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Discurso del Doa de la Bandera, año 2005

Claves para comprender la Historia - Horizonte Bicentanario Mayo 2010 - Julio 2016 - Año Vº - Nº 23 

 

Amigos:

Les dejo unas breves reflexiones que realizara cuando en el año 2005 era Directora del Museo Histórico Provincial, sobre el día de  la Bandera Nacional Argentina. 

 

María Cecilia Rossi

 

El Museo Histórico Provincial “Dr. Orestes Di Lullo” celebra hoy el Día de la Bandera, símbolo emblemático de nuestra identidad nacional. Y también honra a su creador, Manuel Belgrano, no pensando al 20 de junio como el día de su muerte sino en el día en que pasó a la inmortalidad.

Decía Sigmund Freud que “...no se puede gozar el presente sin comprenderlo y no se lo puede comprender sin conocer el pasado”. Efectivamente, es imposible concebir el pasado sin hacer referencia al presente desde el cual se evocan los acontecimientos, pero tampoco es posible describir este momento que es tan sólo un punto de pasada, sin tomar en consideración la historia. Una primera cuestión indica que debemos pensar que la creación de la bandera como todas las obras del hombre, surge en condiciones históricas y sociales particulares. Condiciones de las que debemos captar los principios estructurales generales que las sustentan y rescatar lo cotidiano lanzado en el devenir de los tiempos para poder comprenderlas.

La historia nos refiere en éste sentido, que en los comienzos del año 1812, cuando la antigua estructura colonial se estaba cayendo a pedazos pero había grupos que resistían su derrumbe, y una nueva organización política comenzaba a gestarse, plena de desafíos y de contradicciones como siempre ocurre con las construcciones de nuevas tramas sociales y por lo mismo colectivas, hubo un hombre generalmente recordado por su heroísmo militar pero de quien queremos hoy poner de relieve su carácter de hombre civil.

Ese hombre fue Manuel Belgrano, el que creó primero la escarapela y a los pocos días la bandera blanca y azul-celeste tratando de dar respuestas a una pregunta que lo acuciaba: ¿cómo nos identificaremos nosotros, los constructores de esta nueva estructura política conocida como el Río de la Plata devenida con los años en Argentina? ¿Cómo sabremos que somos quienes somos y nos reconoceremos para no dañarnos? Con esto que era para Belgrano un imperativo: el reconocerse, el lograr un sentido de pertenencia a un algo abstracto, intangible que comenzaban a llamar Patria, si se quiere una suerte de transferencia de lealtades y sentidos compartidos, comenzaba la construcción de uno de los procesos más trabajosos en cualquier construcción social, pero particularmente complejo para la Argentina: los procesos de identificación que conducen a la formación de esa trama, esa red que nos refiere como parte de un algo a la que llamamos nación.

La Bandera es el legado belgraniano que como símbolo nos identifica a los argentinos como nación. En cualquier punto del país en que nos encontremos, o del mundo si Uds. así lo prefieren, la bandera nacional es el elemento simbólico que con solo mirarla pone a funcionar unos mecanismos que hacen que un argentino se reconozca como tal sin más.

El antropólogo Clifford Geertz definió al símbolo como aquel objeto, acto o acontecimiento que permite vehiculizar ideas o significados. Claro que una definición de esta naturaleza funcionará en tanto y en cuanto comprendamos que la relación entablada entre el objeto y su significado está lejos de contener una ligazón fija e inmutable. La bandera es entonces un signo socialmente acordado de patriotismo para todos los que compartan tal valor social pero que encarnó significados diferenciados a lo largo de nuestra historia como nación.

El Museo histórico Provincial, especial custodio de los objetos que conformaron el patrimonio histórico de los santiagueños, parece un lugar altamente apropiado para albergar y difundir la memoria y la historia de la memoria del hombre y del símbolo. Asociado el Museo a la identificación del pasado, que muy lejos está de considerarse fijo e inmóvil en el tiempo sino integrado a la propia dinámica sociohistórica, y al reconocimiento del valor testimonial y documental de sus huellas, es el indicado para situar a la bandera y a Belgrano históricamente en el período que le corresponde e interpretarlos como fruto de determinadas actitudes fundamentales de un grande y generoso espíritu cívico que pensó no en el yo individual sino en un nosotros, plural y abarcativo.

Nuestra generación ha heredado en la bandera nacional un patrimonio cultural que encarna la memoria colectiva, con sus aciertos y horrores, pero un símbolo que aporta un sentimiento de identidad en una época particularmente compleja y a la vez plena de expectativas. Uno de los mayores desafíos que se nos presentan y en el que va todo nuestro compromiso como individuos y como sociedad empeñados en la construcción de una nueva ciudadanía, es resignificar desde nuestro presente la carga de valores que conlleva la bandera como símbolo identificatorio y la transmisión de los valores de nuestro patrimonio cultural encarnados en la bandera nacional a las generaciones futuras.

Propuestas para el nuevo paradigma educativo de la Historia

Claves para comprender la Historia - Horizonte bicdentenario Mayo 2010 - Julio 2016 - Año Vº - Nº 23 - ISSN 1852-4125

Carlos Barros

Universidad de Santiago de Compostela

 

        Las propuestas y reflexiones que hoy ponemos a debate sobre el qué, el cómo y el por qué de la enseñanza de la historia en el nuevo siglo, responden a un doble interés: 1) Poner en valor, didácticamente, algunos de los consensos sobre la escritura de la historia ya establecidos en el Manifiesto de Historia a Debate de 2001[1]. 2) Recoger, en el contexto del nuevo paradigma historiográfico que defendemos, debates y aportaciones recientes de la metodología didáctica y la epistemología pedagógica, donde se está forzando “desde arriba” la formación de un new paradigm educativo, convergente en unos aspectos pero divergente en otros que son esenciales, con lo que estamos defendiendo para la escritura de la historia y las proposiciones didácticas y pedagógicas que vienen a continuación.

       Nuestro objetivo es contribuir desde el oficio de historiador a la actualización de la didáctica de nuestra disciplina, tarea que nos compete también como profesores de una universidad cada vez más implicada, y más presionada a implicarse, en la innovación docente. Queremos también avanzar elementos para la incorporación de un nuevo punto de consenso, sobre la enseñanza de la historia, en el Manifiesto de nuestra red historiográfica, con el fin de completar el ciclo de la investigación e implementación social del conocimiento histórico, cuya falta de continuidad es uno de los problemas agudos que han de resolver  los nuevos paradigmas de la historia investigada y enseñada.

 The New Paradigm

        El origen de buena parte de las “novedades” didáctico-pedagógicas actuales está, aun que no siempre se diga claramente, en el New Paradigm in Education difundido ampliamente desde los EE. UU. en el mundo anglosajón, en el contexto doble de aprendizaje laboral basado en competencias[2] y posmodernismo académico, con aportaciones útiles y graves defectos de fondo y forma. Este New Paradigm ha tenido una explícita acogida en sectores de la academia latinoamericana, y otra más implícita de orden administrativo en Europa, como muestra el polémico e importante proyecto para la Enseñanza Superior Tuning Educational Structures in Europe[3] y la “recomendación” categórica de la Unión Europea a favor de la educación por competencias[4], especialmente en la educación secundaria. Urge a ambos lados del Atlántico entrar en el debate sobre el consenso teórico-metodológico en marcha, con apoyo institucional, sobre la enseñanza en el siglo XXI,  que tome en consideración los sucesivos intentos a lo largo del siglo XX, desde John Deway a Paulo Freire, de una “nueva escuela”, a la cual debemos los profesores no seguir aún enseñando con la regla en la mano la lista de los reyes godos. Prolongadas e intensas experiencias de renovación pedagógica, difundidas y aplicadas sobre todo en los años 60 y 70,  suelen ser “olvidadas”[5] por los partidarios más conservadores del nuevo paradigma anglosajón, cuando no  “apropiadas” en su vertiente constructivista, previamente  expurgada de lo que pueda tener de compromiso ético y epistemología social. Dimensiones estas, próximas en su momento al materialismo histórico, que siguen siendo hoy necesarias, en otro contexto y con otros contenidos, en todo nuevo paradigma que se precie, si se quiere hacer frente con éxito al rampante retorno[6] de la escuela conductivista y tradicional[7], de un lado, y a los retos de la sociedad de la información[8], la globalización y las nuevas tecnologías.

el Tratado de Vinará: cuando de discutir la soberanía territorial se trata

Claves para comprender la Historia -  Horizonte Bicentenario - Mayo 2010 - Julio 2016 - Año 5º - Nº 23 - Junio 2013 - ISSN 1852-4125

Archivo dela Nación Argentina - Comunicación del gobernador Juan Felipe ibarra al gobierno de la provincia de Buenos Aires - Sala X-27-7-11

 

EL PACTO DE VINARÁ: cuando de discutir la soberanía territorial se trata

Maria Cecilia Rossi

Cuando el 20 de abril de 1820, Santiago del Estero tomaba la decisión de declararse provincia autónoma, lo hacía centrándose en su propia historia y levantándose en contra de los intereses y las decisiones de la ciudad de la cual se dependía, San Miguel de Tucumán, que como entidad política mayor comprendía su propia jurisdicción tucumana, la catamarqueña y la santiagueña. Ese fue el punto en que Santiago del Estero estuvo más alejado de los orígenes fundacionales, destino que le estuvo reservado en la construcción del noroeste argentino, al que fue funcional y que mantuvo, por lo menos, hasta finales del siglo XVII. Pero también fue el tiempo de la toma de decisiones, que generalmente fueron políticas y también atravesadas por los intereses económicos. Y en el marco de la ruptura del orden colonial y del resquebrajamiento territorial del virreinato, del mayo rioplatense y de las guerras por la independencia, a partir de 1815 comenzaron a emerger unidades políticas, más acotadas, que tenían como centro a las antiguas ciudades y que comenzaban un proceso de diferenciación de sus históricas vecinas. La época santiagueña fue 1820. Se los llamó procesos autonómicos y las sociedades los celebran como los cumpleaños políticos de las antiguas jurisdicciones coloniales construidas como provincias.

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