La Viuda en Santiago

Claves para comprender la historia - Horizonte bicentenario Mayo 2010 - Julio 2016 - Año V - Nº 26 - ISSN 1852-4125

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Un episodio de la guerra del Paraguay en Santiago del Estero:

 La sublevación en el fortín La Viuda – 1.865 -

 

María Cecilia Rossi[1]

  

Resumen

El artículo analiza la sublevación de los contingentes de reclutas santiagueños y tucumanos, que marchaban a la Guerra del Paraguay, hecho acontecido en el fortín La Viuda, de la frontera del Salado del Norte en la provincia de Santiago del Estero en el mes de octubre de 1865. Se trata de un acontecimiento equiparable a lo ocurrido con los batallones de Basualdo o de La Rioja, pero al haber sido silenciado por la historiografía local es prácticamente desconocido por la nacional.

En vista del conflicto internacional, el gobierno santiagueño militarizó la provincia y poniendo en marcha todas sus estructuras organizacionales, militares, civiles, políticas y económicas, se dio a la tarea de calificar, clasificar y ordenar, tanto los hombres como los recursos necesarios para emprender una guerra mirada como “cruzada salvífica” en defensa del orden liberal en el continente.

Pero los reclutas, “enganchados” la menor de las veces de manera voluntaria, tenían otra visión del conflicto y entendían que los mandaban a pelear contra los paraguayos, sus “iguales”. Opondrán entonces severas resistencias que concluirán en una sublevación que creemos tiene de relevante el haber marcado el principio del fin de los sueños internacionales de la elite hegemónica provincial. Pero al mismo tiempo muestra como, en el marco de las nuevas construcciones políticas, provincial y nacional, los dispositivos de control y de vigilancia en relación a los sectores populares estaban modificando sus fisonomías atravesados por la “modernidad”.

 

 

1.- La “cruzada” al Paraguay

Comenzando el año 1865 la Argentina entraba en guerra con el Paraguay y el presidente Mitre movilizaba a los hermanos Taboada en Santiago del Estero como uno de sus principales operadores del interior de la República. Iba en busca del necesario respaldo político de sus “antiguos y buenos amigos y compatriotas” y de jefes militares y tropas para formar los grandes contingentes de 40.000 hombres que participarían en una guerra pensada como corta y efectiva.[1]

Los Taboada constituían la familia central de las redes socio-familiares que colonizaron el Estado provincial a partir de su constitución en el año 1851.[2] Formaron parte de aquellos grupos interiores enrolados en el liberalismo e inscriptos en las políticas del pos-rosismo y que en calidad de operarios del gobierno central, tuvieron una activa participación en la resolución de los conflictos derivados de la imposición del nuevo orden, hacia el interior de la provincia y hacia la región del noroeste.

Con vistas a la Guerra del Paraguay, en palabras de Estanislao Zeballos “la guerra más grande que haya visto hasta hoy la América Meridional”[3], la elite local advirtió que había llegado el momento de pasar al escenario internacional y trabajará duramente para lograrlo, convencida de que el Gral. Mitre reservaba para Santiago del Estero y para sus líderes político-militares, un trozo de la gloria futura a obtener en aquel campo de guerra[4].

Se mostraron entonces en un todo de acuerdo con los postulados ideológicos que subyacían al conflicto, al que pensaban desde una concepción salvífica, como una “cruzada” y por lo tanto “santa” contra quien se atrevía a desafiar el nuevo orden liberal y a proponer un modelo alternativo. No solo demostraba disposición para colaborar haciendo sus mayores esfuerzos económicos y militares en tanto se tratara de “contribuir con los recursos de esta Provincia a la reivindicación nacional”, sino altamente dispuestos a cumplir las sugerencias nacionales con rapidez y dando seguridades de atender “las fuerzas en cuanto puedan precisar”.[5] Mitre agradecerá a la dirigencia santiagueña que siempre estuviera dispuesta a “ocurrir al llamado de la Patria en sus horas de peligro”.[6]

En vista del conflicto internacional, el gobierno santiagueño militarizó la provincia.[7] Poniendo en marcha todas sus estructuras organizacionales, militares, civiles, políticas y económicas. Se dictaron una serie de normas bajo la forma de decretos y resoluciones tendientes a calificar, clasificar y ordenar, tanto los hombres como los recursos necesarios para emprender la guerra. Luego vendría la preparación militar de las tropas. 

Parte de tal militarización eran los sectores populares –llamados por Mitre “beneméritos santiagueños”- que como enganchados, reclutas o castigados, pasaban a formar los contingentes convertidos en la mano de obra de una guerra resistida. En éste sentido, la visión que del conflicto tenían los sectores subalternos era la contracara de la mirada de la elite. Considerando que eran conducidos a la guerra con el objeto de someter a los paraguayos –visualizados como sus iguales- a la hegemonía porteña, las tropas pusieron en marcha una serie de tácticas tendientes a liberarse de la obligatoriedad del servicio de milicias.[8] En algún punto, relativos a las prácticas[9], éstos criterios se enlazan con los postulados de Carlos Guido y Spano quien consideraba que la guerra del Paraguay debía inscribirse dentro de un proceso general de supresión de las masas de la vida política y con las consideraciones del federalismo en tanto destino auténticamente americano realizadas por Olegario Andrade.[10]

Será entonces en el marco de los planteos estratégicos de la Triple Alianza y del sueño internacional de la elite político-militar santiagueña, que se produjera uno de los acontecimientos más dramáticos que recuerde la historia local: la sublevación de septiembre de 1865 en el fortín La Viuda. En ése momento y en ése lugar, el orden hegemónico establecido en el noroeste por los Taboada y sostenido por Mitre desde la política central, sufrió una agitación febril, fue cuestionado en sus mismas bases de poder y cambiará notablemente el rumbo de las expectativas de la dirigencia santiagueña.

La Viuda hizo emerger[11], en la construcción histórica santiagueña, el lugar de afloramiento de las subalternidades[12] en tanto revés de la construcción hegemónica. Por eso mismo, se instituyó en un hito, en una la cesura, en el lugar del silencio, de lo no dicho o de lo mal dicho en la historiografía local. Fue uno de esos sucesos de la historia constituido en sacudida, en sorpresa, en derrota mal digerida que dará cuenta de los avatares y las debilidades de los comienzos del orden liberal.[13]

 

2.- La formación de los escuadrones

No habían sido formalmente declaradas las hostilidades cuando a mediados de marzo de 1865, la provincia de Santiago del Estero ya tenía tomada la determinación de acompañar a los ejércitos nacionales en la guerra que se preveía como inevitable y desde un lugar de activa participación. Puso entonces todos sus recursos a disposición del gobierno central y decretó la movilización completa de la Guardia Nacional de la provincia, que creada una década antes disponía de un número de hombres en servicio permanente y otro número bastante mayor de reserva a los que recurría en caso de algún problema de mayor envergadura.

En éstos momentos, el “enrole” correrá para todos los ciudadanos cuyas edades oscilaran entre 16 y 60 años, en alguno de los cuerpos de la Guardia y cuyos jefes y oficiales deberían alistarse para estar en marcha “donde sea necesario sostener la honra y la dignidad nacional”.[14]

La provincia concurrirá a la formación del ejército nacional con batallones de 500 plazas; “no debiendo departamento alguno abdicar el honor que les corresponde en estar representadas con agentes en proporción a su población; y debiendo todo ciudadano argentino armarse en defensa de la Patria para hacer efectivo el principio de igualdad ante la ley”. Los aportes departamentales se establecieron equitativamente del siguiente modo: por la ciudad 30 hombres, Departamento Robles 25, Departamento Silípica 1° 20, Depto. Silípica 2° 25, Depto. Loreto 30, Depto. Soconcho 30, Depto. Salavina 30, Depto Matará Sud 30, Dpto. Matará Norte 30, Depto. Sumampa 40, Depto. Copo1° 25, Depto. Copo 2° 20, Depto. Jiménez 1° 30, Depto. Jiménez 2° 30, Depto. Río Hondo 30, Depto. Guasayán 25, Depto. Choya 25, Depto. Banda 25[15]. Todos convergerían en Matará, centro mítico del poder socioeconómico y militar de la familia Taboada.[16]

Pero no solamente había que enrolar, estaba también el problema de la vestimenta y la provisión de armamentos, rancho y caballada que habrían de acompañar a los escuadrones en marcha. Históricamente esta situación significaba un déficit de la nación que demoraba una eternidad en enviar los fondos y generalmente los soldados andaban vestidos con chiripa y -con suerte- alguna camisa, alimentándose por las donaciones de los estancieros y montados cuando había caballos. Pero la ocasión de la guerra también significará la oportunidad de realizar pingues negocios para los estancieros provinciales –al igual que ocurrirá con los proveedores del litoral[17]- constituidos ahora en proveedores del ejército. Sirva como ejemplo el abastecimiento prometido por Gaspar Taboada, hermano de Antonio y de Manuel, al Ministro de Guerra –su amigo Elizalde- el “anticipar todos los fondos [para] vestuario, rancho y caballadas necesarias para el contingente”.[18] Igual que los Escuadrones de Patricios Santiagueños que lucharon la guerra de la Independencia en el norte argentino a partir de 1811 y que fueron vestidos y equipados por Francisco Borges –también proveedor de los ejércitos del Alto Perú-, éstos santiagueños saldrían a reivindicar el honor nacional formados, vestidos, armados y disciplinados.

El gobierno de la República pediría más todavía de Santiago. Ni bien fueron declaradas oficialmente las hostilidades, con fecha 12 de mayo de 1865 el presidente Mitre escribía una carta confidencial al gobernador –con copias a Manuel y a Antonino Taboada-, explicándole lo conveniente que era para la República Argentina, el formar una División de Caballería santiagueña que marchara a reunirse con el Ejército de Operaciones asentado en Corrientes.[19] La demanda incesante de hombres estaba haciendo que los requerimientos aumentaran considerablemente y Mitre sabía de la fama que tenían los santiagueños de ser los mejores soldados de caballería, cualidad que combinaban con un alto nivel de frugalidad en su alimentación. Tres días después, un decreto provincial ordenaba a los comandantes de Departamentos alistar voluntarios que marcharían a la guerra por uno o dos años. Tal sacrificio era recompensado al afiliarse con 25$ fuertes y una cantidad similar al momento de jurar la bandera, con  50$ fuertes si fuere por 1 año y el doble por 2 años.[20]

Ahora bien. Mitre había indicado que Santiago del Estero sería el lugar de reunión de los escuadrones y le otorgó el honor de dirigirlos a quien era el militar por antonomasia en la provincia y su antiguo amigo de las épocas de exilio, Antonio Taboada. El presidente valoraba enormemente las cualidades militares de su aliado y que lo habían llevado a la fama en la imposición del orden liberal en el norte argentino, pero no desconocía sus ambiciones de proyección internacional. Le ofreció, entonces, ocupar un lugar preponderante en el curso de la guerra y determinó que la provincia fuera el centro de convergencia de los contingentes que marchaban desde Tucumán y desde Catamarca y que todos se pusieran bajo sus órdenes[21], señalando, además, que para reunirse con el Ejército de Operaciones podrían atravesar el Chaco, con lo cual asegurarían una ruta más o menos rápida de comunicación con Corrientes.[22]

Santiago se mostraba dispuesto a brindar más de lo que el gobierno central le pedía. Aceptando la formación de los batallones, del montado y de infantería, ofreció enviarlos montados con caballadas provistas por la provincia para que marcharan con la urgencia del caso. Pero el gobernador se permitía advertir que transitar el camino del Chaco era altamente inconveniente por las enormes dificultades que traería, era muy peligroso y un proyecto altamente costoso en razón de la cantidad de custodia necesaria contra los indígenas. Taboada decidirá entonces marchar hasta la ciudad de Santa Fe por el Salado, recorriendo el mismo camino que utilizara en 1856 cuando acompañó al comandante norteamericano Thomas Page[23] en el primer viaje de exploración del río. Avanzarían hacia el Paso del Tío “que es el más cómodo y fácil para la marcha”[24] y, en ése camino, el fortín de La Viuda era un lugar estratégico para reunir a todos los contingentes en marcha. Conocido ya en 1713, fue despoblado y restablecido[25] en 1859 y significaba uno de los orgullos de la nueva línea de fronteras y el último de todos los fortines hacia el sur de la provincia. 

 

3.- Asimetría de la vigilancia y el papel del “experto”

Los preparativos para la Guerra del Paraguay pusieron en superficie una cuestión que venía perfilándose hacía un tiempo: la ineficacia de los antiguos medios de control militar[26] en el marco del nuevo proyecto político liberal impulsado por la elite local. La necesidad de establecer espacios bajo el control del nuevo Estado hizo surgir la cuestión del control a través de la vigilancia como “un problema por derecho propio, como un objetivo para el cual debían encontrarse o inventarse nuevas herramientas”.[27]Esas herramientas fueron los fortines de la frontera del Salado en los que se recreó el sistema de confinamiento forzoso para los desertores de guerra y algunos indeseables políticos. Y que ahora estaban funcionando como espacios de disciplinamiento militar para la tropa que se reunía en función de la guerra internacional[28].

La actividad de Antonino Taboada como Jefe de los ejércitos de la frontera del Salado y Jefe de los batallones del noroeste en marcha hacia el Paraguay, junto al grupo de poder militar que construyó, puede ser analizado desde la perspectiva Bauman quien sostiene que una de las emergencias de la modernidad fue la “asimetría de la vigilancia y la asimetría del control apoyadas en una asimetría del poder”. La vigilancia apoyada en “la fuerza bruta” ya no tenía cabida en el marco de los ambiciosos proyectos modernos, sino que necesitaba alguien más preparado que un mero “experto en coerción, un actor armado de conocimiento técnico y calificaciones especializadas, un ingeniero del comportamiento humano”.Este “vigilante” se convertirá en un especialista que se despegará del grupo a vigilar, para desarrollar una tarea que convertida en “ocupación” y señalada por la continuidad y la permanencia en la dirección, tendrá un alto nivel de demanda para el sujeto que necesitará todas sus facultades físico-mentales y la totalidad de su tiempo.

Ese especialista era Antonino Taboada y Mitre lo sabía. Por eso vamos a ver al general santiagueño con una dedicación prácticamente exclusiva al respecto, la que abandona muy esporádicamente. Estamos entonces frente a la “institucionalización de la vigilancia” a partir de la posibilidad de alcanzar una modificación de la conducta humana en manos de un experto dirigida a mantener un orden social determinado... “proporcionó una estructura arquetípica en la cual esa “inmadurez intrínseca de los seres humanos podía reelaborarse como acción práctica, y por lo tanto probarse y fortalecerse”.[29]

El espacio fronterizo de la mano de Antonino Taboada se convertirá así en un lugar de disciplinamiento tanto para la soldadesca fortinera como para sus familias y se apoyaba, básicamente, en la vigilancia y la moralización.

 

4.- Entre el voluntarismo y la coacción: los problemas del enganche

En el nuevo contexto de vigilancia y disciplinamiento de los escuadronessantiagueños, se trataba de preparar a los soldados en entrenamientos propios de una guerra que excedía a la lucha contra el indio del Chaco. Pero los reclutas eran campesinos a los que la guerra arrancaba de sus actividades cotidianas de la labranza en los cercos, de la cría de pequeños animales domésticos, de alguna experiencia como Guardia Nacional si le tocaba el enganche. De modo que para no interrumpir bruscamente las tareas que les eran propias, se determinó que las reuniones de adiestramiento serían en sus respectivos distritos los “días festivos” (domingos, festividades religiosas, etc.). Allí realizarían los ejercicios doctrinales con sus armas correspondientes.

Este sistema de enrolamiento, legitimado discursivamente por cuestiones de guerra, encontraba su apoyatura legal al desarrollarse por medio de sorteos de los que participaba en la campaña el Juez de Paz, el Comandante y el Comisario Principal y en la Capital ésa responsabilidad recaía en el Ministro General de Gobierno y en un Vocal de la Cámara de Justicia. Los ciudadanos convocados tenían obligación de concurrir porque, de no presentarse, eran destinados a llenar los contingentes para el ejército de línea.[30]

El tema del enganche era una preocupación para la conducción político-militar santiagueña que aparece cuando en 1855 se decidió la formación de la Guardia Nacional. La idea subyacente era que las masas campesinas no comprendían muy bien el sentido del reclutamiento en tanto deber patriótico. Las ideas de Nación y de Patria eran, en esos momentos, una absoluta abstracción, un espacio sin dimensión imaginable para estos campesinos santiagueños que aún no habían transferido sus lealtades de lo puramente local a lo nacional. De modo que, en general, los enganches ya sea para luchar contra el indio y ahora para la guerra, tenían muy poco de voluntarios y los modos coactivos –en diversos grados de violencia- eran los más comunes.

Además se planteaban dos problemas accesorios y de singular importancia. Uno era la generalizada pobreza de la población muchas veces en estado paupérrimo. A esto se le sumaba el hecho de que la desprotección militar de las antiguas fortificaciones había permitido que los pueblos indígenas del Chaco volvieran a ocupar sus antiguos territorios. Ante cuadros tan dramáticos, la decisión de la mayor parte de los campesinos de la frontera era emigrar hacia Buenos Aires o Santa Fe. Entendían que era más seguro y tendrían trabajo generalmente pago. De modo que las migraciones permanentes como estrategia de supervivencia o, por el contrario, el ocultamiento en los montes para evitar formar parte de la milicia, estaban drenando el territorio y ya para ese entonces no se encontraban ni campesinos ni soldados.

La idea de la elite militar entonces fue plantear un sistema de enrolamiento voluntario “creo sería el medio más seguro de tentar para obtener hombres competentes para el servicio de las armas: así no podrían desertar sin estar sujetos a un severo castigo, ni habría el inconveniente de arrancar hombres de familia que no podría contarse con seguridad en el Ejército”.[31] Pero una propuesta de enganche voluntario que por sí ya era difícil de concretar, se vio muy desfavorecida por el estallido de la guerra con el Paraguay. Ahora, las órdenes de leva giradas desde la centralidad del poder eran violentamente efectivizadas[32].

Esta situación no ocurría solamente en Santiago del Estero. Cuando se repasan los escritos sobre la Guerra del Paraguay se advierte que prácticamente en todas las provincias la formación de los “contingentes” fue altamente problemática y el voluntarismo reducido a mínimas expresiones. Recuerda José María Rosa en su clásica obra “La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas” que los voluntarios cordobeses marchaban atados por los codos –y junto a los salteños se sublevaron en Rosario ni bien los soltaron de sus ataduras-; que la participación de los riojanos era puesta en duda antes de la formación porque entraban en pánico con sólo escuchar sobre la formación de los contingentes para marchar al Litoral y que los hombres optaban por huir a las montañas y que el gobernador catamarqueño encargaba 200 pares de grillos para sujetar a sus voluntarios durante la marcha.[33]

 

5.- Un interior alzado contra la guerra

Mientras las acciones locales se orientaban y concentraban en la formación militar prometida a Mitre, se formaban los escuadrones y se los adiestraba con algún grado de dificultad, comenzaron a llegar a Santiago noticias intranquilizadoras para la dirigencia. Los escuadrones riojanos se resistían a participar en la guerra y, levantándose, se reagrupaban en montoneras. Esta situación generaba inquietud y si bien discursivamente la proyección del conflicto quedaba minimizada, no puede dejar de advertirse la magnitud del peligro que significaba para la paz interior de La Rioja y el peligro que acciones del mismo tipo comenzaran a tener lugar en las provincias vecinas, lo que obviamente, incluía a la santiagueña. En caso de que la situación tomara proporciones mayores, se advertía que el general Antonino Taboada debería marchar a poner límite militar a la situación de inestabilidad interior. “Si esto último sucede y el general Taboada tiene que ocurrir a la Rioja, me consta que se verá contrariado en sus deseos, pues ellos son los de acompañar a V.E: en ésta campaña” dirá el gobernador al vicepresidente.[34]

Diez días más tarde del primer aviso llegaban otras noticias, igual de inquietantes que las anteriores, sobre levantamientos de grupos reclutados en el Litoral. López Jordán había escrito a Urquiza, convertido en Jefe del Ejército de Vanguardia mitrista, en éstos términos: “Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general; ése es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileros. Estamos prontos. Oímos todavía los cañones de Paysandú seguro del verdadero sentimiento del pueblo entrerriano”.[35]

Un mensaje oficial del vicepresidente explicaba que “las divisiones que el general Urquiza tenía reunidas en su campamento de Basualdo han sido licenciadas temporariamente a causa de un motín que tuvo lugar en una de ellas”. Marcos Paz se encargará de relativizar los acontecimientos entrerrianos, apresuramiento que denotaba el temor a que un posible contagio estropee una guerra declarada y presentaba a los promotores de la revuelta como “malos argentinos enemigos del general Urquiza”. Expresión que provocando un desplazamiento discursivo socializará la responsabilidad –son los “malos argentinos”- pero territorializará al culpabilidad –no son enemigos de la guerra sino enemigos de Urquiza los culpables del alzamiento.[36] Esta situación obligó finalmente a movilizar a la Guardia Nacional de Buenos Aires para cumplir con la cantidad de gente necesaria en el frente de guerra, situación que implicará despoblar las fronteras bonaerenses y pampeanas, con el consecuente retrotraimiento de la frontera sur-este. 

Pero también hacia el interior santiagueño comenzaban a evidenciarse algunos movimientos que daban cuenta de que reinaba la disconformidad entre la subalternidad por la concurrencia forzosa. Situación nuevamente relativizada por el gobernador que en carta al vicepresidente procuraba mostrar que aquí no pasaba nada de esas cosas terribles de Basualdo. Santiago ratificaba ante las autoridades nacionales que en la provincia la lealtad se opondría a cualquier estupidez levantisca. Que en Santiago nadie se sublevaría. Que el gobierno provincial no tenía nada que ver con esas cosas que estaban diciendo que pasaban y que estaban siendo provocadas por algún “otro”, porque los santiagueños lejos de aminalarse ante un conflicto, redoblaban sus fuerzas ante una necesidad. Pero evidentemente, la realidad santiagueña comenzaba a distanciarse del discurso oficial.[37] 

Lo cierto es que las demoras en la organización incomodaban al jefe de los batallones con asiento en Santiago del Estero. En éstas circunstancias, el gobernador necesitará justificar los inconvenientes que entorpecían la incorporación del contingentes del noroeste y parecían si razón. Pero sucedían y alternativamente la culpa recaía en un “otro” que no podía tomar defensa activa en el discurso dominante. Así el “otro” será el batallón Tucumán que no terminaba de acomodarse, el “otro” será el equipamiento siempre escaso, el “otro” será la caballada que habrán de aportar los particulares para que las cosas funcionen con la premura del caso.[38] 

Ante la reiteración de levantamientos en algunas provincias claves, el gobierno central decide, en los primeros días de agosto, la formación en cada una de ellas de un batallón de reserva, quedando bajo las órdenes del gobernador mientras no estuviera en marcha. La idea era que cada provincia formara su propia fuerza de represión interna, un escuadrón que fuera “capaz de mantener el orden y sofocar cualquier movimiento sedicioso o anárquico que pueda perturbar el orden en estos momentos solemnes”. De éste modo, pensaba el gobierno, se podría tener confianza en que la República estaría ordenada internamente y los sediciosos serían castigados “con todo el rigor de la lei”.[39]

A pesar de tantas cuestiones provinciales, en Santiago la férrea conducción de Antonio Taboada mostraba una situación de bastante control. Terminó de equipar e instruir a los dos escuadrones de infantería y, como para compensar las demoras, mandaban un par de centenares de infantes de más para “cerrar los claros que la defección ha dejado en las filas del ejército”. Todos se ponían en marcha rumbo a La Viuda estimándose que para el día 20 de agosto podrían reunirse en ése punto con los de Tucumán y ponerse todos bajo el mando del general Taboada “que se halla violento con tanta demora”[40]. Hasta el 12 de septiembre estarían, con toda seguridad, en Santa Fe porque Santiago deseaba, en palabras de su gobernador “figurar como puede y debe en la gran cruzada de la civilización que ha cabido a V.E. la gloria de dirijir sobre Paraguay y sobre todo para dar una prueba práctica de que el sentimiento Patrio está vivo aún en algunos pueblos”.[41]

Lo cierto es que aún contra la suposición de las autoridades nacionales que nunca habían pensado que en Santiago pudiera haber “movimientos anárquicos o traidores”, sí había movimientos y fuertes en contra de la Guerra del Paraguay y los continentes locales no eran ajenos a ellos, a pesar de que aún no había tomado forma. Por otra parte, existía una fuerte aunque silenciosa oposición de parte de las familias de los reclutas, que quedaban en los territorios despoblados de brazos para trabajar la tierra. De mujeres que quedaban solas a cargo de sus hijos y de sus viejos teniendo que encargase de alimentarlos y cuidar de ellos.

 

6.- La sublevación de La Viuda o la imagen de un bochorno provincial

El Diario de viaje de Manuel Taboada –recuperado en los escritos de Orestes Di Lullo,[42] es un referente interesante para analizar el relato del conflicto en la visión del jefe. 24 días antes de la sublevación, el contingente se encontraba amaneciendo en Peruchillo, una de las estancias de los Taboada. Allí se habían reunido “todos los piquetes que deben formar la Escolta”, se compraron más de 90 caballos y se socorrió a la tropa con alimentos a la que se irá entrenando en “ejercicios doctrinales” a medida que avanzaban. A partir de aquí, los recorridos diarios eran regularmente de unas 5 a 6 leguas, la distancia apropiada para que la caballada tomara agua de los jagüeles –generalmente poca y de mala calidad- y comiera. La tropa iba acompañada de los ganados necesarios para alimentarla y muchas veces eso demoraba la marcha del contingente.[43]

Para el 10 de agosto se anotaron las primeras deserciones del Batallón Tucumán, al que por cuestiones estratégicas, se lo deja que pasar por delante de los batallones santiagueños quedando la dirigencia militar santiagueña a la retaguardia. Estas primeras son deserciones individuales con recaptura casi inmediata. Su secuencia permite observar como se iban desgranando los sublevados en movimientos casi diarios. Primero fue uno, luego dos, al otro día cuatro hombres y así sucesivamente. El 21 de agosto a la noche ocurre una “dispersión de caballos” pero a pesar del inconveniente el 22 están saliendo para la costa del Salado y acampando en Reducción. Las deserciones continúan, pero -a esta altura- ya no es sencilla la captura de los desertores. “No hay noticias de las deserciones de anoche, de 3 más del Batallón y 1 de los enganchados o destinados...” recordará Manuel en su diario.[44]

El 23 de agosto se produjo un incidente de proporciones entre los tucumanos, causados por ebriedad de los jefes algunos de los cuales pidieron ser desafectados del contingente y regresar a Tucumán. Se acordó remitir a la provincia de origen a “todos los jefes y oficiales que no contengan sus vicios” y entre las medidas de precaución que se tomaron en previsión de futuros incidentes, Taboada descubrió que había entre la tropa, quienes vendían alcohol a los jefes y soldados por lo que mandó a aplicarles todo el rigor del Reglamento militar. En los dos días siguientes los contingentes pasaron por Guaype y llegaron a Matará. Las deserciones continúan y los problemas con la provisión de caballada se torna serios. La falta de agua buena y la alimentación irregular agotaban a los animales que no eran fáciles de reponer. El frío y la falta de leña hacían lo propio con los reclutas que comenzaban a enfermar y algunos a morir en el camino. El 30 de agosto los escuadrones estaban llegando al fortín El Bracho, donde fueron “recibidos de parado por los dos Batallones y la compañía de infantería n° 5”. Allí dejaron 15 soldados enfermos y se dio la noticia del triunfo del Gral. Robles en Yatay.[45]  

Para el día 4 de septiembre a las deserciones tucumanas comienzan a sumárseles las de los escuadrones santiagueños. El número de hombres involucrados en estas acciones irá progresivamente en aumento. El coronel Fernández, la mano derecha de los Taboada, será el encargado de iniciar la recaptura “de los desertores armados, de sus cómplices y ocultadores” en un proceso que se complicaba fuertemente. Cuatro días más tarde, el 8 de septiembre, en las vísperas de la gran sublevación, se descubrirán a cuatro sargentos “meditando” una sublevación “teniendo cómplices el 3° Batallón y el los de Santiago 1° y 2°”. La captura de algunos de ellos no permitió descubrir nada importante sino “conversaciones insignificantes que no merecían atención en presencia del buen espíritu de la tropa”. Igual, jamás dirían lo que estaban tramando, pensar que iban a contar la verdad es un rasgo de inocencia o de justificación de la autoridad que no pudo obtener nada.

Según registros oficiales de los 1200 hombres en marcha, hubo 80 deserciones en veinte días. La historia no difiere mucho entre esos días: deserciones tucumanas, dispersiones de caballos, robo de armamentos que siempre eran escasos, hombres que marchaban engrillados[46] para evitar que se fugaran, arengas a las tropas de parte del general Taboada en Matará, reposición de la caballada, cambios de algunos jefes e incremento de la correspondencia con el gobierno santiagueño sobre el estado de situación. Los desertores eran perseguidos inmediatamente por guardias armados.

El día 8 hubo avisos “de que se preparaban los dos cuerpos de Santiago de acuerdo con los de Tucumán alzarse en tiempo de ensillar”. A pesar de que Manuel Taboada observara “tranquilidad en todas las fuerzas”, se tomaron precauciones. Por ejemplo alertar a los jefes para que estuvieran atentos a cualquier movimiento o no tocar diana “sino cuando estuviera claro el día para mandar a ensillar”. El 9 de septiembre por la madrugada la situación se agravó En medio de una espantada de caballos se escucharon gritos de rebelión  “... a las armas, nos venden, indios, a la frontera de Córdoba o de Catamarca, a caballo...”.[47]

Los desertores alcanzaron a montar a caballo y huyeron en todas direcciones. Cerca de 50 fueron capturados. El movimiento, en la visión taboadista, estaba coordinado con los cuerpos de Tucumán, a los que curiosamente rescatará en sus escritos como aquellos que se mantuvieron firmes frente a la insurrección y con sus fuerzas minadas salieron a contrarrestarla cuando prometía extenderse a la totalidad del contingente. En realidad no podemos hablar de deserciones masivas sino “tácticas” de desgranamiento de los grupos subalternos en movimientos casi diarios. No aparece la idea de totalidad del conflicto sino las acciones en post de lograr una victoria, no marchar a la guerra del Paraguay, y por lo tanto no hacerse cargo de lo que ocurra más allá de sus propias problemáticas.

El hecho que sorprendió a la dirigencia local fundamentalmente pero más aún al gobierno central “porque no podía esperarse del continjente de Santiago, con cuyos hijos ha contado el Gobierno Nacional, recordando que sus gloriosos antecedentes los ponen a cubierto de toda sospecha”[48]. Y una elite santiagueña que había sostenido que “siempre que la patria exija de nosotros servicios de ésta clase o mayores, puede el Gobierno General descansar en la confianza de que serán llenados”;[49] que había asegurado infinidad de veces que Santiago era un ejemplo de participación militar, debe reconocer, con vergüenza y profunda humillación, que había llegado la hora de las resistencias locales.

En un mismo día hay dos correspondencias del gobernador de la provincia al vicepresidente Marcos Paz de diferente tenor. En la primera se le quita toda trascendencia a la sublevación y se la califica como “hecho aislado”; se dice que las autoridades provinciales están avergonzadísimas por lo ocurrido; que en el levantamiento se tomó el cuartel general del fortín La Viuda; que del mismo participaron los dos batallones; que los sublevados pretendían asesinar a todos los jefes militares (lo que incluía, obviamente a los Taboada); que el movimiento tenía sus autores intelectuales fuera de Santiago (no podían admitir que en Santiago ocurriera algo semejante, de ninguna manera); que la responsabilidad por éste “hecho aislado” la tenía el partido federal (el “partido caído”); que los sublevados tenían como objetivo final avanzar sobre la capital provincial; que tamaña ocurrencia tendría su castigo correlativo, porque tanta ofensa merece un escarmiento de la misma intensidad. Finalmente, que una vez recompuesta la situación, la provincia marcharía con sus contingentes hacia el Paraguay.

En la segunda carta emitida ése mismo día en horas de la tarde, ya no se puede sostener más el discurso del “hecho aislado” solucionado el cual las cosas seguirían el curso previsto. Ahora el gobernador santiagueño debe admitir abochornado, que fueron los soldados santiagueños del Segundo Batallón, el que se habían desbandado, reitera el intento de asesinato de los Taboada y de terminar con el gobierno provincial, que el gobierno provincial es “inocente” de todo pero que, finalmente y a causa de esto, Santiago del Estero no podrá concurrir a la guerra del Paraguay. Culpando al partido federal por la autoría intelectual ubica a los instigadores en Córdoba.

La elite santiagueña jura venganza de tan oprobiosa circunstancias que dejaba a sus líderes militares, los Taboada, descolocados del escenario político nacional. Y su gobernador dice al vicepresidente: “no tiene Ud. que abrigar la más pequeña duda de que el que Gobierno Nacional tiene plena confianza en el pueblo y gobierno de Santiago que sabrá castigar el hecho ocurrido, averiguando escrupulosamente de donde ha partido la incitación al desbande para ocurrir allí donde esté el criminal”.[50]

La Viuda había llegado a la historia santiagueña y se había quedado para ignominia de la elite local, desquiciando al gobierno provincial y colocándolo en una situación dificilísima ante el poder central. Santiago había ingresado al territorio ya recorrido por los batallones cordobeses, los riojanos o los de Basualdo: el camino de la sublevación.

Pero además, por las consecuencias que tuvo, La Viuda confirmaba, en algún punto, el pensamiento de Carlos Guido y Spano cuando afirmó que la guerra del Paraguay permitió atacar la base del poder de los caudillos del interior reclutando a sus gauchos para luchar contra los paraguayos, dando forma a un arreglo muy conveniente en el que dos grupos sociales incómodos se eliminaban entre sí.[51] Inmediatamente se pone en marcha un gigantesco operativo tendiente a la recaptura de los sublevados y a darles un castigo ejemplarizador.

 

7.- Final y castigo. “Que la idea del suplicio se halle siempre presente”

Esta historia que contamos y analizamos tiene varios finales. Uno es el debilitamiento de la figura de los Taboada, sobre todo de Antonino, que ve abortada la posibilidad de trascender internacionalmente y pasa a ocupar un lugar importante pero no central ni exclusivo en la represión de los alzamientos federales del interior, en las campañas contra Felipe Varela.

Pero en lo que nos interesa puntualmente es el final como castigo ejemplarizador. Tamaña ofensa al poder dominante no iba a pasar no solo desapercibida, o a tener un castigo menor. Muy por el contrario. Hay toda una puesta en escena de la caza de desertores, tarea de tiempo completo, de rastrillaje, de búsqueda minuciosa palmo a palmo en el extenso territorio y la represión final. Las acciones demandaron más de tres meses.

La tarea de cazar literalmente a los desertores, como decíamos, era una cuestión de tiempo completo. Allí no había horarios ni momentos. Lo mismo daba a las tres de la mañana como a las dos de la tarde. En el momento que podían hallar a algún desertor lo remitían al cuartel central.[52] Manuel y Antonino se escribían varias cartas por día comentando la marcha de los procesos de captura, solicitando ayuda se trate de caballos, fusiles o cualquier otro tipo de armamento, para hablar a o con determinadas personas o simplemente enviándose noticias. Estas cartas que acortan las distancias por momentos se les antojan como infinitas, nos permiten pensar la reorganización de las relaciones en éste punto de la historia y de la geografía. Y en ellas aparecen tres cuestiones importantes: una primera cuestión sería la individuación de los sediciosos, una segunda cuestión sería el planteamiento de los distintos tipos de castigos a aplicarles, y un tercer punto la aplicación de los castigos.

 

7.1- Buscando a Melitón, a Juan, a Climaco ...

Taboada registra en su diario la necesidad de información sobre lo que estaba ocurriendo y el intento de sacarla a los desertores tomados ahora prisioneros, así como la decepción al no descubrir nada “salvo conversaciones insignificantes”.

Si bien puede hablarse de un generalizado sentimiento de oposición a la guerra, el más fuerte se establecía desde los grupos de reclutas, hombres anónimos, identificados masivamente con el nombre de la provincia a la que pertenecían, y que formaban el grueso de los ejércitos destinados a pelear contra los paraguayos, visualizados por las masas reclutadas argentinas como iguales a los que se pretendía subordinar desde una relación de fuerzas mayoritaria, a la hegemonía de Buenos Aires. Sus nombres serán recuperados y aparecerán ocasionalmente en situaciones como la sublevación en La Viuda, cuyo protagonismo en un acto de rebeldía contra las prácticas hegemónicas los rescató del anonimato y los convirtió en actores sociales capaces de sacudir fuertemente el poder mitrista en el norte argentino y que culminó con la no participación de Santiago del Estero en el conflicto sino tangencialmente.

Tres relatos nos ilustrarán sobre las situaciones más habituales. Las dos primeras son parte de las cartas de Antonio Taboada a su hermano Manuel y la tercera llegaba del interior en Salavina:

 

 “Acabo de llegar a este punto y me encuentro con los que se han capturado aquí y que más en su lista. Por las declaraciones que se han tomado resulta ser uno de los cabecillas José Manuel ¿....? . Otros dos cabecillas son Melitón Noriega de Choya y Juan Evaristo Catán peón agente de los Lozas, saladino que hace muchos años que reside en la Cierra. Naro es también choyano pero los presos no saben su nombre. Uno de los presos dice que el sargento Climaco y el cabo Manuel Pomada fueron los instigadores de su escuadra pero no encuentro el nombre de ese cabo. Dice también que todos los sargentos de la Compañía estaban en el plan de disolver el Batallón. Este individuo es Domingo Chávez del 2° Batallón. El cabo Abel Alabarracín es acusado como varios instigador. Quinteros el sastre, acaba de reconocer en...al que los atacó con una bayoneta y trató de desorganizar la Compañía a los gritos de “somos vendidos y vamos a nuestras casas”. [53]

 

Querido Manuel: te incluyo las declaraciones del Sargento Pedro Aguirre que lo he hecho quedar aquí y lo tengo con una barra de grillos. [54]

 

...hoy de mañana fugó de esta el desertor José María Aguirre, siendo el motivo de la fuga de este individuo el haberlo licenciado el Cabo Mariano Sayabedra que lo tenía a su cargo bajo custodia.[55]

 

Estos tres ejemplos nos dan pie para pensar lo relativo a la individuación, porque resulta bastante claro que en el marco de una marcha de más de 1200 hombres, los desertores parecen haberse identificado con bastante claridad. Nombres que se obtenían de diversos modos, pero por lo general giraban en torno a las confesiones de algunos capturados que sometidos a torturas denunciaba a sus compañeros complotados.

Otras veces, la captura de desertores se realizaba mediante engaños o dejando en libertad a algunos de ellos para poder capturar a otros más importantes: “Los desertores de Jume Isla que se han presentado los he soltado, haber si puedo conseguir tomar a los sargentos. Ledesma entregó el fusil, a un oficial y se lo retiró, y nuevamente llamé al Capitán Bonel y le ordené que aunque sea con engaño lo tome y me lo presente.[56] Es decir que la forma que tenían de realizar las redadas incluía una gama de tácticas, todas válidas si le permitían llegar a buen fin con sus intenciones.

 

 

7.2- “Apliquemos todo el rigor de la lei...”

a las armas o a la última línea de frontera...

En cuanto a los procedimientos a seguir una vez producida la recuperación del reo, se siguieron las instrucciones giradas desde el gobierno central aún antes de declararse la guerra del Paraguay. En éste sentido, una Circular emitida desde Buenos Aires por Wenceslao Paunero en marzo 4 de 1865 al General Antonino Taboada le indicaba el rocedimiento a seguir. El Registro en cuestión era una planilla impresa confeccionada en una hoja de gran tamaño, que tenía una serie de datos y espacios en blanco para completar por cada jefe u oficial. En la parte superior debía consignarse el Nombre del Batallón y la inscripción de la Relación nominal de los desertores que ha tenido éste cuerpo en los distintos meses.

En ésa planilla se volcaban algunos datos de los desertores: fecha de la deserción, clase y nombres, datos de filiación: edad, patria (bajo éste rubro se consignaba en realidad, el lugar de la procedencia) estado civil, fecha del alta, tiempo de condena y observaciones (allí se consignaban como cual era el número de deserción del reo, otros enganches, multas, actividades en otras provincias en las milicias, etc.). A partir de aquí, uno puede advertir que el gobierno nacional, y mismo el provincial, tenían un conocimiento, si bien somero pero importante de las deserciones ocurridas en el marco de la Guerra de la Triple Alianza. Registro que nos está hablando también de que la cantidad de deserciones debía ser lo suficientemente significativas como para que se tomen semejante trabajo, tanto nación como provincia.

Evidentemente, y a pesar de la intensidad de la búsqueda y de su éxito relativo, parece que resultaba sumamente complicado encontrarlos “....con respecto a la aprehensión de los desertores se hace todo lo posible en el Departamento por tomarlos, y a los que se han presentado ya los empiezo hoy a mandar al Fortín Esperanza, a ponerse a las ordenes del oficial que está allí”.

Pero una vez que se los tomaba, comenzaban a aparecer algunas relaciones sociales pidiendo que de alguna manera se les perdonara la deserción a cambio de la presentación de los sublevados: “ayer vino a éste Don Bartolo a pedirme indulto por el Sargento Lucas y otros, y quedó en presentármelos hoy así que me los presente se los remitiré a esa, ya sea con el mismo Don Bartolo o escoltados”. O si no era el propio Obispo el que se presentaba: “... en éste momento que son las once de la mañana acaba de llegar el Sr. Obispo, a quien hemos hecho el Recibimiento que se debe hacer a...”.[57]

El gobierno provincial reunió un Consejo de Guerra integrado en la presidencia por el Coronel Juan Manuel Fernández, los capitanes Francisco J. Carrizo, Cosme Porras, Pedro Bonel, Pedro Pablo Del Castillo, José Lagar, José Contreras, Braulio Sayago. El Consejo, reunido el fuerte de La Cañada, será el encargado de juzgar las actitudes y los hechos de La Viuda y formará un proceso con 162 fojas que el Fiscal Ayudante Mayor del Regimiento Santiago Dr. Amancio González Durán remitió al Ministro de Gobierno en Comisión con el correspondiente oficio[58].  Se acusaba a los reos capturados de atacar el Cuartel General, de intentar asesinar a los jefes, de traición y de fuga.

De la lectura del proceso se desprende que las formas de castigo eran por lo menos cinco: a los considerados cabecillas y responsables se le dio pena de muerte por fusilamiento, a un segundo grupo lo enviaron entre 5 y 10 años castigados a formar parte de los servicios de las Guardias avanzadas de la frontera del Salado, a un tercer grupo lo enviaron castigados por un año a formar parte del servicio de línea de Guardias comunes de la frontera. Otros fueron puestos en libertad y un último segmento fue absuelto.[59]

 Se ha condenado a que sean pasados por las armas los sargentos José Electo Varela, Tadeo Moreno, Facundo Sosa, José Manuel Balsco, José Domingo Figueroa, Manuel Sayago, Cabo Clímaco Torres, Juan Evaristo Catán, Abel Albarracín. Soldados Ignacio Viza, José Manuel Ibalo, Borga Avila, sargentos Hilario Barreto, Lucas Ledesma, Manuel Gutiérrez, Marcelino Ardides, Cabo Namecio Rojas, Andrés Alvarado, capatáz de la Laguna de Mercedes Isidro Escovedo, Cabo Cesáreo Saavedra, soldados Segundo Peralta, Joaquín Cáceres, José Alvares, Melchor Niciega y Benito Coria. Prisioneros en Chañar Pujio al cabo Simón Manzanera, soldado Juan Jaimes, Francisco Gorostiaga, Gregorio Coria, Romualdo Santillán, Marcelino Autalán.  (La lista sigue y está completa)[60]

 

En éstos fusilamientos, rápidos, visuales, impactantes, encontramos la forma antigua. Todo el poder  cayendo sobre los reos. La venganza concretada. Muerte que genera impacto pero no enseña. Fusilamientos operando como controladores de las resistencias sociales, son muestras de poder a modo de espectáculo estratégico que marcan a los observadores las consecuencias posibles y más seguras en tanto se rebelen a ese poder. Fusilamientos que operan como último indicador de las pautas de comportamiento esperables de las tropas movilizadas.

La pena de muerte, en una guerra, está legalizada. La pena de muerte es condición de la victoria.[61] La pena de muerte se alzó como condición para la victoria liberal en la frontera santiagueña sobre una subalternidad a la que había que doblegar. Fue el último grito de victoria, pero el más desgarrador.

Por el contrario, el fortín aparece como un lugar desde donde las estrategias ganan terreno frente a las tácticas, desde donde el fuerte, el poderoso, mide las relaciones de fuerza desde su propio lugar. Priorizar el espacio de un fortín aparece como formando parte del proceso de control y sometimiento de un orden a los sublevados y a las tropas en marcha.

Fortines y fuertes de Jumi Isla, Matará, Atamisqui y Sumamao, aparecen como los lugares elegidos por la comandancia para efectivizar la represión ejemplarizadora, aquellos espacios del poder hegemónico que están llenos de historias dramáticas y que el segmento dominial busca para los fusilamientos en tanto los consideran como lugares propios, que ofrecen ciertas seguridades, espacios de poder. Algunos fueron fusilados en el mismo lugar en que se produjera su aprensión por la autoridad del Departamento una vez que le fueran presentados los auxilios espirituales y 24 hs. después de arribar al punto señalado.

Una de las formas más corrientes de castigo era sumariar al reo y enviarlo a poblar los fortines de la frontera del Salado: “Creo que ya debemos principiar a poblar los fortines con estos pícaros y si has concluido las declaraciones con aquellos los debes mandar al Fortín Taboada a los que tienen familia y aquí a los demás para lucharlos a Suncho Pozo mientras yo lleno el Libertad y Doña Lorenza.[62] Otra información dirá : “...anoche recibí los desertores que Ud. mandó y en este momento acabo de mandarlos a sus destinos. Los dos que estaban presos aquí el Coronel Fernández los hizo poner en Libertad”.[63]

En éste plano, los castigos aplicados a los insurrectos en La Viuda se hallan en un espacio intermedio entre aquellas formas antiguas en las que el poder y toda su visibilidad caían sobre unos cuerpos en los que ése poder dejaba impresas las huellas de su ferocidad y éste castigo más moderno, convertido en todo un arte que debe apoyarse en la “tecnología de la representación”, la que para obtener mayor efecto debe inscribirse en una mecánica natural, que le quite toda la seducción a una acción reprobable, que logre mantener en la mente del futuro infractor la imagen de un suplicio siempre presente para castigar sus faltas y que logre dominar “el sentimiento que le impulsa al crimen”.[64]

La forma intermedia de los castigos estaría en los reclutamientos para el trabajo en los puntos más hostiles de las fronteras, el reclutamiento forzoso por tres, cinco o diez años. No se trata de penas como las anteriores de muerte por fusilamiento, tan espectaculares como inútiles. Los trabajos públicos, apoyados en cuerpos apropiados útil y colectivamente, aparecen como una de las penas más eficaces. Al reo se lo ve, tiene visibilidad, de su condena la sociedad saca provecho y ejemplo. Aquí el castigo estaría operando con criterios un poco más modernos, generando una asociación de imágenes que al operar como vínculos estables de asociación, muestren un arsenal de penas. El poder ya no se apropia del cuerpo para caer sobre él, sino que lo utiliza, lo toma para mostrar a otros culpables posibles lo que les ocurrirá en caso de cometer un delito semejante. Utiliza el cuerpo de reo para que la información circule hasta formar el discurso que siendo apropiado se disemine y haga aparecer el castigo como interesante. Que produzca discursos de verdad. Que instituya la verdad.

 “El proceso está concluido; la sentencia fulminada sobre los amotinados, y el lugar de castigo destinado. No falta sobre el espediente sino la clemencia del gobierno, o la justicia inecsorable que él quiera hacer: debe conmutarse o ratificarse la pena de muerte fulminada sobre los amotinados, y llenado ese requisito, el castigo será un hecho. Concluido este deber, pagada esta deuda que tienen las autoridades de la provincia para con la Patria y los manes de nuestros mayores, entonces vamos a organizar nuevamente nuestras fuerzas, vamos a mandarlos al teatro de la guerra, vamos a arrancar del corazón de nuestros hombres honrados el puñal que tienen clavados desde el día del motín, vamos en fin a curar la herida que la provincia recibió en La Viuda.

La vergüenza y el dolor desaparecerán entonces en parte, y las cicatrices que dejen recordarán a todas horas al pueblo que una falta de sus hijos, una traición, al par que saturó el corazón del gobierno, ofendió a los hombres que por su pasado y sus hechos habían alcanzado un justo renombre de valientes y honrados”.[65]

 

Al cabo de tres meses, a mediados de diciembre de 1865, Santiago cumplía, ahora sí, con la promesa de instituir la verdad sobre lo ocurrido y castigar impiadosamente a los responsables. Claro que no podrá llegar más lejos que los límites de su provincia, porque la sedición “ha sido aconsejada y dirigida desde la provincia de Córdoba...”.[66]

 

 8.- La circulación de los discursos

En la sublevación de La Viuda, la guerra se instituyó en el discurso central de dominantes y subalternos. Con distintos niveles de intensidad, a los gritos o apenas murmurando, silenciando, gesticulado o meditando, todo lo dicho, lo pensado, lo silenciado, giraba en torno a la guerra. Diferenciaciones que establecían miradas distintas sobre el conflicto y que podemos situar en por lo menos tres espacios de circulación. Un espacio donde circula el discurso oficial dominante y hegemónico. Un segundo espacio donde opera el discurso también dominante pero no oficial y un área donde opera el discurso subalterno.

En el primer espacio encontramos los discursos de los que José Pablo Feineman llama “teóricos de la guerra” y de los que piensa que “siempre consideran que la guerra responde a una gran causa nacional, que ésta gran causa posibilita la unidad de la nación y que sobre ésta unidad se construye la poética de la patria”. No obstante, diferencia dos clases de teóricos de la guerra, aquellos que justifican la guerra y aquellos que la condenan. Para el caso santiagueño, la elite dominante se ubicaba entre los primeros, los que justificaban la guerra.

“Santiago del Estero no economizará ningún esfuerzo para contribuir a la reivindicación nacional”. “agradeciéndole en nombre de nuestra patria...”. “Vindicación del honor nacional”. “Debiendo todo ciudadano argentino armarse en defensa de la patria”. “Nuestro deseo es que Santiago figure como puede y debe en la gran cruzada de la civilización”. “Patriotismo y decisión por la causa nacional”. “Vindicar el honor nacional ultrajado por un gobierno déspota y salvaje”. “Siempre que la patria exija de nosotros servicios de ésta clase o mayores, puede el gobierno nacional descansar en la confianza de que serán llenados”. Estas son algunas de las frases del discurso justificador de la Guerra del Paraguay y las citamos a modo de ejemplo, puesto que todo el proceso histórico está atravesado multidireccionalmente por expresiones similares. 

También encontramos estos discursos en el intercambio epistolar a nivel de funcionarios jerarquizados: presidente y vicepresidente con el gobernador santiagueño y con los hermanos Taboada. Es un discurso glorioso, laudatorio de una guerra considerada como una “cruzada” y por ello mirada desde una concepción salvífica, donde aparece como un repiqueteo la idea de Patria asociada a la sangre derramada y el sacrificio supremo, el honor nacional. Se trata de discursos homogeneizadores, que negaban per-se la posible existencia de un algo distinto, de otro diferente”.[67]

La guerra, en estos discursos, es un hecho central, fundante, inevitable, al mejor estilo de los criterios de Clausewitz, quien sostuvo que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Juan Bautista Alberdi condenó a la guerra, pero sobre todo condenó la guerra del Paraguay y por ello recibirá de Bartolomé Mitre el calificativo de “traidor a la patria”. Para los Estados guerreros quien se opone a la guerra es un simple traidor”.[68]

Un segundo nivel de discurso es el periodístico. El Periódico santiagueño El Norte seguía con atención los partes de la columna en marcha y a lo largo de toda la guerra emitirá noticias de modo permanente. Aunque dominante y laudatorio respecto de la guerra, muestra que sus preocupaciones más fuertes se dirigían, por un lado a condenar enfáticamente la sublevación, analizada como un acto de traición de los propios santiagueños, que “jesuita y rastrera, emponzozoñaba el alma de los malos hijos de la Provincia” hacia sus jefes naturales, los Taboada. Pero el eje sobre el que giraban sus preocupaciones hacía centro en la situación en la que quedaban los dirigentes santiagueños en el marco de semejante desastre militar, aunque sobre todo desastre político.

Reflexionará entonces sobre un Manuel Taboada que había perdido con esta acción 10 años de su vida, que se cubría de canas y de vergüenza, que maldecía a sus propios soldados en otros momentos compañeros de combate, que sepultaba en La Viuda  “en un solo minuto, todo el placer de su vida pública, a presenciar allí el drama terrible de la vergüenza y la renegación del pasado de un pueblo”, a ver como sus antiguos soldados olvidaban la bandera y abandonaban a sus jefes. Iba a verlos convertirse en traidores. Vergüenza, deshonra y traición son los tres conceptos centrales del discurso periodístico. “Tiene vergüenza, porque es Santiagueño, porque ama a su país, porque no solo son sus comprovincianos los sublevados, sino también sus propios soldados de otras veces. Tiene vergüenza porque él esperaba ver a los santiagueños verter su sangre como los primeros en el combate, como los últimos en la fuga. Para él el Contingente Santiago sería en el Ejército Argentino lo que la guardia Vieja en Waterloo”.[69]

El discurso de la subalternidad relocalizó el territorio de las identidades mestizas. Del mismo nos quedó una frase contundente: “nos venden, indios”. Significativos gritos de rebelión, cuando quienes la lideraban se dirigen a aquellos que se iban a sublevar como “indios”. Los líderes convocaron a la rebelión a los “indios”. Llamaron a los insurrectos como “indios”, lo que marca un límite identitario más que propiamente étnico.

La población santiagueña, en un altísimo porcentaje, era mestiza. Importantes historiadores han estudiado los fuertes procesos de mestización que se produjeron haciendo centro en Santiago del Estero, respondiendo ello a ciertas particularidades de los indígenas asentados en éstos territorios que permitieron relaciones con los españoles de menores niveles de confrontación militar y la apertura de espacios de negociación permanente. De todos modos, y presuponiendo que aquellos que eran convocados fueran indios, a mediados de la década de 1860 en Santiago del Estero no eran, justamente, minorías. Además, se sabía que el destino final de los indios capturados –sirva como ejemplo la conocida acción de Laguna Verde- era o la servidumbre familiar en tanto se tratara de “chusma” o el servicio del ejército como enganchados no voluntarios.

Pero el discurso nacional en construcción estaba operando en relación a la homogeneización de las identidades y en ese marco lo indio, al igual que lo negro o lo gaucho, deberían desaparecer para dar lugar a una nación de argentinos blancos. De modo que pensamos, en éste sentido, que el grito de rebelión más que señalar una referencia étnica, aparece como un modo identitario, aglutinante y diferenciador de los mestizos, de los no-indios del sector dominante. Reconocerse como indios, aunque étnicamente no se lo haya sido, operó como un grito de guerra que reafirmaba acciones contrarias a las determinaciones nacionales.

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Pros-criptum

Finalmente, Santiago no concurrirá a la Guerra del Paraguay y el vicepresidente Marcos Paz echará un manto de piedad sobre la dirigencia de la provincia por 

“el estado deplorable...a causa de la seca espantosa que está sufriendo. El gobierno teniendo en consideración tan grave motivo ha resuelto ordenar se suspenda la remisión del contingente hasta segunda orden y el Ministro de Guerra ha quedado encargado de comunicar oficialmente al General Taboada...sólo una causa semejante ha podido privar a la provincia de Santiago del Estero de concurrir inmediatamente a percibir la parte de glorias que le corresponde a la guerra actual”.[70]

 Casi un año más tarde y con una guerra que se devoraba por miles a los hijos del país, el ejército nacional requerirá nuevos contingentes de soldados y a Santiago  se le reclama que “debe ser la primera en enviarlos ya que la vez pasada no pudo hacerlo. El Gobierno le pide 500 hombres, pero si fuese posible mandar hasta 1000 hombres Uds. deben hacerlo...la provincia de Santiago debe tener sus representantes en el ejército porque no es digno ni conveniente para ella no tenerlos”.[71] 

La respuesta no se hará esperar  y casi operará como reflejo automático. Si como dice Foucault las resistencias –podríamos discutir si los sucesos de La Viuda fueron una revuelta, una rebelión o fueron actos de resistencia- son más eficaces allí donde el poder se corporeiza, la sublevación en La Viuda, ocurrida en el propio corazón del poder militar taboadista de la frontera, hizo decir al gobernador que la dirigencia provincial no omitiría ningún esfuerzo, pero la memoria de la resistencia subalterna había quedado marcada a fuego, en el gobierno negativamente y en las masas como expresión de su triunfo y lo expone claramente su gobernador:

“estaba en la conciencia de ellas [se refiere a las masas] que la guerra tocaba a su término con los continuos contrastes sufridos por el enemigo, será mal recibida en casi todas ellas, y vendría a dar la razón de los descontentos con la situación actual del país que habiendo sembrado ya la desconfianza contando como derrotas lo que nosotros festejamos como triunfos del ejército Aliado. La gente que no discierne, y que forma la gran mayoría de nuestros pueblos, sólo verá el hecho de que se le piden nuevos contingentes; y cuantos esfuerzos se hagan para llevarlos al convencimiento de lo que está al alcance de su vista y de su pobre inteligencia, no servirán sino para producir resultados contrarios... pocos, muy poca gente es la que comprende el deber en que está de armarse en la defensa de la Patria...”.[72]

 

 


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NOTAS Y CITAS BIBLIOGRÁFICAS



[1] Dra. en Historia egresada de la Universidad Nacional de La Plata. docente Investigadora de la Universidad Nacional de Santiago del Estero-Argentina- directora del Equipo de Investigación que investiga la privatización de las tierras de la frontera Santiagueña.



[1] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del presidente Mitre al gobernador Absalón Ibarra. Cuartel General Concordia. 26 de junio de 1865.

[2] Rossi, María Cecilia (2009) Espacios y Relaciones de Poder. Su articulación en Santiago del Estero durante el proceso inicial de implante de la Modernidad. 1851-1875. Tesis doctoral.MCReditora, Santiago del Estero, ISBN: 978-987-25252-2-4, www.mariaceciliarossi.com.ar. En Santiago del Estero, como en casi todas las ciudades argentinas de tradición colonial, el patriciado racional e ilustrado (utilizamos el concepto más característico para su denominación) estuvo representado por un grupo determinado de familias que expresaron determinados intereses políticos y económicos locales. Esta verdadera articulación de clanes locales estructurados en trono a patriarcas, activistas y clientes, sobrepasó el marco temporal de la Revolución de Mayo dejando al descubierto encarnizadas luchas por el poder sin solución de continuidad y en un entorno de general pobreza económica (Luna, 1991). Durante la construcción del Estado Nacional, el patriciado santiagueño de referencia estuvo liderado por la familia Taboada. Tradicional, orgullosa de su linaje –según el criterio más difundido por historiadores locales y socialmente aceptado- a la muerte de su pariente y gobernador Felipe Ibarra, como un legítimo derecho tomar el poder retenerlo, consolidarlo y gozar de él el mayor tiempo posible. Este tiempo fue prácticamente tres décadas

[3] Zeballos, Estanislao. “El Tratado de Alianza”. Exposición hecha en la Universidad de Buenos Aires el 30 de agosto de 1872. En: Halperín Donghi, Tulio. Op. Cit. 

[4] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del gobernador de Santiago del Estero Absalón Ibarra a B. Mitre. Santiago del Estero. Junio 8 de 1865.

[5] Gaspar Taboada. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. carta del gobernador de Santiago del Estero al presidente Mitre. Santiago del Estero. 8 de junio de 1865.

[6] Gaspar Taboada. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del presidente Mitre al gobernador Absalón Rojas. S del Estero. Junio 26 de 1865.

[7] Santiago del Estero, eufemísticamente llamada “tierra de promisión” fue históricamente un territorio marginal dentro del Imperio español y encuadraría dentro de lo que O’Donnel denomina “zona marrón”. Era tal la pobreza de sus habitantes que en 1855 el gobernador Manuel Taboada afirmaba ante las autoridades nacionales que 19 de cada 20 santiagueños estaban en la miseria más extrema y escapaban hacia los montes impenetrables para evitar ser enrolados en las milicias o migraban con sus familias completas hacia el litoral que aparecía tempranamente como un lugar posible de obtener mejor calidad de vida.

[8] Los conceptos de “estrategia” y “táctica” son tomados de Michel De Certau: La invención de lo cotidiano. 1. Artes de hacer. México. Primera edición. 1996.

[9] Tomamos el concepto de “práctica” de Bourdieu.

[10] Lettieri, Alberto. “De la República de opinión a la República de las instituciones”. En: Nueva Historia Argentina. Liberalismo, Estado y Orden Burgués. 1852.1880. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 1999.

[11] Foucault, Michele. “Nietzsche y la genealogía de la historia”. En: Microfísica del Poder. ° Edición. Ediciones La Piqueta. Madrid. 1992. Emergencia: “es el punto de surgimiento. Se produce siempre en un determinado estado de fuerzas. El análisis de la “emergencia” debe mostrar el juego, la manera como luchan unas contra otras, o el combate que realizan contra circunstancias adversas”.

[12] Rodríguez, Ileana. “Hegemonía y dominio: subalternidad, un concepto flotante”. Estudios Latinoamericanos del Subalterno. Teorías sin Disciplina.  

[13] Foucault, Michael. “Nietzsche y la genealogía de la historia”. Op. Cit.

[14] Archivo General de la Provincia de Santiago del Estero. Legajo N° 3. Carpeta de Leyes, Decretos y Resoluciones. 1865-1869. Marzo de 1865.

[15] Archivo General de la provincia de Santiago del Estero.

[16] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional. Tomo 5. carta del gobernador Ibarra al presidente Mitre. Santiago del Estero. 8 de junio de 1865.

[17] Lettieri, Alberto. “De la República de opinión a la República de las instituciones”. Op. Cit.

[18] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del gobernador al vicepresidente Marcos Paz. Santiago del Estero. 23 de agosto de 1865.

[19] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional. Tomo 5. Buenos Aires. 1950.

[20] Archivo General de la provincia de Santiago del Estero. Legajo N° 3. Carpeta de Leyes, Decretos y Resoluciones. 1865-1869. Marzo de 1865.

[21] Archivo General de la provincia de Santiago del Estero. Legajo N° 3. Carpeta de Leyes, Decretos y Resoluciones. 1865-1869. Marzo de 1865.

[22] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del general Mitre al gobernador Absalón Ibarra. Buenos Aires. 12 de mayo de 1865.

[23] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del gobernador de Santiago al presidente Mitre. Santiago del Estero. 8 de junio de 1865.

[24] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del presidente Mitre a  al gobernador Ibarra. Cuartel General de Concordia. Junio 26 de 1865.

[25] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional. Tomo 3. En una carta que el Comandante de la Armada Norteamericana Tomás S. Page dirigiera a Manuel Taboada en noviembre de 1859, saluda el establecimiento de “estaciones militares en Viuda y Tostado. Por esta obra, al reclamar la más bella porción de la provincia, U. y sus amigos merecen la gratitud de toda su gente y sólo ahora precisa la navegación del Salado para hacer los parajes desiertos de Santiago florecer como una rosa”.

[26] Bauman, Zygmund. Legisladores e intérpretes. Sobre la modernidad, la posmodernidad y los intelectuales. Universidad Nacional de Quilmes. Buenos Aires. 1997.Op. Cit.

[27] Bauman, Zygmund. Op. Cit.

[28] Rossi (2009) Op. Cit.

[29] Bauman, Zygmunt. Op. Cit.

[30] Rossi (2009) Op. Cit.

[31] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional. Tomo 3. Carta de Antonino Taboada al presidente Urquiza. Santiago. Noviembre 29 de 1855.

[32] Rossi (2009) Op. Cit.

[33] Rosa, José María. La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas. Hyspamérica. Buenos Aires. 1985.

[34] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del gobernador de S. del Estero Absalón Ibarra a Mitre. 19 de  julio 1865.

[35] Rosa, José María. Op. Cit.

[36] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta de Marcos Paz al gobernador santiagueño. Buenos Aires. 13 de Julio de 1865.

[37] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del gobernador de Santiago del Estero Absalón Ibarra a Marcos Paz. 26 de julio de 1865.

[38] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta  del gobernador de Santiago del Estero al presidente Mitre. Santiago del Estero. 19 de julio de 1865.

[39] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. nota del vicepresidente Marcos Paz al gobernador Absalón Ibarra. Buenos Aires. 5 de agosto de 1865.

[40] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5.carta del gobernador al vicepresidente Marcos Paz. Santiago del Estero. 23 de agosto de 1865.

[41] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta del gobernador al presidente Mitre. Santiago del Estero. 11 de agosto de 1865.

[42] Di Lullo, Orestes. Reducciones y fortines. Santiago del Estero. 1949.

[43] Di Lullo, Orestes. Op. Cit.

[44] Di Lullo, Orestes. Op. Cit.

[45] Di Lullo, Orestes. Op. Cit.

[46] Barba, Fernando Enrique. “Federales y Liberales, 1861-1880”. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. 1989-1990. LXII-LXIII.

[47] Di Lullo, Orestes. Op. Cit.

[48] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. carta del vicepresidente Marcos Paz al gobernador Ibarra. Buenos Aires. Octubre 6 de 1865.

[49] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Tomo 5. Carta de A. Ibarra al vicepresidente Marcos Paz. Santiago del Estero 23 de agosto de 1865

[50] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional. Tomo 5. Carta de Marcos Paz a Absalón Ibarra. Buenos Aires. Octubre 6 de 1865.

[51] Lettieri, Alberto. “De la República de opinión a la República de las instituciones”. En: Nueva Historia Argentina. Liberalismo, Estado y Orden Burgués. 1852.1880. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 1999.

[52] Archivo Taboada. Museo Mitre. Atamisqui. Septiembre 19/1865. 10.25.49. N° 3472.

[53] Archivo Taboada. Museo Mitre. Bracho. Septiembre 12 / 1865. Carta de A. Taboada a Manuel. 10. 25.49. N° 3460

[54] Archivo Taboada. Museo Mitre. Bracho. Septiembre 1° de 1865. Carta de Antonino Taboada a Manuel Taboada. 10.26.51. N° 3579.

[55] Archivo Taboada. Museo Mitre. Salavina. Septiembre 18/1865. Carta de Domingo al Ministro Manuel Taboada 10. 25.49. N° 3471.

[56] Salavina. Septiembre 18 de 1865. Carta de domingo Contreras al Ministro Manuel Taboada.

[57] Archivo Taboada. Museo Mitre. Salavina. Septiembre 20 de 1865. 10.25.49.N° 3476.

[58] Domingo 17 de diciembre de 1865. N° 76. Circular.

[59] Ídem.

[60] El Norte. “Ayer y hoy”. Santiago del Estero. N° 73. 26 de Noviembre de 1865.

[61] Feinmann, José P. La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política. Ariel. Buenos Aires. 1998.

[62] Archivo Taboada. Museo Mitre. Bracho. Septiembre 12 de 1865. Carta de Antonino Taboada a Manuel. 10. 25.49. N° 3460

[63] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional Salavina. Septiembre 18 de 1865. Carta de Domingo Contreras al Ministro Manuel Taboada.

[64] Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores. 17° edición en español. Primera reimpresión en Argentina. 1989.

[65] El Norte. “Ayer y hoy”. Santiago del Estero. N° 73. 26 de Noviembre de 1865.

[66] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional. Tomo 5. carta de Julián de Paz a Absalón Ibarra. Rosario. 26 de octubre de 1865.

[67] Ídem.

[68] Feinmann, José Pablo. Op. Cit.

[69] El Norte. “Ayer y hoy”. Santiago del Estero. N° 73. 26 de Noviembre de 1865

[70] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional. Tomo 5. Carta de Marcos Paz al gobernador santiagueño Absalón Ibarra. Buenos Aires. Noviembre 23 de 1865.

[71] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional. Tomo 5. carta de Rufino Elizalde a Absalón Ibarra. Buenos Aires. 1° de agosto de 1866.

[72] Taboada, Gaspar. Los Taboada. Luchas de la Organización Nacional. Tomo 5. Carta de Absalón Ibarra al Dr. Rufino Elizalde. Santiago del Estero. 22 de agosto de 1866.

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