Biografias

AMADO NERVO 

México (1870-1919). Nacido en Tepic, un pueblo del estado de Jalisco, Nervo inició tempranamente estudios hacia la carrera sacerdotal, que pronto abandonó. Ya establecido en la capital, en 1894, colabora en un el grupo de la revista Azul, de Gutiérrez Nájera, como lo hará diez años después en la Revista Moderna- dos de los más importantes voceros, desde México, del triunfante modernismo hispanoamericano. En 1900 va a Francia, como corresponsal del diario El Imparcial, para reseñar la Exposición Universal de París; es en esta ciudad conoce a Rubén Darío, con quien establecerá una sólida y permanente amistad, y a Ana Cecilia Luisa Dailliez, la compañera de su vida y cuya muerte, en 1912, ha de motivar su libro póstumo La amada inmóvil. De vuelta a México, se dedica a tareas profesionales pero sin abandonar sus copiosas colaboraciones en periódicos y revistas. En 1905, y ya como miembro del servicio diplomático de su país, se traslada a España. Su estancia en Madrid, que se prolongó hasta 1918- fue el modernista americano que más larga y continuadamente residió en la Península-, corresponde a los años de plenitud de su obra de creación (y de este periodo de su vida ha sido cuidadosamente documentado por Donald F. Fogelquist en su libro Españoles de América y americanos de España). Allí murió Ana Cecilia; y allí prosiguió su incesante labro poética- en Madrid vio la luz la mayor parte de los libros capitales de su última época- y su aún más numeroso trabajo periodístico, que enviaba regularmente a varias publicaciones de la América Hispana. Otra vez de regreso a México, es nombrado, en 1918, Ministro Plenipotenciario de la Argentina, Uruguay y Paraguay. Al año siguiente murió en Montevideo, y el traslado de sus restos a su país natal alcanzó honores continentales. Nervo estaba entonces en el cenit de su fama y prestigio. 

Fue un cultivador incansable de la prosa, principalmente de la prosa periodística: crónicas, ensayos, artículos y notas de viaje que, por su estilo ameno y fluido, se granjeaban muchos lectores y contribuyeron grandemente a la difusión de su nombre. También de la narración: novelas cortas como Pascual Aguilera (originalmente escrita en 1892, El bachiller (1895), El donador de almas (1899); y los muchos cuentos, que iba escribiendo desde su juventud y luego fueron reunidos en colecciones posteriores: Almas que pasan (1906), Cuentos misteriosos (1921). Nervo fue un narrador hábil y natural y en algunas de estas piezas, bajo la influencia de su admirado H.G. Wells, se han notado sus anticipos hacia la moderna literatura fantástica e incluso la science fiction. Ejerció aún con mayor continuidad la crítica literaria: Juana de Asbaje, publicado en 1910 con motivo del centenario de la Independencia, es su trabajo más importante en este campo; pero son incontables los estudios, crónicas teatrales, semblanzas y apuntes breves que dejó sobre temas y figuras de toda la literatura hispánica. Muchas de sus crónicas- especialmente las de El éxodo y las flores del camino (1902)- estaban escritas en la prosa poética característica del modernismo, pero más voluntariamente practicó ese tipo de escritura (aunque sin los artificios a que ésta fue a veces proclive durante la época) en las páginas que anteceden a los poemas de La amada inmóvil y en las prosas que incluyó en su volumen Plenitud. Más de tomo y medio, de los dos e que consta la más reciente edición de sus obras completas (la de Aguilar) se destinan a su labor en prosa. 

Al llegar a su obra poética, el lector de hoy (más si se ve desdoblado en crítico o, simplemente, en antólogo) puede enfrentar cierta perplejidad: cómo explicarse que sus versos, fáciles y amables pero en general de poco calado y escasísimo riesgo, pudieran alcanzar el gran favor del que gozaron en vida de su autor y hacer a éste uno de los poetas más populares de su tiempo. Esas calidades suyas, que apelaban a la comunicatividad más inmediata, difícilmente resistieron, tras su muerte, el radical cambio estético que, a raíz de la primera guerra mundial, condujo al arte de la palabra poética por caminos de más extremosa aventura, y, a la vez, de mayor acendramiento y rigor. No es de extrañar así que Nervo haya venido a quedar como uno de los más inactuales modernistas (a una enorme distancia de algunos de sus compañeros generacionales: el Darío maduro, Lugones, Herrera y Reissig, Eguren, por una razón u otra tan vivos y resistentes.) El poeta de La amada inmóvil ciertamente satisfacía el medio gusto- de algún modo habrá que llamarlo- de ciertos sectores de lectura en nuestras estragadas burguesías hispánicas de principios de siglo; pero una vez remitida aquella sensibilidad (de nuevo: si es que le cabe esta denominación), se impuso fatalmente una baja precipitada y total en su estimativa- aunque la inefable Berta Singermann declamara, hasta 1955 por lo menos su Gratia plena. 

En 1974, muy poco después de los cincuenta años de su muerte y del centenario de su nacimiento (efemérides que se prestaron para celebraciones y homenajes) Ernesto Mejía Sánchez confiaba en que tales celebraciones " contribuirán sin duda positivamente a rescatar al poeta abandonado en el ángulo más oscuro de nuestras letras". Y algo antes, e n su antología del modernismo, José Emilio Pacheco venía a coincidir: " la reputación de Nervo llegó a su punto más bajo en 1950. Ahora el libro de Manuel Durán (publicado en 1968) y la magnitud del homenaje en el cincuentenario de su muerte parecen demostrar que Nervo salió del " purgatorio por donde atraviesa todo autor que fue célebre". Intenciones generosas, que no parecen llamadas a cumplirse al menos en cuanto al rescate total del poeta; porque, a pesar de ellas, estos dos últimos críticos citados no pueden honestamente aludir valoraciones negativas (y ciertas) sobre Nervo: cursilería, hiperfecundidad, sentimentalismo, ausencia de autocrítica (Pacheco), vaguedad, falta de rigor crítico (otra vez), lacrimosidad, almibarado sentimentalismo (Durán(. Y sin embargo, operando sobre una rigurosísima selección antológica- Durán propone algo así como una veintena de poemas de Nervo- se nos ha devuelto una imagen muy interesante del poeta; pero habrá enseguida que aclarar que esa imagen se sostiene, más que por la obra en sí, por el valor de la representatividad que su mundo interior exhibe respecto a ciertas coordenadas esenciales de la época modernista, tal como a ésta hemos comenzado a apreciar en los últimos tiempos. 

La espiritualidad del modernismo fue de signo dramáticamente dialéctico, y nadie la encarnó mejor que Darío en su agónica poesía. Y los términos con que tendríamos que describir (temáticamente al menos, y al margen de los valores estéticos) la conflictividad de Nervo, se acuerdan casi arquetípicamente con esa dialéctica: lucha entre la carne y el espíritu, la sensualidad y la religiosidad, el impulso erótico y el afán de trascendencia, al fe rota y la necesidad de creer, el desasosiego de los humanos límites (a veces plasmado en logros poéticos meritorios: " Espacio y tiempo") y la voluntad de una proyección de infinitud y paz para el espíritu. Nervo se asomaba, con temblor y resignación a la vez, al misterio; y en la búsqueda de alguna solución- de alguna fórmula de sabiduría suficiente, abrazaba sincréticamente, eclécticamente- otro rasgo unificador, por lo hondo, de la aventura modernista-, doctrinas e ideas heteróclitas y aun heterodoxas. Nunca del todo desasido de su raíz cristiana, abrevaba a la vez en el panteísmo, en un vago misticismo a lo Maeterlinck, en la teosofía y el espiritismo, en las filosofías orientales (budistas, hinduistas). No fue un místico, como algunos lo han presentado por el uso indebido de esta noción y despistados tal vez por el título (místicas) de uno de sus primeros libros. Pero quería asomarse a la divinidad, a alguna suerte de la divinidad, y encontrar en ella un apoyo trascendente. Y cuando una vez quiso nombrar a Dios, y todavía en un poema mediocre de su juventud, pero muy significativo ya de ese sincretismo modernista, llama a Aquél con nombres muy diversos: Cristo, Brahma, Alá, Jove, Adonái. Y con los años, ese crisol interior, donde tantas procedencias divergentes se integraban, se va acendrando aún más en Nervo, haciéndose todo más uno- y más con ello expresivo de la vivencia espiritual última del alma modernista. En los versos de ese poema no menciona a Buda; pero en la destrucción del deseo, principio básico del budismo, aspiraba tenazmente a encontrar su fuerza y su sostén (y a Siddharta Gautama invoca explícitamente en " Renunciación"). Y la idea de la aniquilación del yo, del ser personal el arcano de la realidad cósmica y universal, que es igualmente fundamental en el pensamiento espiritualista de Oriente, da cuerpo a muchos de sus poemas ("Al cruzar los caminos", por ejemplo). Y al mismo tiempo, por los mismos años, Nervo iba sembrando de ideas ortodoxamente cristianas las composiciones de algunos de sus libros últimos: "Serenidad", "Elevación", "Plenitud. 

De este modo, nuestra comprensión actual del modernismo en sus entretelas espirituales más profundas (como época de algunas contradicciones e incluso bizarros sincretismos) es quien de verdad viene a arrojar sobre ciertos aspectos de la poesía (o el pensamiento poético) de Amado Nervo un relativo pero indudable interés. Así, en su caso, aunque sin desatender del todo otras motivaciones, nuestra selección (guiada oportunamente por los estudios de Manuel Durán y T. Earle Hamilton) ha puesto particular énfasis en aquellas piezas suyas que más fuertemente reafirman este interés.

 

(fuente: http://latinartmuseum.com/amado_nervo.htm)

Claves para Comprender la Historia - Horizonte Bicentenario - Mayo 2010 - Julio 2016 - Año Vº - Nº 22 - ISSN 18524125

 

 

Juana Azurduy de Padilla, nació en Chuquisaca en el año 1780  y falleció en Jujuy en 1860

Heroína de la independencia del Alto Perú (actual Bolivia). Descendiente de una familia mestiza, quedó huérfana en edad muy temprana. Pasó los primeros años de su vida en un convento de monjas de su provincia natal, la cual fue sede de la Real Audiencia de Charcas.

 En 1802 contrajo matrimonio con Manuel Ascencio Padilla, con quien tendría cinco hijos. Tras el estallido de la revolución independentista el 25 de mayo de 1809, Juana y su marido se unieron a los ejércitos populares, creados tras la destitución del virrey y al producirse el nombramiento de Juan Antonio Álvarez como gobernador del territorio. El caso de Juana no fue una excepción; muchas mujeres se incorporaban a la lucha en estos años.

 Juana colaboró activamente con su marido para organizar el escuadrón que sería conocido como Los Leales, el cual debía unirse a las tropas enviadas desde Buenos Aires para liberar el Alto Perú. Durante el primer año de lucha, Juana se vio obligada a abandonar a sus hijos y entró en combate en numerosas ocasiones, ya que la reacción realista desde Perú no se hizo esperar. La Audiencia de Charcas quedó dividida en dos zonas, una controlada por la guerrilla y otra por los ejércitos leales al rey de España.

 En 1810 se incorporó al ejército libertador de Manuel Belgrano, que quedó muy impresionado por el valor en combate de Juana; en reconocimiento a su labor, Belgrano llegó a entregarle su propia espada. Juana y su esposo participaron en la defensa de Tarabuco, La Laguna y Pomabamba.

Mención especial merece la intervención de Juana en la región de Villar, en el verano de 1816. Su marido tuvo que partir hacia la zona del Chaco y dejó a cargo de su esposa esa región estratégica, conocida también en la época como Hacienda de Villar. Dicha zona fue objeto de los ataques realistas, pero Juana organizó la defensa del territorio y, en una audaz incursión, arrebató ella misma la bandera del regimiento al jefe de las fuerzas enemigas y dirigió la ocupación del Cerro de la Plata. Por esta acción y con los informes favorables de Belgrano, el gobierno de Buenos Aires, en agosto de 1816, decidió otorgar a Juana Azurduy el rango de teniente coronel de las milicias, las cuales eran la base del ejército independentista de la región.

 Tras hacerse cargo el general José de San Martín de los ejércitos que pretendían liberar Perú, la estrategia de la guerra cambió. San Martín quería atacar Lima a través del Pacífico, por lo que era necesario, para poder desarrollar su estrategia, la liberación completa de Chile. Esta decisión dejó a la guerrilla del Alto Perú en condiciones muy precarias; Juana y su marido vivieron momentos extremadamente críticos, tanto que sus cuatro hijos mayores murieron de hambre.

Poco tiempo después Juana, que esperaba a su quinto hijo, quedó viuda tras la muerte de su marido en la batalla de Villar (14 de septiembre de 1816). El cuerpo de su marido fue colgado por los realistas en el pueblo de la Laguna, y Juana se halló en una situación desesperada: sola, embarazada y con los ejércitos realistas controlando eficazmente el territorio. Tras dar a luz a una niña, se unió a la guerrilla de Martín Miguel Gümes, que operaba en el norte del Alto Perú. A la muerte de este caudillo se disolvió la guerrilla del norte, y Juana se vio obligada a malvivir en la región de Salta.

Tras la proclamación de la independencia de Bolivia en 1825, Juana intentó en numerosas ocasiones que el gobierno de la nueva nación le devolviera sus bienes para poder regresar a su ciudad natal, pero a pesar de su prestigio no consiguió una respuesta favorable de los dirigentes políticos. Murió en la provincia argentina Jujuy a los ochenta años de edad, en la más completa miseria: su funeral costó un peso y fue enterrada en una fosa común. Sólo póstumamente se le reconocerían el valor y los servicios prestados al país.

(fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/azurduy.htm)

 

(Rojas, Argentina, 1911 - Santos Lugares, 2011) Escritor argentino. Ernesto Sábato se doctoró en física en la Universidad de la Plata e inició una prometedora carrera como investigador científico en París, donde había ido becado para trabajar en el célebre Laboratorio Curie. Allí trabó amistad con los escritores y pintores del movimiento surrealista, en especial con André Breton, quien alentó la vocación literaria de Sábato. En París comenzó a escribir su primera novela, La fuente muda, de la que sólo publicaría un fragmento en la revista Sur.

 En 1945, de regreso en Argentina, comenzó a dictar clases en la Universidad Nacional de La Plata, pero se vio obligado a abandonar la enseñanza tras perder su cátedra a causa de unos artículos que escribió contra Perón. Aquel mismo año publicó su ensayo Uno y el Universo (1945), en el que criticaba el reduccionismo en el que desembocaba el enfoque científico. El ensayo prefiguraba buena parte de los rasgos fundamentales de su producción: brillantez expositiva, introspección, psicologismo y cierta grandilocuencia retórica.

29 de abril de 1823 -

El Presbítero Mauel Frías bautiza a José Benjamín Gorostiaga, quien fue elegido convencional constituyente por la provincia de Santiago del Estero el 9 de agosto de 1852, Gorostiaga tuvo una relevante participación en el Congreso Constituyente que sancionó la Constitución federal en 1853.

Según Vanossi, la tarea más memorable de Gorostiaga en aquella oportunidad "sería de principal redactor de la Constitución y la de miembro informante de la Comisión de Negocios Constitucionales, participando constantemente en los debates, llevando la vos de la defensa del Proyecto de Constitución". Su influencia en la Constitución argentina ha sido expuesta por Vanossi en su libro “La influencia de José Benjamín Gorostiaga en la Constitución Argentina y en su jurisprudencia” Ediciones Pannedille, Buenos Aires, 1970, donde demuestra, como trabajo de tesis, la influencia que tuvo Gorostiaga en el proceso de la sanción de la Constitución argentina de 1853 y 1860, en la implementación constitucional efectuada a través de las principales leyes sancionadas apenas organizados los poderes nacionales a partir de 1862, como miembro del Congreso Nacional, y a través de los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, órgano que Gorostiaga llegó a presidir, marcando un capítulo distintivo de la jurisprudencia constitucional argentina. Tuvo, además, actuación universitaria, diplomática y política.

(http://www.derecho.unt.edu.ar)

 

Biografía del Pbro. Pedro León Díaz Gallo
pedro leon galloEste dignísimo sacerdote nació en Santiago del Estero en 1782, siendo la casa familiar la que
ocupa actualmente el local del Museo Histórico de la Provincia. Su verdadero apellido es Díaz
Gallo aunque, generalmente, lo recordamos como el Pbro. Pedro León Gallo.
Se inició en la carrera sacerdotal en Loreto junto a Uriarte. Trasladado el Congreso de Tucumán
a Buenos Aires, fue allí dos veces presidente del mismo, sufriendo arresto en 1820.
En 1821 suscribió el Tratado de Vinará, designado por su íntimo amigo don Juan Felipe Ibarra.
En 1838, por muerte del obispo doctor Agustín Molina, ejerció el cargo de Vicario Foráneo.
Cuando en 1851 tuvo lugar la revolución encabezada por los Taboada después de la muerte de
Ibarra, actuó como representante mediador del gobernador interino don Carlos Achával.
De ideales republicanos federalistas, se opuso a todo proyecto monárquico, sobre todo en la
sesión del 27 de octubre de 1818.
Falleció en la ciudad de San Miguel de Tucumán el 16 de febrero de 1852.
Achával, José Néstor (1988) Historia de Santiago del Estero. Siglos XVI-XIX. Ediciones Universidad Católica de
Santiago del Estero. Santiago del Estero.
Año 1 | N°3 | Julio de 2009 - ISSN: 1852-4125

User Login