Orestes Di Lullo: algunas claves para pensar su escritura historiográfica

 

Claves para comprender la historia- Horizonte Bicentenario Mayo 2010-Julio 2016, Año 4, Nº 21, ISSN 18452-2125

 

 

 

 

 

Orestes Di Lullo:

 

algunas claves para pensar su escritura historiográfica

 

                                                                                          María Cecilia Rossi

 

(…) Por eso no creemos errar al decir que Santiago del Estero es más que nada la tierra del santiagueño, una tierra vestida o desnuda, pero donde vive la vida sus colores, sus sabores, sus olores, donde el cielo se mira con sus astros, donde viven los seres como pertenecientes a ella y no a otra tierra, y donde el hombre encuentra todo para su vivir, incluso el dolor[i]

  

 Los organizadores de las Jornadas me solicitaron que elaborara algunas reflexiones sobre la escritura historiográfica del Dr. Orestes Di Lullo y les agradezco que hayan pensado que desde mi profesión podría realizar algún aporte a la tarea de desentrañar las profundidades de la obra de un intelectual señero en la producción textual de la provincia.

 

Lo primero que se me ocurre pensar es en Orestes Di Lullo como una “marca”; que para los historiadores, ya se trate de santiagueños o no, que piensen o hayan pensado a Santiago del Estero, sus escrituras son una referencia ineludible. Una vez que volvemos la mirada sobre el pasado provincial, más reciente o más lejano sobre nuestro lugar, lo escrito por el prolífico autor son casi las referencias iníciales. Referencias que a mi entender, discurren por lo menos sobre dos líneas: una es la orientada a pensar el tratamiento del dato y su certeza “per se”, y otra es la/s línea/s teóricas o movimientos historiográficos de los que el pensamiento, la escritura y las reflexiones de Di Lullo son tributarios.

 

Si como dice Luis Alberto Romero[ii], “la indagación por el pasado está guiada habitualmente por la pregunta acerca de la propia identidad: quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos”, la escritura diluleana, a lo largo de cuarenta años, marcó una imagen del pasado santiagueño ligado a lo identitario, que operando preformativamente, girará en torno a cuatro grandes ejes, a la vez articuladores y articulados entre sí: es nacionalista, es ultra-católica, es de tez blanca y nos lleva directamente a la España conquistadora; tendrá a la vez una mirada comprensiva sobre el mundo que llama “bárbaro” pero que aparece asociado a un estado social primigenio que, finalmente, considera -por lo menos- que era mejor que la modernidad con la cual discute y que termina rechazando, asociado a la mirada antimodernista splengueriana.

 

Apoyándome en algunos textos que entiendo icónicos en su realización, considero que su producción muestra una mirada sobre el pasado santiagueño con una relativa adscripción al movimiento que, traducida nacionalmente, se conoce como “historia oficial de la Argentina”, liderado por las escrituras de Bartolomé Mitre y luego por Vicente Fidel López, cuyo propósito fue brindar una explicación histórica que valiera de apoyo a la doble tarea de construir un Estado y a la vez construir una nación. Movimiento que intentó crear las primeras visiones heroicas del pasado nacional, con los personajes y las anécdotas que serían profusamente utilizadas desde la escuela pública básicamente. Romero dirá que esta primera historia la construyeron los que estaban preparando el Estado nacional.

 

Muy a su modo y fiel a su estilo ensayístico, Di Lullo dirá sin decir que la nación se formó en los comienzos de nuestra historia conquistadora, y postulará la imagen grandiosa y heroica del origen y del pasado santiagueño, en cruce con una mirada biologicista propia del positivismo:

 

(…) Santiago fue el centro de una vasta empresa militar, política, económica y en ella tienen origen otros pueblos. Y, además, es la única que resiste heroicamente, mudando muchas veces como las mutaciones de su paisaje, pero “permaneciendo” siempre incólume, intangible, eterna. Muchos pueblos se fundan u desaparecen (…) Cuatro veces trasladada, representa el gesto de un noble empecinamiento, tenaz y duradero, que hizo que se mantuviera intacta y digna a través de todas sus vicisitudes y mudanzas. Estaba destinada a ser madre de ciudades (…)[iii]

  

(…) Poco después se le otorga a la ciudad el título de “muy noble”, se le concede el escudo de armas y se la eleva a la categoría de capital de todas las ciudades fundadas en el Tucumán y sede del Gobierno civil, militar y eclesiástico de la Gobernación. Así empieza el siglo de oro de la historia de Santiago, que habría de durar hasta las postrimerías del siglo XVII (…)[iv]

 

(…) Santiago del Estero iba formándose poco a poco. Parecía un sol que se elevaba en el firmamento. Sus elementos se modelaban en un organismo de cuerpo y alma. Lo militar, lo civil, lo eclesiástico, pese a las frecuentes luchas de jurisdicciones y de predominio, tenían un solo norte. Lo material y espiritual se equilibraban de pujanzas inverosímiles…había progresado en el comercio y la industria, fomentado las riquezas agropecuarias, pero también en la enseñanza, la disciplina, la moral y la religión. Era el cetro del poder. Era la cabeza de la Gobernación. Tenía una catedral que era una joya y la más grande de cuántas existían entonces. Había pacificado la región. Había abierto la ruta al puerto de Buenos Aires, sembrando de ciudades su perímetro a todos los rumbos para asegurar la comunicación con el Perú, con Chile, con el Río de la Plata. Tenía Seminario, hospital, bibliotecas, escuelas, iglesias, un cuerpo de legislación social y humana…

 

Santiago era grande…[v]

 

 

Pero considero que la adscripción teórico-metodológica de Orestes Di Lullo, se encuentra en el cruce de una Nueva Escuela Histórica (tardía, tal vez para Santiago del Estero y representada con claridad por Andrés Figueroa[vi]) y el Revisionismo historiográfico. La primera se constituyó en nuestro país a comienzos del siglo XX con un conjunto de historiadores profesionales que, sin apartarse demasiado del rumbo que había fijado Mitre, desplegó una substancial labor de investigación y de rescate y publicación de un vasto conjunto de documentos sobre la historia argentina, introducen conceptos científicos y fundan las instituciones de su profesión. Las primeras serán la Junta de Historia y Numismática Americana, luego convertida en Academia Nacional de la Historia, y el Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, bajo la dirección de Emilio Ravignani. Con una actividad tan extendida en el tiempo como intensa, construyeron una imagen del pasado argentino muy sólida que se tornó en sentido común y, la corriente interna más conservadora, se relacionó estrecha y fluidamente con una elite social y política preocupada por construir una identidad nacional mediante el uso privilegiado de la disciplina histórica[vii].

 

La Junta de Historia y Numismática Americana trazará relaciones a nivel latinoamericano, sus integrantes participarán de congresos y reuniones internacionales, y también impulsarán la creación de Juntas Provinciales que tendrán como tarea el rescate de las historias provinciales y regionales, que estuvieron en sus manos hasta el momento de creación de instituciones específicamente dedicadas a la enseñanza de la historia[viii]. En general, todas compartían el modo de funcionamiento, la selección de sus elencos en los que la mayor parte no eran historiadores, la participación de sus miembros en actividades culturales y políticas, promovieron los estudios más o menos sistemáticos sobre los pasados provinciales y estimularon la aparición de revistas y ediciones documentales, formando una verdadera red que confluyó en la incorporación de los miembros más reconocidos de cada provincia en la Academia Nacional de la Historia[ix]. En Santiago del Estero la Junta de Estudios Históricos se creará en 1942 y del núcleo fundacional participará Orestes Di Lullo.

 

Pero en medio de este proceso, sobrevino la crisis de 1930 que tendrá un gran impacto en los estudios historiográficos, quebró las certidumbres del optimismo y la confianza en el progreso de la nación y se pasó a una escritura teñida de pesimismo. Los primeros grandes ensayos teñidos de desesperanza sobre la condición nacional están representados por las obras de Eduardo Mallea Historia de una pasión argentina[x], la de Raúl Scalabrini Ortiz El hombre que está solo y espera[xi] y la de Ezequiel Martínez Estrada Radiografía de la pampa[xii]. Y por esta vía ingresamos al movimiento historiográfico que cuestionará severamente la oficiosidad del pasado liberal: el Revisionismo Histórico, proceso que se extiende entre 1930 y 1970. Formando parte de la historiografía emergente entre las dos grandes guerras mundiales, sosteniendo un interés más cultural y político que historiográfico, el revisionismo se imaginará como representación del verdadero sentimiento nacional y patriótico.

 

Algunos rasgos comunes de quienes participaban en este movimiento eran la vinculación de los intelectuales con la política, la inserción de los historiadores en el campo intelectual, la participación en las instituciones del Estado y la articulación con las agrupaciones políticas, sumadas a la función de un Estado que cobrará relevancia no solo por la preocupación de sus dirigentes por encontrar mecanismos para reforzar la identidad colectiva en proceso de redefinición, y a la debilidad de la barrera técnica que en adelante, diferenciará la práctica historiográfica profesional de un cierto amateurismo clásico del movimiento[xiii].

 

La obra de Orestes Di Lullo de perfil historiográfico será relativamente tardía, ensayística menos que erudita, estará atravesada por el nacionalismo, será una gran impugnadora del orden socio-político y cultural dominado por la modernidad liberal, y bajará este corpus conceptual propuesto por el Revisionismo, esta forma de entender el mundo, a Santiago del Estero y hará lo propio con el pasado provincial, al que reconfigurará con una mirada sumamente melancólica o nostalgiosa, de una magnificencia que fue en un pasado poco asible y casi resbaladizo, al que la modernidad, externa y extraña, secular y secularizadora, destruyó. La decepción y el desahucio recorren las páginas diluleanas marcadas por el designio fatalista de la irremediable situación, desencanto y fracaso de un proyecto cultural liberal, forjan su mirada histórica, que encontrará a nivel nacional, a Manuel Gálvez, Carlos Ibarguren, los hermanos Irazusta y en alguna medida por Alfredo Palacios y José María Rosa con quien este movimiento se pone en la escena social[xiv]. Posiblemente sea, en el plano nacional, la obra de Ernesto Palacio La historia falsificada, la que más se aproxime a la de Di Lullo, en que la “revisión implica el retorno a la tradición (hispánica) desde la cual se extraerán las fórmulas para la acción en el presente o, más claramente, un programa de regeneración política y moral” [xv].

 

De modo que en las escrituras de Di Lullo, intersectan las dos corrientes historiográficas, aunque resulta evidente el mayor peso del Revisionismo, por ello insisto en la necesidad de mirar atentamente los modos en que se produce esta articulación discursiva. Es que nuestro escritor, mientras daba forma al heroico pasado santiagueño, formaba parte del grupo fundador, en 1942, de la Junta de Estudios Históricos de la Provincia de Santiago del Estero[xvi]. Para su constitución llegó a la provincia el Presidente de la Academia Nacional de la Historia, Dr. Ricardo Levene quien presidió la reunión inicial del 28 de julio en la Biblioteca Sarmiento. Además de Di Lullo estuvieron presentes Bernardo Canal Feijóo (presidente de la Biblioteca Sarmiento y el que realizó la convocatoria), el Dr. Alfredo Gargaro (ya para ese entonces miembro correspondiente de la Academia), el Dr. Rodolfo Arnedo, el Dr. Mariano R. Paz, Luis Ledesma Medina, Dr. Juan Chazarreta, Napoleón Únzaga, Dr. Horacio G. Rava, el Dr. Julio Urtubey, Dr. Pedro F. Arnedo, Dr. Héctor Argañaráz, entre otros.

 

El Acta de constitución es un documento fundamental para comprender la orientación general de los estudios históricos santiagueños y la intersección de Di Lullo en ellos. Las palabras iniciales de Levene plantean el cuadro de situación, se muestra emocionado de encontrarse en una provincia que había sido el “teatro de las primeras expediciones conquistadoras españolas, cabecera de la antigua gobernación del Tucumán,  distinguida en la historia religiosa, política y militar, y fuente de las más puras tradiciones argentinas”…“cuya noble tradición histórica y conocido apego a las más puras y auténticas expresiones del alma nativa, ya habían conquistado el más emocionado tributo de su respeto y admiración” y por estar rodeado de los mejores hombres del pensamiento local a los que le reconoce jerarquía cultural, los presentes que ya nombramos. Acto seguido encuadra la fundación de la Junta santiagueña en el contexto político-cultural “que se encuentra en una época, no ya de formación sino en plena y feliz construcción…la propensión de los argentinos por conocer su pasado y orígenes mismos, ha permitido, con la conquista de una sólida cultura histórica, fortalecer una profunda unidad espiritual con la visión ideal de la cultura y de la patria engrandecida y gloriosa”. Inmediatamente trazó la línea de unidad histórico-cultural-ideológica: Moreno, Rivadavia, Sarmiento, brevemente la obra de Mitre y enseguida la monumentalidad académica que venía a representar “el mejor esclarecimiento de nuestro pasado histórico”.

 

Para terminar este breve comentario, ya nombrado Bernardo Canal Feijóo como presidente interino, me interesa recuperar los “fines” de la Junta de Estudios Históricos local, los que transcribo según figuran en la revista: estimular los estudios históricos de la provincia de Santiago del Estero, difundir en el pueblo nociones de historia local y la biografía de sus principales hombres, escribir la historia de la provincia de Santiago del Estero y preparar un Manuel adaptado a las necesidades de la enseñanza, cooperare en la conservación del Archivo Histórico de la provincia, gestionar de particulares la entrega al Archivo local de todos los documentos históricos de la provincia que obrasen en su poder,  cooperar a la adquisición de documentos históricos de la provincia o relacionados con ella (1942: 102)

 

La Junta de Santiago del Estero publicará la Revista de la Junta de Estudios Históricos desde septiembre de 1943 bajo la dirección del Dr. Mariano R. Paz y la Secretaría de Miguel Contreras Lugones, alentada desde la Academia Nacional de la Historia por el Dr. Ricardo Levene.

 

La Revista apareció cuando el fallecimiento de Andrés Figueroa hacía desaparecer la publicación de la Revista del Archivo de Santiago del Estero, de modo que, desde otro lugar, se veía a sí misma ocupando un lugar de vacancia en los estudios histórico-culturales de la provincia. Su propuesta se orientaba en torno a dos grandes cuestiones, por una parte realizar una actividad de divulgación de las cuestiones histórico-culturales de Santiago del Estero y también del resto del país, por lo que entre los escritores encontraremos algunos nombres muy conocidos a nivel nacional. Por otra parte se expuso claramente en los “Propósitos” realizar una actividad publicitaria de la que Santiago del Estero carecía que permitiera poner “de manifiesto el nivel de su cultura de acuerdo a su acervo documental que aún guardan los desmantelados anaqueles de su Archivo, rico en vetas inesploradas [sic]  por los investigadores” aunque “mantiene aún numerosos e importantes documentos que se tienen como escondidos al conocimiento de los estudiosos y al público en general, lo que le resta valor a la conciencia histórica de la provincia”[xvii]. Este no es un dato menor porque en la Revista Nº 2 aparecerá un registro cuantitativo de la existencia documental del Archivo General de la Provincia, actividad realizada por Luis A. Ledesma Medina  tomando como base un registro anterior realizado por Andrés Figueroa cuando se desempeñaba como Director de la Archivo, que como trabajo de investigación se presentara en un Congreso de la Academia Nacional de la Historia[xviii].

 

En la Revista escribieron Bernardo Canal Feijóo, Alfredo Gargaro, Horacio Germinal Rava, Ricardo S. Ríos, Lorenzo Fazio Rojas, Domingo Maidana, Luis Ledesma Medina, Eudoxio de J. Palacio, Alfonso de la Vega, entre otros. Las temáticas fueron diversas de acuerdo a los participantes, sus formaciones, procedencias e interés,  y completamente heterogéneas[xix]. Y en éste primer número también publicó Orestes Di Lullo un artículo titulado “Equivalentes familiares santiagueños de los nombres propios”, en la que se presenta como un filólogo que “…estudia en ella [la palabra] no solo las transformaciones que ha sufrido, sino las partes que ha tomado de sus formadoras originales, gustando a la par, ese sabor que trasciende por virtud del afecto y cordialidad con que se usa en la cháchara libre y cotidiana”, aspirando a completar su trabajo sobre “Voces Santiagueñas” en el que plantea el léxico popular santiagueño como una simbiosis del castellano y un muy deteriorado quichua (1943:39).

 

Orestes Di Lullo se incorpora muy activamente a esta corriente melancólica que reescribía la historia nacional y su mirada de desahucio le hará sostener casi como una letanía que: “(…) una fuerza aciaga parece presidir los destinos de esta Provincia. Todo nace en ella bajo el signo de la muerte”[xx] y que “siglos de lucha, torrentes de sangre, dolor, luto, desolación: he aquí el sino de esta vieja vida exhausta, de esta ciudad empobrecida y triste”[xxi].

(…) Mucha sangre vertió en las fundaciones y conquistas. Muchas lágrimas le costaron, la secular lucha con los indios, la libertad, la independencia, la autonomía, la organización nacional, en que siempre actuó denodada, infatigablemente. Grandes figuras nacieron en su suelo y casi todas fueron proscriptas o abatidas por el crimen. Todos sus derechos le fueron negados, uno a uno, a través de los tiempos. El que se levantó para redimir a la provincia del yugo de una de sus hijas fue fusilado[xxii]. El que gritó contra la tiranía fue desterrado. El sabio fue silenciado. Y la provincia que todo lo dio, esperanzas, sacrificios, esfuerzos, sentimientos, sólo se quedó con los sentimientos, amargada, ensombrecida, pero siempre digna[xxiii].

 

Quizá, aquella mirada dramática de los viajeros decimonónicos que recorrieron el territorio, la mayoría, en épocas de sequías lo que contribuyó a dar una imagen de un territorio desértico, mirando, percibiendo, escribiendo, sobre un Santiago marginal y marginado, donde la pobreza se sumaba dramáticamente a prácticas clientelares tan antiguas como arraigadas, se convirtieran en los ejes que primaron en las escrituras de los escritores santiagueños, y particularmente en Di Lullo, apropiándose de esas miradas y naturalizando esa externalidad imposibilitadora desde los discursos, de modificación alguna, como si una especie de condena sagrada pesara sobre el destino de la “madre de ciudades”[xxiv]:

 

… de ella nacieron las ciudades de Londres, de Cañete y de Córdoba del Calchaquí. Y cuando estas ciudades desaparecieron en 1562, quedó en pié Santiago del Estero y de ella volvieron a surgir Esteco, Madrid de las Juntas, Talavera, San Miguel, San Clemente, Córdoba, La Rioja, Jujuy y Salta. Toda una maternidad inagotable. Y cada fundación que promueve es una sangría de su propia vida, es un golpe mortal del que se resiente más y más, pero que soporta con estoicismo, con espíritu de sacrificio, porque es como una inmolación de su propia vida que cumple por fuerza de su destino, que es crear dar vida, vaciándose sus entrañas de todo lo más noble, de lo más caro de sus sentimientos, para dar cima al cumplimiento de la ley del deber, suprema aspiración de los pueblos heroicos. (...)

 

(…) Santiago del Estero es el centro de todas estas corrientes fundadoras de pueblos, la que los vigila y proteje, la que los abastece con sus hombres, víveres, animales y enseres de labranza. Es la ciudad madre que se quita a sí misma lo indispensable a su vivir para dar vida a nuevos pueblos nacidos de ella y que ahora deben crecer a sus expensas hasta que puedan abastecerse por sus propios medios. En este afán no escatima ningún sacrificio. Todo lo da generosamente: su dolor, su sangre, su propia vida. Es su destino: morir para que otros vivan[xxv]

 

Su batalla contra la modernidad liberal emerge en el tratamiento que le da al “drama” de los antiguos pueblos, como Loreto, Atamisqui, Matará, y otros, a los que considera fueron abandonados por el progreso que traía el ferrocarril, el que pasó lejos de ellos, de largo, distante, desconocido sus historias, sus glorias pasadas. Esos pueblos van “desapareciendo sumidos en la tristeza y la soledad”. Se preguntará entonces[xxvi]: “¿Habéis visitado estos pueblos pequeños, estos pueblos tristes, estos pueblos perdidos en la inmensidad de los campos? ¿No es verdad que, viéndolos, os asalta una gran pena, oculta, callada, como cuando sentís que ha de producirse la irremediable pérdida de uno de esos seres que os son tan queridos?”. Prehistóricos, contemporáneos de la conquista o coloniales, comparten en la mirada diluleana y en escala, el desahucio de la capital,  “todos fueron grandes, cumplieron su destino, envejecieron de penurias como las madres que todo lo dieron, incluso la alegría, y cuando el porvenir y la civilización ofrecen a raudales los beneficios de sus conquistas científicas, estos pueblos históricos, en vez de crecer, se destruyen y desmenuzan como el polvo de sus edificios; en vez de surgir, se sepultan y no queda de ellos más que el recuerdo de su pasada grandeza”.

 

Claro que no es solo la modernidad destructora la que acciona para que esta situación esté teniendo lugar, porque pensando en las responsabilidades que le cabe a la dirigencia provincial, admite que tal estado de abandono y de indiferencia tiene que ver con “los gobiernos que nada hicieron por su redención. Asistimos al espectáculo de esta agonía tremenda con total ausencia de nuestros deberes, sin la menor pizca de interés en la solución de sus problemas y, lo que es más doloroso, sin la más elemental solidaridad con el sentimiento humano”[xxvii].

 

Cuando del total de ellos, dirigimos nuestra mirada a uno específico, como por ejemplo el más que conocido pueblo fronterizo de Matará, lo encontraremos diciendo luego de realizar dos visitas, la primera en 1936:

 

Cuando he vuelto, nada había cambiado, sino que la capilla estaba más vieja, más abandonada, más ruinosa. Pero he sentido una gran emoción, una emoción honda, melancólica, entristecida, como su la lectura de su historia susitase [sic] en mi alma imágenes vivas y acudiesen en tropel los graves personajes de época de fato y esplendor, para acusarme de la desidia actual[xxviii] (…) famoso por la leyenda de siglos, por su historia de indios y fortines, de prelados y capitanes; vetusto poblacho que fue cuna de guerreros, de patriotas, de gobernantes y de donde partieron corrientes expedicionarias que se internaron en el meandro de la selva en procura de tesoros misteriosos[xxix]

 

El otro tema de sus desvelos y amarguras, son los obrajes madereros, aquella falsa industria montada sobre la extracción y exacción de los recursos no renovables como eran las maderas de los enormes bosques que cubrían casi diez millones de hectáreas en la provincia y representaba la tercera superficie boscosa del país. Di Lullo los relaciona con los oprobios de los obrajes textiles de la colonia, a lo que suma la movilización de grupos humanos tras la destrucción del bosque, lo que significaba su propia destrucción[xxx]:

 

El bosque, por lo perfecto y grandioso, no es obra del hombre y, sin embargo, él lo destruye. Es cierto que el progreso destruye para construir, pero en lo referente al bosque nada es mejor que conservarlo. ¿Cómo puede hacerse un bosque si ignoramos lo que cuesta hacerlo, desde que lo arrasamos, si olvidamos los años que son necesarios para su crecimiento y las condiciones que favorecen la vida del árbol? ¿Cómo intentar la repoblación forestal si asolamos la tierra y la allanamos de bosques? (…) (1937:10)

 

Miles de hombres deshacen los vínculos afectivos y se arrancan al suelo: alistados, las caravanas parten. Estaciones bulliciosas, risas, esperanzas. Es la juventud que se ofrece al sacrificio de una guerra contra el árbol y contra sí misma. ¿Qué madre la acogerá, luego, en su cansancio, quién enjuagará el sudor y las lágrimas, quién escuchará su canto triste? El bosque. Pero el bosque que fue antes refugio del gaucho, es hoy enemigo del paria. El Estado no es madre, ni padre. El estado es cómplice. Y el éxodo estruja el campo paniego o las praderas fértiles y guía, al hombre cegado, hacia el obscuro meandro de la selva (…) (1937:13).

 

También realizó estudios sobre la prehistoria particularizada del territorio provincial[xxxi]:

 

(…) Fue, por eso, la tierra de nadie –y continúa siéndolo- pero fue también la tierra de todos. Ancha, abastecida y plana, ahí confluían, desde 8.000 años antes de Cristo, las hordas salvajes de todos los rumbos, convocados por la necesidad y atraídas por la facilidad, términos que, luego, serán la clave que explique la postura filosófica de nuestro pueblo actual. (…) (1965:14).

 

Así como la historia revisionista era concebida como una historia política de la nación, para Di Lullo la preformatividad estará centrada en la experiencia española y la construcción de los grandes personajes forjadores de nuestra historia local, gobernantes, generales, religiosos. Permítanme dos ejemplos relativos a la misma persona, uno que muestra la ascendencia más que hispana, hispanísima, de Antonino Taboada, y otro referido a su personalidad para 1850, cuando fallecía su tío Felipe Ibarra y junto con su hermano se preparaban para tomar el gobierno de la provincia; solamente dos porque con ellos basta para entender como el pensamiento de Di Lullo se asocia al discurso de los ‘grandes hombres’, cuyo mayor expositor teórico es Tomás Carlyle quien sostiene que ‘la historia de todo lo que el hombre ha realizado en este mundo es en esencia, la historia de los grandes hombres y de su acción”. Pero veamos el ejemplo de la ascendencia hispana de Antonino[xxxii]:

 

(…) Recibiría con la leche materna el jugo vital de una casta que dio nombres ilustres a la historia, emparentados con caballeros de la orden de Alcántara, como D. Juan Toledo Pimentel, con Generales y Gobernadores, como D. Juan Ramírez de Velazco, con Jueces y Auditores, como D. Alonso Herrera y Guzmán, con Licenciados como D. Luis de Peso y Morales, con el Señor de Almonaster, D. Gonzalo Martel de la Puente y Guzmán, con el Señor de la Torre de Palencia, con el Condestable Duque de Fría, con el Adelantado Juan de Sanabria y con el hijo del Primer Duque de Alba. (…)[xxxiii]

 

Respecto de la personalidad de Antonino Taboada, que desde otros actores se reiterará casi permanentemente a lo largo de sus escrituras, dirá:

 

(…) se sentirían tocados en lo más profundo de sus fibras patrióticas por ese hombre, de rara virtud, de grandeza moral inigualable, que pudiendo compartir la vida fácil al lado de los suyos, prefería arriesgarla en los campos de batalla o torturarla de sufrimientos y penurias en pos de todos los caminos, al azar de las circunstancias. Había en él un sentimiento que arrastraba. Era un ejemplo, pero vivo, con carnadura y esencia de caudillo. Tenía fe en los destinos de la patria. No se entregaba sin lucha. Y en esa lucha ponía todos sus impulsos, con integridad de cuerpo y alma. Tenía la pasión por el bien público. (…)[xxxiv]

 

Un tema que atraviesa sus escrituras, muchas veces consciente y reflexivamente, en otras tantas diciendo sin decir, es la cuestión de la frontera del río Salado del Norte, espacio en el que pone en juego todo su esquema conceptual, su analítica y el entramado argumentativo, de los que venimos hablando. Permítanme ubicar geográficamente el espacio en cuestión y realizar algunas más que breves consideraciones sobre la construcción de la frontera para pasar inmediatamente a la mirada diluleana.

 

El Salado del Norte fue, desde la fundación de Santiago del Estero y hasta 1900, el fondo en que se recortó la historia de la jurisdicción tucumana durante la colonia temprana, y la santiagueña ya para mediados del siglo XVIII. Ingresando al territorio por el NO en los límites con Salta recorría una extensión de 670 millas[xxxv], para abrir paso al “valle del Salado”, un ecosistema único en el mundo que integraba un bosque de algarrobos, quebrachos e itines, guayacanes, acacias, caldenes, talas, tuscas, vinales, mistoles, ñandubays. Este formaba parte del Parque Chaco-Santiagueño, así llamado “por su característica de parque combinado con sabana”[xxxvi] y desembocaba en el Paraná, espacio ecológico en vía de rápida desaparición por el aprovechamiento extremo de los recursos.

 

Históricamente operó como una frontera natural de contención y defensa de las extensiones que se había apropiado la sociedad hispano-criolla. Constituido en límite material y político, pero también cultural y simbólico, el río dividió el territorio por cuatro siglos en un Oeste, dominado por el hombre blanco-europeo-conquistador, poblado y despoblado alternativamente de estancias, chacras y fortines, del  ubicado hacia el Este y conocido como el Gran Chaco, una enorme zona de uso común[xxxvii] ocupado por pueblos indígenas -Tonocotés, Lules-Vilelas, Sanavirones y Guaycurúes-, para los que eran importantes los recursos económicos y alimenticios que el bosque y el río les brindaba y que el colonizador les disputaba[xxxviii].  

 

La frontera santiagueña del Salado fue un espacio estratégico pero cuyos intentos de desarrollo, espaciados y convulsivos, generalmente terminaron en categóricas y sucesivas frustraciones, de modo que se fue poblando y despoblado al compás de las vicisitudes de la historia provincial, habitualmente extrema, a cuyos grandes proyectos le seguían equivalentes frustraciones[xxxix].

 

Los estudios rurales santiagueños surgen entre los años 1930 y fines de 1950, organizados en un formato con la impronta clara de Orestes Di Lullo, pensando a la frontera y al río Salado como una “tierra de nadie”, como el “confín del país”, como “la región misteriosa que lindaba con el Chaco [y] con el salvaje habitante de la selva”. Esta escritura puso en superficie la idea unívoca de conflicto en que unos actores civilizados y heroicos padecían la vecindad de otros actores que obstaculizaban su avance colonizador, indios, salvajes, ladrones, criminales y a los que había que combatir casi sin tregua hasta vencerlos[xl]. Hay dos textos que son más que significativos al respecto de estas cuestiones, uno es Reducciones y Fortines y el otro El General Taboada a través de su epistolario. En el primero se define la frontera de la siguiente manera:

 

Desde la Conquista hasta el último tercio del siglo XIX, el Río Salado fue la frontera de la civilización y la barbarie. Más allá existían los bosques impenetrables de esa vasta, de esa misteriosa región del Chaco, donde moraban los indios, que con sus hordas bárbaras irrumpían de tiempo en tiempo sobre las poblaciones ribereñas asolándolas y cometiendo en ellas toda suerte de depredaciones: incendios, robos, saqueos, crímenes. (…)

 

En el segundo texto y hablando del momento del nacimiento de Antonino Taboada, en Matará, retomará esta concepción para profundizarla aún más:

 

El Salado, en aquel entonces, era el confín del país, la región misteriosa que lindaba con el Chaco y donde, durante siglos, acaecieron los hechos más significativos de nuestra historia en relación con la lucha secular del indio. Por eso se le llamaba también ‘la frontera’, pues dicha región lindaba con el salvaje habitante de la selva, que ahí, a un paso, cruzando el Río Salado, cuyo lecho sinuoso se arrastraba bajo tupidos árboles, vivía alerta para asestar el golpe, siempre en guerra con la civilización, que de este lado del rio, intentaba fijarse en sus riberas para levantar y sostener la dignidad del hombre, abrirle perspectivas y vincularle de solidaridad humana. (…)

 

En estas dos breves definiciones se reconoce sin inconvenientes el discurso sarmientino de civilización  y barbarie, y en él, el juego y el cruce de tensiones transversales,  del Positivismo, la Nueva Escuela Histórica y un Revisionismo en reversa, que al mismo tiempo cargan de sentido su discurso.

 

Cuando habla de la barbarie, Di Lullo utiliza las conceptualizaciones de: ‘hordas bárbaras’, ‘salvaje’, ‘depredación’, ‘saqueo’, ‘robos’, ‘crímenes’, ‘guerra con la civilización’. Todos conceptos que remiten al original de ‘bárbaro’, que lejos de definir al ‘otro´ de su referencia, lo está calificando estigmatizándolo, desde una posición superior en la que se sitúa el portador de una ´civilización’ que legitima su pensamiento, su accionar y su discurso, “de modo que “la ‘civilización’ se legitimará por la estigmatización de su contrario”[xli]. Pensando en términos de civilización, hablará de ‘solidaridad’, ‘dignidad’, ‘dolor’, ‘sufrimiento’, ‘aflicción’, ‘pena’. Tan dicotómicos, tan articuladores, que no podrían pensarse los unos sin los otros: vecinos vs. indios, pobladores vs. infieles. Aparentemente tan contradictorias con su propio pensamiento, ya que la ‘civilización’ es progreso, es modernidad, la misma que denosta por sus efectos desbastadores sobre el desarrollo provincial, pero también ‘civilización’ es la filosofía del progreso que dará basamento a la “ideología de la colonización”[xlii] que tan acérrimamente defiende nuestro autor, colocándose en el lugar de depositario de los valores del progreso y de la civilización.

 

Para controlar la labilidad fronteriza, el imperio español instaló en esta frontera -como en todas las fronteras imperiales-, reducciones y fortines, sobre las que Di Lullo focalizó toda la carga valorativa de su análisis y también la carga simbólica sobre sus blancos y sacrificados pobladores:

 

(…) En ésta frontera, pues, levantaronse los fuertes o fortines como se llamaron más adelante. Estos fuertes o fortines fueron la creación más precaria del esfuerzo humano. Erigíanse con la premura que dicta el miedo y el peligro, improvisadamente. Luego, a su sombra, bajo su protección, siempre precaria, se refugiaban la esperanza, la vida y la hacienda de las poblaciones inermes. Y crecían sus ganados y sus frutos y, cuando más seguros estaban, se escuchaba el alarido salvaje del malón y caía sobre ellas ‘el infiel’ y quedaban la esperanza trunca y los campos asolados y malditos por el crimen y el saqueo. (…)[xliii]

Finalmente, la mirada dramática, desesperada y descorazonada sobre unos territorios que el imperio no podía controlar, dirá que:

 

(…) Siglos de dolor y sangre, siglos de esfuerzos que no se rendían pero que se frustraban, de empeños tenaces, heroicos, caudalosos que se licuaban como un grano de azúcar en la mar! ¡Lo que costó la empresa del Salado! ¡Sólo quien lea las viejas crónicas puede apreciarlo![xliv]

 

Este esquema analítico fue transmitido por Di Lullo de una manera tan sólida que se transformó, no solo en un modelo perceptivo, sino que su reiteración lo consagró en un mito y logró se cristalizase en las escrituras posteriores, que repetirán con criterios de verdad absoluta y glorificada.

 

Miraba la frontera con un perfil marcadamente militar y fuertemente ideologizado, como un lugar de lucha permanente entre la civilización y la barbarie, de control, de oposición y resistencia, por lo mismo donde cualquier práctica era posible, en las disputas por unos territorios y por unas historias en construcción. Por otra parte, resulta una comprensión ligada a la noción -más extendida en el tiempo- que asoció “frontera” a “defensa”, marcando una línea de análisis que relaciona la historia política a la necesidad de legitimar la expansión territorial de los Estados Nacionales. En ésta dirección, tanto el Estado como las instituciones estatales procuran imponer su poder sobre otro diferente y señalan espacios en el que se define la inclusión o exclusión de determinados segmentos[xlv]. Así, los Estados consideran que los territorios le pertenecen por cuestiones de orden natural[xlvi],  y la frontera se constituye en un límite. Pero la larga lucha entre un estado imperial en expansión y las resistencias de los distintos pueblos chaqueños hizo, en la mirada de Di Lullo, que “toda esta vasta zona, conocida desde la Conquista, en el siglo XVI, fue en cierto modo ‘la tierra de nadie’”[xlvii] (1953:13). Escritura que está denunciando finalmente, la imposibilidad del segmento colonizador –con continuidad en el segmento que produjo esta enunciación historiográfica- de avanzar sobre unos territorios en poder de los indígenas, y del intento de apropiación de los recursos económicos y humanos que estos tenían.

 

Siguiendo la misma línea argumental, finalmente cuando las fronteras pudieron ser desplazadas por las acciones militares cada vez más hacia el interior del Chaco-santiagueño, otros estudios que siguieron concediendo criterios de verdad al planteo diluleano, centraron su atención en las derivaciones sociales de la implantación obrajera que explotaron el recurso más valioso del bosque chaqueño, sus ricas y duras maderas de quebracho colorado –principalmente-. Se planteará entonces la conformación un mundo rural en el que dos extremos actuaban dicotómicamente: para explotar el recurso natural se formaron latifundios gigantescos administrados por poderosos propietarios que sobre-explotaban las riquezas naturales sin control y la fuerza de trabajo de miles de campesinos devenidos en hacheros o peones viviendo en la miseria más absoluta sin ninguna posibilidad de modificar su situación[xlviii]. Cuando el bosque se terminó, el santiagueño no pudo retomar sus hábitos campesinos y se convirtió en un migrante estacional o permanente. Ejemplo de ello son los textos de Luis C. Alén Lascano (1970, 1972, 1989) que plantea la relación pobreza-migraciones y que procura explicar la ecuación obraje–latifundio–ferrocarril–pobreza,  reforzando la visión tradicional y recuperando la visión de Canal Feijóo (1948) sobre el éxodo interno y el éxodo interprovincial[xlix].

 

Una cuestión que atraviesa toda la escritura historiográfica diluleana es la cerrada defensa de la religión católica, interpretada como base de la historia y de la cultura santiagueña y resulta notable el empeño de nuestro autor en recuperar sus orígenes y mostrar su omnipresencia de la iglesia católica y la necesidad de volver a sus orígenes como forma de recuperar todo lo perdido. Di Lulo fue un católico conservador, reflexionando cuestiones sociales e históricas de nuestro pasado casi como una razón confesional, “marcada por un fuerte sesgo apologético”[l] y articulando el catolicismo con el nacionalismo en donde política y cultura eran conceptos inescindibles[li]. En la primera página de El bosque sin leyenda, escrito en 1937, comenzaba diciendo “con efusividad cristiana, entrego estas páginas sin mucha preocupación por su forma, ni grandes esperanzas” (…)

 

Puesta en esta perspectiva, resulta más que atractivo poder pensar el juego de estas ecuaciones en relación con los estudios que se vienen realizando en la Argentina desde la década de 1980, cuando nuestro país salía de los traumas de la dictadura y la Iglesia y su rol, se toman como objeto de estudio. Los grupos de trabajo liderados por Luis Alberto Romero y Susana Bianchi  sobre “Religión y sociedad en la Argentina contemporánea”; el de “Historia de la Iglesia (siglos XVIII y XIX) dirigido por Roberto Di Stéfano y el posterior GERE (Grupo de Estudios sobre religiosidad y evangelización) proponiendo un enfoque multidisciplinario, coordinado por Patricia Fogelman, y los recientes de Fortunato Malimachi, ponen a la UBA en un lugar de iniciativas y liderazgo[lii].

 

De todo este conjunto, me voy a central en la escritura de Roberto Di Stéfano (2003) en la que retoma un concepto de Loris Zanatta, el “mito de la nación católica”, y vuelve a problematizarlo más allá de su imbricación en el peronismo. Zanatta había revelado concluyentemente “el modo en que el mito operó en la historia argentina contemporánea como instrumento en la lucha por la reconstitución de una “sociedad cristiana”; es decir, aquella donde la Iglesia volviese a ejercer el papel normativo que el liberalismo le había negado...”. Di Stéfano considera que fue el momento histórico de entreguerras cuando la Iglesia Católica inició un rápido proceso de recuperación de los espacios que el liberalismo decimonónico le había quitado, y en esa recomposición de su “lugar” (en el mejor sentido decertoriano) la necesidad de construir un discurso que dejase plenamente aclarado que Argentina nació y fue siempre una nación católica, de modo que si se buscase la identidad nacional, la verdadera identidad, se encontraría volviendo a su historia primigenia y rechazando, por ejemplo al liberalismo o el socialismo, que con la libertad de cultos y los procesos secularizadores, no habían hecho más que alejarla del rumbo correcto. Esta forma de pensamiento constituida en ideología, estaba inspirada en la obra del padre Cayetano Bruno La Argentina nación católica, generando una versión de la historia nacional que tuvo muchos seguidores y un fuerte anclaje temporal[liii].

 

Cuando habla de la ciudad fundada bajo el signo de la cruz Di Lullo dice que “esta ciudad fue un acto de fe”…“en ésta ciudad se fundó la primera Catedral, es decir, la sede principal del apostolado católico del país”…“se enseñaron las primeras nociones de teología, se establecieron las doctrinas y primeras encomienda…la primera música y los primeros coros en el Seminario y la Catedral…los nutridos contingentes de teólogos, políglotas, evangelizadores que desfilan incesantemente: Barzana, Victoria, Solano, Rivadeneyra…”[liv]. Y cuando piensa en la decadencia la articula justamente con el quiebre religioso-cultural:

 

(…) La expulsión de los Jesuitas repercutió en Santiago de un modo lamentable. Asumió enorme significado. Se rompió nada menos que la unidad de la colonia, la única incipiente vertebración que poseíamos y en trono de la cual iga estructurándose el orden y la jerarquía. Nunca más pudimos organizarnos. Se fueron los jesuitas y la ciudad quedó definitivamente abandonada o más abandonada que nunca, como los bienes de la Cía., entre ellos los mil volúmenes de su biblioteca, las casas, las estancias, la iglesia, las alhajas, la servidumbre, los esclavos, los animales, los talleres, las escuelas de gramática, la de niños, los objetos del culto, las atahonas, las huertas, las fábricas…Se había consumado el despojo más inaudito. Los bienes materiales fueron saqueados. ¿Y los bienes espirituales? ¿Y los bienes morales? Nada quedó de aquel poderoso ensayo de redención humana, de aquel gigantesco esfuerzo de organización…[lv]

 

Recurriendo una vez más a Reducciones y Fortines, obra que comienza planteando la importancia de las reducciones jesuíticas en la frontera, Di Lullo dirá que “la historia de las reducciones santiagueñas es la historia de la Compañía de Jesús en esta Provincia” (1949:15):

 

(…) La obra de la reducción y del fortín fue heroica, cruenta, porfiada, tesonera. Grandes esperanzas florecieron con ella: la conversión del infiel, el progreso, la civilización, la organización de las colonias agropastoriles, la apertura de los caminos, la navegabilidad y la industrialización de una vasta y rica zona del país. Todo quedó en la nada o poco menos (…)[lvi]

 

Por otra parte, y para no abusar de los tiempos acordados, me referiré en unas breves líneas a la perspectiva etnográfica que encierra la obra completa de Orestes Di Lullo. En la propia definición de Etnografía iremos descubriendo la perspectiva de su análisis, considerando que es un método de investigación de la Antropología Social y Cultural que facilita el estudio y la comprensión de un ámbito sociocultural concreto, tal es el caso de las escrituras sobre Santiago del Estero, en torno a una comunidad humana con identidad/es propia. Tiene sus fundamentos en la entrevista pero sobre todo en la observación, de la que es más importante la observación participante. En ella el trabajo de campo es una herramienta básica del proceso y los datos recopilados consisten en una descripción densa y detallada de las costumbres, creencia, mitos, genealogías e historia.

 

Cómo no mirar, entonces, la escritura de Dio Lullo como un estudio, una descripción y una clasificación de las culturas o pueblos de Santiago. En ellos el escenario físico representa lo que es el espacio en donde los actores o participantes comparten una actividad, un quehacer, al realizar ciertas acciones. Escenario, participantes y actores que se interrelacionan en un determinado contexto. Contextualizar en una investigación etnográfica incluye historias, costumbres, lenguajes, en ambientes de interacción social “natural”.

 

Finalmente, y siempre teniendo como norte la escritura de Orestes Di Lullo sobre Santiago del Estero, mucho más que describir, la etnografía le permite reflexionar constante y profundamente sobre la realidad, asignando significaciones a lo que ve, a lo que oye, desarrollando continuamente aproximaciones hipotéticas, redefiniendo sus hipotetizaciones, hasta llegar a construir e interpretar la realidad que lo circunda.

 

Y para cerrar, considero que la articulación entre las distintas corrientes historiográficas, pero particularmente la Revisionista y la actividad etnográfica y de campo que Di Lullo desarrolló extensamente, forjaron en sus escritos una imagen de Santiago del Estero que perduró en el tiempo y marcó sólidamente la escritura de las generaciones de historiadores que le siguieron: Santiago del Estero tuvo un origen de honores y grandezas, operó como si fuera una gran madre que dio hasta su vida por sus hijos y al momento de perder su sede episcopal y por la expulsión de los jesuitas, se desarticuló el proyecto español apoyado en la bifrontalidad de la cruz y la espada y cayó en el olvido y en la pobreza, de la cual se encuentra imposibilitada de salir a causa de un proyecto modernizador y secularizador, que terminó de destruir el pasado glorioso para cambiarlo por un progreso que nunca llegará ni podrá instalarse a causa de una población con fuerte mestizaje que no parece la adecuada, a pesar de su mirada comprensiva.

MCR

  

Publicación en soport e papel, en: Carreras, Gustavo (Comp.) El Pensamiento y la obra de Orestes Di Lullo, Viamonte, gráfica, productos y producciones, Santiago del Estero, 1ª Edición,

 

ISBN 97-987-33-0194-0. Pgs. 201-214


[i] Di Lullo, Orestes, 1959:4, “Grandeza y decadencia de Santiago”, Boletín del Museo de la Provincia de Historia, Arte Religioso, Etnografía y Folklore, Santiago del Estero.

[ii] Romero, Luis Alberto, 2004, La Argentina en la Escuela: la idea de nación en los textos escolares, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires

[iii] Di Lullo, Orestes, 1959:6, “Grandeza y decadencia de Santiago”, Boletín del Museo de la Provincia de Historia, Arte Religioso, Etnografía y Folklore, Santiago del Estero.

[iv] Di Lullo, Orestes, 1959:7, Op. Cit.

[v] Di Lullo, Orestes, 1959:10, Op. Cit.

 

[vi] Rossi, María Cecilia, 2008ª:13-17. “Introducción”. En Nueva Revista del Archivo 1. 1° Edición, Rossi, María Cecilia (Coord.), Subsecretaría de Cultura de la provincia de Santiago del Estero-Museo Histórico Provincial “Dr. Orestes Di Lullo”.

[vii] Romero, Luis Alberto, Op. Cit.

[viii] Así surgió muy tempranamente la Junta de Catamarca en 1906 siguiéndole Córdoba en 1920; el resto de las Juntas provinciales eclosionará en la década de 1930, como  la de Mendoza en 1934, Santa Fe en 1935, San Juan en 1935, Salta en 1937 y Misiones en 1939.

[ix] Devoto, Fernando y Pagano, Nora, 2009, Historia de la Historiografía Argentina, Sudamericana, Buenos Aires.

[x] Mallea, Eduardo, 1937, Historia de una pasión argentina, Ediciones SUR, Buenos Aires.

[xi] Scalabrini Ortiz, Raúl, 1964, El hombre que está solo y espera, reedición, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires.

[xii] Martínez Estrada, Ezequiel, 1933, Radiografía de la pamapa, 6ª. Edición, 1968, Editorial Losada, , Buenos Aires.

[xiii] Carbia, Rómulo D., 1940, Historia de la Historiografía Argentina, desde sus orígenes en el siglo XVI, Edición definitiva, Imprenta y Casa Editora Coni, Buenos Aires.

[xiv] Carbia, Rómulo D., Op. Cit. / Devoto y Pagano, Op. Cit.

[xv] Palacio, Ernesto, 1960:18-19, La historia falsificada, Peña Lillo editor, Buenos Aires, en: Svampa, Maristella, 2007:181-182, Op. Cit.

[xvi] La Junta local formó parte del último grupo de fundaciones de Juntas provinciales junto con La Rioja y la refundación de la de

    Córdoba al año siguiente, y éste hecho se produjo apenas unos meses después que el propio Orestes Di Lullo fundara, en 1941, el

    Museo Provincial de Historia, Arte Religioso, Etnografía y Folklore, tal cual su nombre original

[xvii] Revista de la Junta de Estudios Históricos de Santiago del Estero, 1943:3,”Propósitos”, Año 1, N° 1, Santiago del Estero.

[xviii] Ledesma Medina, Luis A., 1943: 217-234,  “El Archivo General de la Provincia de Santiago del Estero y sus existencias documentales”, en: Revista de la Junta de Estudios Históricos de Santiago del Estero, Año 1, Nº 2, Santiago del Estero.

[xix] Se abordaron las problemáticas del clero santiagueño en la época de Ibarra, información para el conocimiento del Tucumán y el reconocimiento de Diego de Rojas, la historia del Juzgado Federal de Santiago del Estero, biografías de los que serán en adelante los grandes hombres de la provincia, el Congreso Constituyente de 1853, el carácter y las costumbres de los pueblos del norte, algunas cuestiones de arqueología santiagueña, Juan Facundo Quiroga en Santiago del Estero, historia de las villas, críticas a las formas de entrega del patrimonio territorial, estado documental al Archivo General de la Provincia y sus existencia documentales, etc. sería muy largo  de enumerar y seguramente con un motivo particularizado.

[xx] Di Lullo, Orestes, 1949:11, Reducciones y fortines, Santiago del Estero.

[xxi] Di Lullo, Orestes, 1959:14, Op. Cit.

[xxii] El autor hace referencia al fusilamiento de Juan Francisco Borges, el caudillo de la revolución, que fuera fusilado el 1° de enero de 1817 tras el segundo intento de autonomizar la jurisdicción del dominio tucumano.

[xxiii] Di Lullo, Orestes, 1949:11, Reducciones y fortines, Santiago del Estero.

[xxiv] Legname, Rodolfo; Rossi, María Cecilia; Ruiz, Mercedes, 2006, Vida urbana de Santiago del Estero, Inédito, Universidad Nacional de Santiago del Estero.

[xxv] Di Lullo, Orestes, 1953:6, Historial de méritos y servicios de la ciudad de Santiago del Estero y breve reseña histórica de Santiago, Edición oficial, Santiago del Estero

[xxvi] Di Lullo, Orestes, 1954, Viejos pueblos, Santiago del Estero / La agonía de los pueblos, 1946, Santiago del Estero / Santiago del Estero, noble y leal ciudad, 1947, Santiago del Estero / Cinco capítulos de historia, 1953, Santiago del Estero / Cuatro siglos de historia, 1953, Universidad Nacional de Tucumán.                           

[xxvii] Di Lullo, Orestes, ….., La agonía de los pueblos, Santiago del Estero.

[xxviii] Di Lullo, Orestes, …:72, La agonía de los pueblos, Santiago del Estero.

[xxix] Di Lullo, Orestes, …:73, La agonía de los pueblos, Santiago del Estero.

[xxx] Di Lullo, Orestes, 1937, El bosque sin leyenda, Ensayo económico y social, Santiago del Estero.

[xxxi] Di Lullo, Orestes, 1965, Un cuadro de la prehistoria santiagueña, Talleres Gráficos Amoroso, Santiago del Estero.

[xxxii] Frávega, Oscar, 1997, Teoría de la Historia. Los futuros posibles, Editorial Corregidor, Buenos Aires.

[xxxiii] Di Lullo, Orestes, 1953:18-19, Op. Cit.

[xxxiv] Di Lullo, Orestes, 1953:38, Op. Cit.

[xxxv] Hutchinson, Thomas J., 1866, Buenos Aires y otras provincias arjentinas con extracto de un Diario de la Exploración del Río Salado en 1862 y 1863, Imprenta del Siglo, Buenos Aires.

[xxxvi] Alén Lascano, Luis C., 1972, El obraje, Buenos Aires. completar

[xxxvii] Palomeque, Silvia, 2005, “Santiago del Estero y el Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de las ‘tierras bajas’ en aras de la conquista de las ‘tierras altas’, en: Palomeque, Silvia (Dir.), 2005, Actas del Cabildo Eclesiástico. Obispado del Tucumán con sede en Santiago del Estero, 1592-1667, Programa de Historia Regional Andina, Área de Historia CIFFyH-UNC, Ferreyra Editor, Córdoba.

[xxxviii] Martínez Sarasola, Carlos, 1998, Los hijos de la tierra, Emecé, Buenos Aires / Rossi, María Cecilia, 2007, “Consideraciones en torno a la construcción de la frontera del río Salado del Norte en Santiago del Estero, Siglos XVII-XIX, en: Anuario del Instituto de Historia Argentina “Dr. Ricardo Levene”, N° 6, La Plata.

[xxxix] Rossi, María Cecilia, 2007, “Consideraciones en torno a la construcción de la frontera del río Salado del Norte en Santiago del Estero, Siglos XVII-XIX, en: Anuario del Instituto de Historia Argentina “Dr. Ricardo Levene”, N° 6, La Plata.

[xl] Rossi, María Cecilia, 2007, Op. Cit.

[xli] Svampa, Maristella, 2006:19, El dilema argentino: civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista, Ediciones El cielo por asalto-Imago Mundi, Buenos Aires.

[xlii] Svampa, Maristella, 2006:20, Op. Cit.

[xliii] Di Lullo, Orestes, 1949:56, Reducciones y Fortines, Santiago del Estero

[xliv] Di Lullo, Orestes, 1953:14, El General Taboada a través de su epistolario, Imprenta López, Buenos Aires.

[xlv] Carbonari, María Rosa, 1999, “Frontera y construcción histórica”, en: Cronía, Revista de Investigación de la Facultad de Ciencias Humanas, UNEC, Vol. 3, N° 2, pp. 115-132.

[xlvi] Grimson, Alejandro, 2003, “Disputas sobre las fronteras. Introducción a la edición en español”, en: Scout M. y Jonson D., 2003, Teoría de la frontera. Los límites de la política cultural, Gedisa Editora, España. .

[xlvii] Di Lullo, Orestes, 1953, El General Taboada a través de su epistolario, Imprenta López, Buenos Aires.

[xlviii] Di Lullo, 1937, El bosque sin leyenda. Ensayo Económico-Social, Santiago del Estero.

[xlix] Rossi, María Cecilia, 2010, “De espacio común a tierra fiscal. Privatización de las tierras de la frontera Chaco-santiagueña, siglos XVI-XIX”, Jornadas Bicentenario de la Revolución de Mayo, Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y de la Salud, Universidad Nacional de Santiago del Estero.

[l] Tomamos la expresión de Susana Bianchi, 2006. Política y religión en Argentina, “Presentación”, en: Anuario de Estudios Americanos, 63,1, Sevilla (España)

[li] Mauro, Diego A., 2008:129-158, “Las voces de Dios en tensión. Los intelectuales católicos entre la interpretación y el control santa Fe, 1900-1935”, en: Signos Históricos, número 19, Departameto de Filosofía, CSH/UNAM7Iztapalapa, México

[lii] Bianchi, Susana, 2006:13-18, Op. Cit.

[liii] Di Stéfano, Roberto, “El horror historiae de la Iglesia católica”, Revista Criterio N° 2364, http://www.revistacriterio.com.ar/sociedad/el-horror-historiae-de-la-iglesia-catolica/, fecha de conculta: 29/10/2010.

[liv] Di Lullo, Orestes, 1959:6, “Grandeza y decadencia de Santiago”, Boletín del Museo de la Provincia de Historia, Arte Religioso, Etnografía y Folklore, Santiago del Estero.

[lv] Di Lullo, Orestes, 1959:15-16, Op. Cit.

[lvi] Di Lullo, Orestes, 1949:12, Reducciones y Fortines, Santiago del Estero. 

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