Biografias

 

13 de abril de 1847 -

Nace Eduardo Sívori

pintor argentino, considerado el introductor y máximo exponente del realismo pictórico nacional. Como muchos de los grandes pinbtores argentinos, viajó a Europa viviendo en París por tres años, ciudad a la que regresará para terminar su formación con jean Paul Laurens. Regresado a Argentina fue fundador de lo que se constituiría en el máximo exponente de la Academia de Bellas Artes, la Sociedad Estímulo de Bellas Artes de Buenos Aires. El paisaje pampeano se convirtió en el eje de su obra, algunas de las cuales son: Retrato de niña, La Pampa, El despertar de la criada, Rancho con ombú, Paisana dámata, entre otras.

 

El contexto en que desarrolló su obra: 

 

Al despuntar el siglo, varios artistas adhieren a un tipo de pintura aireplenista de diversas procedencias,  y sus discípulos, en la línea del impresionismo francés; Fader, la vertiente alemana; Brughetti y Lazzari la de los manchistas italianos. Se constituye además el grupo Nexus (Collivadino, Quirós, Rossi, Ripamonte, entre otros), que supone el intento de una lectura moderada y personal de las nuevas tendencias. El arte argentino se esfuerza en la búsqueda de una imagen propia a través de un posimpresionismo aggiornado a las necesidades y características locales. La tendencia hispana, comprometida por el aluvión inmigratorio y la influencia francesa, se renueva a partir de la exposición internacional del Centenario, aunque supuso también el ingreso oficial del impresionismo en nuestro medio. El contenido anímico de la pintura argentina priva sobre lo meramente óptico, y el resultado se expresa en la calidad de las obras de esta primera etapa del siglo.

 

Florencio Varela nació en Buenos Aires en 1807. En su juventud fue poeta, se le atribuyen hermosas composiciones y una obra dramática notable.

En 1818 entró en el Colegio de Ciencias donde estudió el primer año de latinidad, cursó después dos años de la Facultad de Matemática, dos años de Filosofía y uno de Jurisprudencia en el mismo colegio del cual salió en 1823. El 15 de agosto de 1827 se graduaba de doctor en la Facultad mayor de Jurisprudencia, habiendo el grado de gracia que la Universidad acordaba anualmente por premio al candidato que más se distinguiese en las pruebas literarias. Contaba para ese entonces veintiún años de edad. Al llegar a los veintiocho años se inclinó al campo político y jurídico. Afiliado al Partido Unitario se vio obligado a emigrar a Montevideo en 1829, poco después de la abdicación del General Lavalle.

En Montevideo contrajo matrimonio con una joven de Buenos Aires con quien habría quedado comprometido antes de su expatriación. Esta unión fue feliz y trajo una descendencia de 13 hijos. Instalado en Montevideo continuo perfeccionando sus conocimientos en Jurisprudencia y Ciencias Políticas y Morales. Aún conservaba para este entonces su gusto por la lírica y la literatura abandonando estas composiciones por los años 1834 ó 1835.

Varela fue de los cooperadores más decididos e inteligentes en la revolución contra Rosas. Desde que Lavalle se puso en campaña, él era el hombre de pensamiento y de acción de la Comisión Argentina, cuyo encargo principal era proveer de recursos al Ejército, para lo cual casi era necesario hacer milagros. Sus composiciones literarias se convirtieron en crónicas que trataban las cuestiones relacionadas con la situación política del Río de la Plata y la dictadura de Rosas. Sus escritos, llenos de nervio y elocuencia le valieron los odios de la tiranía.

En 1841 viajó a Brasil, por recomendación médica, debido a una afección pulmonar. Estando en Río de Janeiro recopiló los elementos necesarios para escribir su codiciada obra, la historia de su país. Consultó, para su país, la Biblioteca Pública de aquella ciudad, donde halló y extractó documentos invalorables sobre la historia política de estas regiones. Esta tarea le demandó cinco meses. Don Florencio regresó a Montevideo el 16 de febrero de 1842. El ejército de Rosas había puesto en estado de sitio a esta ciudad. Varela fue uno de los defensores de la ciudad sometida. En 1843 fue enviado a Inglaterra con una misión especial, que el Gobierno de aquel país tomara parte en los negocios del Plata. Misión que desempeñó con habilidad pero sin conseguir el resultado que se esperaba.

Dos años después, Inglaterra, en defensa de sus intereses, se veía obligada a hacer lo que no había acordado, a instancias del comisionado de Montevideo. Durante su permanencia en Europa, Varela visitó los monumentos, palacios, museos, arsenales y especialmente los establecimientos fabriles de Inglaterra. De este país pasó a Francia, y residió algunas semanas en París. Allí estableció relaciones amistosas con Thiers. Logró que la Cámara francesa se ocupara de la cuestiones del Plata. En la sesión del 5 de enero de 1850, dijo aquel político francés: El señor Varela, a quien todos hemos conocido, es uno de los hombres más eminentes que es posible encontrar en cualquier parte del mundo.

De regreso a Montevideo, Varela fue asesinado, recibiendo una puñalada por la espalda, en el momento de llegar a su casa. Fue su asesino Andrés Cabrera quien confesó haber sido enviado por el ejército sitiador. La muerte de Varela fue un duelo para los enemigos de la tiranía y tuvo en la República Argentina la resonancia de una calamidad política.

Obras y Colaboraciones:

Colaboró en el Arriero Argentino, Iniciador, Nacional, Paraíso Oriental y Revista Oficial.

Fundó en 1845 El Comercio del Plata, en el que se encuentra la Biblioteca del Comercio del Plata, muy importante por los documentos históricos que contiene.

Publicó además: Sobre la Convención del 29 de octubre de 1840 (Montevideo, 1840), Quelques réflexions en réponse a le brochure publiée a Montevideo sur le libre développement et déncuement de la question francaise dans le Río de la Plata (Buenos Aires, 1841), Sucesos del Río de la Plata (Montevideo, 1843), La Situación Actual (Montevideo, 1845), Tratados de los Estados del Río de la Plata y Constituciones de las Repúblicas Sudamericanas (Montevideo, 1847-48), El Día de Mayo (Montevideo, 1820), Autobiografía (1848) y Rosas y su gobierno.

En 1859 se publicaron sus Escritos Políticos, Económicos y Literarios. Con motivo de su muerte se escribieron varias biografías y noticias sobre su persona, al igual que trabajos políticos y literarios entre los cuales se distinguieron los de Luis L. Domínguez y José Mármol.

Como tributo de respeto a su memoria, su retrato figuró en una emisión de billetes del Banco Nacional de Buenos Aires.

Acerca de la personalidad de Florencio Varela:

Florencio Varela, ese publicista unitario asesinado el 20 de marzo de 1848, había denunciado todo un sistema de desorganización y segregación nacional. Su pluma no se dio punto de reposo para tratar todas las cuestiones relacionadas con la situación política del Río de la Plata y dictadura de Rosas. Las Repúblicas del Plata lo vieron a Varela contemplar sus problemas con un amplio concepto. Golpeado por la desgracia en su hogar, perseguido por episodios políticos, expatriado y siempre pobre, no perdió nunca la rectilínea ruta de su conducta.

Para subrayar mejor su personalidad bastaría recordar estas palabras suyas estampadas en las columnas de su "Comercio del Plata":

... "hombres de opiniones extremas, que abdican el juicio en manos de la pasión, son los enemigos más eficaces de su propia causa" ....

Estos pensamientos los estampó Florencio Varela en el borrascoso tiempo de la anarquía, el odio y el rencor semisalvaje de las montoneras, en medio de la turbación total de los espíritus. Varela tenía horror por la sangre y por los hechos esporádicos y pensaba que:

"Si las revoluciones son un derecho y a veces hasta un deber, el asesinato es siempre un crimen"...

Sus medios en el arte político estaban en la propaganda en la gravitación propia que ejercía sobre los demás hombres de la emigración. No era un realista, ni un idealista, ni un romántico, ni un sentimental. Procuraba penetrar en el espíritu de su tiempo e inculcar en la opinión pública sus ideas civilizadoras, porque en ellas reposa la fuerza de los gobiernos. Sarmiento lo consideraba: la naturaleza más culta, el alma más depurada de todos los resabios americanos y el doctor José María Ramos Mejía dijo que: "Florencio Varela fue el político más genial y práctico que ha tenido Sud América". No creía en la suerte ni en el fatalismo pero sí en la ley moral, en la lógica de las acciones humanas. 

Su pluma fue rica y comprometida. Así se expresaba sobre nuestra literatura:

"Ninguna literatura americana pudo haber mientras duró la dominación de España; colonia ninguna puede tener una literatura propia" ....

La introducción del primer deguerrotipo en el Plata:

El doctor Florencio Varela era un hombre inteligente y erudito (hablaba siete idiomas). En el año 1845 se encontró en París con el invento de M. Deguerre en pleno éxito. Allí aprendió cómo usarlo, adquirió la máquina y se la trajo.

Fijado un día para sacar los retratos, la experiencia se realizó en la casa de su cuñado, don Juan Nepomuceno Madero.

Se sacaron al patio, un día de sol espléndido, un sofá y dos sillones de caoba enchapada y forro negro de crin, donde se ubicaron los familiares. Florencio a la sombra, en el otro lado del patio, auxiliado por su hijo Horacio, plantó la máquina y renovó sus órdenes a saber: inmóviles aunque el mundo se venga abajo; no reírse y mirar fijamente a la banderita blanca colocada sobre la misma máquina.

Dieciséis minutos corridos por riquísimo reloj eran indispensables para obtener la copia. El grupo - puede decirse los intelectuales - llevaba ya once minutos de inmovilidad, cuando hete aquí que a dos aristocráticas matronas se les ocurrió ir a visitar a la familia de Varela ...

- Muy buenas tardes, señores - se expresó una de ellas.

Nadie contestó, como si de palo fueran.

- Muy buenas tardes, señores -  repitió.

Igual resultado.

- Buenas tardes señor Thompson.

El señor Thompson era el hombre más culto y distinguido que haya conocido el Plata y sintió subírsele la sangre a la cabeza - verde, colorado y amarillo - sin mover un sólo músculo, sin mover los labios, dejó escapar de sus cuerdas vocales, por una boca entreabierta que parecía un tajo,  esta frase:

" ... is ... ensen,  no ... cemos a ... lar (dispensen, no podemos hablar) "

Una carcajada general mató el ensayo, que quedó para otro día, pues las horas que aún quedaban eran también pocas para suplicar perdones y presentar disculpas a las distinguidas damas.

Mucho después, Florencio Varela regaló la máquina y enseñó los procedimientos a un francés, Mr. Aubanell, y este  encontró con esto un medio de ganarse modestamente la vida.

Resumen de un artículo publicado por su sobrino  Florencio Madero en Caras y Caretas.

Fragmento del "Romance del asesinato de Florencio Varela" de Arturo Capdevila

.......................
A la puerta de su casa
va llegando el caballero;
una sonrisa le mueve
los labios dulces y buenos.
Llega hasta el umbral y el brazo
levanta llamar queriendo
- que está la puerta cerrada
por el temor de los tiempos -
Cuando levantaba el brazo
lo asesinó el bandolero.
Le entró el puñal por la espalda:
la punto subió hasta el cuello.
 
Fue Cabrera el matador
el pescador del Buceo,
pero es don Manuel Oribe
el nombre del traicionero.
........................

Considerado como uno de los precursores de la pintura moderna en Argentina, Ramón Gómez Cornet nació en Santiago del Estero, el 1 de marzo de 1898. 
Inició sus estudios plásticos en la Academia de Bellas Artes Dr. Figueroa Alcorta de Córdoba. En 1915 viajó a Europa y se perfeccionó en el taller Libre Ars de Barcelona y en la Academia Ranson de París. Recorrió varios países, estudiando la obra de artistas renacentistas y primitivos. Al mismo tiempo, se conectó con los movimientos vanguardistas. En 1916 llevó a cabo su primera muestra individual, en España. En 1921 expuso en el salón Chandler de Buenos Aires, una serie de cabezas con ojos ciegos, cuyas características señalaron las influencias del Cubismo y del Fauvismo. Algo que se percibió como totalmente inédito para el ámbito cultural porteño de la época, preparando el camino para la propagación de nuevos lenguajes en este medio.
Alrededor de 1925 regresó definitivamente a la Argentina. Más tarde, su pintura derivó hacia una figuración con influencias de la escuela metafísica italiana. Período que culminó con el Muñeco metafísico de 1929, hoy propiedad del MPBALP. 
La crisis política y económica argentina de fines de la década del 20 y principios de 1930 influyó notablemente en los lenguajes plásticos de los artistas más comprometidos con los temas sociales. En ese contexto, Gómez Cornet cambió el rumbo de su proyecto estético. Radicado en su tierra natal, enfatizó su posición frente al problema de la identidad, asunto que ha atravesado el arte argentino desde finales de siglo XIX. Desde entonces tomó un profundo contacto con su origen y la gente del norte, siendo los escenarios y personajes provincianos el tema casi exclusivo en sus cuadros, grabados y dibujos. No obstante, esa elección no condujo al artista hacia una pintura pintoresquista ya que la reflexión sobre el lenguaje pictórico y sus concepciones plásticas lo mantuvieron en la línea del modernismo.
Muchachos santiagueños es una obra representativa de esa etapa, en la que el autor se dedicó a los tipos rurales. En este caso, se trata de una pareja de niños envueltos en una atmósfera de acentuado abatimiento y desánimo. La búsqueda formal de orden y equilibrio llevada a cabo por Gómez Cornet se evidencia en la austeridad general de la composición y en la geometría que da corporeidad a los personajes. Los volúmenes, modelados por una paleta de colores primarios y tierras, materializan el espacio. Asimismo, en esta tela superadora de toda intención anecdótica, el artista exalta la melancolía de las miradas. Allí, es donde se encuentra la carga expresiva, generadora de un clima de quietud e intimismo, característico de ese período de producción. 
Entre otras actividades, en 1943 creó el Museo de Bellas Artes de Santiago del Estero, que hoy lleva su nombre. 
Realizó numerosas exposiciones individuales y colectivas tanto en el país como en el exterior. Mostró su producción en España, Francia y Estados Unidos. 
Algunas de las distinciones obtenidas fueron: Primer Premio de Pintura, Salón Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires 1937, Premio Arte Clásico 1939, otorgado por única vez en el país, y Gran Premio de Pintura, Salón Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires 1949.
Falleció en Buenos Aires, el 9 de abril de 1964.

http://www.museocastagnino.org.ar/coleccion/gomezcornet.html 

Biblioteca de la Academia Nacional de Medicina -Buenos Aires-

Luis Federico Leloir nació en París (Francia) el 6 de setiembre de 1906, falleció en Buenos Aires el 2 de diciembre de 1987.

En el año 1970 los argentinos se sorprendieron con la noticia del otorgamiento de la más famosa distinción internacional en el campo de la ciencia y la cultura, el Premio Nobel, a uno de sus compatriotas, cuyo nombre y actuación eran absolutamente desconocida por la inmensa mayoría de ellos. Aunque los inicios de su carrera de investigador estuvieron firmemente ligados a la figura de Bernardo A. Houssay -también premio Nobel-, Luis Federico Leloir brilló luego con luz propia y llevó a la ciencia argentina tan alto como su maestro y amigo.

Leloir había nacido en París el 6 de setiembre de 1906, durante una estadía de sus padres, durante la cual el Dr. Leloir se sometería a una intervención quirúrgica, ambos argentinos y en aquella ciudad transcurrieron sus primeros dos años de su vida, de todos modos, posteriormente el Dr. Leloir adoptó la ciudadanía argentina. Una vez en Buenos Aires y desde muy chico se interesó por la naturaleza, a la que tenía fácil acceso ya que su familia poseía grandes extensiones de campo y se dedicaba a actividades agropecuarias.

Terminados los estudios primarios y secundarios se inscribió en la Universidad de Buenos Aires, graduándose en Medicina en 1932. En sus inicios como practicante trabajó en el Hospital Municipal José María Ramos Mejía, donde participó de la creación de una sociedad en parte científica y en parte social llamada como el hospital y cuya principal actividad era el dictado de conferencias.

Ya graduado pasó a formar parte del plantel del Servicio de la Cátedra de Semiología y Clínica Propedéutica que funcionaba en el Hospital Nacional de Clínicas, dedicándose a la gastroenterología durante dos años. Pero poco tiempo después -inquieto por su deseo de encontrar respuestas a algunos enigmas de la naturaleza- abandonó la práctica médica para consagrarse a la investigación científica pura.

Conociendo bien los trabajos del profesor de Fisiología Bernardo A. Houssay, resolvió incorporarse al instituto que éste dirigía, y que funcionaba en el viejo edificio de la Facultad de Medicina. Así, Leloir comenzó a trabajar en el Instituto de Fisiología para realizar su tesis de doctorado, que a propuesta de Houssay trató sobre Las glándulas suprarrenales en el metabolismo de los hidratos de carbono -y que resultó ganadora del Premio de la Facultad de Medicina de Buenos Aires en 1934. Para llevar adelante esta investigación se necesitaba contar con conocimientos de técnica bioquímica, por lo que Leloir siguió algunos cursos en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. En esta Facultad, aunque no llegó a completar la carrera, sí adquirió los conocimientos que serían luego la base de sus notables trabajos de investigación y también definió su futuro científico: pasó de la Medicina a la Bioquímica. Esta disciplina, rama de la Química, había nacido en los inicios del presente siglo y se desarrolló en forma acelerada. Gracias a ella se pudieron conocer la estructura química de la mayor parte de las vitaminas y hormonas.

Luego de doctorarse en medicina Leloir partió a Inglaterra, al Biochemical Laboratory, de la Universidad de Cambridge, que dirigía el profesor Frederick Gowland Hopkins, ganador del Premio Nobel en 1929 por su descubrimiento de las vitaminas.

Cuando regresó, en 1937, se reincorporó al Instituto de Fisiología, desempeñándose como ayudante de investigaciones hasta 1943. En un ámbito con marcadas limitaciones materiales investigaba metódica e intensamente y se integraba muy bien a los equipos de trabajo. Con el doctor Juan María Muñoz -químico de personalidad original, ya que era además odontólogo y médico- realizaron experiencias sobre el metabolismo del alcohol.

Después se sumó a Juan Carlos Fasciolo, Eduardo Braun Menéndez, Juan María Muñoz y Alberto Taquini para llevar adelante observaciones sobre aspectos fundamentales de la hipertensión arterial. Cuando el riñón sufre una disminución de la irrigación sanguínea libera una sustancia -renina- vinculada al aumento de la presión arterial. El grupo logró comprobar que la renina actuaba sobre una proteína de la sangre y es ésta la que produce la hipertensión: la llamaron hipertensina. También descubrieron que en los tejidos y en la sangre existía otra sustancia que destruía la hipertensina. De estas investigaciones surgió el libro Hipertensión Arterial Nefrógena, publicado en 1943, que obtuvo el tercer premio Nacional de Ciencias y que fue traducido al inglés y publicado en los Estados Unidos en 1946.

En 1941, paralelamente a sus investigaciones, Leloir comenzó su carrera de profesorado de Fisiología en la cátedra de Houssay, pero la abandonó en 1943, cuando su maestro fue destituido por haber firmado junto a otros profesores un manifiesto en el que pedían el restablecimiento de la democracia después del golpe de estado del 4 de junio de ese mismo año. Como protesta también renunció a su cargo en el Instituto de Fisiología y decidió irse a seguir su labor en el exterior. El laboratorio de Carl Gerty Cori -Premio Nobel de Medicina- en St. Louis, Estados Unidos, fue el sitio elegido. Allí trabajó durante seis meses en el estudio de la formación del ácido cítrico. Luego fue al Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia, en Nueva York.

Cuando regresó a la Argentina volvió a trabajar con Houssay, pero esta vez en el ámbito del Instituto de Biología y Medicina Experimental, una institución creada gracias al apoyo de fundaciones privadas.

Por iniciativa de Jaime Campomar, propietario de una importante industria textil, se fundó un instituto de investigación especializado en bioquímica que Leloir dirigiría desde su creación en 1947 y por 40 años. Este organismo empezó a funcionar en una pequeña casa de cuatro habitaciones separada sólo por una pared medianera del Instituto de Biología y Medicina Experimental. Como se trataba de una casa antigua y en mal estado, durante los días de lluvia, caía abundante agua en su interior, pero nada de esto desanimaba a Leloir. Poco tiempo después la sede del instituto se trasladó a un edificio mejor, naciendo así el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, Fundación Campomar. Con la puesta en marcha de este Instituto se inició el capítulo más importante de la obra científica del doctor Leloir, que culminaría con la obtención del Premio Nobel de Química en 1970.

Con una excepcional voluntad, las investigaciones de Leloir en el Instituto avanzaron superando los inconvenientes que provocaba el muy modesto presupuesto disponible. Esta circunstancia lo exigía a usar toda su creatividad para concebir, en forma artesanal, parte del complejo instrumental necesario. En estas condiciones, su trabajo se orientó a un aspecto científico hasta entonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa -azúcar común- y produce glucógeno, el material de reserva energética del organismo.

A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los azúcar-nucleótidos, compuestos que desempeñan un papel fundamental en el metabolismo (transformación por el cuerpo de los hidratos de carbono). Pocos descubrimientos han tenido tanta influencia en la investigación bioquímica como este, que convirtió al laboratorio del Instituto en un centro de investigación mundialmente reconocido.

Leloir recibió inmediatamente el Premio de la Sociedad Científica Argentina, el primero de una larga lista de reconocimientos nacionales y extranjeros previos y posteriores al Premio Nobel de Química de 1970. En el vocabulario científico internacional se denomina "el camino de Leloir" al conjunto de descubrimientos que llevó al gran científico argentino a determinar cómo los alimentos se transforman en azúcares y sirven de combustible a la vida humana.

La fundación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en el año 1958, permitió asociar al Instituto de Bioquímica con la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y aumentar el número de investigadores. A su vez, esta Facultad creó su propio Instituto de Investigaciones Bioquímicas y designó director al doctor Leloir, quien también fue nombrado Profesor Extraordinario. Numerosas instituciones científicas lo incorporaron como miembro: la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, la Academia de Ciencias de Chile, la Academia Pontificia de Ciencias, la Biochemical Society, la Royal Society de Londres, la Societé de Biologie de París, la Academia de Ciencias de Francia y la Academia de Ciencias de Buenos Aires.

La resonancia que provocó en nuestro país la adjudicación del Premio Nobel al doctor Leloir despertó el interés de las autoridades que dotaron a su laboratorio con los elementos y el equipamiento necesario para que pudiera continuar su labor científica y transmitir su saber a un importante grupo de colaboradores y discípulos. El equipo de investigación dirigido por Leloir también inició el estudio de las glicoproteínas -una familia de proteínas asociadas con los azúcares- y determinó la causa de la galactosemia, una grave enfermedad manifestada en la intolerancia a la leche.

Luis Federico Leloir -como su maestro, el también Premio Nobel Bernardo A. Houssay- hizo del trabajo disciplinado y constante una rutina y sus admirables logros no lo apartaron de la sencillez, su otra costumbre. Pocos años antes de su muerte Leloir pudo inaugurar, frente al Parque Centenario, un nuevo edificio para el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que se veía desbordado por la gran cantidad de estudiantes, becarios e investigadores que querían trabajar en él. Sus valores éticos y sus ciencias siguen siendo un ejemplo para el mundo y un orgullo para los argentinos.

Leloir formó parte de la escuela de Houssay, de quien fue discípulo y amigo. Pero su trayectoria fue tan importante como la de su maestro. Recibido de médico, y mientras era interno del hospital Ramos Mejía, se interesó por la tarea de laboratorio. Leloir se especializó en el metabolismo de los hidratos de carbono.
Fue a principios de los años - 40 cuando se acercó al Instituto dirigido por Houssay, antecedente del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar, que Leloir dirigiría desde su creación en 1947 y durante 40 años. Por ese entonces, Leloir compartía sus trabajos de laboratorio con la docencia como profesor externo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, tarea que sólo interrumpió para realizar viajes al exterior con el fin de completar estudios en Cambridge, el Enzime Research Laboratory de los Estados Unidos y otros importantes centros científicos del mundo. Con una excepcional voluntad, las investigaciones de Leloir en el Instituto superaron los escollos de un presupuesto modesto que obligaba a usar cajones de madera como sillas y a fabricar complejos instrumentos de forma casera. En estas condiciones, su trabajó se orientó a un aspecto científico hasta entonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa y produce glucógeno, el material de reserva energética del organismo.
A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los azucarnucleótidos, compuestos que desempeñan un papel fundamental en el metabolismo de los hidratos de carbono, descubrimiento que convirtió al laboratorio del Instituto en un centro de investigación mundialmente reconocido.

El doctor Leloir y colaboradores, celebrando la obtencion del Premio Nobel

A las ocho de la mañana del 27 de octubre de 1970 llego a la casa del Doctor L. F. Leloir la noticia de que había sido distinguido con el Premio Nobel de Química. Sus parientes estaban excitados, pero el doctor Leloir no cambio la rutina: se vistió con calma, desayuno con los suyos y condujo el automóvil hasta el laboratorio. Allí lo aguardaban numerosos colegas y un cerco periodístico del cual emergió, con bastante dificultad, un señor muy pulcro que con acento extranjero le dijo: ' Yo debería haber sido el primero en darle la noticia, soy el embajador de Suecia'. El doctor Leloir aceptó los saludos y parecía tranquilo, pero su forma de hablar denotaba la emoción que lo embargaba. Poco después, el 10 de diciembre, en la sala de conciertos de la Real Academia de Ciencias de Suecia, el Rey Gustavo Adolfo le entregaba la medalla y el diploma. En varios reportajes recordó la figura señera del Dr. Houssay.

 

(Belver de Cinca, H., 6/9-lV-1711 - Lima, Perú, 12-III-1798).

Cosmógrafo.

Nada se sabe de su infancia y primera juventud, con excepción de su partida de bautismo, custodiada en el Archivo Diocesano de Lérida. Su nombre vuelve a registrarse en 1730, a propósito de su embarque para el Perú, cuando sólo contaba diecinueve años de edad. Ya en Lima, tampoco abunda la información sobre sus dos primeras décadas de residencia en la capital del Perú. Tan sólo que inició su carrera científica cursando estudios de Farmacia para completarlos más tarde con los de Medicina. En 1750, Cosme Bueno alcanzó el grado de Doctor por la Real y Pontificia Universidad de San Marcos, lo que le habilitó para ser elegido en el mismo año Catedrático de Método Galénico en la misma Universidad. Y como señalaría admirativa y devotamente su principal biógrafo y discípulo, Gabriel Moreno, «la superioridad que daban el genio y los conocimientos al doctor don Cosme, hacía prever que sería el Esculapio de Lima». Seis años más tarde, el conde de Superunda, Virrey del Perú, le nombraría regente o encargado de la Cátedra de Prima de Matemáticas y el 22-III-1757, Catedrático propietario de la misma y Cosmógrafo Mayor del Virreinato del Perú. Partiendo del estudio de la Medicina se despertó en Cosme Bueno una insaciable curiosidad científica de carácter enciclopédico como buen ilustrado. Se interesó por las Matemáticas, la Astronomía, la Física, la Química, la Historia, la Climatología, la Vulcanología, la Zoología, la Botánica, la Demografía, el Derecho, la Geografía Física y Humana, la Ecología en su sentido más moderno y otras ciencias conexas. Conocido como «el primer prosélito de Newton en el Perú» por su abandono de los métodos científicos tradicionales de la Escolástica y la asimilación de los nuevos principios empíricos del análisis experimental, «su casa era por esto el Potosí donde acuden todos los sabios que venían de Europa a surtirse de noticias... desentrañándoles cuantos papeles podía».

Como botánico, Cosme Bueno, «hombre de raro entendimiento y mucho saber», fue tan mundialmente conocido que Hipólito Ruiz, el sabio autor de su famosa Quinología, bautizó una planta de las descubiertas por él con el nombre de Cosmea Balzamifera Cosmibuena, según otros autores, en su honor y memoria. Cosme Bueno acabaría siendo un punto obligado de referencia científica. Enormemente preocupado por la educación y el carácter divulgador de sus enseñanzas, escribió sobre temas muy concretos y de interés general para el hombre de la calle, como su popular Disertación sobre los antojos de las mujeres preñadas, en el que planteaba si éstos eran perjudiciales para el feto; se adelantó en su tiempo como precursor de la vacuna antivariólica al escribir su Parecer sobre la inoculación de las viruelas y atacó con rigor la Astrología por considerarla seudociencia, carente de fundamento científico.

No descuidó preocupaciones de carácter hidrológico e investigaciones sobre la naturaleza del aire y del clima, cuyos resultados dejó plasmados en publicaciones de títulos tan expresivos como su Disertación físico experimental sobre la naturaleza del agua y sus propiedades, Continuación de la Disertación sobre el agua, y su complementaria Disertación físico experimental sobre la naturaleza del aire y sus propiedades. Su Disertación sobre el Arte de volar que manifiesta profundos conocimientos de la anatomía de las aves y de los peces, y sus experimentos con peces en máquinas neumáticas, demostrando cómo el aire les ayudaba a elevarse o descender, le llevarán a afirmar la incapacidad física del hombre de afrontarlo con éxito.

Casi todas sus obras se publicaron en virtud de su afán didáctico y divulgador en los Almanaques anuales o «repertorios», bajo el ilustrado y atractivo título de El conocimiento de los tiempos título general de los almanaques, añadía Cosme Bueno la referencia «obra nueva» significativa de su último trabajo en la que estaría también integrada una buena parte de las Descripciones geográficas de los Reinos del Perú, que le fueron encomendadas por el Conde de Superunda en virtud de las órdenes emanadas de la Corte y que venían a replantear una añeja ambición manifestada por Felipe V en 1741, de «conocer América para gobernar América».

La información acumulada por Cosme Bueno, que puso manos a la obra tras las renuncias de los anteriores encargados de tan complejo y difícil trabajo, hizo de sus Descripciones... el punto de partida para las futuras concreciones territoriales -tan discutidas tras la independencia de España- de peruanos, bolivianos, argentinos, chilenos, uruguayos y paraguayos, quienes cuentan con Cosme Bueno en sus respectivos panteones de hombres ilustres.

(fuente: http://www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=2613)

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