Pasaron unos instantes, y el milagro volvió a iluminar la oscuridad del bosque impenetrable, y trajo sosiego a su alma. Alucinada, observó la imagen divina por eternos segundos y regresó con urgencia a su pequeña casa.
Los enérgicos latidos de su corazón le habían quitado la voz, pero no el poder de asombro. La familia reunida en la mesa la miró (otra vez) con desaire y con ganas de no escucharla, justo en el momento en el que recuperó su palabra. "La he visto de nuevo... juro que la he visto de nuevo", anunció enfáticamente, pero ninguno de los comensales quitó su mirada de lo que ofrecían los platos servidos.
Un silencio aterrador y la indiferencia colectiva fue su única respuesta. Si, la niña cansada de que la tomaran por loca por lo que decía y afirmaba, se introdujo en la espesura del monte santiagueño para no volver jamás a su hogar. Pero esta decisión de la joven Telésfora no pasó inadvertida para todos los miembros de la familia Verón, mucho menos para su hermano Juan Cruz, quien logró convencer a los vecinos y a sus propios parientes de que valía la pena llegar hasta el lugar de las apariciones para comprobar, o desechar finalmente, lo que la niña les venía anunciando. Una noche, los vecinos de Huachana decidieron comprobar los dichos de la niña, donde Félix Taboada a cargo del destacamento policial de Huachana, reunió a los lugareños y caminaron hasta el preciso lugar donde Telésfora afirmaba que aparecía una imagen divina. Instalados en al zona marcada, junto a un árbol, hicieron vigilia toda la noche. Pasaron algunas horas y el frío comenzó a adormecer las ansiedades.
Para mitigar la helada soledad del monte, prendieron una enorme fogata, a la que se abrazaron con fuerza para soportar hasta el amanecer. Y, precisamente, cuando el sol anunciaba su arribo al cielo santiagueño, el milagro se produjo. En medio de enormes llamas que ardían en todo su esplendor, una imagen celestial enmudeció al monte y a todos sus habitantes. Era la Virgen María, la que tantas veces se le apareció a la niña, a quien nunca le habían dado crédito y habían dejado partir para siempre.
Todavía asombrados y sorprendidos por lo que sus ojos captaban, los testigos de aquella divina aparición
apagaron las llamas y comenzaron, sin saberlo, a forjar la historia de la Virgen de Huachana.
Con el humo anunciando el final de la fogata, Juan Cruz Verón, hermano de la niña que vio por primera vez a María, trasladó la pequeña imagen hasta su humilde hogar, donde por muchos años miles de devotos llegaron a venerar a la Virgen. Desde aquel entonces, la imagen es venerada en este rincón impenetrable y polvoriento de la provincia, a 80 km al oeste de Campo Gallo, y a 330kmde la ciudad capital. Hoy, con las celebraciones a cargo del Obispado de Añatuya, casi 100.000 peregrinos de Salta, Tucumán, norte de Santiago del Estero, Jujuy, Santa Fe, Chaco, Buenos Aires y de Bolivia llegan cada año a Huachana a rendir culto a la Virgen.