Género: desigualdad y diferencia en el período colonial en Santiago del Estero

 

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María de las Mercedes Ruiz de Reyes[1]

 

La historia de la colonia inscribe en una historia de disciplinamiento de las diferencias nunca bien combatidas, que refundó un orden con base en la domesticación y la amenaza. Desconocimiento, no-reconocimiento de la sociedad preexistente que bajo el uso de la violencia simbólica impulsó la creación de nuevas identidades y con ello de nuevas diferencias. Poder que logra imponer significaciones e imponerlas como legítimas, disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerza (Bourdieu, P. y Wacquant, L. 1995).

La imposición de un patrón único europeo-español, católico y masculino se realizó en medio de un desconocimiento y negación de lo propio: una organización social compleja, heterogénea y diferenciada, escenario intercultural donde la hegemonía se ramifica e introduce en todos los órdenes de la vida cotidiana. Se adopta el concepto de “interculturalidad” en tanto nombra el profuso campo de las “diferencias” antes que la hibridación que recrea el de multiculturalidad (Grosso J. L. 2003/2004). “Interculturalidad” en cuanto espacio social y cultural de interacciones asimétricas, “coloniales”, pero asimismo indecididas, donde pugnan fuerzas tan activas como las que sostienen y reproducen el orden de cosas. Este nivel es el de las prácticas sociales. La hegemonía se adhiere a la piel, impregna el proceso de socialización, se incorpora como la leche materna, penetra sin preguntar, crece junto con la confianza; concepción del mundo que no se adquiere intelectualmente. A este nivel tienen lugar los procesos sociales de construcción de sentido que se ajustan a la formación hegemónica, pero que simultáneamente la transforman, derivándola; “sentido” que significa no sólo ni primariamente en el ámbito lógico-lingüístico, ni siquiera en el ámbito lingüístico general (oral, pensante o escrito), sino un “sentido” en las propias prácticas sociales, espacio de alguna especie de “subjetividad” que orienta la acción, campo de “conciencia” no explícita, un significar-hacer (semiopraxis) y un saber-hacer, una experticia no ilustrada, relación con espacios, intensidades, sensibilidades, una corporalidad cognitiva en juego permanente. (Gramsci 1993;De Certeau 2000;Bourdieu 1990; Giddens 1995; Grosso J. L. 2003/2004).

Dicho proceso generó una heterogénea trama sociocultural, marcada por la negación, ocultamiento y borramiento de las diferencias, más que un triunfo de valores occidentales. Como así también, más allá de las políticas oficiales, una producción cultural de mestizajes o de sincretismos, entendidos éstos como formaciones y prácticas culturales que yuxtaponen elementos de diversas tradiciones en la conformación de una forma de vida. No sólo de la cultura aborigen/española, sino de la africana con las mestizas y blancas. La riqueza étnica superó la idea de una cultura indígena paralela a la mestiza, produciendo una rica y compleja mezcla racial, étnica y de castas, reflejadas en la vida socio-política y cultural (Moreno, 2004).

 

Huellas doctrinarias: La introducción del catolicismo dejó su impronta en todos los órdenes de la vida cotidiana sea del orden público y privado, como así también en la vida íntima de los habitantes. Impregnó a toda la sociedad civil y al Estado, borroneando sus límites como los existentes entre lo público y privado.

España fue el intérprete más dogmático del Concilio de Trento (1563) al introducir sus reformas en América y la proyección que tuvieron sobre el matrimonio, la familia y, de hecho, sobre la condición de género y la sexualidad. No pocas fueron las implicancias que se manifestaron en el papel del hombre y la mujer en el nuevo orden social. La inclinación por el culto mariano promovió a la Virgen María, como el modelo de mujer a seguir: sumisa, dulce, abnegada. La pureza y la maternidad fueron las virtudes más valoradas. El honor de una mujer pertenecía a la esfera de lo no privado y se transpolaba a la familia. Una “mujer sin honor” estaba destinada a la sanción moral y social según códigos de la época y según el estrato social de pertenencia. Trato ilícito o “amistades ilícitas” indicaban relaciones ambiguas, convivencia de hecho, sin institución matrimonial.

Las mujeres de sectores subalternos gozaban de una vida cotidiana más libre que la mujer de la elite encomendera o mercantil. La soledad pública podía indicar su extrema pobreza o, peor aún, ejercicio de prostitución. La necesidad de salir a buscar el sustento, sea viuda o soltera, indicaba su condición. La ausencia del hombre debilitaba moralmente los hogares de estos sectores conducidos por mujeres, que las obligaba a vivir en la indigencia y penurias cotidianas.

Los propios jesuitas, en el afán de transmitir los valores religiosos, tuvieron dificultades para obtener comportamientos sexuales acordes a dichos preceptos, así como la aceptación del matrimonio. Más aún, que éste conectara con la idea de dios y del diablo, y mucho menos que los nativos vincularan las relaciones sexuales con la idea de pecado.

El catolicismo controló en toda América ibérica las conciencias (indígenas y no indígenas) a través de la confesión de los pecados. Fuerte mecanismo de control sobre todos los aspectos de la vida cotidiana de todos los habitantes y particularmente de los indígenas y su sexualidad. La Iglesia llevó registros de nacimientos, defunciones y matrimonio. El acto matrimonial, entre los blancos, se consagró como un hecho público y estuvo normado con requisitos como el bautismo previo, las “amonestaciones” y el “informe de soltura”. Ambos tenían la función de dar a publicidad si los contrayentes tuvieron un matrimonio anterior o existían obstáculos sociales o espirituales para tal efecto. Debían realizarse con cierta antelación y durante el oficio religioso de la misa. El Derecho Canónico, como la propia tradición cristiana, determinó dos obstáculos para su realización: los vinculados con la consanguinidad, los relacionados con el incumplimiento de las “amonestaciones y el informe de soltura” o cuando la ceremonia se realizara en período de penitencia o abstinencia.

En el período tardo colonial la institución matrimonial se extendió hacia los demás estamentos: indios y mestizos y, más tarde, a los negros africanos introducidos en la región a raíz de la baja demográfica de la población autóctona. Ello formó parte de la política evangelizadora de los españoles, que pretendió borrar todo rastro de sistemas poligámicos y aún monogámicos, que no estuvieran regidos por los preceptos católicos. Ello no significó que los aspectos normativos o legales, impidieran uniones de hecho.

En este período es posible afirmar la existencia de una baja proporción de matrimonios exogámicos, pero al mismo tiempo una numerosa cantidad de relaciones de hecho, sobre todo entre individuos de diversos orígenes étnicos. Dichos criterios étnicos no tenían entonces la claridad que tienen en el presente, ya que la movilidad social, producto entre otras razones de la expansión económica de la frontera, produjo un blanqueamiento progresivo de la población. Blancos, indios y negros, con todos los tipos de estas primeras combinaciones, produjeron mestizos, zambos, mulatos, etcétera, que a su vez entre ellos serían la gran base de situaciones consideradas de ilegitimidad.

“En un esfuerzo por mantener el orden, las autoridades coloniales establecieron en la ciudad áreas separadas para las poblaciones: en el centro, la “traza” para los españoles con sus esclavos, y en los alrededores los “barrios” para los indígenas Pero pronto esta divisoria se hizo imperceptible debido a las circunstancias económicas y al crecimiento de una población racialmente mixta. Este desorden, que rápidamente no sólo se limitó a lo habitacional, fue denunciado para poner de manifiesto el peligro que representaba el creciente número de personas que se salían de los patrones sociales creados como estamentos en la sociedad colonial.

Las mujeres fueron las mayores damnificadas respecto de las situaciones anteriormente mencionadas y peor aún si los casos eran llevados a juicio. Maltrato y abuso junto a otras causas, eran elevados frecuentemente a los tribunales. A pesar de que la corona y la doctrina trataron de resguardar e impedir contactos entre las castas abunda documentación acerca de que ocurrió lo contrario, particularmente entre españoles y mujeres de los sectores subalternos (entiéndase de otras castas, etnias, o mujeres blancas de los sectores pobres). Eran frecuentes las uniones libres entre dichos estamentos, e incluso a veces a sabiendas de las esposas blancas.

Gran parte de las mujeres de los sectores pobres que no lograron formar una familia estable llegaron a crear parejas casi de modo contractual en su afán de obtener ciertas garantías en el orden de lo material. Sin embargo, ello no siempre les aseguró la manutención o la de su prole debido al abandono frecuente del que eran objeto por parte de sus parejas. Debido a las migraciones, los hombres pasaban considerable tiempo fuera de sus lugares de origen, situación que generó un escenario de paradojales relaciones entre el varón y la mujer. Fuentes documentales consultadas indican de una alta proporción de mujeres y niños/as solos a causa de dicha movilidad (Farberman, J. 2005; Moreno, J. L. 2004). Este fenómeno tuvo sus implicancias en el tipo de relaciones entre ambos sexos, tanto para los que se iban, como para las mujeres que quedaban en el hogar.

El alejamiento de los hombres facilitó con frecuencia múltiples uniones, casos de bigamia, adulterio y amancebamiento. La segunda mujer, la “ilegítima”, tenía mucho que perder en este tipo de relaciones en caso que no prosperara. No sólo podía ocurrir que no recibiera alimentos o atención, sino que su “reputación y honor” fueran ventilados en los estrados de un modo hasta impiadoso. Puede afirmarse la existencia de una importante cantidad de hijos ilegítimos en estos sectores, situación que pudiera vincularse no sólo con la permanente movilidad anteriormente citada, sino con una emancipación en las relaciones sexuales por fuera del matrimonio o aún sin él.

 

Disputas, castigo y violencia. Considerando el patrón masculino vigente, las mujeres fueron las que con mayor frecuencia se vieron perjudicadas en cuanto juicio se iniciara contra ellas. “Hechicería”, “amor libre”, “delitos de liviandad”, fueron causas, duramente juzgadas y castigadas, que tomaron relevancia pública. El depósito en una casa de blancos constituyó uno de los castigos más insignificantes y de uso corriente (Santamaría y Cruz, 2000). 

Las prácticas del curanderismo como las actividades de las celestinas formaron parte de las “actividades mágicas” en Santiago del Estero, sean éstas terapéuticas, dañinas o amorosas. Es posible vincular ello a la ausencia de médicos como a la escasez de varones, por la tendencia migratoria que se describe más arriba. Ejercicio desempeñado básicamente por mujeres, indias principalmente y en segundo lugar por negras y mulatas. Este denominador común: subalternidad, género y raza compone la alteridad cultural respecto de quienes las juzgaban en el Cabildo. El dato empírico por la que llegaban al estrado eran la enfermedad o muerte de personas objeto de rituales o de las “artes” que utilizaban.

El predominio femenino, la asociación mujer/hechicera no es novedoso y cuenta con un acervo histórico tanto en Europa, como por los sucesos ocurridos con la Inquisición. A la mujer se le adjudicaban poderes maléficos, inclinación al mal inherente a su sexo y por ende poderes sobrenaturales o mágicos, que excedían la lógica y la racionalidad esperada desde el patrón masculino, cristiano y europeo. No debe desestimarse el hecho de que estas mujeres indias formaron parte de una población minoritaria respecto de las negras y de otras castas que pertenecieron a pueblos de indios.

Casi todas las mujeres estuvieron bajo el régimen de encomienda o algún vínculo con la esclavitud, como el caso de las negras y mulatas. A pesar de ello ejercieron una relativa autonomía en sus actividades, ya que se mantenían por su cuenta gracias a la textilería, pastoreo, alfarería y otras actividades subsidiarias (incluso las mencionadas más arriba). Salvo en el caso de la esclavitud y de la servidumbre, la dependencia hacia el encomendero no era irreversible. “Prueba de ello es que el mundo de las hechiceras y de los curanderos supone una amplia movilidad espacial y con ella el cambio frecuente de patrones y protectores” (Farberman, J. 2005).

Los autores consultados coinciden respecto de la preeminencia de la figura femenina sola (viudas y solteras) y que se mantiene por sus propios medios, lo cual en Santiago no es la excepción sino la regla. Esto tendría relación con la ausencia de sujeción, sea por los procesos migratorios (envíos a la frontera, cosechas, etcétera), ausencia de amos o maridos. Farberman sostiene que la ausencia de sujeción “potenció aquella peligrosidad esencial a la condición femenina... esta mayoría de mujeres indígenas, maduras y solas, blanco preferido de los vecinos que declaran como testigos y de los tribunales que las juzgan, reúne además ciertas características personales y familiares típicas... vinculadas a las “amistades ilícitas” y la liviandad sexual, la que son adjudicadas indistintamente a mujeres jóvenes como a las mayores, así como la mácula de ladronas. En resumen, la hechicera es una mujer que... perturba la armonía comunitaria sembrando discordia... estereotipo de la mala vecina, “temida y respetada”.

 

 

Bibliografía citada:

BOURDIEU, Pierre (1990) El Sentido Práctico, Editorial Taurus, Madrid.

BOURDIEU, Pierre y Löic WACQUANT (1995) Respuestas por una Antropología Reflexiva, Grijalbo, México.

DE CERTEAU, Michael (2000) La invención de lo cotidiano, T.1-T.2-
1ª. Edición, Universidad Iberoamericana, A.C.

FARBERMAN, Judith (2005) Las Salamancas de Lorenza. Magia, hechicería y curanderismo en el Tucumán colonial, Editorial Siglo XXI, Argentina.

GIDDENS, Anthony (1995) La Constitución de la Sociedad, Amorrortu, Buenos
Aires.

GRAMSCI, Antonio (1993) La política y el Estado moderno, Editorial Planeta.

GROSSO, José Luis (2004) “Cuerpo, Prácticas Sociales y Modernidad. Tecnologías y representaciones de la corporalidad en la transformación europea, siglos XVI al XVIII”, Guillermo de Ockham Vol. 7 nº 1, enero-julio 2004, Universidad de San Buenaventura, Cali.

GROSSO, José Luis (2003) “Interculturalidad Latinoamericana. Los escenarios de la comunicación y de la ciudadanía”, Interações, Revista Internacional de Desenvolvimento Local, V. 4, nº 6, Programa de Mestrado en Desenvolvimento Local, Universidade Católica Dom Bosco, Campo Grande (MS – Brasil), Março. pp. 17-45.

MORENO, Luis José (2004) Historia de la familia en el Río de la Plata,Editorial Sudamericana, Buenos Aires.

SANTAMARÍA Daniel y CRUZ Enrique (2000) Celosos, amantes y adúlteras, CEIC.

ANEXO DOCUMENTAL:Revista del Archivo de Santiago del Estero, Años: 1924, 1925, 1926, 1927, Director Andrés Figueroa, Imprenta Molinari, Santiago del Estero.



[1] María de las Mercedes Ruiz es Mgtr. en Estudios Latinoamericanos, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Santiago del Estero, especializada en estudios de género, tiene numerosas presentaciones a congresos nacionales e internacionales en los que discutió estas problemáticas, fruto de las cuales se realizaron publicaciones nacionales e internacionales. Actualmente integra el Equipo de Investigación “Transformaciones económicas y formaciones sociales emergentes en la frontera Chaco-santiagueña. Al Antiguo Matará entre 1850 y 1902”, bajo la Co-Dirección de la Dra. María Cecilia Rossi, SECyT-UNSE.

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