia.”[5]

Pretender, a posteriori, que lo hubiese sido si tal o cual facción hubiese superado a otra, o si hubiesen sucedido tales o cuales hechos concretos u otros hubiesen dejado de ocurrir, como a veces especulan algunas personas, significa incurrir en el subjetivismo, que es absurdo por cuanto prescinde de realidad; además, implica, ignorar un principio fundamental del marxismo, según el cual

“ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua”[6]

Ya que es imposible que las fuerzas productivas del modo capitalista desarrollen todo su potencial cuando ni siquiera ha surgido este sistema como dominante respecto de otros modos de producción previos, precapitalistas, en una sociedad en concreto.

La Revolución Mexicana fue consecuencia... de la intervención del imperialismo extranjero en la vida doméstica de México ...

La Revolución Mexicana fue consecuencia… de la intervención del imperialismo extranjero en la vida doméstica de México …

En efecto, el desarrollo de las fuerzas productivas, en nuestro caso –como ya hemos visto–, no era el de una sociedad capitalista, cuyas contradicciones internas, al agudizarse, abran la puerta a la transición revolucionaria al socialismo, sino de una sociedad esclavista y simultáneamente feudal, esto es, precapitalista. Sus contradicciones internas tenían ese carácter, y lo necesario para destrabar las fuerzas productivas era demoler esas relaciones sociales, esclavistas y feudales. Consecuentemente, nuestra revolución se planteó la destrucción del latifundio, llevar adelante una profunda Reforma Agraria y lograr la industrialización del país, destrabando de esa manera las fuerzas productivas. La revolución tuvo un carácter democrático-burgués, pero en nuestro caso había contradicciones de origen externo, además de las internas, que no existieron en el caso de la Revolución Francesa, ni las otras revoluciones democrático burguesas previas, las contradicciones que se dan entre el imperialismo y el país receptor de sus capitales, es decir, el país dependiente, saqueado por aquél. Se trató de un ingrediente nuevo, distinto de los que engendraron las revoluciones burguesas clásicas.

El imperialismo, obstáculo gigantesco para el desarrollo de las fuerzas productivas de los países dependientes.

El despojo que se realiza por medio de las inversiones extranjeras y el envío al exterior de las utilidades, junto con muchas otras riquezas naturales de la nación, viene a ser, en los tiempos del imperialismo, un obstáculo gigantesco para el desarrollo de las fuerzas productivas propias. Por eso, hacía falta una revolución de carácter antiimperialista, de liberación nacional, como denominó Lombardo a la nuestra, estallada en 1910 y culminada jurídicamente en 1917.[7] Por eso el ideólogo marxista la definió con precisión como “una revolución democrático-burguesa y antiimperialista”. Este último rasgo la distingue de las revoluciones democrático burguesas, como la Revolución Francesa, que se produjeron antes de la aparición del imperialismo sobre la faz de la Tierra, porque la nuestra tenía que fijarse también el objetivo de liberar al país de la dependencia respecto del imperialismo, y lograr que México fuera para los mexicanos. Lombardo Toledano lo dice así:

“La Revolución Mexicana fue una revolución demo­crática, antifeudal, y antiimperialista. Técnicamente calificada, fue una revolución democrático-burguesa; pero a diferencia de las revoluciones de ese género realizadas en Europa y en la América del Norte durante los siglos XVIII y XIX, la nuestra se produjo en un país semicolonial, al lado de la potencia capitalista más grande de la historia y en el periodo del imperialismo, cuya primera gran contienda entre sus integrantes fue la guerra mundial de 1914-1918, por un nuevo reparto de los países atrasados de Asia y África, y de zonas de influencia en los diversos con­tinentes de la Tierra.”[8]

Y cuando habla de sus múltiples y complejas causas, el pensador y dirigente de la clase trabajadora y el pueblo explica:

“La Revolución iniciada en 1910 fue consecuencia del régimen económico establecido por la monarquía española desde el siglo XVI, y modificado sólo en sus aspectos secundarios, durante noventa años del México independiente. Fue consecuencia también de la supervivencia de las formas esclavistas y feudales de la vida social. Y fue consecuencia, así mismo, de la intervención del imperialismo extranjero en la vida doméstica de México a partir de la segunda mitad del siglo XIX.”[9]

...es natural que la Revolución Mexicana tuviera un carácter profundamente transformador de la realidad, tanto como podía serlo en aquel momento histórico concreto del mundo y de México y de acuerdo con el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de nuestra sociedad...

…es natural que la Revolución Mexicana tuviera un carácter profundamente transformador de la realidad, tanto como podía serlo en aquel momento histórico concreto del mundo y de México y de acuerdo con el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de nuestra sociedad…

Habiendo sido, como se dijo, una revolución antiesclavista y antifeudal, y al mismo tiempo una revolución antiimperialista, de liberación nacional, es natural que la Revolución Mexicana tuviera un carácter profundamente transformador de la realidad, tanto como podía serlo en aquel momento histórico concreto del mundo y de México y de acuerdo con el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de nuestra sociedad.

Criticarla, desde una perspectiva aparentemente marxista, como hacen algunos autores desde el ámbito de la academia, o algunos actores de la lucha política, acusándola de no haber sido una verdadera revolución por no haber tenido el carácter de socialista, significa ignorar el A, B, C del materialismo histórico, es decir, las ideas básicas del marxismo sobre el desarrollo de los modos de producción y su estrecha relación con la base económica de la sociedad; de las transiciones entre unas y otras etapas de la historia y de las luchas revolucionarias de las clases oprimidas como motor de la historia.

Pensador riguroso, hizo importantes aportes a la concepción marxista del desarrollo de la historia...

Pensador riguroso, hizo importantes aportes a la concepción marxista del desarrollo de la historia…

Porque a partir de la aparición y expansión del imperialismo, la lucha de clases tuvo una forma más de expresión, antes desconocida: la lucha de la clase trabajadora de los países penetrados por el capital imperialista –lucha que en este caso no debe librar sola, sino con múltiples aliados de otras clases y capas de la sociedad– contra esos capitalistas externos, en su calidad de propietarios de medios de producción y cambio –y por tanto directamente explotadores de los trabajadores—pero también en su calidad de saqueadores de la nación en su conjunto. Por esta razón, Lombardo planteó certeramente en la Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, como ya dijimos, que, en nuestro caso, “la Revolución, además de ser una Revolución que conviene al proletariado, es una Revolución que conviene al resto de la nación mexicana”.[10]

Considero pertinente enfatizar que para múltiples sectores de la población, que son víctimas del imperialismo, la lucha contra éste solamente entraña una lucha nacional por la liberación; pero para los trabajadores es eso mismo y, además, una forma muy aguda de la lucha de clases, puesto que los capitales imperialistas son doblemente explotadores de todos aquellos que viven de su trabajo personal. E implica una forma especialmente compleja de relación entre la clase trabajadora y la burguesía nacional, porque una franja de ésta tiende a aliarse con el capital imperialista y, por tanto, es enemiga frontal de la clase trabajadora, pero otra franja, victimada por el imperialismo, tiende a confrontarlo –aunque lo haga con debilidad y vacilaciones—, y no por eso deja de explotar a los trabajadores. La clase trabajadora debe combatir a esta franja de la burguesía, en tanto que es su enemiga de clase, pero al mismo tiempo, debe formar alianzas transitorias con ella para enfrentar al imperialismo que toma la calidad de enemigo común de ambas clases sociales, y a la vez, de principal enemigo de los trabajadores.

Esta complejidad de la lucha de clases en los países penetrados por los capitales imperialistas resulta de difícil comprensión para quienes apenas se asoman a los aspectos más elementales y generales de la ideología de la clase obrera; y a quienes conciben lo revolucionario con la repetición de citas, de manera suelta, fuera de contexto, y la copia al carbón de las acciones concretas que la clase trabajadora emprendió en la Rusia de los zares o en otras partes, cuya realidad era diferente. A eso obedecen muchas de las divergencias entre Lombardo y el lombardismo, por una parte, y sus críticos y fustigadores “de izquierda”, por la otra.

[1] Séptimo fragmento de mi investigación titulada “Lombardo y sus ideas. Su influjo en la vida política y social de México en los siglos XX y XXI”. Próximamente aparecerá publicada por el Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales “Vicente Lombardo Toledano”.[2] Maestro en Ciencia Política por la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigador de tiempo completo. Coordinador de Investigación del Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales “Vicente Lombardo Toledano”.[3] V. I. Lenin. “El imperialismo, fase superior del capitalismo.” Obras Escogidas, Progreso, Moscú. 1961. Disponible en  http://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe3/lenin-obras-1-3.pdf.[4] Vicente Lombardo Toledano. “Las tesis fundamentales de las constituciones de México”. Serie de conferencias que dictó en la Universidad de Guanajuato, en el año de 1966. Disponible en Escritos acerca de las Constituciones de México Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales VLT, 2 tomos.[5] Vicente Lombardo Toledano. “La línea estratégica del PPS: no ponerse al margen ni aislarse de la vida nacional. Discurso pronunciado en la cena de año nuevo del PPS, el 7 de enero de 1967, publicada por la revista Política fechada el 1 de enero del mismo año. Pág. XXXIII.[6] Karl Marx, Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm[7] Vicente Lombardo Toledano, “La Revolución Mexicana cumple su destino de liberación nacional”, El Popular, 17 de julio de 1938.  Disponible en CEFPSVLT, OHC, 1938.[8] Vicente Lombardo Toledano,  Carta a la juventud sobre la Revolución Mexicana, su origen, desarrollo y Consecuencias, 1960, pág. 20. Disponible en CEFPSVLT, OHC, 1960.[9] Ibidem.[10] Vicente Lombardo Toledano. Mesa redonda de los marxistas mexicanos. CEFPSVLT, México. 1982, pág. 58.
 

 

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