La Historia Digital

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LA HISTORIA DIGITAL, LOS ARCHIVOS Y LAS NUEVAS FORMAS DE INVESTIGAR

 

Desde los tiempos en que uno se limitaba a solicitar fotocopias en el archivo hasta el día de hoy, donde podemos tomar fotos con un cámaras fotográficas o con nuestros iphones o ipods, la forma de obtener reproducciones de documentos para nuestras investigaciones ha cambiado considerablemente. No se trata solo de la incorporación de nuevas formas de tecnología sino de toda una serie de transformaciones entre el archivo, el documento y los investigadores.  Los investigadores hemos sido quizás los más beneficiados con los nuevos gadgets o aparatos tecnológicos, que nos permiten ahorrar tiempo y dinero, y a la vez nos permiten tener copias más fidedignas de documentos que antes debíamos tan solo copiar a mano por horas.

Pero a menudo olvidamos que los investigadores somos tan solo una parte del circuito de preservación y difusión de documentos. ¿Qué consecuencias ha traído la masiva irrupciones de personas armadas con escaners y cámaras fotográficas a los archivos y bibliotecas? ¿Cómo se han adaptado las instituciones que custodian estos documentos y el personal que está a cargo de los mismos? En un post anterior señalé que la posibilidad de reproducir fácilmente los documentos podía desincentivar el robo de los mismos, ya que no serían documentos únicos. Pero el problema es más complejo, por supuesto, y merece cuando menos que investigadores y los encargados de resguardar el material se sienten a dialogar o debatir en foros públicos para señalar de qué manera el proceso de digitalización que vienen realizando archivos y bibliotecas así como el de los investigadores pueden encontrar terrenos en común.

El siguiente artículo de John Markoff, aparecido en The New York Times hace unos días, aborda varios puntos de esta agenda, en base a entrevistas y testimonios a diferentes personas, quienes cuentan cómo ha cambiado su forma de investigar en los últimos años.


Nuevas herramientas de investigación sacuden el polvo de los archivos, por John Markoff

Sentada no hace mucho en la Sala de Colecciones Especiales de la biblioteca del Massachusetts Institute of Technology (MIT), Anders Fernstedt revisaba un grupo de amarillentos artículos y cartas. Muchos años atrás, Fernstedt, un académico sueco que estudiaba la obra del filósofo Karl Popper y varios de sus colegas, hubiese tenido que tomar apuntes o separar los documentos para fotocopiar. Sin embargo, ahora puede echar mano de la cámara de alta resolución de su iPhone. Cuando encuentra un documento de interés, rápidamente toma una foto y lo comparte de modo instantáneo con un colega trabajando a miles de kilómetros de donde él se encuentra. De hecho, Fernstedt, que lleva a cabo su investigación en varios países, lleva consigo su propia biblioteca digital de Popper en el disco de su computadora MacBook Air, con más de 50 mil archivos en pdf que él puede revisar fácilmente.

En solo unos años, los avances en tecnología han transformado los métodos que los historiadores y otros investigadores emplean. La productividad ha mejorado dramáticamente, los costos han bajado y un mundo que se solía caracterizar por investigadores trabajando de manera aislada ahora se ha vuelto más colaborativo. En respuesta, se está produciendo un conjunto de métodos computarizados de análisis, creando una nueva ciencia cuantitativa. No obstante, esta transformación también ha alterado muchos de los archivos a nivel mundial, por mucho tiempo considerados como lugares soñolientos con amplias y mohosas colecciones de documentos que rara vez habían visto la luz del día.

También ha creado nuevos retos para proteger la propiedad intelectual y ha amenazado fuentes tradicionales de financiamiento por medio de la reprografía (fotocopias), con algunos desafíos para algunas instituciones. “Me estremece un poco”, dice Henry Lowood, curador de la History of Science and Technology Collections and Film and Media Collections en la Universidad de Stanford. “No es tanto que querramos controlar las cosas, pero es que tenemos acuerdos con quienes nos entregan sus documentos, y para poder cumplir esos acuerdos, necesitamos monitorear las cosas a cierto nivel”.

El giro en la investigación de archivo fue documentado en un informe el pasado mes de diciembre en el documento Supporting the Changing Research Practices of Historians, financiado por el National Endowment for the Humanities. “Una búsqueda poderosa y en ascenso así como otras herramientas similares han transformado la academia en la década que terminó”, dice Roger C. Schonfeld, director de programa en Ithaka S+R, un grupo de consultoría e investigación, y autor del informe. El informe hace notar que el amplio uso de cámaras digitales y otros instrumentos para escanear “es quizás el giro más importante en las formas cómo investigan los historiadores”, u que dicho cambio tiene un amplio rango de implicancias para la profesión.

En uno de los casos mencionados, un professor de una Universidad en Estados Unidos fue capaz de dirigir a un estudiante de doctorado que hacía investigación en los archivos de Europa. Al final del día, el estudiante podía subir a la web las fotografías que había obtenido, permitiendo al profesor que le diera recomendaciones al día siguiente. Los investigadores dicen que estas nuevas mejoras han transformado su forma de investigar. “He usado diversas estrategias con mi cámara digital para reducir la longitud de mis viajes al archivo”, escribió en su website Shane Landrum, estudiante de doctorado en Historia en Brandeis University. “En vez de tener un gigantesco presupuesto para investigación y financiar meses en una colección lejana, he logrado reunir becas pequeñas y así reunir materiales de investigación que de otra forma no hubiese podido conseguir”.

El informe también indica que los beneficios se extienden a los archivos y otras instituciones, así como a futuros investigadores. En un caso, un investigador escaneó documentos en un archivo local cuyos documentos nunca habían sido escaneados anteriormente, y luego entregó su colección digitalizada a los archivos, con la esperanza de hacerla más accesible a otros en el futuro. Del mismo modo que algunos perciben el potencial académico y los beneficios que esto trae, otros ven en esta apertura una bendición ambivalente. Los archiveros que están a cargo del cuidado de los documentos que habían sido raramente estudiados hasta ahora, salvo por un grupo de historiadores, están preocupados por el daño que se pueda causar a los libros en manos de descuidados investigadores que desean obtener buenas imágenes. También se preocupan por la pérdida de control sobre los documentos, lo que puede llevar a violaciones de acuerdos entre los archivos y los donantes de documentos históricos.

Las bibliotecas han tenido que adaptar sus políticas a la nueva tecnología de reproducción, algo en lo que están trabajando, dice el Dr. Lowood. Por ejemplo, inicialmente los archivos de Stanford cobraban a los usuarios cuando usaban su propio equipo, pero un año atrás este cobro fue eliminado. Ello ha significado dejar de percibir un ingreso, y ha motivado nuevas políticas: ahora los investigadores están permitidos de traer su propio equipo para reproducir documentos. Y también están requeridos de demostrar que pueden usarlo adecuadamente. Puede que Stanford esté un paso adelante, dice el encargado de las colecciones especiales de la biblioteca, Robert G. Trujillo. Según él muchas colecciones aún cobran a los investigadores, incluso si es un pago único, por el privilegio de sacar sus propias copias digitales.

Más allá del tema de la propiedad intelectual, la nueva tecnología ha creado un exceso de material disponible para los investigadores, lo cual a su vez ha creado nuevos desafíos, sobre todo, ¿cómo manejar la riqueza de material ahora disponible? “La rapidez con la cual la tecnología te permite ahora copiar ha realmente desafiado a las personas respecto a qué hacer con todo este material, y cómo contextualizarlo”, dice Francis Blouin, historiador y director de la Bentley Historical Library de la Universidad de Michigan. Pero estos avances tienen también consecuencias ambivalentes: el rápido despegue de las “humanidades digitales” han impulsado la innovación, y nuevos instrumentos para obtener data diseñados para la masa de documentos textuales están haciéndose disponibles para los historiadores y transformando las posibilidades de análisis.

“Esto abre nuevas categorías de investigación”, dice Joanna Guldi, quien investiga Gran Bretaña y es Assistant Professor en Brown University. Por ejemplo, ella puede usar herramientas de análisis textual y data de Google Books para determinar cómo los extraños interactuaban en las calles en Inglaterra antes del siglo XX. Ella es una de las que ha diseñado una herramienta de análisis llamada Paper Machines que hace posible que los historiadores puedan examinar visualmente colecciones digitales para percibir cambios en el lenguaje y otras pistas sobre comportamiento social, político y económico.

Para algunos investigadores, sin embargo, esta es la nueva frontera de tecnologías especializadas y métodos. “Yo fui entrenada en una serie de métodos de ir por mí mismo a un archivo y pedir las cajas, sacar los documentos, revisarlos y solicitar las copias y llevarlas a casa”, dice Leslie Berlin, historiadora del Sillicon Valley Archives de la Universidad de Stanford. Ahora ella suele comenzar por los documentos electrónicos. “Ahora mi metodología ha cambiado para bien, en términos de eficiencia. Lo que se ha perdido en la transición es la sensación de azar de lo que la caja podría contener”.

New Research Tools Kick Up Dust in Archives, de John Markoff, apareció en The New York Times (20 de mayo de 2013). La versión en portugués apareció en el periódico brasileño O Tempo, con el título:Tecnologias digitais revolucionam forma de pesquisar de historiadores (21 de junio de 2013). El renovado blog de Anaclet Pons, Clionauta, tiene otra traducción del mismo post,  El polvo del archivo en la era digital (26 de junio de 2013), la cual sugiero revisar.

(fuente: Archiveros de Andalucía)

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