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Blog

María Cecilia Rossi

 

Las celebraciones del 27 de abril son un hecho significativo para la provincia de Santiago del Estero, en tanto es la fecha de la declaratoria de la autonomía provincial que instaló en el poder a Juan Felipe Ibarra, quien con diversos incidentes se mantuvo en el mismo hasta su muerte en 1851[1].

En Tucumán el Gobernador Bernabé Aráoz se encontraba en pleno proceso de formación de la Gobernación del Tucumán –algunos hablarán de República, porque así figura en determinados documentos- e incorporaba a Santiago del Estero y también a Catamarca, bajo su jurisdicción. Emergente de una maniobra política signada por el apuro y la falta de consulta a las jurisdicciones que tomaría bajo su mando, por las mismas consideraciones fue desconocido por las autoridades de Santiago, respondiendo el gobernador tucumano con una tropa que invadió la ciudad capital intentando la sumisión política por medio de las armas. Allí entra en escena Ibarra equilibrando el terreno militar y derrotando a las tropas tucumanas, lo que generó en Aráoz un arrebato literario publicado como “manifiesto”  que resultó tan ofensivo para los santiagueños que decidieron ponerle punto final a la cuestión y declararse estado autónomo, publicando a su vez un Manifiesto del Gobierno y Cabildo de Santiago del Estero a los pueblos federados e  inmediatamente comunicándolo al resto de las provincias. Claro que esto no fue más que el puntapié inicial de una guerra interprovincial que se extendería por bastante tiempo.

Los autores santiagueños que escribieron sobre la Autonomía santiagueña han dividido las consideraciones entre el propio gesto autonómico y la personalidad de Felipe Ibarra, quien indudablemente atrajo la atención, tal vez la persistencia en los modos de armado de las tramas de relaciones políticas y sociales, generara las más entusiastas adhesiones historiográficas y los más profundos rechazos. En el año 1900 escribía José Olaechea y Alcorta[2] la primera versión conocida de la autonomía a la que refiere muy brevemente y en relación a su orientación federal y a los “patriotas” que la firmaron.

Carla Dátola

UNICEN – IEHS – marzo de 2016

 

Introducción

El problema de la identidad indígena ha sido analizado y abordado, intentando superar las contingencias producto de factores lingüísticos, a la lectura e interpretación de las fuentes (considerando la visión parcial o sesgada de los actores coloniales e independentistas) en torno al período a analizar y en razón de la movilidad que caracterizó a estos grupos para el aprovechamiento del espacio. No obstante, resulta crucial el abordaje de la reconfiguración étnica indígena en el marco de las relaciones intraétnicas e interétnicas. La mayoría de los estudios hacen hincapié en el siglo XIX, siendo aun necesario profundizar en las transformaciones que acontecieron en el siglo XVIII. En relación a ello, Irianni[1] admite que los indios pampeanos se muestran en el escenario fronterizo como un conjunto de parcialidades atomizadas más o menos amistosas entre sí y para con la sociedad hispanocriolla conformando un tamiz étnico aún por descifrar.

En función de ello, el siguiente artículo tiene por objetivo analizar una cuestión central, la conformación de la identidad pampa – serrana. Para ello tendremos en cuenta, dos factores o variables: por un lado, la incidencia de los dispositivos de dominación colonial y por otro lado, el alcance de las relaciones interétnicas[2] como mecanismo dinamizador de las mutaciones y resignificaciones de la identidad étnica. En razón de este tipo de interacciones se retoman los aportes de Boccara[3] en torno a los procesos de etnogénesis que operan sobre la identidad étnica a partir del contacto e interacción en forma frecuente con otras parcialidades o centros y/o agentes hispano-criollos. Es válido aclarar que esta propuesta retoma los aportes de Mazzanti [4] quien ya  ha demostrado en su tesis doctoral, la aplicabilidad de la propuesta de este autor en razón de las relaciones interétnicas que se despliegan y desarrollan en la porción oriental del sistema Tandilia.

Cita:Claves para Comprender la Historia, Horizonte Bicentenario 2010-2016, Revista Digital sobre historia de Santiago del Estero - Año 6 - Nº 48, marzo de 2016-ISSN 1852-4125. Sección: Artículos de María Cecilia Rossi - 28/03/2016

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29 de marzo de 1763-

A raíz del traslado del la Reducción de San José de Vilelas por el padre Bernardo Castro, a la margen derecha del río Salado

 María Cecilia Rossi

Los Jesuitas fueron los últimos –de todas las órdenes religiosas- en instalarse en Santiago del Estero, en 1585 y sus actividades tuvieron dos radios de acción, la ciudad en donde podemos reconocer su mayor acción educadora, y la frontera sobre el Chaco, en evangelización y organización económica de los pueblos reducidos, Abipones, Lules y Vilelas. En este marco, el padre Barzana, cuyo manejo de lenguas nativas fue notable y escribió un diccionario quichua-español , deviene en el ejemplo más claro de aquel misionero que, como agente de la corona, fue un hábil y práctico explorador, agente diplomático que no levantaba sospechas ni hostilidades, emisario ante grupos indígenas hostiles, y de ese modo, en las sucesivas campañas al Chaco y a los Mataraes -que finalmente pudo traer en parte desde el Bermejo e instalarlos en el Salado-, pudo registrar, como cronista lo que en las expediciones que participaba veía, e informaba sobre lo que debía hacerse o las posibilidades de acciones futuras. Ejemplo similar lo encontraremos en el padre Dobrizhoffer que hizo lo propio con los Abipones dejando una obra monumental.

La presencia y la actividad jesuíticas fueron tan prolíficas como conflictivas. La dependencia directa del Papa les generó problemas con las otras órdenes religiosas constreñidas por el Real Patronato a la disposición y voluntad del rey de España -Domínicos, Franciscanos y Mercedarios-; su alineamiento con determinados gobernadores y obispos fue otra fuente de conflictos permanentes, así como con los encomenderos, atendiendo a la cerrada defensa de los indígenas y sus modos de organización del trabajo y de la evangelización. Cuestiones por las que debieron, en una oportunidad, abandonar la ciudad, como ocurrió en el año 1609 a 1611 en que regresaron bajo los auspicios del obispo Trejo y Sanabria, para crear y dirigir el Colegio Seminario Santa Catalina; en otras oportunidades fueron castigados y quitándoseles los estudios de latín y teología moral, prohibiendo la realización de las cofradías de los estudiantes, como así también las procesiones de los indios y las fiestas ignacianas; había momentos en que las cuestiones llegaban a límites impensados como cuando el obispo de Torres declaró que “prendería a todos los jesuitas y los enviaría con cadenas al Santo Oficio”. (Achával, 1988:105-106 y 124) [1].

A partir del siglo XVIII, en los contextos de latencia política, de decadencia económica general y de pérdida de principalidad de la antigua capital gubernativa, junto con el último gran traslado de la ciudad hacia el Oeste, los Jesuitas se concentraron y fortalecieron en las reducciones fronterizas[2] y en la actividad no tan permanente en los principales pueblos de indios en el marco de una declinación de la población nativa que al momento de la fundación de Santiago del Estero tenían unos 80.000 y 80 años más tarde solamente se podían contabilizar 1.500 (Achával, 1988:126).

En Santiago del Estero, y tal como ocurrió en otras partes del territorio americano, las reducciones –llamadas de modo equivalente misiones- vinieron a suplir a las encomiendas o reforzar su posición fronteriza, decaídas y con encomenderos en completo descrédito, de modo que su función fue reducir los desenfrenos de la “explotación encomendera y convertir y proteger y civilizar a los indígenas”, en acciones que servían tanto a la iglesia como al Estado español[3]. Podemos considerar entonces que las reducciones santiagueñas fueron durante el siglo XVIII un elemento central de la defensa de la frontera saladina, en importante articulación con las estancias y los fuertes y fortines. En cualquiera de los tres formatos, la población era centralmente indígena o mestizada.

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