La Revolución de Mayo en la mirada de Luis C. Alén Lascano (parte 1)

Claves para comprender la historia - Horizonte Bicentenario 2010-2016 - Año 2 | N°8 | Mayo de 2010 - ISSN: 1852-4125


 

Alén Lascano, Luis Celestino (1992) Historia de Santiago del Estero, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires.

Fragmento del Capítulo VII

“El pronunciamiento de Mayo y Santiago del Estero (pp. 212-214)

“Limítrofe con Córdoba, por el camino real hacia el Alto Perú, se hallaba Santiago del Estero, centro neurálgico de las comunicaciones mediterráneas. En la dramática opción, dependía del paso que dieran los santiagueños, el definitivo cauce de la Revolución de Mayo en el interior. Y aquí vino la habilidosa dilación capitular so pretexto del abandono que la mayoría del cuerpo hizo de la ciudad, pues muchos de ellos “se ausentaron a esta jurisdicción en acopio de los recursos para la construcción de las Casas Capitulares”. A falta de sus colegas, el alcalde de primer voto Domingo de Palacio decidió citar a dos testigos para dar fe de ello en el acta respectiva del mismo día 10 y efectuar urgente citación a los miembros antes de adoptar ninguna determinación comprometedora. “La dilación observada no obedecía a ningún móvil antipatriótico sino a la prudencia necesaria en la solución de un problema trascendental”, acota el historiador Gargaro al respecto.

El doctor Di Lullo, en cambio, juzgaba distinto: “Debió ser una treta del Cabildo de Santiago esta ausencia de los demás de sus miembros, tan celosamente registrada en el acta, a la espera, sin duda, de mayores datos sobre el éxito de la revolución para pronunciarse definitivamente”. Creía que los cabildantes  intentaron testimoniar en un acta inconclusa su oposición al cambio gubernativo hasta que legar a la ciudad el gobernador-intendente cuya visita estuvo anunciada.

Tales presunciones fueron expuestas anteriormente por el historiador Miguel Ángel Garmendia para quien “no es infundada la sospecha de que, en la cruel incertidumbre de los primeros momentos, colocados entre las instancias de Allende y las comunicaciones de la unta…los cabildantes quisieran meditar bien el delicado asunto”. Todo ello sin desmedro del patriotismo, según cada uno lo entendía a su manera, y que resultaba explicable por la confusión del momento. Asimismo aquellas claras manifestaciones de fidelismo no hubieran sido nada embarazosas de no mediar los profundos disentimientos cívicos que agitaban el ambiente local.

Recién el 25 de junio volvió a reunirse el Cabildo. Pasaron 15 días hasta conseguir el número necesario de miembros algo exagerado si se considera lo exiguo del cuerpo y la facilidad de llamar a todos. En la reunión continuaron las dudas, acrecentadas al recibir este día contradictorias noticias. Un oficio del Cabildo porteño instando a la convocatoria de cabildo abierto para elegir representante santiagueño al nuevo gobierno. Otro de Córdoba con noticias de España. Impresos varios y una comunicación del gobernador intendente de Salta, José de Medeiros, restituido al cargo por el virrey Cisneros…Ante aquel mosaico informativo el Cabildo resolvió “que se suspenda por ahora toda determinación hasta lo que resuelva como jefe inmediato el Sr. Gobernador Interino de esta Provincia deseando este Ayuntamiento el mejor acierto”. Ni una línea comprometedora, ni un anticipo del pensamiento local.

Sin embargo, la opinión pública estaba inquieta. Los tumultos populares no cesaban y Borges acaudillaba un importante sector favorable a la Junta, cada vez más beligerante y agresivo en los ambientes callejeros. Interesa observar el contraste con las normas administrativas cumplidas fielmente y el orden jerárquico preservado, que parecía ignorar la naturaleza del cambio porteño capaz de destituir al mismo virrey…Idéntica actitud adoptaron después, las decisiones se adoptaban seguidas de vehementes votos de fidelidad y lealtad al rey Fernando VI: nadie dudaba de la sinceridad de la Junta.

Santiago adquiría aquí singular importancia estratégica y política. Si respaldaba las insinuaciones de Liniers quedaba abierto el camino de la resistencia combinada entre Córdoba y el Alto Perú. Si se solidarizaba con Buenos Aires, quedaba Córdoba aislada de los territorios arribeños, y Santiago constituiría un dique de contención para el caso de que bajaran las tropas altoperuanas hacia el litoral. Santiago de interponía entre ambos extremos virreinales con su inmensa mole geográfica de 145.000 km² y sus 40.000 habitant6es, en una marcación divisoria importante para las regiones norte y sur del país. “Por mucho mayor que sea cuantitativamente la importancia de esas dos regiones, no podrá dejar de ser relativa mientras éstas  no puedan prescindir de Santiago, y el problema consiste precisamente en que, por sus masas y su ubicación, Santiago es para esas dos regiones imprescindible e inevitable”. Este aserto de Bernardo Canal Feijóo y su anticipada visión geográfica ratifican nuestras afirmaciones anteriores referidas a 1810.

Mientras Borges dinamizaba los elementos renovadores de la ciudad, se recibió comunicación salteña de haber jurado a la Junta el 19 de junio. Las posteriores vacilaciones y contramarchas del gobernador intendente Nicolás Severo de Isasmendi, reemplazante de Medeiros, no llegaron a invalidad esa decisión ratificada luego por Tucumán el 26 de julio en cabildo abierto. Catamarca realizó una pacífica asamblea similar el día 22, y el 29 lo hizo el Cabildo santiagueño. A poco de recibir el aviso de Salta resolvió: “Sobre que acordamos que siguiendo el mismo orden y obedecimiento a la expresada Junta se dé cuenta con esta misma fecha de haberlo así efectuado”. No olvidaban destacar la falta de recursos oficiales para sostener el diputado a elegirse pocos días después.

Tampoco podía tomarse otro camino, ni la población fervorizada lo hubiese permitido. Llevado por los sucesos, el Cabildo comunicó rápidamente a Buenos Aires, por nota de ese día, que “aunque este Ayuntamiento había prestado en su corazón todo obedecimiento a esa Superior Junta Gubernativa…suspendió el hacerlo en acuerdo hasta loas resultas del Gobierno Intendencia del distrito deseando guardar el orden establecido...nos previene la religiosa conducta de Salta el obedecer sin discutir y en el mismo día de su recibo ha reconocido y obedecido este Cabildo solemnemente las altas facultades y superioridades de V.E.”. Parecía un simple trámite administrativo y no una decisión revolucionaria. El Cabildo trasuntaba medroso acatamiento a los superiores burocráticos, pero la vida ciudadana latía afuera y alentaba las expectativas exteriorizadas los días subsiguientes”. (…)

(continuará)

 


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